UN ITALIANO EN LA CORTE DE JOAQUÍN EL DE LA PAULA. Por Rafael Rodríguez González (2010)
La Murga de Joaquín el de la Paula. Foto: De autor anónimo (aprox. 1922)
Siempre me ha parecido raro que en Alcalá, tierra de tantos historiadores, antropólogos, cronistas, literatos de toda laya y demás sabihondos y eruditos de tan diversos troncos, variadas ramas y diferentes raíces, nunca se haya hecho ni tan siquiera una referencia a Fabrizio Cobertori Ilmanta, un italiano que habitó en nuestra ondulada villa durante los años que fueron de 1898 a 1919, ambos inclusive.
Sobre cuestiones tales como qué dejaba atrás, qué le llevó a elegir Alcalá para afincarse, y demás extremos de ese jaez, nunca han faltado habladurías, rumores y esos tan comunes “a mí me han dicho…”; “seguramente…”, pero no podemos hacer caso de ese tipo de especulaciones, que con otras de muy distinto carácter ya tenemos más que suficiente. Lo que sabemos es que Fabrizio fue amamantado, igual que Rómulo y Remo, en alguna de las colinas romanas, y que llegó a España, junto a su cónyuge, desde la isla de Cuba, de donde salieron al mismo tiempo que el ejército español. Fabrizio, al desembarcar en Cádiz, no tenía aún la treintena. Era un hombre alto, siempre muy bien vestido, pero lo que más destacaba en él, nada más verle, era su simpatía, la sonrisa natural de sus ojos y la expresión sinceramente acogedora.
Su esposa, también hija de la Gran Bota, se llamaba Francesca da Rimini. Buena parte de la celebridad que Fabrizio obtuvo en nuestro hornero pueblo se debió a Francesca, una dama que cuando llegó a Alcalá era una mujer… llamativa, esa es la palabra. No es probable que fuese la misma señora que inspirara al gran Piotr Igor Tchaikovsky el majestuoso poema sinfónico del mismo nombre, pero tampoco hay que descartarlo. A propósito, no se debe confundir a nuestro Fabrizio con el célebre autor piamontino de mismo nombre y apellidos, insigne seguidor de Mazzini.
Francesca y Fabrizio en una fotografía realizada en Sevilla en el estudio de Camilo Dosmolinos en 1909. (Este fotógrafo fue el primero en aplicar el color a la fotografía, adelantándose a la técnica del Autochrome estrenada en 1935. R.R.G.).
Relatar, no más fuese de manera esbozada, todo lo que Fabrizio hizo, casi hizo, dejó de hacer, y hasta deshizo, durante su orománica estancia, requeriría de un gran volumen. Vamos pues a conformarnos, a la espera de otras oportunidades, con unas pinceladas sobre la relación que Fabrizio mantuvo durante esos años con Joaquín Fernández Franco, nuestro cantaor más universal y desconocido, así como con algunos de los más allegados al hijo del Gordo y de la Paula. Nuestro italo-guadairíaco se enamoró del estilo, del arte, del Ser, en suma, de aquel racimo de gitanos alcalareños.
Entre los más cercanos a Joaquín estaban su compadre Viturino, Paco el de la Malena y el Tío Frasco. No obstante, quizás que el más apreciado fuese el conocido como Juanito el Yonó. “Juan, ¿has visto pasar a Fulano?”; “Yo no”, respondía Juanito, aunque no hiciera ni un minuto que Fulano había pasado, e incluso departido con él unos instantes. Su respuesta era invariable. “Juan, que están buscando gente para el verdeo…”. “Yo no”, decía Juan. “Hace frío, Juanito”; “Yo no”, contestaba, por más que sus labios, temblorosos, hubieran tomado el color púrpura, y sus pies no dejaran de moverse para servir de poleas que calentaran el cuerpo. “Juan, ¿quieres un vasito?”; “Yo no”, replicaba, al tiempo que, aligerando sus pasos, llegaba al mostrador antes que el que invitaba. Por lo demás, el Yonó era el gitano más elegante y de más gracia (que no “gracioso” en el sentido televisivo de hoy) cuando se ponía a bailar, cantando él mismo y al mismo tiempo unas letras, muchas de ellas tomadas de canciones populares, que, vertidas al compás de la fiesta gitana, alcanzaban un relumbre, más que especial, único.
