Posts from junio 2013.

COLOQUIOS (220): «TRAS EL NAUFRAGIO DE “DIÁLOGOS” [Nº 10]». Gabi Mendoza Ugalde

 

MagrittePipe

La traición de las imágenes

René Magritte

(1898-1957)

 

—Pensar, escribir, sentir es… Pero de lo que se trata es de algo mucho más inquietante. Mantenerse en el seno mismo de la pregunta y, engendrar un pensamiento nunca detenido.

—Conquistada la fórmula de la pregunta ¿para qué queremos respuestas? Responder es clausurar.  No podemos vivir en lo cerrado.

¡Que nos dejen el aire que corre sin límites por los campos de la pregunta! Propaguemos y propugnemos la abolición de las respuestas.

 

SIN TÍTULO (TÉCNICA MIXTA SOBRE TABLA). Pintura de Rafael Luna

 

sintítulotécnicamixtasobretablaFAFI
_____________________

CONTINUARÁ… Exposición de Rafael Luna en la Casa de la Provincia (Sevilla, desde el 14 de marzo hasta el 28 de abril de 2013)

 

NO DIGO NADA, NO PUEDO. Poema de Lauro Gandul Verdún

nodigonadanopuedo

DEJADME VER LAS PALOMAS. Poema de Lauro Gandul Verdún

dejadmeverlaspalomas

COCHE DE CUERDA. Pintura de Rafael Luna (acrílico sobre lienzo)

 

cochedecuerdaacrílicosobrelienzoFAFI
_____________________

CONTINUARÁ… Exposición de Rafael Luna en la Casa de la Provincia (Sevilla, desde el 14 de marzo hasta el 28 de abril de 2013)

 

EL AIRE ES UNA CONCHA AMARILLA PUESTA DEL REVÉS. Poema de Lauro Gandul Verdún

elaireesunaconchaamarilla

Coloquios (219). Gabi Mendoza Ugalde

 

 BIBLIOTECA DE JOÃO DE DEUS (1830-1896)

Foto: ODP Lisboa 2012

 

—¡Nunca me los devolvió!

—No le prestes más libros.

—Si algún día entro en su biblioteca, cueva de ladrón, allí mismo lo heriré mortalmente, para parar su expolio de raíz.

 

MANUEL FERNÁNDEZ GARCÍA, SEMBLANZA DE UN PINTOR. Por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún

 

Retrato 2

El pintor en su estudio

Foto: ODP 2013

 

Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas;

y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero.

 (Gén. 1, 4-5)

 

 

A ti, temblor y halo del paisaje,

recortadora del perfil y ciega

para el pincel abierto que disgrega

la mancha de la mar y del celaje.

 

Rafael Alberti

 

M. FDEZ. GARCÍA 1

 Puerta de Sevilla en Carmona

(Acuarela)

 

Tanta historia en tus calizas entrañas, hojaldrada Carmona. Viejo recinto recio contenido por tu devenida templanza dentro de la majestad de tu cerca, que amuralla el tiempo acumulado, todo el tiempo de los milenios que ya no provocan el vértigo de su inexorable transcurso, porque el miedo se lo tragó el olvido, y tú ya eres el ámbito de la luz. Carmona, eres Roma en el alcor. Una Roma de foro, de voces antiguas como la tierra o la piedra cuyos ecos aún resuenan en cualquiera de tus rincones, y todavía pueden verse los resplandores que asombraron a ignotas miradas. Carmona, donde los veneros acostumbran a florecer en los fontanales de los escarpes, o en el corazón de las plazuelas. Aguas diáfanas para saciar un afán de luz de un hijo tuyo, Manuel Fernández García. Hijo de tu tiempo, de tu historia plena y de un cielo filtrado por las copas de unos pinos.

