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DE AQUÍ A LA ETERNIDAD. Por Joaquín de Grado

grúacallelamina LGV 2013

(Foto: Grúa de la calle La Mina [Alcalá] LGV 2012)

Puedo escribir las cosas más tristes esta noche (es de noche). Escribir, por ejemplo, sobre Esperanza Aguirre y su hermanastro y ahijado, el superagente Carromero. O sobre el Montaje Real requeteemitido desde el 4 de enero. O de la subida de la luz, mejor dicho de la primera subida de la luz de este año, por si nos la cortan y hemos de decir, siguiendo al poeta: La noche está estrellada y ella no está conmigo (de los de tiritan los astros a lo lejos, nada: tiritaremos nosotros). Y así de tantas cosas. Pero no.

            Lo haré de algo que según todos los indicios perdurará más que el actual estado de cosas, estado que, como ya saben hasta los más estúpidos, no aspira a ser eterno, sino a empeorar eternamente. Se trata de una parte o elemento del paisaje alcalareño (habrá otros municipios con lo mismo, claro, pero la culpa de otros no condona la propia). Circulen por algunas calles con la cabeza alta, no por orgullo, que en lo colectivo no hay motivo para ello, sino para divisar unas moles a las que hace unos años se las conocía con el nombre de «grúas», y que permanecen ahí, sin cometido, como asombradas de sí mismas. «¿Qué hago yo aquí?», parecen decirse.

            Es muy posible que dentro de unos años (los que sean), ya no sigan ahí. No porque se hayan finalizado las obras, cosa improbable donde las haya, sino porque las haya hecho caer su propio e inevitable deterioro, o porque lo haya hecho el viento (remember Bazar España). O el deterioro o el viento (en cualquier caso con consecuencias terribles), porque ponerse a esperar algo de la autoridad competente…

CUANDO EN LA AGONÍA DE LA MADRUGADA. Poema de Lauro Gandul Verdún

Cuando en la agonía de la madrugada

PIRRA Y DEUCALIÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

La tempestad de Giorgione

La tempestad

 Giorgio Barbarelli da Castelfranco

(Giorgione)

1477-1510

El Diluvio Universal era el episodio de la Biblia  (Génesis 6-9) que más pronto conocían los chicos de mi generación, y ese conocimiento no nos llegaba sólo de la escuela o de la iglesia, sino también de la familia, cuando la televisión, por inexistente, no impedía la conversación. Noé y su familia, el Arca, las parejas de animales, la lluvia de cuarenta días, el señorío de las aguas sobre las tierras durante ciento cincuenta, la paloma, el cuervo, y, por fin, el embarrancamiento del Arca en el monte Ararat, en Armenia, el arco Iris, símbolo de la alianza de Dios con los hombres, y el precepto: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra.» Luego, maestros y libros hicieron el resto: este cataclismo también aparece, entre otros lugares, en el poema de Gilgamesh, en las narraciones mitológicas de la Biblioteca de Apolodoro (I,7,2) y en las Metamorfosis de Ovidio (I, 260-415). Ut-Napishtim y su mujer en aquél, Deucalión y Pirra (la pelirroja) en éstos, son los héroes de la historia, acompañados también de otros elementos: paloma, golondrina, cuervo, seis o nueve días de lluvia e inundaciones, el sacrificio a la divinidad, etc.

            El texto, que traduzco, de Apolodoro dice así: «Hijo de Prometeo fue Deucalión. Éste, que reinaba en los lugares circundantes de Ptía, se casa con Pirra, la hija de Epimeteo y de Pandora, la primera mujer que modelaron los dioses. Y como Zeus hubiera querido hacer desaparecer la raza de hierro, por sugerencia de Prometeo, Deucalión construyó un arca, cargó lo necesario y embarcó en ella con Pirra. Zeus, que vertió desde el cielo infinita lluvia, inundó la mayor parte de la Hélade de suerte tal que desaparecieron todos los humanos, excepto unos pocos que lograron huir hasta los montes cercanos… Deucalión, llevado en el arca por el mar durante nueve días y las mismas noches, arriba al Parnaso y, cuando las lluvias hacen una pausa, desembarcado, ofrece un sacrifico a Zeus “protector del fugitivo”. Zeus, que le envió a Hermes, permitióle que eligiera lo que quisiese. Y él elige tener hombres. Y porque así lo dijo Zeus, levantando piedras las arrojaba por encima de la cabeza, y las que arrojó Deucalión se hicieron varones, las que Pirra, mujeres. Por eso fueron llamados metafóricamente laoí (gentes, pueblos), de lâas, piedra.» Y de laós, pueblo, laïkós, laico, popular, añado.

