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COLOQUIOS (161): «TRILOGÍA CULTURAL». Gabi Mendoza Ugalde

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—No parece que hubiera sido el autor de Industrias y andanzas de Alfanhuí o El Jarama cuando Rafael Sánchez Ferlosio escribe que: «La cultura es desde siempre, congénitamente, un instrumento de control social, o políticosocial cuando hace falta; por esta congénita función gubernativa tiende siempre a conservar y perpetuar lo más enajenante, lo más homogeneizado. Hoy está muy cabalmente representada por ese inmenso CERO que es el fútbol.» [«Patrimonio de la humanidad» El País, 5 de agosto de 2012]

—Ahora que escribe por encargo es más hijo de su padre. Ahora, la revolución falangista que soñó quien le transmitió su cultura puede desplegarse por todo el orbe…

—¡Qué náusea!

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—De la Vega, Bermejo, Griñán…, todos son hijos de la Falange.

—Qué orgullosos de sus hijos estarían esos padres.

—Como para no estarlo: por fin conseguirán arruinar la patria.

—¡Cultura enajenante!

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—La Ilíada, la Biblia, el Talmud, D. Quijote, Madame Bovary, la Bauhaus, las elegías a Sánchez Mejías y a Ramón Sijé, Historia de una escalera, El discreto encanto de la burguesía, las Meninas de Velázquez y las de Picasso, Los jardines de Aranjuez, El amor brujo, Unamuno, Los Machado, Antonio Mairena… ¡Sí, lo más enajenante, lo más homogeneizado!

—¿Instrumentos gubernativos?

—Tú sí que lo eres, que ya dimitiste de la cultura.

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LAS HIJAS DE PANDIÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

Filomela y Progne
Elizabeth Jane Gardner
1837-1922

«Una sola golondrina no hace primavera», dice un refrán griego que, entre otros, nos ha transmitido Aristóteles. Una, no, pero más, sí: siempre se ha tenido a estos simpáticos pajarillos por nuncios o mensajeros de aquélla. Lo son, ciertamente, y a menudo los poetas los han saludado llamándolos «hijas de Pandión». Poético nombre, sí, pero fruto de una trágica historia que Ovidio (Metamorfosis VI, 426 s.) relata con tintes sombríos.

El tracio Tereo, hijo de Ares, dios de la guerra, se casa con Progne, hija de Pandión, rey de Atenas. En mala hora, porque, según nos cuenta, ni Juno, protectora del matrimonio, ni Himeneo ni Gracia prestan asistencia a su lecho, y las Euménides –también Erinias o Furias- lo preparan portando antorchas robadas de un entierro; además, un nefasto búho pone sus reales en el techo del tálamo nupcial. Pésimos presagios, pues, para esas bodas.

Pasados cinco años y nacido ya un hijo, Itys, Progne suplica al marido que le permita visitar a su hermana Filomela o que éste se llegue a su corte. Tereo accede y, tras dura navegación, a vela y a remo, toca por fin las playas del Pireo. Llegado a palacio, cuando está exponiendo al suegro el motivo de su viaje llega a presencia de ambos Filomela, rica por su atavío y más aún por su belleza, que cautiva a Tereo. Presa de irresistible pasión, ardiente como cuando «se pone fuego bajo las canas espigas o se quema el follaje y las yerbas almacenadas en los heniles», éste consigue, con vanas promesas, el viaje de aquélla. Mas una vez llegado a sus playas, el rey viola a la joven y la encierra en un caserío, no sin haberle cortado la lengua para impedir que contara su suerte a Progne. Pero la astucia femenina no cesa: Filomela teje una tela con marcas que son la denuncia del hecho y por medio de su sierva la envía a Progne, entonces abatida por la desgracia que, según Tereo, acabó con la vida de su hermana. Sabedora ya de lo sucedido, ésta, como bacante en las fiestas de Baco, va en busca de Filomela y junto con las demás ménades la libera. Y se urde la venganza: matan a Itys y en una cena se lo sirven al rey, quien, una vez saciado, pide que le traigan al hijo. «Dentro tienes a quien pides», responde la madre y Filomela muéstrale la cabeza del niño. Enfurecido, Tereo quiere matarlas pero los dioses las metamorfosean, a una, Filomela, en ruiseñor, que en el bosque llora su desgracia con triste canto, y a Progne en golondrina, de plumas manchadas del sangre; también a Tereo, en abubilla, cuya cresta parece el casco de un guerrero y el pico su lanza.

Banquete de Tereo
Peter Paul Rubens
1577-1640

AMAZONAS. Por José Manuel Colubi Falcó

Batalla de las amazonas
Peter Paul Rubens
1577-1640

 

Siempre que oímos la palabra, inmediatamente pensamos en muchachas de ánimo varonil, decididas, que, a caballo y ataviadas con trajes que les son propios («vestidos de amazonas»), ofrecen, en conjunto con el corcel, un cuadro de extraordinaria belleza.

             Hay varias teorías sobre el término: para unos, hay que buscar el origen en el nombre de una tribu iraní: ha-mazan, «guerreras»; según otros, aquél significa «mujeres-luna», que recuerda a las sacerdotisas de la Luna, en el Sureste del Mar Negro, portadoras de armas en el ejercicio de su ministerio. Sea como fuere, la etimología popular es la dominante: se llamaban amazonas porque carecían de pecho (a-mazón, «sin pecho»). ¿Por qué?