         Árcade en Carmona, Arcadia del pintor, donde anudado a la fluencia densa de lo mítico en su ciudad y protegido por el abrazo de las edades, lleva desenvolviendo un arte que sólo se hace evidente en los lugares eternos, entre otros merecidos herederos de tan opulenta memoria. Y vienen siendo para todos nosotros una suerte su retina y su mano derecha; su dibujo; sus pinceles y su paleta, con los que ha fecundado lienzos, tablas o papeles; y suerte para Carmona, donde acrisolado se vierte y vive, entrañado en la caliza, consistiendo ya en una capa de colorida pintura, una capa más en el hojaldre milenario del sereno fulgor de un lucero, cuna y morada del artista.

 

M. FDEZ. GARCÍA 4

Plaza de abastos de Carmona (s. XIX)

(Óleo sobre lienzo)

 

Manuel Fernández García nace en la calle Bogas del barrio de San Felipe, el 29 de diciembre de 1927. En sus primeros recuerdos están su única hermana, Dolores, y sus padres. En 1922 el padre había abierto una tienda de tejidos en un inmueble adosado a la Puerta de Sevilla. Él se crió en la tienda, aunque de los vecinos de San Felipe se acuerda  con cariño, como si fueran parte de su familia. Recuerda también la feria con su padre, y haciendo la primera comunión. Del barrio de San Felipe era también Miliki (Emilio Alberto Aragón Bermúdez, Carmona 1929-Madrid 2012), que había nacido en la casa de enfrente, aunque apenas lo recuerda porque al quedar huérfano de padre, un tío suyo, que era payaso lo acogió y se lo llevó con su circo.

 

plazueladelpintor M.V. 29013 carmona

Plazuela del pintor en la judería de Carmona

(Foto: M. V. 2013)

 

Su bisabuelo paterno fue un pintor decimonónico de temas religiosos, aunque se le conoce un paisaje de desierto en un cuadro sobre Los Reyes Magos. Firmaba sus obras con el apellido Pérez. Es el autor del cuadro de la virgen de Gracia que cuelga de una de las paredes de su casa, que fue un regalo para la hija, abuela de Manuel, cuando se casó. Tuvo un hijo que también fue pintor y firmaba Pérez Hurtado. Hay un debate en la familia sobre los cuadros que han heredado, algunos creen que eran del bisabuelo y otros del tío abuelo. En la casa familiar una puerta tenía pintada una cesta con unas flores y sus tías lo mismo le decían que la había pintado el bisabuelo, que el hermano de la abuela, tío Antonio. Todo viene porque muchas veces no ponían las fechas y otras ni siquiera firmaban los cuadros. Entre estos ascendientes artistas hay otro pintor en la  familia, llamado Juan de la Cruz, que murió en el manicomio de Sevilla, donde al parecer había cuadros de él. Su abuelo materno se apellidaba Canelo, y aunque actualmente se ha perdido como apellido en Carmona, en el siglo XVI los Canelo tenían derecho a «bastón de mando». Fue un gran herrero en cuyo taller se forjaron herrajes de gran valor artístico. 

En el colegio del convento de las dominicas de Madre de Dios dibujaba. Sus compañeros de párvulos le servían de modelos. Dibujaba a los niños cuando los castigaban a estar de rodillas o contra la pared. Es el recuerdo más remoto del artista con la pintura. Sor Patrocinio, que era la maestra de los niños en el parvulario, le tenía mucho cariño porque era menudo y bueno. Fue ella quien lo llamó por primera vez Manolín, que es el nombre por el que todo el mundo conoce al pintor en Carmona. Aún conserva una estampa dedicada por la monja donde ésta dejó escrito: «A mi querido y monísimo Manolín de su tía Sor Patrocinio.» Como compañeros de pupitre tuvo a Manuel  Losada Villasante (1929), que andando el tiempo llega a ser discípulo de Severo Ochoa y premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica; y a José María Requena (1925-1998) el escritor, poeta y periodista, premio Eugenio Nadal en 1971 por su primera novela, titulada El cuajaron, cuya portada precisamente dibujó Manuel, que también colaboró con el escritor en otras ediciones de sus libros. Requena, cuando eran jóvenes, exhortaba al pintor para que se fuera con él a Bilbao, le decía que allí estaba su porvenir, pero a éste nunca se le hubiera pasado por la cabeza marcharse de Carmona.