EL «CLASICO» ADOLESCENTE. De la serie «RECORTES», Nº 56. Por Pablo Romero Gabella

adolescenciasalvadordalí1941

Adolescencia

 Salvador Dalí

1904-1989

«La desaparición de mi madre coincidió con el fin de la feliz etapa de mi infancia y el comienzo de otra: la adolescencia. Me entregué por completo al influjo de esa idea, y estuve tres días sin preocuparme de lo más mínimo por los estudios: pasaba el tiempo tumbado en la cama, leyendo novelas, y me alimentaba de pan y miel que compraba con mi exiguo capital. Y ahora, con una edad que bordea el invierno, estoy convencido de que a los clásicos hay que descubrirlos en la adolescencia y los primeros años de la juventud. Y que el recuerdo de esas conmocionantes páginas te acompañará siempre. Mil ideas y ensueños pasan por nuestra imaginación sin dejar la menor huella, pero hay algunos que abren un profundo surco en nuestra sensibilidad. Recordarás situaciones, personajes, anécdotas, frases, atmósfera, pero también te acordarás de cómo eras tú, de cómo te sentías en la edad de las incertidumbres, del impagable refugio ante las inclemencias y frustraciones de la vida que te ofrecieron esos libros. Y leías sin límite de tiempo, incansablemente, hasta que los ojos te dolían o se empeñaban en cerrarse.»

[León Tolstoi,  Memorias. Infancia, adolescencia, juventud, Barcelona, 1986, págs. 123, 195 y 196 (traducción de José Fernández) / Carlos Boyero, «Por el camino de Proust», Babelia, 29 de diciembre de 2012]

 

COLOQUIOS (197). Gabi Mendoza Ugalde

 

perro en Rota 2012 LGV

 

—¡Cuánta gente lampando…!

—Y lamiendo.

—Y laminando a los que ni lampan ni lamen.

 

AL PUEBLO NO LO ENGAÑA «EL LIMONATO». Por María del Águila Barrios

Quarto_Stato

Il Quarto Stato

Giuseppe Pellizza da Volpedo
1868-1907

«¡El Pueblo, unido, jamás será vencido!», gritaban. Todo empezó con un pequeño grupo de ocho o nueve personas que se echaron a andar juntas en Monte Carmelo y que fueron bajando desde la avenida 28 de febrero, buscando la plaza de El Duque, pasando por la de El Barrero y por la calle Mairena. En ese largo trayecto se fueron sumando vecinos, transeúntes, que escuchaban la consigna y se acercaban a ver, y se sumaban a lo que ya podía llamarse una manifestación, y unían sus voces a los otros. Llegaron desde todas las calles perpendiculares a ese trayecto, y los que estaban en el trayecto mismo se dejaban absorber; y eran tantos que por la calle La Mina eran incontables y de serlo habrían de ser miles. ¡Miles!, en una manifestación como nunca se podría haber visto en Alcalá y gritando «El Pueblo, unido, jamás será vencido.»

            —¿Quiénes son?—, pregunté a la altura de La Plazuela a una señora de sesenta años, que pasaba cerca de mí, y me contestó, como orgullosa, con consciencia, diría yo, incluso con firmeza, con categoría: —Somos los que no votamos a Limones—. Ah!, pensé: esto que estoy viendo, y escuchando, es algo distinto. Sí, percibía que lo que yo sentía no tiene nada que ver, al menos solamente, con la impresión que provoca contemplar una masa de gente, una multitud. Era una impresión diferente o muy infrecuente. Me llamó la atención por no ser informe, sino todo lo contrario, real, con forma y hasta algunas canciones entonaron. Estaban todas las generaciones de vecinos de nuestro pueblo que sufren que se les haya arrebatado su pueblo, su pasado, su presente y su futuro en estas décadas de continua descomposición y vida pública disipada. Estaban todos: los que no votaban, los que dejaron de votar, los que votaban a otros, los que votaban con asco, los que votaban equivocados, los que votaban en blanco, estaban todos, efectivamente, los que no votaban a Limones.