Joaquín, cuando lo buscaban para una reunión, siempre procuraba que Juanito fuese con él. A veces, para vencer las reticencias de algún desconocedor del arte del Yonó, el solearero decía, con ojos pícaros, remarcando lo que subrayo: “Es que yo nó puedo cantar como este no venga”.
Paco Valdepeñas por Steve Kahn
(Por lo que he oído y visto, podríamos considerar al Yonó como uno de los antecesores de artistas que algunos hemos llegado a conocer, y que fueron desapareciendo inevitablemente, no sólo por lo natural de la duración de cada persona, sino principalmente porque las condiciones para la existencia de esos personajes, en tanto que tales, se extinguieron. Hoy podemos admirar en internet a algunos de ellos. Me permito recomendar a uno relativamente poco conocido: Paco Valdepeñas. Hay tres o cuatro vídeos, de entre los que aparece este Paco, que demuestran muy a las claras, pese a la insufrible torpeza de los realizadores de estas y otras tomas en que hay baile, que el arte se tiene o no se tiene, y sanseacabó, ¡y vaya si Paco lo tenía! Me refiero, claro, al arte innato, natural y espontáneo, ese que, saliendo del tuétano, recorre la sangre y aflora en la piel, en la expresión y en ese movimiento que a veces se manifiesta en postura, en amago, como si se dijera sin pronunciar. Desde luego, sería de género tonto no valorar en su justo término el arte que se aprende, es decir, el del artesano, ese que, como su propio nombre indica, hay que trabajarlo. De todos modos, pocos llegan a alcanzarlo, por muchas palizas que se den. Es éste muy apreciable, y hoy casi el único encontrable, pero sin posible comparación con el otro. Esto que digo vale, si es que vale, para el cante, el baile y el toque).
Fabrizio Cobertori, ya digo, quedó prendado del cante de Joaquín, de la expresión del Yonó y de la compañía de otros gitanos que le hacían estar en un mundo hasta entonces totalmente desconocido para él. Se sorprendía, ingenuo, de que el arte de algunos de estos sus nuevos amigos no fuese “piu visitato”.
El matrimonio vivía holgadamente. Doña Francesca, que en cada una de sus salidas arrastraba las admiradas miradas de todo el mundo, es decir, de hombres y de mujeres, conducía la gestión cotidiana del negocio familiar, si bien la administración económica la llevaba en consuno con su amantísimo esposo, que es como deben ser las cosas.
Para nombrar con palabras exactas la industria de los Cobertori no recurriremos a expresiones relamidas, como esa de “casa de citas”; tampoco a esa otra, “local de lenocinio”, que puede traernos a la mente cualquier organismo oficial. Menos aún, como comprenderán, podemos emplear ese título tan categórico que desde el principio tienen ustedes en la punta de la lengua. Fabrizio le llamaba, sólo entre la gente de más confianza, negozio di lusso (tienda de lujo). Desde Sevilla, Utrera y Dos Hermanas, incluso Carmona y Écija, no digamos Mairena, venían señores al negozio. El alcalde de entonces (no va a ser el de ahora, dirán ustedes), recibía presiones para que pusiera fin a las actividades de la romana pareja; pero, al tenerlas también en sentido contrario, incluso por parte de personas “bien”, el regidor dejó las cosas como estaban, que no hacer nada es siempre cosa de gran alivio. De todas maneras, il negozio di lusso se convirtió en aquellos años en el reclamo turístico más emblemático de nuestra aromática localidad. Casi en seña de identidad, eso es.
Por muy poco no llegó a integrarse el italo-cubano-alcalareño en la escuadra carnavalesca de Joaquín el de la Paula. Los anárquicos y al mismo tiempo ceremoniosos ensayos llegaron a ser, con Fabrizio de ejecutante, lo más divertido del mundo, pero también lo más imposible de poner en pie. La frustrada integración fue compensada con el hecho de que alguno de la escuadra (unos dicen que Joaquín, yo creo que Pedro Roldán) compusiera una letra dedicada a pareja tan destacada. Cuando Fabrizio la oyó, en plena calle, “tomó” con sus amigos una de las tabernas de la Plazuela, y allí estuvieron hasta las tantas.
Trascribo a continuación parte de esa letra (1), fiel reflejo de aquellos carnavales, tabernarios y callejeros, en los que todo era auténtico y autóctono, sin copia ni remedo; sencillo, pero no falto de intención; atrevido, pero no insolente; prudente, pero nunca estrecho ni mojigato; dotado, además, de verdadero sentido musical.