             Citadas numerosas veces por las fuentes griegas, presentes en la guerra de Troya –donde su reina Pentesilea muere en lucha con Aquiles, quien admira su extraordinaria belleza-, también en los trabajos de Hércules y en las gestas de Teseo, las amazonas son hijas de Ares, dios de la guerra, y de la ninfa Harmonía, y viven en una sociedad exclusivamente femenina; desde el Cáucaso, descienden hasta el Sur y se establecen a orillas del Termodonte, en la Capadocia (Asia Menor), dedicadas a sus oficios, la guerra y la caza: luchan a caballo, manejan diestramente el arco, -y de ahí que, según el mito, se amputen o quemen el seno derecho para facilitar su manejo; de las zurdas no hay noticias-, la jabalina, el hacha, mazos, escudo, etc., hacen frecuentes incursiones en tierras ajenas, que ocupan, veneran a Ártemis, la Diana romana, la «efesia cazadora» cantada por Quevedo; gobernadoras de su sociedad, no admiten la presencia masculina ni el contacto con varón, salvo una vez al año con extranjeros de las tribus vecinas, para perpetuar la especie; pero sólo crían niñas: a los niños los matan, les quiebran los brazos, las piernas, les arrancan los ojos, o los remiten a sus padres a fin de que no sean un estorbo en sus actividades.

             Representadas en el arte, en la literatura, su imagen va suavizándose en la tradición: son mujeres guerreras, sí, pero la aceptación más conocida es la que veíamos al principio. Y a lo dicho añádase que dan nombre al río más caudaloso del mundo: los expedicionarios de Francisco de Orellana han llamado Marañón al curso alto del río, y así todavía se le conoce, mas como en una aldea han de vérselas con unas mujeres guerreras, nuevamente lo bautizan con el nombre de Río de las Amazonas.

LA TERMAS ROMANAS. Por José Manuel Colubi Falcó

Baño en Pompeya
Giuseppe Barbaglia
1872
(Fuente: The Archeology)

 

Séneca (epístola 86, 12) cuenta que los romanos de dos siglos y medio antes limpiaban a diario sus brazos y piernas de la suciedad del trabajo y lavaban todo su cuerpo los días de mercado (o sea, cada nueve), y que desde la invención de los baños limpios la gente era más puerca: «Bucilo huele a pastillas». Esos baños limpios, elegantes, son las termas.

             La palabra terma es griega (thermà loutrá, baños calientes), pero fueron los romanos quienes le dieron celebridad. Hay que citar las inauguradas por Trajano, y, sobre todo, las de Caracala, con capacidad para 3 000 personas y con 1 600 asientos en el caldarium. Veamos, pues, qué eran las termas.

             Había baños privados, algunos explotados como negocio, pero los más importantes eran estatales, las termas, que solían ser arrendadas a un particular, que cobraba una módica cantidad como entrada, aunque a veces un rico o un magistrado pagaba al arrendatario una cantidad global y obsequiaba al pueblo con entrada gratuita durante cierto tiempo. Abiertas a mediodía y cerradas al oscurecer, podía tener dos secciones, masculina y femenina, y, en caso contrario, se recurría al doble horario.

             El edificio del balneario o termal constaba de: horno subterráneo, llamado hypocausis, que calentaba el agua y difundía aire caliente por tubos situados bajo el pavimento y por cavidades de las paredes; vestuario, con bancos y nichos para objetos personales (apodyterium); frigidarium (sala de baños de agua fría, con piscina); tepidarium (estancia con bancos, preparatoria del baño caliente, de temperatura tibia); caldarium (sala de baño caliente, con bañeras o piscinas) y, aunque no en todos, los assa, sudatorios (laconicum, assa sudatio), la sauna, con disco de bronce en la cúpula que permitía graduar la abertura y la temperatura. Y como anexos, el sphaeristerium (local para la práctica de gimnasia o juego de pelota), el unctorium (sala para ungir el cuerpo), el destrictorium (para la limpieza corporal después del deporte y la unción del masajista) y, al aire libre, las tiendas de comidas y bebidas. La gente, naturalmente, llevaba a las termas aceites, cremas, toallas, etc.

             Como se ve, nihil nouum sub sole, no hay nada nuevo bajo el sol.

 

PRESENTACIÓN DE UN CUADRO DE RAFAEL LUNA EN «EL BUI». 9 de noviembre de 2010

Estudio de Rafael Luna 2009
Foto: LGV
El pasado martes, 9 de noviembre, Rafael Marín, El Bui, en su bar El Resbalón convocó a un puñado de amigos a la presentación de un cuadro del artista Rafael Luna:

El pintor Luis Caro
y el poeta Juan Enrique Espinosa (al fondo a la izquierda)
entre el público del acto de 9 de noviembre de 2010

Dos ante los dos cuadros (el conocido y el por conocer)
Fotos: ODP

Un retrato colectivo de los habituales del bar del Bui que viene a continuar, con variaciones, el tema del que ya lleva un par de años en un rincón del establecimiento alcalareño, donde varias obras del pintor cuelgan de sus paredes desde hace mucho tiempo. Como estas tres:

