CESÁREO ESTÉBANEZ. De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún

 
 
 

El actor Cesáreo Estébanez y el guitarrista Niño Elías en el último ensayo de LA CEGUERA 
(Foto: José Miguel Hermosín Martínez. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 

Cesáreo Estébanez en su casa de Alcalá de Guadaira
(Foto: Olga Duarte Piña 2004)

 
 
 

   Respiramos un aire nutrido por los aromas que emanan las maderas y las tapias encaladas de este recinto, convento íntimo y laico orillado al borde mismo de una curva, al pie mismo de un escarpe, al que se agazapan higueras silvestres, cuyo perfume milenario y sagrado también nutre el ser de este aire que respiramos. Mientras la voz de Cesáreo va, también, con su aire, nutriendo esta atmósfera atravesada de luces muy antiguas y muy sabias.
Hemos venido a que nos hable de teatro, de él y el teatro. Le hemos dicho que con sus palabras queremos pergeñar una muy humilde didáctica sobre el arte dramático, principalmente para los lectores de estos textos y, también, para nosotros mismos.

   Aunque nació en Palazuelo, provincia de Valladolid, circunstancia de la que no tiene la culpa, según él mismo dice, sus primeros pasos, su primera novia, su primera juventud fueron en Palencia. Sus primeros recuerdos entrañables son de un río, afluente del Pisuerga y de la calle Mayor de Palencia.

   Cuenta que en su familia no hay ninguna relación con el teatro, sin embargo ello no ha impedido que a él le haya gustado el teatro desde que era un niño. -Desde que en un grupo, de estos de mayores, hice el niño de una obra de Miller, a los 9 años. Me cogieron, no sé porqué-. Luego hizo teatro durante el bachillerato y en la universidad de Salamanca y, finalmente, se fue a Madrid un año, a probarlo -porque no quiero que me den los sesenta, que ya tengo, y me haya quedado el gusanillo-, y ya no volvió. Cesáreo marchó a Madrid para convertirse en actor dramático después de haber casi concluido la licenciatura de Medicina, carrera de la que sólo le faltan por aprobar algunas asignaturas -Tengo la orla pero no terminé-. Se fue a la capital con el consentimiento de su padre, que siempre lo apoyó en aquella decisión suya, no así su madre que nunca aceptó que su primogénito, que iba para premio extraordinario, rompiera con siete generaciones de médicos en la familia. -Mi padre fue a Madrid a verme encantado, varias veces, como si yo fuera Lawrence Olivier. Yo les digo a mis sobrinos lo que me dijo él: Si eliges un trabajo, vas a tener que estar un tercio de tu vida en él: ¡que te guste, por favor!-

   En la Universidad de Salamanca, cada quince días, durante los primeros años de la década de los sesenta, Cesáreo Estébanez, leía y recitaba textos y poemas de los autores en aquella época comprometidos políticamente y otros, ya muertos, cuya palabra literaria era considerada contraria al régimen dictatorial instaurado por Franco en aquella España: León Felipe, Blas de Otero, Pablo Neruda, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, César Vallejo… Pues Cesáreo precisamente perseguía como fin difundir la literatura comprometida en aquellos actos sucesivos llamados “Una hora con…” ante un nutrido público de estudiantes y profesores universitarios. Entonces conoció a don Fernando Lázaro Carreter que era rector de la Universidad de Salamanca y con quien tenía que mantener frecuentes contactos, por razón de la organización del programa:

   -Lázaro iba a todos los recitales míos. Después de hacer “Una hora con León Felipe” un señor del público me regaló la colección entera de León Felipe, para mí un regalo maravilloso. Lo tuve yo en mi habitación del colegio mayor un tiempo, y un día vino la policía, me la quitó, y hasta hoy, sin decirme nada eh!, cogieron la colección y se la llevaron-.

