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BÓSFORO. Por José Manuel Colubi Falcó


EL BÓSFORO 04032007 LGV

 El Bósforo

Foto: LGV 2007

 

En latín, Bosphorus, del griego Bósporos, es el canal de Constantinopla, que marca límite marino entre Europa y Asia y une el mar Negro —Ponto Euxino en la antigüedad— y el mar de Mármara, la Propóntide, en la ruta de comunicación de aquél con el Mediterráneo por el ayer Helesponto y hoy estrecho de los Dardanelos. El estudiante se familiarizaba con él mediante el puntero, durante su último año de permanencia en la escuela, antes de iniciar los estudios de Bachillerato (el de siete cursos, anterior al B.U.P.). Algunos incluso tenían la suerte de enterarse del porqué de su nombre: Bósforo o Bósporo, Paso de la Vaca, de «bos», res bovina, y «póros», poro, paso. ¿Qué vaca, pues, pasó por él y le dio nombre? Una, de estirpe real, llamada Ío.

 

         Ío, naturalmente, no era una vaca; de la realeza de Argos, capital de la griega Argólide, su padre fue un dios-río, Ínaco, y ella ejercía de sacerdotisa de la diosa Hera, la Juno romana, en su ciudad natal. Mas como sucedía a menudo, Zeus, el Júpiter romano, dios voluble y caprichoso, se enamoró un día de tan bien parecida muchacha y, según cuenta el mito, cuando ésta se hallaba sumida en profundo sueño, recibió la orden de dirigirse a las riberas del lago de Lerna y entregarse allí al abrazo amoroso del padre de hombres y dioses. La joven, turbada, dio noticia del sueño a su padre y, consultados por éste los oráculos de Delfos y Dodona, obedeció. Zeus la hizo suya en una de sus múltiples aventuras, envuelta en espesa nube y transformada luego en blanca ternera, a fin de que Hera no se percatase de lo sucedido. En vano, la diosa, siempre imperativa y vigilante de su esposo, celosa y suspicaz, baja a la tierra, disipa la niebla y descubre a Ío en su nueva forma; sin fiarse de los juramentos —perjurios— del marido, se la pide en don y, dueña ya de su rival —una más—, la pone bajo la custodia de Argo, perro de cien ojos, de los que tiene siempre cincuenta en vela, para impedir nuevas coyundas. También en vano: Hermes acude en ayuda de Zeus y, habiendo sumido a Argo en profundo sueño, le corta la cabeza. Es el comienzo del peregrinar de Ío: Hera envía un tábano que la atormenta con sus picaduras, y la ternera, enloquecida, recorre Grecia, cruza el estrecho al que da nombre y, errante por Asia Menor, llega por fin a Egipto, donde pare un hijo de Zeus, recupera su forma original y recibe culto divino bajo un nuevo nombre: Isis.

 

LAS HIJAS DE PANDIÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

Filomela y Progne
Elizabeth Jane Gardner
1837-1922

«Una sola golondrina no hace primavera», dice un refrán griego que, entre otros, nos ha transmitido Aristóteles. Una, no, pero más, sí: siempre se ha tenido a estos simpáticos pajarillos por nuncios o mensajeros de aquélla. Lo son, ciertamente, y a menudo los poetas los han saludado llamándolos «hijas de Pandión». Poético nombre, sí, pero fruto de una trágica historia que Ovidio (Metamorfosis VI, 426 s.) relata con tintes sombríos.

El tracio Tereo, hijo de Ares, dios de la guerra, se casa con Progne, hija de Pandión, rey de Atenas. En mala hora, porque, según nos cuenta, ni Juno, protectora del matrimonio, ni Himeneo ni Gracia prestan asistencia a su lecho, y las Euménides –también Erinias o Furias- lo preparan portando antorchas robadas de un entierro; además, un nefasto búho pone sus reales en el techo del tálamo nupcial. Pésimos presagios, pues, para esas bodas.