1-Fafi, 2008

Gramófonos

3-Fafi, 2008 (La botella sonora)

La botella sonora
El billar-futbolín
La tela negra que cubría el cuadro no se descorrió hasta que no se hubo dado lectura a un artículo de Olga Duarte y Lauro Gandul,  publicado en La Voz de Alcalá en 2004 sobre el pintor.  Mientras la lectura del texto se desarrollaba, en una pantalla fueron proyectadas fotos de nuestro amado Rafael (del archivo familiar del Bui):
Fotos ODP de fotos del archivo del Bui
A continuación el público pudo ver el corto de Ángel Romero Pérez, ya publicado en «CARMINA» y que nos place reeditar en este post ahora mismo:

RAFAEL LUNA

Historias de vidas

Por Lauro Gandul Verdún y Olga Duarte Piña

Así como don Juan revela a Carlos Castaneda que es un cuervo, que aunque se le vea como don Juan, si se le sabe ver aparecerá como cuervo; le hemos preguntado a Rafael Luna si él puede decir como el indio yaqui, y si es algún pájaro lo que se vería de él sabiéndolo ver. Nos contesta que no, que él se siente más asociado a un pequeño felino; aunque su abuela tenía una lechuza con las alas cortadas por el patio de su casa, que tan pronto se la veía en la ventana del comedor como entre las macetas, se la alimentaba, se convivía con ella. Su abuelo, que tenía vacas en Torreblanca trajo la lechuza. Quizá pudiera tener en común con los pájaros su obsesión por el horizonte:

Imaginar que todos mis deseos más maravillosos están allí, pero sabiendo al mismo tiempo que es una ilusión, porque el horizonte no existe. Nunca voy a encontrarlo aunque siga eternamente dando la vuelta a la Tierra.

Fafi 2004

El pintor en su estudio de la calle Coracha
Foto O.D.P., 2004

Su primer dibujo lo hizo con seis o siete años. Recuerda que era una viñeta que trazó en la contraportada de un atlas donde se representaba a un legionario con su metralleta diciendo algo así como «¡Venga Pepe!», desde lo alto de la batea de una antigua furgoneta. Allá por el 68 y el 69 en la Universidad Laboral de Alcalá de Henares, en régimen de internado, realizó estudios en la rama de electrónica. Allí ya se podían ver los primeros hippies y escuchar el Sargent Pepper. Aquel adolescente se deja el pelo un poco largo, anda siempre con la cosa de la música, se siente atraído por los carteles (copia o se inspira en carteles de la contracultura americana) y, sobre todo:

Allí en Alcalá de Henares pierdo el miedo a faltar a la misa de los domingos.

Dos capellanes jesuitas le pretenden enseñar que Cristo fue el primer anarquista y se deja seducir por libros todavía prohibidos por Franco, que los neocristianos atesoraban en una biblioteca próxima a la Universidad Laboral:

Ahora leo menos porque prefiero observar a la gente. Sin embargo, en esa época yo leía mucho, devoraba todo, desde 18 Brumario hasta La concepción hindú de la vida, o Historia de las agitaciones campesinas andaluzas; leí a Bakunin, Kropotkin… Claro, es una época de descubrimientos. Se organizan huelgas en la Universidad Laboral y yo hago unos panfletos por mi cuenta, hago a mano cuatro o cinco copias, las pego solo, de noche, dentro de la misma universidad; nadie supo nunca nada, porque no me fiaba de nadie y había que tener cuidado con la Brigada de Investigación Social.

Después de su regreso a Alcalá de Guadaíra conoce a Luis Caro, uniéndoles una común pasión por los Beatles y por la pintura:

Luis Caro y yo compartimos un estudio en la calle Benavente. Allí intentábamos unirlo todo: música, pintura, alucinógenos… Experimentábamos con la pintura y con la vida. Buscábamos llenos de curiosidad para, en definitiva, llegar a mirar el cuadro como una posibilidad de entrar en otro estado que nos permitiera pintar los mundos que se nos pasaban por la cabeza. Estábamos aprendiendo a pintar. A través de Recacha conocimos a Pepe Márquez, quien nos influyó mucho en nuestros primeros tiempos. Él hacía una pintura de lo fantástico basada en una observación profunda de la naturaleza y en sus cuadros las plantas, por ejemplo, pueden transformarse en monstruos.

Con su gran amigo Luis Benítez descubre París a los veintitrés años. En esta ciudad se licencia en la Ècole Supérieure d´Arts Plastiques du Paris y vivirá hasta 1988. Según nos cuenta, París, más que nada, lo que le aporta es capacidad de análisis, de un análisis más intelectual de las obras de arte, en el sentido de más político, más ligado a la historia. También, me atraen los objetos, soy fetichista y París ha influido en eso. Deja de pintar con óleo y empieza a utilizar el acrílico, técnica que va a caracterizar su obra desde entonces. Uno de los motivos que da para explicarnos este cambio es que el acrílico le permite más rapidez en la ejecución y pintar de inmediato lo que se le va ocurriendo:

Yo empleo mucho tiempo en pensar cómo voy a resolver lo más rápidamente posible lo que quiero pintar, para pasar a pintar otra cosa que ya se me esté ocurriendo. Al ejecutar más rápidamente, evoluciono más rápidamente.

