BÓSFORO. Por José Manuel Colubi Falcó
Foto: LGV 2007
En latín, Bosphorus, del griego Bósporos, es el canal de Constantinopla, que marca límite marino entre Europa y Asia y une el mar Negro —Ponto Euxino en la antigüedad— y el mar de Mármara, la Propóntide, en la ruta de comunicación de aquél con el Mediterráneo por el ayer Helesponto y hoy estrecho de los Dardanelos. El estudiante se familiarizaba con él mediante el puntero, durante su último año de permanencia en la escuela, antes de iniciar los estudios de Bachillerato (el de siete cursos, anterior al B.U.P.). Algunos incluso tenían la suerte de enterarse del porqué de su nombre: Bósforo o Bósporo, Paso de la Vaca, de «bos», res bovina, y «póros», poro, paso. ¿Qué vaca, pues, pasó por él y le dio nombre? Una, de estirpe real, llamada Ío.
Ío, naturalmente, no era una vaca; de la realeza de Argos, capital de la griega Argólide, su padre fue un dios-río, Ínaco, y ella ejercía de sacerdotisa de la diosa Hera, la Juno romana, en su ciudad natal. Mas como sucedía a menudo, Zeus, el Júpiter romano, dios voluble y caprichoso, se enamoró un día de tan bien parecida muchacha y, según cuenta el mito, cuando ésta se hallaba sumida en profundo sueño, recibió la orden de dirigirse a las riberas del lago de Lerna y entregarse allí al abrazo amoroso del padre de hombres y dioses. La joven, turbada, dio noticia del sueño a su padre y, consultados por éste los oráculos de Delfos y Dodona, obedeció. Zeus la hizo suya en una de sus múltiples aventuras, envuelta en espesa nube y transformada luego en blanca ternera, a fin de que Hera no se percatase de lo sucedido. En vano, la diosa, siempre imperativa y vigilante de su esposo, celosa y suspicaz, baja a la tierra, disipa la niebla y descubre a Ío en su nueva forma; sin fiarse de los juramentos —perjurios— del marido, se la pide en don y, dueña ya de su rival —una más—, la pone bajo la custodia de Argo, perro de cien ojos, de los que tiene siempre cincuenta en vela, para impedir nuevas coyundas. También en vano: Hermes acude en ayuda de Zeus y, habiendo sumido a Argo en profundo sueño, le corta la cabeza. Es el comienzo del peregrinar de Ío: Hera envía un tábano que la atormenta con sus picaduras, y la ternera, enloquecida, recorre Grecia, cruza el estrecho al que da nombre y, errante por Asia Menor, llega por fin a Egipto, donde pare un hijo de Zeus, recupera su forma original y recibe culto divino bajo un nuevo nombre: Isis.