Pasados cinco años y nacido ya un hijo, Itys, Progne suplica al marido que le permita visitar a su hermana Filomela o que éste se llegue a su corte. Tereo accede y, tras dura navegación, a vela y a remo, toca por fin las playas del Pireo. Llegado a palacio, cuando está exponiendo al suegro el motivo de su viaje llega a presencia de ambos Filomela, rica por su atavío y más aún por su belleza, que cautiva a Tereo. Presa de irresistible pasión, ardiente como cuando «se pone fuego bajo las canas espigas o se quema el follaje y las yerbas almacenadas en los heniles», éste consigue, con vanas promesas, el viaje de aquélla. Mas una vez llegado a sus playas, el rey viola a la joven y la encierra en un caserío, no sin haberle cortado la lengua para impedir que contara su suerte a Progne. Pero la astucia femenina no cesa: Filomela teje una tela con marcas que son la denuncia del hecho y por medio de su sierva la envía a Progne, entonces abatida por la desgracia que, según Tereo, acabó con la vida de su hermana. Sabedora ya de lo sucedido, ésta, como bacante en las fiestas de Baco, va en busca de Filomela y junto con las demás ménades la libera. Y se urde la venganza: matan a Itys y en una cena se lo sirven al rey, quien, una vez saciado, pide que le traigan al hijo. «Dentro tienes a quien pides», responde la madre y Filomela muéstrale la cabeza del niño. Enfurecido, Tereo quiere matarlas pero los dioses las metamorfosean, a una, Filomela, en ruiseñor, que en el bosque llora su desgracia con triste canto, y a Progne en golondrina, de plumas manchadas del sangre; también a Tereo, en abubilla, cuya cresta parece el casco de un guerrero y el pico su lanza.

Banquete de Tereo
Peter Paul Rubens
1577-1640

KALENDAS. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Julio César (100 a.C. a 44 a.C.)
por Rubens (1577-1640)

 

Todas las sociedades han necesitado, desde las más primitivas edades, un cómputo del tiempo, una memoria que les permita tener presentes los datos que rigen la vida cotidiana en sus repetidos ciclos. De ahí la invención del calendario, ese registro que recoge las indicaciones astronómicas rectoras de la actividad agraria y de las solemnidades civiles y religiosas.

             Calendario es voz que procede de Kalendae, nombre del primer día del mes entre los romanos. El primer calendario, de Rómulo, era, lógicamente, agrario, para una sociedad agraria, con diez meses (marzo-diciembre) y el corazón del invierno, sin labores agrarias; el segundo, de Numa, lunar, sufre cambios para adaptarlo al solar. Mas los desajustes discurren hasta el año 46 a.C., con un calendario de doce meses: ianuarius (enero –de ianua, puerta-, de las fiestas del dios de las puertas), februarius (febrero, de las purificaciones), martius (del dios Marte, marzo, el primero del año romano), aprilis (abril, de etimología incierta), maius (mayo, cuyo nombre deriva de una divinidad itálica luego identificada con Maya, madre de Mercurio), iunius (de la diosa Juno, asimilada a Hera, la esposa de Júpiter), quintilis (quinto, después julio, por Julio César), sextilis (sexto, luego agosto, según el emperador Augusto), september, october, november, december (séptimo, octavo, noveno, décimo). En 46 a.C., Julio César, siguiendo a Sosígenes, nos lega el calendario juliano: corrige el desajuste dando a este año 445 días, y hace que desde el 1 de enero del 45 el año tenga 365 días, con la adición de uno cada cuatro, el bisiesto, porque el día de más se añade contando dos veces el sexto día (bi sextus) anterior a las calendas de marzo, es decir, el 24 de febrero.

             Los romanos contaban los días del mes retrógradamente, en torno a tres: calendas (el uno), nonas (el siete en marzo, mayo, julio y octubre, y el cinco en los restantes) e idus (quince o trece, con igual distribución), entrando también éstos en el cómputo e igualmente el día de partida. Así, del 25 de enero se decía que era «el día octavo anterior a las calendas de febrero»; del 4 de marzo, «el día cuarto anterior a las nonas de marzo», y del 11 de abril, «el día tercero anterior de los idus de abril». Y los señalaban con las letras F, N y C: fastos (con oficinas abiertas para los asuntos públicos), nefastos (si no lo estaban) y comiciales (aptos para la celebración de comicios).

 

CLEOBIS Y BITÓN. «VOCABULARIO DE LA FÁBULA» 1845. Por Don Santos López Pelegrín (1801-1846)

 

Cleobis y Bitón
S. VII a. C.
Museo de Delfos

 

«Eran dos hermanos que se hicieron célebres por su piedad para con su madre, que era sacerdotisa de Juno, pues siendo necesario que la  condujesen en un carro al templo para un sacrificio que debía hacer, suplieron la falta de bueyes que habían de tirarlo, por no haberse hallado entonces, unciéndose ellos mismos y llevándola al templo. Enternecida su madre con esta muestra de afecto, suplicó á Juno les concediese el mayor bien que los hombres pudiesen recibir de los dioses. Después de haber cenado con su madre, fueron á acostarse, y por la mañana los encontraron muertos en las camas.» 

ABRACADABRA. De «Vocabulario de la fábula» 1845 (por Don Santos L. P.)