Su capacidad de observación y su curiosidad van marcando un estilo:

Saco mis historias de mi curiosidad, de los medios de información y de la calle, o de la misma historia de la pintura. Soy un voyeur. Encuentro una máxima y la repito, hago un reportaje, como con las máquinas de escribir, las sillas de barbero, las meninas o los laberintos de sábanas. No me preocupa tanto la técnica como a los pintores puros sino contar una historia, aunque sea absurda, y comunicar. Muchas veces yo pienso que soy más literato que pintor. No me considero un artista mártir porque aparte de la pintura me han gustado otras cosas. Si tenía un poco de dinero no era para comprar pinceles sino que prefería tomarme un café viendo a la gente pasar desde la terraza más elegante de París, aunque no me tomara otro en un año.

En París trabajó en diversas ocupaciones: en un taller de serigrafía, en otro de enmarcación, en un estudio de producción o en pisos de lujo haciendo chapuces principalmente de carpintería. También fue brocanteur (anticuario) en el mercado de las pulgas de Montreuil, desde 1976 hasta 1986, junto con Irene, su primera mujer, donde, además de vender objetos usados (viejas cuberterías de plata, vajillas rusas o libros), cada semana, siempre había alguien que se interesaba o compraba algún cuadro de los que pintaba y firmaba con pseudónimos. Eran cuadros que copiaban temas de distintos estilos pictóricos, desde el expresionismo alemán a la tradición de los bodegones del siglo XVII, o representaban, por ejemplo, a un aviador en una pista de aterrizaje:

También han robado y desaparecido muchos, porque teníamos un garaje donde guardábamos los objetos del rastro, los cuadros que firmaba con pseudónimos y mis cuadros, los que entonces yo firmaba como Rafael Álvarez, incluso desapareció obra mía hecha en Alcalá que yo me había llevado a París. Dejamos de ir por allí y cuando fuimos al mes y medio nos encontramos un mendigo alojado y aquello vacío, se lo habían llevado todo. Luego un amigo nuestro, también brocanteur, vio algunos cuadros míos en una casa de subastas, otro en un mercado …

En 1988 regresó a Alcalá de Guadaíra y desde su taller de la calle Coracha ha pintado giraldas, fábricas, botellas con mensajes, papeles que el viento se lleva, libros… firmando como Rafael Luna:

Ahora me estoy acostumbrando a pintar con luz de día desde que he cambiado de estudio. En un cuadro soy el dueño de un mundo en dos dimensiones, construyo a la velocidad que quiero un universo propio. Mi pintura va ligada a mi vida y va todo mezclado.

El pintor sosteniendo un puñado de libros
Foto: LGV

RAMÓN GAYA. Por Enrique Martín Ferrera

 

Nada tan presuntuoso como la ignorancia, ni tan falso como el arte pretencioso que deja a un lado la humildad eterna del arte y se empina sobre zancos que no son pies ni tocan la tierra ni lo humano.

José Antonio Muñoz Rojas

«Dejado Ir»

(Anotación de 18-5-1979)

 

Las grandes obras son las que no son jaulas de cosas, sino nidos, nidos de donde nace y se levanta mucha más vida que la depositada en ellos.

Ramón Gaya

«Insistencias»

Ramón Gaya en Venecia
Foto: Juan Ballester
 

Hoy, 10 de Octubre de 2010, se cumplen cien años del nacimiento de Ramón Gaya.

Hay artistas limitados, cultivables como ciertas setas, artistas de vuelo gallináceo, artistas que se dejan arrastrar cómodamente por el viento de turno de los tiempos. Su luz, si alguna vez brillaron, es tan efímera como el manifiesto de moda que suscribieron. Pero existe, afortunadamente, otra minoría de artistas, de artistas plenos, flores agrestes, que buscan el milagro, lo intemporal e inagotable de la creación, al consagrarse a su arte. Y lo hacen a pesar de que ello suponga, además de sacrificio y dolorida aspiración,  nadar contracorriente; aunque el camino sea pedregoso, aunque haya que volar cual «pájaro solitario»… Gran pintor y enorme escritor -su escritura resulta sorprendentemente tan límpida y gozosa como su pintura-, Ramón Gaya es una de esas aves no gregarias que pertenecen, sin duda, a la segunda categoría citada: la de los creadores hondos, trascendentes, tocados por la gracia, dotados de una especial sensibilidad, esa sensibilidad que nuestro artista consideraba «el buen don de unos dioses…menores, pero que  no es algo a ejercer, a explotar, sino a ir…siéndola, llevándola buenamente, y nada más. Sin presumir.» (Rf. Diario de un Pintor – apunte de 26-4-1953, París)

Toda la obra de Ramón Gaya es por naturaleza propia un incondicional a la Pintura, afirmación de su presencia y su posibilidad, de su continua resurrección frente a la barbarie y el ruido, contumaz recordatorio de la misión espiritual del hacedor.