Hoy les vamos a hablar de nuestro amigo Fabrizio,
el primer italiano que en Alcalá puso un piso.
Este romano es sobrino de Teodosio y Trajano,
y mucho nos alegramos de que aquí se haya quedado.
A él no se le da cuidao de gastarse los dineros,
porque dice, convencío: disfrutar es lo primero.
Na más lo vemos venir ya vamos entrando en calor,
que por apellidos lleva la manta y el cobertor.
Le gusta el cante y el baile, la fiesta de los gitanos;
lo vuelven loco Joaquín, Manuel Torre y su hermano.
Mira si le gusta el cante, que a cantar ya s’hatrevío;
no lo hace malamente, pero le faltan avíos.
Tiene la mujer más guapa que conoce el mundo entero, (2)
y en su piso tiene amigas que menean el plumero.
Al Yonó lo recibieron un día por la mañana;
se creyó que era el primero que tocaba la diana.
El pobre no se acordaba, emocionao como estaba,
que eso está más transitao que el puente que va a Triana.
Si tuviéramos la desgracia que se fuera de Alcalá,
al Papa de Roma diremos: ¡Hágase tu voluntad!,
pero mándanos otra romana que por lo menos sea igual.
Los hombres se vuelven locos y las mujeres rabian.
Lo que tienen que hacer ellas es gastar Heno de Pravia.
Y ellos que metan los pies en dos sandalias
y tengan mucho cuidao con las duras represalias. (3)
____
(1) Se la escuché, va para cuarenta años, a Diego Ríos Carmona.
(2) Percátense del doble sentido de la frase.
(3) Quienes accedían al piso debían cambiar su calzado por unas sandalias que ponían al descubierto la higiene, o su falta, de los dueños de los pies. Al decir “las represalias“ se referían a tener que lavarse (y no sólo los pies, claro). En cuanto al famoso jabón, por aquellos años ya se iba consolidando en el mercado. La gente decía que el piso era lo más “espercuío” que había en Alcalá.
La pareja hubo de partir. No porque Francesca, aún lozana, no pudiera atender la dirección del negozio, cosa para la que, como todo el mundo sabe, la edad no es grande ni chico impedimento, sino porque, según llegó a saberse, el gobernador civil, temeroso de que la cosa adquiriese tonos más agrios, cedió a las exigencias del sector pretendidamente anti-vicio. Para bien y para mal, la fama del negozio había llegado a “las alturas”.
Días antes de la partida, tuvo lugar una gran juerga. Estuvieron Joaquín, sus hermanos Agustín, José y Vicenta, el Yonó, Tío Frasco, Manuel y Pepe Torre (nada menos), la Roezna, Carlos Franco, Juanito Talega, Manuel “el Tronco”, José Jiménez (padre de Fernanda y Bernarda), un panadero conocido como “Pepe Voy” (ya contaré lo de este), los guitarristas Javier Molina y Miguel Borrull, y algunos más que, a última hora, todos con sus zacáis brijindando, acompañaron a la pareja hasta el tren. Tres señoritas partían con los artífices del desde ese momento truncado turismo alcalareño. Fabrizio, agitando su pañuelo al modo italiano, decía a sus amigos, combinando sus dos lenguas romances: Ritornaré, compagnos, ritornaré, para gozar de vuestro arte; ¡ciao, ciao, fratelli!.
Pero no volvió. Fabrizio Cobertori Ilmanta, la bella Francesca y las tres girls murieron en el naufragio del Until Here, un barco de bandera británica, por lo que se ve muy ligero de cascos, que les llevaba de Cartagena a Marsella, hundido por el choque, al entrar en el puerto de Mallorca, con los restos de un submarino alemán de la Gran Guerra que aún nadaba entre dos aguas, y que en aquellos momentos estaba siendo remolcado.
Cuando Joaquín supo del trágico suceso, la pena no le permitió más que balbucear una única y sentida reflexión, mientras lágrimas heladas le caían por la cara: “Nadie sabe cuándo; ni aónde”. “Yo no”, dijo Juanito, que lloraba a su lado.
Submarinos alemanes (Fuente: ESPASA-CALPE, 1927)
JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PRIMERA PARTE). Por Rafael Rodríguez González
(PARTE CUARTA, O «PALABRAS PARA JULIO» DE ANDRÉS ASIDO)
…