            Dentro del Ayuntamiento celebraban un Pleno y a pesar de la insonorización y decoraciones palaciegas acometidas en algunas estancias del edificio, que lo habían convertido en un suntuario lugar, caro y con muy mal gusto, cuando los gerifaltes se enteraron de lo que pasaba en la calle era ya imposible llamar a los guardaespaldas: se asustaron como nunca y se pusieron a pensar en que fuera ya no aguantaban a los de dentro.

            …Y entraron los manifestantes, como auténticos revolucionarios, gritando esta vez «¡Abajo el Limonato!». Como si un Versalles del siglo XXI fuera el Consistorio alcalareño, salvando todas las obvias diferencias, allí entró la multitud  y sacó a la calle a los que llevaban años apoltronados y, lo que es peor, dedicados sólo a arruinar a los súbditos sin hacer nada bueno por ellos, sin pensar en nada. Querían cortarles sus cabezas, buscar una guillotina, instalarla en la acera del bar de enfrente y allí ¡zas y zas y…! Pero de pronto no fue necesario descabezar a ningún munícipe: cuando el público vino a darse cuenta y miraron, como por última vez, por piedad, a los concejales antes de consentir la ejecución, quedaron asombrados por lo que sus ojos vieron: ¡No tenían cabeza! ¡Los concejales no tenían cabeza! Para que nos convenciéramos se quitaron lo que sólo era un artilugio de poliéster que simulaba sus bustos y los pusieron sobre las baldosas sucias de la acera. Luego dimitieron y, como en muchos pueblos españoles también se había producido una manifestación parecida, se inició un proceso constituyente en todo el país…

            Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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Para leer otros textos y colaboraciones de María del Águila Barrios en «CARMINA»,

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UNAS POCAS PALABRAS. Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984)

caos (mármol) Manolo López

Caos
(mármol)
Manuel Melquisedec

 

   Unas pocas palabras

en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto.

Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.

Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:

tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque, el alma a solas.

 

   Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.

A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.

Porque si sucesivamente van tomando

de la luz el color, del oro el cieno

y de todo el sabor el poso lúcido,

no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;

han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,

hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza,

y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,

restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

 

   Unas pocas palabras, mientras alguien callase;

las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.

Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.

Suena el agua en la piedra. Mientras, quieto, estoy muerto.

 [De Poemas de la consumación (1968)

Vicente Aleixandre (1898-1984)

Ed. Plaza & Janés, S.A. Barcelona, 1978.

Págs. 33 y 34]

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LUIS CERNUDA, EN LA CIUDAD. Por Vicente Aleixandre (*)

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Dos variaciones de 1982 sobre «Unas pocas palabras» de Vicente Aleixandre:

«Un cuerpo el viento» Poema Juan Enrique Espinosa Flores

 

«Es la luz de tus pupilas» (versión de 2000) Poema de Lauro Gandul Verdún

 

PINGAJOS. Por Alberto González Cáceres (1953-2009)

riñaagarrotazos Goya

Riña a garrotazos

Francisco de Goya

1746-1828

Para los dos es un tormento desde el primer día, pero es tan fuerte lo que mantiene aquello que ninguno puede influir ni una pizca en su contra. El odio, el odio redoblado, el odio tercamente cebado. El odio inculcado por las madres a los hijos, a las cuñadas, a los primos, a los sobrinos. El odio realimentado incluso en el circuito de las amistades de una y otra familia, que les animan a seguir odiando, y a no arriesgarse a quedar como los trapos. En sus mujeres se encendió el odio y en ellas sigue ardiendo con la impetuosidad del carbón vegetal y la persistencia del de piedra. El odio propagándose año tras año, llenando los días.

            En contra del odio sólo están, más cansadas que viejas, que ya es decir, las madres de ellos. Ellas, con tantos motivos para odiar, sólo sienten compasión, y una amargura honda, dilatada a lo ancho y a lo largo de sus entecos cuerpos. De vez en cuando se lamentan de tanto emperramiento. Entonces los hijos bajan la mirada y las nueras apuntan a las viejas con acrimonia, como perdonándoles la vida, unas vidas que ya no precisan de muchos empujones para culminar el camino de la extinción. No como el odio, como el infatigable odio que renueva sus fuerzas cada jornada sin tener que esforzarse, ni siquiera para su multiplicación.