La Lámpara
Ramón Gaya
Habitación del artista
Méjico

1955

 

Bien significativa, respecto a sus pretensiones en cuestiones artísticas, resulta la cita de los Dichos de Luz y Amor de San Juan de la Cruz que eligió para encabezar su insuperable ensayo sobre Velázquez: «Las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.»

En otro trabajo suyo de 1975, Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), nos dice el pintor: «El arte creador -no el arte artístico, pues éste es más bien, como se sabe, una simple prueba de talento, de ingenio, incluso de genio algunas veces-, el auténtico arte creador, hacedor de criaturas, es siempre un acto natural, un acto original, un acto principio, y quiérase o no,  sagrado, es decir fatalmente emparentado con la religión, pero…sin serla.»

Tanto pintando como escribiendo, Gaya siempre huyó de la petulancia, de la retórica, de la charlatanería, de los ropajes superfluos, de las ocurrencias ingeniosas, del adorno innecesario, de los decorados, del galimatías hueco, de las mixtificaciones, de la mentira… En suma, lo que él despreciaba eran esas cualidades tan al uso, hace tiempo, en el moderno laberinto de la estética contemporánea.

Las Meninas
(Homenaje a Velázquez)
R.Gaya
1996
 

En  El Taller de la Gracia de Juan Pedro Quiñonero, que tanto y bueno viene regalándonos, en páginas memorables, sobre su paisano, el pintor de Murcia, podemos leer: «A través de su obra escrita, Gaya también nos recuerda, así mismo, otra cosa esencial: el Museo clásico tiene algo de casa del ser de un pueblo. Sin el Museo del Prado, dice Gaya, España sería algo mucho más deshilachado,  absurdo, incomprensible.»

La pinacoteca madrileña atesora algunas de las pinturas más queridas -y homenajeadas- por el artista murciano. Por eso, no es de extrañar que en aquel mismo ensayo ya referido (el dedicado a la naturalidad del arte) completara Gaya su declaración de principios artísticos, mirando atrás y compartiendo esta reflexión en la que se rebela contra la deriva de sonambulismo y sordera que aún hoy aqueja al Arte: «La decisión que se tomara, al empezar el siglo XX, de procurarnos a toda costa un arte…en sí mismo, desasido, desentendido de la realidad -un arte inventado, ideado, imaginado, fantaseado, colocado encima, pegado encima, puesto, superpuesto, postizo, añadido, o sea, un arte, cuando mucho, pergeñador, confeccionador de cosas-, pudo parecer entonces, hace setenta y tantos años, una vívida acción purificadora, salvadora, que nos libraba para siempre del tontísimo y tristísimo realismo, pero nos damos cuenta hoy, a la vista de tanta basura artificial como ha ido acumulándose, que era tan sólo una decisión estúpida, y también, quizá, un tanto…satánica, juguetonamente satánica, de un satanismo estéril, infantil, pueril.»

 

Ramón Gaya ante «Las Hilanderas» de Velázquez
Foto: Juan Ballester, 1992
 

Lejos de emplear sus días en esos frívolos juegos artificiales, Gaya, como aquel pájaro del que nos hablaba San Juan de la Cruz, se iría a lo más alto, solo, poniendo el pico al aire, resistiendo con firmeza y fe los embates de los múltiples vientos de vanguardias y moderneces, tirando por un sendero donde los demás sólo veían maleza y espinos, por la vieja senda que una mayoría, ciega y domesticada, juzgó como un acto y un empeño absurdos: un querer trillar los campos ya agostados del realismo. De nuevo el eterno malentendido, pues para nuestro pintor «la realidad no es más que un punto de partida, pero no hacia una estilización, sino hacia una trascendencia.»

Gaya sólo aspiraba, estaba obligado, a la naturalidad, a la verdad más honda, al misterio sacro de esa criatura que es la obra de creación viva, ese venero inacabable al que siempre se puede regresar para saciar nuestra sed de eternidad; a esa obra a la que el artista trata de ir sin violencias, poco a poco, desnudando y mostrando por fin el alma de las cosas, para hacerla suya y habitarla. A esa búsqueda de un mundo propio, al hallazgo de la obra redentora, se refiere Ramón Gaya en uno de sus sonetos, donde trata de hacerse comprender por los demás a través de la poesía. Escúchale, es su corazón quien te habla y, luego, olvida las palabras y sólo siente, aquello que te susurraba esa voz por dentro, cuando te asomes al brocal de sus cuadros y te aventures empozándote sin miedo en el universo vivo del pintor, todo luz y levedad, que sigue latiendo en su pintura.

Ramón Gaya leyendo su poema «De Pintor a Pintor»
en un museo que lleva su nombre
Murcia
18 de mayo de 2001
 

DE PINTOR A PINTOR

«El atardecer es la hora de la pintura.»

Tiziano

Pintar no es ordenar, ir disponiendo,
sobre una superficie, un juego vano,
colocar unas sombras sobre un plano,
empeñarte en tapar, en ir cubriendo;

pintar es tantear -atardeciendo-
la orilla de un abismo con tu mano,
temeroso adentrarte en lo lejano,
temerario tocar lo que vas viendo.

Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responda desde abajo.

Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.