 

portada1ªed.1971Portada de la 1ª edición

 

Empezó el bachillerato como alumno interno en el colegio de San Hermenegildo de Dos Hermanas, que regían los terciarios capuchinos. El colegio había sido correccional antes de la guerra: todavía conservaba las puertas con las postiguillos por donde les metían los platos de la comida a los niños recluidos, estaba rodeado de unas tapias altas para que, entonces, no se escapara nadie. Pero cuando él estuvo en San Hermenegildo, aunque había disciplina, sabía, por algunos de sus amigos, que el colegio de San Hermenegildo era una gloria comparado con los salesianos de Alcalá o de Utrera, donde eran mucho más duros que allí. Los frailes, por ejemplo, los llevaban a dar buenos paseos al Tomillar e, incluso, a Alcalá; a los que estaban en quinto y sexto, con permiso de sus padres, les dejaban fumar, aunque los curas no fumasen. Después estuvo, también interno, en los Escolapios de Sevilla, donde los curas fumaban y a ellos no los dejaban fumar. En los Escolapios había demasiada disciplina. No llegó a terminar el bachillerato porque le hizo falta a su padre en la tienda.

En San Hermenegildo, entre las asignaturas que se impartían estaban el dibujo artístico y el dibujo técnico. El tiralíneas no le gustaba; dibujar tuercas, tornillos o pernos, no era lo suyo. Orondo, barbudo y grande, el padre Jaime era el profesor de dibujo artístico. Como la clase de dibujo estaba en la planta alta del edificio, para subir y bajar las escaleras el padre Jaime se apoyaba en su bastón con una mano y con la otra en el hombro de Manuel, aunque no tanto para ayudarse —la corpulencia de Manolín era la antípoda de la del fraile— como porque tenía predilección por el bachiller, apreciaba mucho sus dibujos y no había exposición escolar a la que no mandara sus trabajos. En una carpeta conservó Manuel todas las láminas con los dibujos de piezas de escayola (bustos, hojarasca, capiteles…) que hizo mientras fue alumno del Padre Jaime.

 

Molino de San Juan M.F.G.

Molino de San Juan de Alcalá de Guadaíra

Molino de Benarosa M.F.G.

Molino de Benarosa de Alcalá de Guadaíra

Esos dibujos, precisamente, son los que pudo mostrar a José Arpa Perea (Carmona 1858-Sevilla 1952) cuando lo conoció con catorce años. Después de pasar una gran parte de su vida en Roma, Méjico o San Antonio de Tejas, don José había regresado a España con setenta años, a Sevilla, donde tenía su casa en la calle Jáuregui y su estudio en la calle Feria, pero pasaba los veranos en Carmona. Venía con un sobrino que le acompañaba y se hospedaban en una fresca habitación del Hotel Comercio. Uno de esos veranos Arpa pretendía pintar la calle y la torre de San Pedro desde la Puerta de Sevilla, que era paso obligado para ir al mercado de toda la gente del Arrabal, cuando todavía todo el tránsito de personas y vehículos se hacía a través del arco romano, lo que supuso que fuera grande la dificultad que tenía el pintor para tal empeño —le pusieron hasta un guardia municipal—.Un día su padre le ofreció el balcón del piso superior de la tienda. Desde allí José Arpa pintó muchas veces la calle y la torre de San Pedro. Manuel ya se había incorporado al negocio familiar y no perdía ocasión de estar junto al maestro cuando éste trabajaba en el almacén de la tienda, muy atento a lo que hacía y en silencio los dos.

Manuel se sentaba en una silla mientras don José trabajaba, sin molestar. Arpa se extrañaba de que el muchacho estuviera allí viéndolo pintar y sin levantarse durante tantas horas. Y hablaron:

 —¿A ti te gusta la pintura?

 —Sí a mí me gusta mucho.

 —¿Tú has hecho algo?

 —Yo tengo del colegio de los hermanos de San Hermenegildo, algunas láminas de las que hacía.

 —Tráelas, tráelas…

 —Ah!, tú dibujas muy bien, ¿por qué no pruebas?— dijo el maestro cuando vio su carpeta de dibujos.