            Ni uno ni otro tienen la certeza, pero las raras veces en que se cruzan sin que les observen, porque cuando uno percibe ser observado se anulan o aflojan algunas facultades, ambos notan que por dentro del otro no corre el manantial de inquina que suponen y exigen sus mujeres y quienes las acompañan en la paranoia. Ay, si pudiésemos hablar. Pero cómo, si no dejan ni un solo día de recordarme el motivo, la trascendencia, los detalles. Y de acecharme, y de no dejarme solo. Y lo mismo le pasa al otro.

            Les separa el muro infranqueable del odio azuzado, del qué dirán, del cómo que hacer las paces, del tú qué te has creído, del si tú no tienes pantalones los tengo yo, del ¿pero tú eres tonto? Qué tontería, piensan los dos cada uno por su lado. Pero cuán insoportable, trágica y nauseabunda.

            Ni uno ni otro creen en los milagros, pero soñar por ejemplo que la niña de este se arregla con el mío más chico, o que a cualquiera de los dos le toca un premio de los grandes y puede mudarse lejos, muy lejos… Pero eso no es solución, sino odiar a distancia, y eso si la mujer de al que le toque no forma la de San Quintín, o la del rosario de la aurora, o la marimorena, porque se le ocurra cargarse cualquier faena valiéndose del dinero. No, no. Soñar, vale, pero es que hasta soñando te asalta la pesadilla del odio, es que hasta estando en el váter, o bajo la ducha, y en el almuerzo, y en la cena tienes el odio de pie, vigilante, obligándote a presentarle tus respetos. Está en cada cosa que haces o te hacen o te dejan hacer.

            Qué asco de odio, qué macabra alienación la de quienes lo siembran, lo riegan y extienden hasta donde pueden. ¿Llegará este horror a los nietos cuando lleguen?

            Hay que hacer algo. Pero qué, pero cómo. Los dos estamos en sillas de ruedas, los dos dependemos de esas que viven en y para el odio, el odio envolviéndolas, el odio entrando y saliendo por sus poros, el odio que convierte el aliento en miasma, el odio que hace arpón cada palabra. ¿Cómo hacer algo, si no somos más que pingajos a los pies del odio?

OROMANA UNA MAÑANA DE INVIERNO. Fotografía de Manuel Verpi 2013

oromana 1 2013 LGV

 

oromana 2 2013 LGV

 

oromana 3 2013 LGV

«CANTO A LA LIBERTAD» (1975). Poema de José Antonio Labordeta (1935-2010)

   Habrá un día

en que todos

al levantar la vista,

veremos una tierra

que ponga libertad.

 

   Hermano, aquí mi mano,

será tuya mi frente,

y tu gesto de siempre

caerá sin levantar

huracanes de miedo

ante la libertad.

 

   Haremos el camino

en un mismo trazado,

uniendo nuestros hombros

para así levantar

a aquellos que cayeron

gritando libertad.

 

   Habrá un día

en que todos

al levantar la vista,

veremos una tierra

que ponga libertad.

 

   Sonarán las campanas

desde los campanarios,

y los campos desiertos

volverán a granar

unas espigas altas

dispuestas para el pan.

 

   Para un pan que en los siglos

nunca fue repartido

entre todos aquellos

que hicieron lo posible

por empujar la historia

hacia la libertad.

 

   Habrá un día

en que todos

al levantar la vista,

veremos una tierra

que ponga libertad.

 

   También será posible

que esa hermosa mañana

ni tú, ni yo, ni el otro

la lleguemos a ver;

pero habrá que forzarla

para que pueda ser.

 

   Que sea como un viento

que arranque los matojos

surgiendo la verdad,

y limpie los caminos

de siglos de destrozos

contra la libertad.

 

   Habrá un día

en que todos

al levantar la vista,

veremos una tierra

que ponga libertad.

 

[«CANTO A LA LIBERTAD» de José Antonio Labordeta (1935-2010)]

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PRA NÃO DIZER QUE NÃO FALEI DAS FLORES (CAMINHANDO). Geraldo Vandré (1968)

TE QUIERO [DE «POEMAS DE OTROS (1973-1974)»]. Mario Benedetti (1920-2009)

POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

A SERGUÉI ESENIN. Poema de Vladimiro Vladímirovich Maiakovski (1926)

VICENTE NÚÑEZ. Antonio Luis Albás, (2012)