 

Ramón Gaya en el hotel de la Rue Bonaparte
Foto: Isabel Verdejo
París
1995

PESADILLA A PLAZO FIJO. Drama onírico-especulativo en medio acto y dos escenas. Rafael Rodríguez González, 2008

El teatro en el K.T., Budapest 2000 (manipulada)

Crónica publicada en el diario alcalareño “Ecos del dragón”:

Se celebró el estreno y desestreno mundial en la sesión celebrada en las dependencias de la redacción de La Voz de Alcalá el 25 de Abril de 2008 de la obra “Pesadilla a plazo fijo” en dos escenas y medio acto, en lo que pretendía ser un drama onírico-especulativo. El origen de esta que a duras penas podemos llamar obra fue el trago que durante meses y meses, y a diario, tuvo que pasar el director del quincenal local “La Voz de Alcalá”, Enrique Sánchez Díaz, debido a la ausencia de la redactora jefa del periódico porque, cosa de mujeres, tuvo un hijo, y quien la sustituyó durante esos largos meses de permiso pre y sobre todo postmaternal no era lo que podríamos llamar el colmo de la competencia. En resumidas cuentas, que la obra quería servir de homenaje o desagravio al citado señor. Por deferencia a nuestros compañeros del citado periódico ofrecemos los siguientes datos:

Relator, declamante y recitador: Lauro Gandul Verdún.

Cuadro de actores: El citado y Antonio García Mora, Olga Duarte Piña, Octavio Sánchez Ramos y Javier Jiménez Rodríguez. En honor a la verdad, todos estuvieron a la altura de sus papeles, aunque destacó el último citado, a pesar de la brevedad de su papel o precisamente por eso.

Autor: Gerard Depardieu bajo disfraz alterno de Buster Keaton y Harold Lloyd.

Asistentes, además de los ya citados: Carlos García Gandul, Francisco López Pérez, Alejandro Calderón, Rafael Rodríguez, Pedro Gándara, José Francés, Isabel Asensio, Miguel Ángel Oliveros y, casi sin saberlo, Enrique Sánchez Díaz (nótese la falta de paridad de género).

Al término se produjo un gran aplauso para el homenajeado y otro para la obra, cosa ésta nada sorprendente si se tiene en cuenta que prácticamente la mitad de los reunidos pertenecían al cuadro artístico, y además estaban el autor y el homenajeado, y que una de las presentes es empleada. Debemos finalizar esta amable crónica con un: ¡así cualquiera!

ESCENA PRIMERA

El reloj despertador marca las once y media (de la noche). La mujer ya está acostada, aunque despierta, cuando el hombre se sienta en la cama y resopla pesadamente (aquí el actor resopla sonoramente). Transcurren unos instantes antes de que se tienda.

Ella .- ¿Qué te pasa?

Él .- Que estoy tan cansado que no sé si cogeré el sueño.

Ella.- ¡Ay! Si es que no paras. Menos mal que mañana…

Él coge un libro de la mesita de noche. Es un volumen que equivocadamente le han devuelto por otro. Se trata del Teatro completo, de Antón Pavlovich Chéjov. Lo abre por una página cualquiera y lee algunas líneas “La Humanidad es un camino en marcha que lleva a la felicidad suprema, la cual es posible en este mundo. Yo me hallo en las primeras filas” (palabras del personaje Trofimov, de El Jardín de los Cerezos). Nuestro personaje opta por cerrar el libro y apagar la luz; quiere dormir, no ponerse a pensar, lo que además le resultaría casi imposible. Aunque cierra los ojos sigue despierto por un buen rato; mientras se va adormilando muy poco a poco por su cabeza cruzan imágenes del día que ha finalizado. Por fin, y tras dar varias vueltas en la cama, lo que ha hecho despertar a la mujer por un instante, ya que enseguida vuelve a dormirse porque no le extraña el agitado reposo del marido (“reposo” es término muy excesivo para el caso), el hombre cae en el sueño y en los sueños.

Aparece en el caletre inconsciente la escena que ha vivido ese día por la mañana con dos amigos, mientras desayunaban. Están hablando del flamenco, de las tantas fotografías que ha hecho sobre ese tema, algunas de las cuales aparecen y desaparecen sucediéndose, a modo de flashes; algunas se repiten, y entonces oye a un cantaor, que no canta sino que recita o sentencia, que en la conversación han recordado.

En la casa de las penas

ya no me quieren a mí,

porque tengo yo más penas

que las que caben allí

Quisiera verte y no verte,

quisiera hablarte y no hablarte,

quisiera no conocerte

para poder olvidarte

Oye voces llamando a una mujer por un nombre que no distingue. Él está llegando al puente después de una caminata que ha tenido que ser muy larga, bajo un sol abrasador y chorreándole el sudor; ya chasquea sin sonido su lengua seca pensando en el agua que le espera, las paredes de la boca son como reversos de azulejos, no hay nadie por el camino, no puede más; es el primer día del mes, o es el quince, cree que llega a un oasis, pero no, apenas bebe ha de volver al camino, igual de agotado, ya tembloroso, trastabillante; la luz es cegadora, líneas fulgurantes llenan sus ojos hasta dañarlos.