 El almacén de la tienda, situado en la parte superior, se convirtió en el lugar donde Arpa guardaba sus caballetes, lienzos, óleos, pinceles y otros enseres. Allí trabajaba todos los días menos los domingos. Uno de éstos, Manuel, sin licencia de aquél, cogió algunos tubos de óleo y una tablita que había quedado preparada y sobre ella pintó un cuadrito desde su azotea de la Torre de San Felipe, ese domingo. Así realizó su primera pintura al óleo. Ya no era un dibujo. Y a Arpa le gustó, y no tuvo que reprocharle nada por su atrevimiento, sino todo lo contrario. Manuel salió una infinidad de veces con Arpa a pintar, porque entonces se pintaba todo del natural, unas veces buscando vistas de la vega o desde ésta de los escarpes del alcor, y otras buscando patios o plazuelas. Arpa le pedía permiso a su padre para aquellas excursiones que éste educadamente otorgaba, aunque a don Fernando le hacía muy poca gracia, pues no le veía mucho futuro a la pintura como trabajo o profesión de su hijo, a quien prefería preocupándose más de la tienda como porvenir; aunque ya la suerte estaba echada y el futuro sólo podría ser visto desde pinceles y perspectivas. Poco tiempo después no tuvo inconveniente el padre de Manuel para que el almacén, que estaba vacío de géneros en aquellos años cuarenta de escasez y posguerra, sirviera como primer estudio del hijo, durante muchas temporadas compartido con Arpa. Como don José y Manuel pasaban mucho tiempo juntos, Rafael, el farmacéutico, les decía: «ya vienen el maestro y el discípulo» y Arpa, que tenía 90 años, contestaba: «No, no; somos amigos». Con esa edad tenía una salud envidiable. Era capaz de ir desde la fonda hasta el Alcázar, donde está hoy el parador,  andando con su bastón y llevándolos con la lengua fuera al sobrino, que portaba el maletín y el caballete,  y a él, mientras les decía: «La mano derecha que vaya libre; la caja de pintura  y el caballete en la izquierda». Porque había que cuidar el pulso de la mano derecha.

 

joséarpapereaautorretrato

Autorretrato

José Arpa Perea

1858-1952

 

 El discípulo recuerda que el maestro le daba muchos consejos. Cuando ponía a su vista algún trabajo él nunca decía «Esto no es así», sino «Yo lo hubiera interpretado de esta forma». Lo evoca como un ser estupendo, generoso y muy ameno que le obligaba, le corregía sin dejar de ser grato lo que provocaba en Manuel que creciera su entusiasmo por la percepción pictórica de la realidad de José Arpa, por esa concreta mirada del mundo: una tradición plástica a la que Manuel Fernández García se anudó de manera sencillamente natural y que ha continuado con una obra que en calidad y cantidad le acredita como legatario cimero y leal, y como representante indiscutible, del paisajismo andaluz desde el último tercio del siglo XIX.

En su recuerdo están también los escultores Francisco Buiza Fernández (Carmona 1922-Sevilla 1983) y Antonio Eslava Rubio (Carmona 1909-1983). Frecuentaba sus talleres en la calle Feria y en la Plaza de Mengíbar, respectivamente. La forma de hacer, de trabajar de estos escultores le influyeron en su forma de hacer y trabajar con la pintura.

 

paletadelpintor LGV camona(Foto:  M. Verpi)

 

Estudio del artista 2

(Foto ODP 2013)

 