   -Con Manuel Dicenta, que fue actor y profesor, primero, fui alumno de la Escuela de Arte de Madrid, y luego, compañero, porque trabajé con él en el María Guerrero, en el Reina Victoria… En el teatro español del siglo XX para atrás se ha perdido. De los carros de los pueblos se pasó a los corrales de comedia, y de éstos se pasó a los teatros del XIX, a la italiana. En los años que siguieron a la Guerra Civil la tradición se perdió. Llegamos los modernos y nos cargamos la tradición anterior, de lo cual ahora estamos muy arrepentidos todos porque no supimos valorar lo nuestro. Cuando los de los Teatros Universitarios ingresaron en el teatro, digamos comercial, profesional, la época de Adolfo Marsillach, para entendernos, de Juanjo Menéndez, Fernando Delgado, Jesús Puente…, formaban una promoción que toda vino de la universidad, ocuparon el teatro. Y, entonces, como yo digo, sabían leer y escribir, y sabían literatura, cosa que no solían saber los actores… Y ocuparon sus puestos. Los de la generación siguiente, que fue la nuestra, les creímos más a ellos que a los otros y renunciamos a los otros. De hecho rompimos el sistema de tradición. Es así y algunos lo escribirán. A nosotros nos gustaba el teatro que se hacía en el Berliner alemán, en Paris o en Nueva York y considerábamos no ya viejo, sino estúpido el que teníamos, también vivía Franco, y todo lo que era luchar contra los establecido era luchar contra Franco, lo cual era favorecedor. Entonces, yo no valoré a Manolo Dicenta, aunque era de izquierdas, yo no le valoré porque representaba a esa época, sin embargo, yo le imitaba recitando hasta tal punto que él mismo no sabía si algunas grabaciones eran suyas o eran mías. No supimos ver lo que tenían de bueno. Eran los cómicos que venían de los cómicos de la lengua, eran ruines como personas, eran muy peseteros, tenían miedo a vivir. Nosotros no teníamos hijos que alimentar. En mi generación nos giraba papá si teníamos problemas económicos: ¡teníamos más pasta, joder! Si algo no nos gustaba por estética no íbamos, eso era impensable para aquellos actores. Debimos de haber guardado una espita para que salieran los de la época anterior porque no pudimos aprender todo lo que debíamos, ellos no pudieron enseñarnos todo lo que sabían; y lo digo yo que soy quizás de los que han mamado de ahí. Todo ese teatro hoy es irrecuperable.

   -El teatro es lo que más me gusta a mí en el mundo, sin discusión… O me gustaba. A medida que pasa el tiempo vas viendo que lo que más te gustaba en el mundo ya no te gusta tanto, a lo mejor ahora, en un momento determinado lo que más te gusta en el mundo es dar un paseo, o leer, o hacer otra cosa. El año pasado me llamaron para hacer “Luces de Bohemia”, lo del don Latino, y me fuí nueve meses de gira, o sea… aún me tira. Pero este año me han hablado de ir a Madrid a hacer otra cosa, y he dicho que no-.

   -Cuando me preguntan qué hay que hacer para ser actor, yo digo currar. La improvisación es contraria al teatro. El teatro es exactamente ensayo-.

   -Cuando interpretas piensas en lo que te da la gana: no hay ningún ensimismamiento. Te metes en situación relativamente: yo sé que no soy don Latino, yo sé que no soy Hamlet ¡qué voy a ser Hamlet yo! Si fuera yo Hamlet…-

 
 
 

El actor Cesáreo Estébanez, al centro,
hablando con el pintor Xopi
y el guitarrista Niño Elías,
un poco antes de que empezara «La ceguera»
(Foto: Enrique Sánchez Díaz. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 

De derecha a izquierda, Antonio de la Torre,
Lauro Gandul, Cesáreo Estébanez y Niño Elías
(Foto: Enrique Sánchez Díaz. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 


Cesáreo Estébanez con acompañamiento de la guitarra de Antonio Contreras
declamó poemas de Vicente Núñez
y de Antonio Medina de Haro

 
 
 

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