En ese mismo momento se despierta, sobresaltado. La sed es intensa, y se pregunta si lo que ha comido se la estará produciendo. Y se responde que no, que es imposible, cómo una tortilla francesa sin sal y un vaso de leche van a ser los culpables de tanta sed. Bebe del vaso que hay en la mesita, hasta agotar toda su agua. Se revuelve e intenta otra vez dormir, consiguiéndolo sin conseguirlo. Al rato vuelve a oír al cantaor:

Cuando un hombre que es muy hombre

las lágrimas deja ver,

allá en el fondo del alma

¡qué pena debe tener!

Cada día me parece

que no puedo sufrir más,

y cada día me traes

un aumento de pesar

Se le aparecen repentina y calidoscópicamente turbias imágenes de mujer, de mujeres, cada una de las cuales pronuncia sus apelativos ante el soñador dormido mientras éste permanece sentado en un sillón al que está atado aun sin cuerdas: ¡Soy Isabel de Farnesio! ¡Yo soy la Católica! ¡Aquí está Isabel II, hija de Fernando VII, madre de Alfonso XII, abuela de Alfonso XIII, tatarabuela de Juan Carlos I y qué sé yo de Felipe ese de Asturias! ¡Y yo Isabel II, la suegra de Diana de Gales! ¡Y yo Santa Isabel de Hungría! ¡Pues yo soy Isabel de Portugal! ¡Aquí estoy yo, Isabel Cristina, emperatriz de Alemania! ¡Yo soy Isabelita Espinosa, la que le dijo a Gandulfo, cuando éste tenía cuarenta años y yo noventa, mientras me arreglaba los pies: “Ay, Francisco, no sé lo que vamos a hacer cuando usted falte”. Isabel es la mujer que le quita el sueño como no se lo ha quitado ninguna otra, ni siquiera la que yace junto a él, o casi. ¿Pero quién es esa Isabel, por todos los diablos?

El soñante abre una puerta sirviéndose de dos llaves, se encuentra flotando en el aire varios ordenadores que tiene que esquivar, entre ellos un portátil; en el suelo hay un montón de ejemplares de un periódico, desperdigados a todas luces intencionadamente, con casi todas las páginas en blanco; las fotografías que debieran estar en las páginas también están en el suelo, otras también flotan, todo está en un absoluto desorden, suena el teléfono sin cesar, llaman a la puerta una y otra vez; está asustado, profundamente agobiado, quiere salir, dejar de ver todo esto, tan absurdo todo. Una voz femenina se oye a la vez lejana y próxima (interviene la actriz): “¡Soy Isabel! ¡Soy Isabel!”.

Tiene que vomitar, y lo hace. Sale de ese lugar, dando inciertas patadas a los papeles que cubren el suelo. Al salir a la calle ve una inscripción en la fachada de enfrente:

En la puerta de La Voz

hay escrito con carbón:

“Aquí el bueno se hace malo

y el malo se hace peor”

Es raro, ha recibido un mensaje en su teléfono celular, cuando el número no lo saben más allá de dos personas:

Aquel que empieza una obra,

razón será que la acabe,

para que nunca se diga

que la dejó por cobarde

Unos versos de Lope de Vega que aprendió en su niñez también aparecen en su sueño, no distingue quien los pronuncia, pero cree que es él mismo:

Yo he de morir y ya se acerca el día,

que el mal en mi salud su curso hace

y cuando llega el bien es poco y tarde

Se despierta de nuevo y va a la cocina a beber agua. También va al cuarto de baño. Mientras alivia su vejiga por la micción, su cabeza atorada no da pie con bola, nada se pone en orden. El sudor llena su frente y su cuello. Al fin regresa a la cama y cae dormido, extenuado. Ni para soñar le quedan ya fuerzas.

ESCENA SEGUNDA

Ella (ya levantada y arreglada).- ¡Enrique, chiquillo, levántate!

Él.- ¡¿Eh, qué, qué pasa?!

Ella:- ¿Tú sabes la hora que es? Que te ha llamado Isabel, que si vas a ir que te están esperando en el periódico. Mira que no ir a recibirla el primer día, después de tanto tiempo…

Cae el telón y termina el sufrimiento.

Con las más sentidas condolencias, algunos de tus amigos

Abril de 2008

MANUEL DOMÍNGUEZ GUERRA (fragmento)(«Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2004)


El artista Manuel Domínguez Guerra
2004
Foto: ODP

El sacrificio del artista

EL PINTOR se queja de que una gran parte del arte contemporáneo resulta ininteligible para muchos. Frente a ese mal él propone -y a sí mismo se aplica como principio- que hay que realizar un esfuerzo, que el artista debe sacrificarse, aunque le resulte doloroso, por hacer su arte más entendible, más digerible. Porque ello es necesario. Él no cree que la mayoría de los artistas quieran tomarle el pelo a nadie sino que, las más de las veces con buena fe -por creer que sólo deben crear para otros artistas, o espectadores tan iniciados que alcanzan la comprensión de ellos-, no se esfuerzan en un momento clave del acto creativo, aquél en que surge la forma por la cual el caos previo, que exige ser expresado siempre a la conciencia del creador, toma al fin una concreción con una clara impronta definitiva; pues es en ese momento y ahí mismo, ante y sobre la forma surgida, cuándo y dónde debe el creador pegar un salto más hacia el fondo, hacia un encuentro con las personas siempre, los simples espectadores, un salto consistente en traducir esa forma para hacerla interesante para mucha gente que no es artista, para muchos que creen que el arte no les es necesario, para muchos que quieren entender el arte y que quedan decepcionados cuando ese arte que quisieran comprender no está en un lenguaje que pueda pertenecerles y, por tanto, no consiguen franquear la puerta que desean poder abrir de veras.