A lo largo de toda su larga vida no ha tenido necesidad de salir mucho de Carmona, y aunque en el estudio de su centenaria casa haya sido donde ha aplicado su colorido y ejecutado sus cuadros sobre su ciudad y sobre cualquier otro paisaje, donde también ha dado vida a los pueblos blancos de la sierra gaditana, a Cádiz, a Jerez de la Frontera, a Sanlúcar de Barrameda… Y hasta ha pintado a los indios del Orinoco o los morros de San Juan para coleccionistas de Venezuela. Su obra está repartida por toda España y por otros países como Alemania, Méjico, Estados Unidos o Japón. Nunca ha conducido un coche, nunca tuvo que sacarse el carné. Antonio Franco, un marchante de Jerez de la Frontera que le vendía muchos cuadros, cuando quería cuadros de Grazalema, donde tenía una casa, lo recogía de Carmona en su vehículo y se lo llevaba por la sierra de Cádiz para que pudiera tomar apuntes o hacer fotos de Benaocaz, Ubrique o Villaluenga del Rosario. El pintor guarda una intensa memoria de su relación pictórica con Grazalema, representada en multitud de sus obras. También los rincones de los paisajes rondeños o los pueblecitos de la Alpujarra han sido llevados a su lienzos, tablas o papeles, al óleo o a la acuarela. Nunca ha viajado al extranjero por razón de la pintura, aunque en los viajes que ha hecho dedicara gran parte del tiempo a visitar museos. En Venecia quedó cautivado por la belleza de la ciudad y hechizado por los palacios y los canales, por San Marcos y por La Academia. A su regreso empezó a pintar cuadros sobre la Serenísima para una exposición que nunca pudo inaugurarse porque los visitantes del taller que iban descubriéndolos los adquirían. Quedaron algunos que sacó del gabinete y los conserva en su colección particular. Nunca se ha quejado de su suerte. Lo ha vendido todo porque ha tenido muchos clientes. Jamás ha organizado una exposición y siempre los galeristas que han expuesto obra suya, previamente le han comprado las pinturas. Ha vivido de la pintura desde fines de los sesenta. Con su siempre recordada y amada Antonia Goncer ha criado y educado a siete hijos. Si tuviera que repetir lo ya vivido desearía dedicarse a la misma tradición pictórica a la que se ha consagrado y en la que sustenta una vida gozosa y creativa.

 

M. FDEZ. GARCÍA 2

Grazalema

(óleo sobre lienzo)

 

…Y todo en ti, Carmona, por ti, poso hojaldrado del tiempo y Arcadia del pintor. Donde la mano, la retina, la paleta, el lienzo, la línea, la perspectiva, la composición, el pincel y el color se aúnan para darte existencia otra vez más allá de ti misma.

 

¿CIUDAD AMABLE? Por María del Águila Barrios (con fotografía de Manuel Verpi 2013)

 

 ciudadamable2013M.V. 2

 

Una mañana aparecieron las puertas de las casas con los aldabones robados. Las placas de las consultas de médicos y abogados, también robadas. Una mañana cualquiera de hace muy poco tiempo. Los cables de electricidad y teléfonos también robados. Aunque a nadie se le ha ocurrido robar las grúas que diariamente amenazan nuestra vida de simples peatones. Vadalejos arruinado, y robado. Basuras en La Retama, donde aún no han robado los eucaliptos. Dólmenes y demás tumbas milenarias expoliadas en Gandul, robadas. El paisaje del alcor destrozado con la osadía cruel del ignorante y del malhechor. El Castillo recién restaurado, y también recién saqueado, donde los niños pueden caer al patio de la Sima desde el paseo de ronda, y descalabrarse, porque sus barandas han sido arrancadas, para ser robadas. Todas las mañanas aparecen las calles cagadas por los perros. Cada perro con su dueño, del que, seguro, tendrán vergüenza de la falta de decoro por llevarlos a ensuciar a la calle, siempre. 

¿Saben algo de toda esta desidia, de todos estos daños y estos robos los denominados técnicos municipales? ¿Y la Policía Local? ¿Y los concejales, saben algo? ¿Saben algo en la Alcaldía? Bueno, si esta larga lista, que no es más que un ejemplo de una posible entre las muchas, y muy largas, amargamente largas, que están constituidas por evidencias que no escapan a la percepción de cualquiera, pues a poco que se dé una vuelta por Alcalá lo mínimo que puede ocurrirle es que pise una buena mierda de perro-dueño o, en el peor de los casos, se le caiga una grúa y lo despanchurre. No, es imposible que no lo sepan. Entonces cabe preguntarse ¿hacen algo? ¿Qué hacen ahí como titulares de todos esos cargos y funciones con denominaciones tan rimbombantes como falaces, con sus potestades, con su enorme capacidad de acción que sus normas claramente les permiten, y obligan a desenvolver en beneficio del pueblo en aras de satisfacer el interés común, el bien público y la paz social? ¿Para qué sirven tantas autoridades, tanto mando y tanto mandón si nadie manda nada? ¿Para qué toda esta gente, y sus trajes, sus uniformes, su parafernalia, su protocolo pacato? 