Manuel Domínguez Guerra considera que no es el espectador quien tiene que asumir ese sacrificio, sino el creador, a quien, respecto de su obra pura por el concebible pero no dable a los otros aún, corresponde exclusivamente la obligación de traducirla como obra para comprender, única ofrecible a los demás, surgida de la obra misma, sino dejar de contener en su forma última, verdaderamente definitiva, la expresión del propio ser del artista.

Una obra es inimitable

En otro orden de cuestiones, nos refiere que, afortunadamente, en el mundo occidental es más fácil el acceso a la cultura y, por tanto, al arte, lo que explica que, por ejemplo, en la Florencia del siglo XXI haya más artistas que en la de los siglos del renacimiento.

En relación a internet opina que es un instrumento extraordinario pero que hay una parte negativa consistente en la mayor uniformización que se aprecia en el arte que realizan muchos, sobre todo los más jóvenes. Se tiende a imitar una obra de tal o cual artista lo que supone una renuncia a la propia personalidad porque cada obra está vinculada a una vida concreta, a una biografía particular de la que va generándose una obra realmente inimitable. Todos se nutren de otros pero no debe notarse: las influencias sólo han de incorporarse por quienes tengan afianzada su manera de ser.

Atlas
Foto ODP

La sociedad y los artistas

Denuncia que la sociedad aplique un doble rasero al arte y a los artistas: por un lado son menospreciados y por otro son endiosados los autores y sus obras.

Los políticos, en verdad, consideran ineficaz el arte, o lo que es lo mismo, que la sociedad no puede ser transformada por el arte y sí por la política y la economía. El no puede estar más en desacuerdo habida cuenta de que, si bien los cambios que marcan estos órdenes son más evidentes, a la postre no suponen el cambio verdadero y profundo, que sólo puede llegar a la sociedad a través de los humanistas y de los artistas. Lo que siendo así, no impide que artistas como Picasso o Dalí hayan contribuido a la banalización del arte al dar como válidas obras que no eran verdaderamente representativas de su ser artístico y ello por fines púramente mercantiles.

Para Manuel Domínguez Guerra el arte se nutre de la capacidad del artista de apiadarse de la realidad, de su capacidad de amar. Nunca como ahora es más necesario y últil. Acaso sirva para conducirnos a la belleza en un mundo donde cada día resulta más horrorosa la vida. Para esa victoria podemos contar con el entusiasmo que nos suscitan las obras de artistas como éste. Él nos enseña que sólo va a brotar el entusiasmo cuando nos rindamos a lo que nos emocione, y así vencer a lo que niega la existencia y el ser.

Menina

RAFAEL LUNA (fragmento) («Historias de Vidas», Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2004)

 

Fafi 2004

El pintor en su estudio de la calle Coracha
Foto O.D.P., 2004

 

Así como don Juan revela a Carlos Castaneda que es un cuervo, que aunque se le vea como don Juan, si se le sabe ver aparecerá como cuervo; le hemos preguntado a Rafael Luna si él puede decir como el indio yaqui, y si es algún pájaro lo que se vería de él sabiéndolo ver. Nos contesta que no, que él se siente más asociado a un pequeño felino; aunque su abuelo tenía una lechuza con las alas cortadas por el patio de su casa, que tan pronto se la veía en la ventana del comedor como entre las macetas, se la alimentaba, se convivía con ella. Su abuelo, que tenía vacas en Torreblanca, trajo la lechuza. Quizá pudiera tener en común con los pájaros su obsesión por el horizonte: «Imaginar que todos mis deseos más maravillosos están allí, pero sabiendo al mismo tiempo que es una ilusión, porque el horizonte no existe. Nunca voy a encontrarlo aunque siga eternamente dando la vuelta a la Tierra.»

            Su primer dibujo lo hizo con 6 ó 7 años. Recuerda que era una viñeta que trazó en la contraportada de un atlas donde se representaba a un legionario con su metralleta diciendo algo así como «¡venga Pepe!», desde lo alto de la batea de una antigua furgoneta.

            (..) «Saco mis historias de mi curiosidad, de los medios de información y de la calle, o de la misma historia de la pintura. Soy un voyeur. Encuentro una máxima y la repito, hago un reportaje, como con las máquinas de escribir, las sillas de barbero, las meninas o los laberintos de sábanas. No me preocupa tanto la técnica como a los pintores puros sino contar una historia, aunque sea absurda, y comunicar. Muchas veces yo pienso que soy más literato que pintor. No me considero un artista mártir porque aparte de la pintura me han gustado otras cosas. Si tenía un poco de dinero no era para comprar pinceles sino que prefería tomarme un café viendo a la gente pasar desde la terraza más elegante de París, aunque no me tomara otro en un año.»

 

1-Fafi, 2008

Gramófonos

 

3-Fafi, 2008 (La botella sonora)

La botella sonora
 
El billar-futbolín