¿Ciudad amable? Con bastón de munícipe y jeta procesionaba el Viernes Santo, el no dimitido concejal Montero entre otros concejales de su partido y de los otros, y ni a los suyos, ni a los otros, les importaba un bledo acompañar al no cesado.

¿Ciudad amable? Para no salir de ella, si no se tiene coche o dinero para taxis, pues las líneas de autobuses van camino de ser como las del tranvía. Sevilla cada vez está más lejos o será un imposible cotidiano.

¿Ciudad amable? Me enternece la solidaridad de don Antonio con los trabajadores de Roca, o de Danone, o de Metasola, de Santa Bárbara, de Flex de… todas las fábricas de la ciudad amable.

¡Ay, qué disgusto más grande que nos mientan sin fin! En verdad, ¡cuánta crueldad albergan y con qué frialdad nos aguijonean a pesar de su negligencia! ¿Qué vamos a hacer? ¿Dejar de ser amables?

 

ciudadamable2013M.V. 1
____________________

Si quiere leer más textos de María del Águila Barrios en «CARMINA»,  pinche en su nombre.

_____________________

El fotógrafo Manuel Verpi en «CARMINA»

 

YA SON TREINTA AÑOS. Por Rafael Rodríguez González

 

antoniomairena
Antonio Cruz García, «Antonio Mairena»

 

La idea no es mía. Además, he tenido que discutir tanto y a veces tan agriamente con su autor, que ganas me han dado de mandarlo todo a paseo. Pero, por fin, una tarde de la primavera, quizás muy similar a aquella en que Merceditas cambió de color, mi amigo Ramón Núñez Vaces lo hizo de parecer. Mi persistente esfuerzo no había sido en vano. De manera que quedé encargado de plasmar por escrito la idea que mi segoviano y terco amigo había tenido. En realidad, de hacer lo que pudiera.

            Pero he de aclarar algún extremo más. No es que yo no tema al ridículo, pero mi sentido de la amistad, o del compañerismo, me lo hace despreciar en ocasiones. Y ésta es una de ellas: vale que yo lo haga, pero no consentiré, si de mí depende, que mi amigo el segoviano incurra en él. De modo que puede decirse que escribo el presente texto por solidaridad no exenta de sacrificio.

      Entremos en materia. Ramón quería escribir sobre Antonio Mairena, ahora que en septiembre se cumplirán treinta años de su fallecimiento. ¡En buen lío se iba a meter! ¡Escribir sobre Antonio Mairena! Nada menos. No es que yo pueda hacerlo bien, pero, como ya he dicho, lo que no podía consentir es que alguna o mucha gente se riera de este segoviano metido a exégeta de tan alta figura. Que lo hagan de mí, vale que sea. (Hay que reconocer que lo que escribió sobre Juan Talega no lo hizo mal del todo).

             Pero, ¿qué decir de Antonio Mairena que no se haya dicho ya y que además no falte a la verdad, esa que casi siempre es relativa? ¿Que ha sido el cantaor más completo y enciclopédico de la historia del cante? ¿Que gracias a su empeño y facultades el gran público —no sé si cabe utilizar esa expresión en el mundo del flamenco— pudo conocer formas cantaoras casi perdidas o limitadas a exiguas minorías? ¿Que su aportación a la creación y desarrollo de los festivales fue importantísima? ¿Que gracias a él y a otros pocos el cante gitano pasó a ser mejor considerado en la sociedad? Pues sí, todo eso es cierto, e incluso seguramente más cosas que mi incapacidad me impide reflejar. Bueno, y que cantaba mejor que bien.

            Pero, todo hay que decirlo, ha habido gente que no ha considerado favorablemente esas aportaciones, al menos del todo. Se trata de aficionados que todavía soñaban o sueñan con el cante en las casas de Triana, en las cuevas y en las gañanías, es decir, con la máxima pureza, con lo prístino. Pero el curso de la historia es, para bien y para mal, imparable e irreversible. Y ni el hacer de Antonio Mairena ni el de otros que no eran de su cuerda fue lo que determinó la realidad que acabó imponiéndose a finales de los años sesenta. La mutación en las formas de vida (vivienda, alimentación, oficios, comodidades, el coche en la puerta, la más absoluta comercialización, la televisión, artificiosidad a tope y tantas cosas que impuso la «revolución» tecnológica) es lo que cambió la realidad de las formas y del fondo del flamenco, lo mismo que de todo lo demás. Es verdad que para mal e irremediablemente, pero… Así que menos mal que por lo menos, en aquel tránsito trágico y definitivo, hubo un Antonio Mairena y algunos y algunas más,  últimos representantes de una época que fenecía. Gracias a los prodigios de la técnica podemos gozar de esos prodigios del arte.

            Hay algo que es necesario destacar: que Antonio Mairena fue el mayor aficionado al cante que se haya conocido. Rectifico: los habrá habido iguales, pero no más. Esta última quizás sea una de sus facultades —yo creo que la más esencial— menos conocidas o valoradas. Porque Antonio Cruz García no se levantaba, sino el último, de una reunión flamenca, ni dejaba de escuchar a alguien, ni concedía importancia al tiempo salvo para emplearlo en el flamenco. Se ha dicho que esa dedicación la ejercía para sacar provecho, para aprehender cada matiz, cada tonalidad y faceta. Pues claro, nada más natural, pero demostración irrefutable de su profunda e inagotable afición. Yo creo que era el capitán Nemo del flamenco, sumergido por siempre en el mar del cante y del baile para cumplir su propósito de que en el mundo terrestre ese Arte tuviese el lugar que merecía. Tarea en la que cualquiera hubiera fracasado, no sólo él. Y me remito a lo del curso de la historia. 

 

joaquíneldelapaula

 Joaquín el de la Paula

por Juan Valdés

 

            A mí me parece que hacer elogios es innecesario. Hacerlo de tal o cual cantaor correspondía cuando no existían medios de grabación y era la tradición oral la que ignoraba a unos y hacía inmarcesibles a otros. Por ejemplo, ¡cuántas cosas se han dicho de Frasco el Colorao, de Juaniquí, de Cagancho, de Joaquín la Cherna, de Tomás el Nitri, del Fillo, de la Andonda y más! ¿Y de Joaquín el de la Paula? Ese mismo que, por cierto, sigue sin tener una calle en Alcalá, su pueblo (aunque la tuvo en los años setenta). Sí la tiene, y grande, Antonio Mairena, desde poco después de su partida, en merecida gratitud. Tampoco tiene calle con su nombre Manolito el de María. ¡Increíble pero cierto! Pero, ¿qué más da?, el cante y sus hombres y mujeres no están en azulejos y placas, aunque no es de negar que lo merezcan, sino en el corazón de quienes tienen la facultad porque es una facultad, muchas veces dolorosa, que no está concedida a cualquiera de apreciar el arte que de ellos ha brotado.

 

manolitoeldemaría

Manolito el de María

 

            Si los elogios son innecesarios, las comparaciones resultan absurdas. ¿Cómo y a cuento de qué hacerlo entre Antonio Mairena y cualquier otro cantaor que haya logrado celebridad, antes, durante y después de él? ¿Compararemos la aceituna con la pera? ¿El coco con la manzana? ¿El aguacate con la nuez? Claro que no, cada fruto tiene su sabor único, su textura diferenciada. Y cada uno nos aporta una sensación de placer distinta.

            Pero, claro, hay a quien no le gustan las nueces; a otros, las manzanas; existen los que no resisten ni que les mienten las aceitunas. «Hay gente pa tó», decía Rafael el Gallo (yo apostillaría a mi tocayo y hermano en la alopecia: «menos pa lo que tiene que haber»). Yo me cuento entre los que no les gusta todo (tengo un amigo que dice que a mí no me gusta nada, o casi). Sin embargo, o no obstante, jamás dejo de reconocer que tal o cual cantaor canta o cantaba muy bien, aunque a mí «no me ponga».

        Hay de todo, sí. Sé de gente que tiene la más completa colección de discos de flamenco: en ella se contienen todos los cantaores de los más variados estilos e idiosincrasias. Los más alejados de unos como estos de los otros. Es gente a la que le gusta eso: todo de todos. Me alegro por ellos, aunque me resulta difícil creerlo. De hecho, hay actualmente algún cantaor-cantante que tiene tantas facultades que es capaz de cantar por, o imitar a, la mayoría de los más conocidos de la historia. Sí, pero como el muchacho transmite menos que un cable de cartón, ¿de qué vale tanto poderío?

             La obra de Antonio Mairena produjo sus epígonos. Unos más afortunados que otros, como es natural. Al lado de excelentes seguidores hubo y hay imitadores que aunque se llevaran cada día de su vida escuchándole no lograrían otra cosa que aburrir y desesperar al oyente (aunque las tragaéras del gran público resultan increíbles). Lo mismo pasa con la pléyade de imitadores de otro celebérrimo cantaor, aunque en este caso no conozco ningún excelente seguidor, y sí muchísimos de los otros, hasta el punto de que cierto día, en un bar que ya no existe, uno que estaba cantando-imitando a ese celebérrimo de cuyo nombre no me acuerdo ahora, hizo que una lagartija cayera al suelo, muerta, y dos o tres grillos salieran de sus escondites, despavoridos.

 

antoniochaconpojiménez

Antonio Chacón

Por Jiménez

 

              Con todo lo referente a Antonio Cruz García pasa lo que con todo: o se es o no se es, se vale o no se vale. Muchos de ustedes conocerán aquello de Antonio Chacón, cuando alguien le preguntó que por qué siempre se hacía acompañar de cierto individuo que ni hacía palmas, ni decía nunca óle y casi ni hablaba. «Porque sabe escuchar», fue la respuesta del maestro. Lección que deberían aprender muchos, antes que la de escucharse. Pero hay que perder la esperanza en su logro: aquí todo el mundo nace sabiendo.

            Ya no me quedan más recursos para seguir refiriéndome a Antonio Mairena. No sé si lo que digo a continuación es una procacidad, o un reflejo de cierto orgullo, pero el caso es que un día de verano, estando yo, con mis diecinueve años a cuestas, en un bar que visitaba a diario, llegó Manuel García Fernández, «El Poeta de Alcalá», acompañado o acompañando a Antonio Mairena. Manuel, como yo ya surtía en asuntos del cante, me presentó al astro, o al revés, más bien. La mirada  de Antonio, mientras nos dábamos la mano, hizo que me pusiera más encarnado que el tomate más maduro que pueda acabar en un gazpacho.

             Palabras, palabras. Lo que hay que hacer es escuchar. Para los noveles es difícil en este mundo tan trepidante y a la vez tan estancado. Para los ya experimentados también, porque el bote sifónico en que nos vemos sumidos no nos deja «ni atrás ni alante».

             Así que, del amplio conjunto de grabaciones (discográficas y no) que hay recogidas en internet, les propongo dos, aunque podrían ser cincuenta. Para los noveles puede que sean reveladoras; para los experimentados, o que crean serlo, dos ocasiones para romperse la camisa (las hayan escuchado ya o no). Una es de Perrate de Utrera en el primer Gazpacho de Morón (Perrate de Utrera & Diego del Gastor – Soleá – 1963). La otra es de Antonio Mairena (Antonio Mairena – bulerías – 1963), conseguida en el mismo festival. Para qué hablar más. Se podrían decir muchas más palabras, sesudas frases y elementos definitorios. Lo que tiene que hacer el interesado es escuchar. Que no, pues adiós, muy buenas.