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AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO. Fray Luis de León (1527-1591)

 

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María Santísima del Socorro

[Foto: Lorenzo del Término (Alcalá, 2015)]

 

SONETO

 

   Amor casi de un vuelo me ha encumbrado
a donde no llegó ni el pensamiento;
mas toda esa grandeza de contento
me turba y entristece este cuidado:

   Que temo que no venga derrocado
al suelo por faltarle fundamento:
que lo que en breve sube en alto asiento,
suele desfallecer apresurado.

   Mas luego me consuela y asegura
el ver que soy, señora, ilustre obra
de vuestra sola gracia, y que en vos fío.

   Porque conservaréis vuestra hechura,
mis faltas supliréis con vuestra sobra,
y vuestro bien hará durable el mío.

 

[FRAY LUIS DE LEÓN.

POESÍAS.

Edición preparada por Miguel de Santiago.

Ed. Ediciones 29. Barcelona 1989]

 

POR LOS REYES BUENOS, DE QUIEN MURMURAN MALOS VASALLOS. Francisco de Quevedo (1580-1645)

 

ElCachorro

Cristo de la Expiración

(El Cachorro)

Francisco Ruiz Gijón

1653-1720

 

SONETO

 

   Señor, si es el reinar ser escupido,
y en tu cara lo muestran los escribas,
¿ qué rey se librará de las salivas,
si las padece el Hombre y Dios ungido ?

   Tan coronado estás como herido,
pues que tu frente suda venas vivas ;
golpes y afrentas quieren que recibas,
y que des gloria al pueblo endurecido.

   Llámante rey, y véndante los ojos,
hieren tu faz, y dicen que adivines,
y en tu sangre descansan sus enojos.

   Si tal hacen con Dios vasallos ruines,
¿ en cuál corona faltarán abrojos ?
¿ Qué cetro habrá seguro destos fines ?

 

[FRANCISCO DE QUEVEDO.

OBRAS COMPLETAS, I : POESÍA ORIGINAL.

Edición, introducción, bibliografía y notas de JOSÉ MANUEL BLECUA.

Ed. Planeta, S.A. Barcelona 1974]

 

DESPUÉS QUE NOS DESCUBREN SU LUCERO. Fray Luis de León (1527-1591)

 

 desde-el-espigón-Rota-2[Foto: LGV Rota 2011]

 

SONETO

 

   Después que nos descubren su Lucero
mis ojos lagrimosos noche y día,
llevado del error, sin vela y guía
navego por un mar amargo y fiero.

   El deseo, la ausencia, el carnicero
recelo, y de la ciega fantasía
las olas más furiosas, a porfía,
me llegan al peligro postrimero.

   Aquí una voz me dice cobre aliento,
señora, con la fe que me habéis dado,
y en mil y mil maneras repetido.

   Mas, ¿ cuánto de esto allá llevado ha el viento ?
respondo. Y a las olas entregado,
el puerto desespero, el hondo pido.

 

   [FRAY LUIS DE LEÓN.

POESÍAS.

Edición preparada por Miguel de Santiago.

Ed. Ediciones 29. Barcelona 1989]

 

«POESÍA SACRA» EN LA IGLESIA DEL MÁRTIR SAN SEBASTIÁN DE ALCALÁ DE GUADAÍRA (*). 75 º ANIVERSARIO DE LA HERMANDAD DE LA AMARGURA

 

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Javier Rodríguez, Lauro Gandul y Elías Chincoa

[Foto: ODP 20/03/2015 Iglesia de San Sebastián (Alcalá)]

[(*) PINCHAR EN LA FOTO PARA ESCUCHAR EL ACTO]

 

«Lo que empezó siendo una propuesta literaria y musical para poder ofrecer una muestra de nuestra altísima poesía española de tema sacro (declamada, cantada y musicada), va a ser dentro de unos instantes puro acto. El acto al que nuestra Hermandad de la Amargura les ha convocado esta noche y con el que queremos provocar el gozo de las palabras de los grandes poetas cuando cantan a Jesús o a María, en los siglos XVI, XVII y XX.

   Grandes poetas a los que esta noche les ponen voz Lauro Gandul, que ha preparado la antología y declamará los poemas, y Javier Rodríguez, Niño del Maúro, que ha llevado al cante los versos, bajo la dirección musical de Elías Chincoa, Niño Elías, batuta y guitarra del acto.

   Se van a declamar y cantar poemas de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Fray Luis de León, Francisco de Aldana, Francisco de Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Luis de Góngora, Federico García Lorca, Gerardo Diego y Lope de Vega en un orden que no es el cronológico, sino el que ha exigido la propia ejecución artística del acto.

   Elías va a interpretar Amarguras de Manuel Font de Anta en versión para guitarra compuesta por Niño Elías; el Ave María de Franz Shubert, Inspiración, también compuesta por Elías; Estudio en mi menor, de Ferdinando Carulli, Estudio en si menor de Fernando Sor y las Saetas del Silencio de Francisco de Paula Solís y, además tocará soleares, mineras, peteneras, tientos, tonás y seguirillas.

   Javier cantará por soleá, por toná y por romance,  y una saeta…»

 

[Enrique Oliver Aguilar]

 

ANTOLOGÍA DE POEMAS, PREPARADA Y DECLAMADA POR LAURO GANDUL VERDÚN,

PARA UN RECITAL DE POESÍA SACRA,

CON EL CANTE DE JAVIER RODRÍGUEZ, NIÑO DEL MAÚRO,

Y CON LA DIRECCIÓN MUSICAL Y EL ACOMPAÑAMIENTO DE LA GUITARRA DE ELÍAS CHINCOA, NIÑO ELÍAS

 

1º EL CRISTO DE VELÁZQUEZ (FRAGMENTO). Poema de Miguel de Unamuno (1864-1936)

2º ANOCHE CUANDO DORMÍA SOÑÉ, ¡BENDITA ILUSIÓN! Antonio Machado (1875-1939)

3º NO DESDEÑÉIS LA PALABRA. Antonio Machado (1875-1939)

4º AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO. Fray Luis de León (1527-1591)

5º DESPUÉS QUE NOS DESCUBREN SU LUCERO. Fray Luis de León (1527-1591)

6º HERMOSA MÁS QUE EL SOL, ANTES NACIDA. Francisco de Aldana (1537-1578)

7º OH DEL INMENSO SER CONCEBIDORA. Francisco de Aldana (1537-1578)

8º POR QUÉ, HABIENDO MUCHAS MADRES MUERTO DE LÁSTIMA DE VER MUERTOS SUS HIJOS, AMANDO NUESTRA SEÑORA MÁS A SU HIJO QUE TODAS, NO MURIÓ DE LÁSTIMA. Francisco de Quevedo (1580-1645)

9º ANUNCIACIÓN. Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

10º AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

11º PASO. Federico García Lorca (1898-1936)

12º LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

13º ¡OH, CORTESÍA! ¡OH, DULCE ACOGIMIENTO! Fray Luis de León (1527-1591)

14º SEÑOR. QUE ALLÁ DE LA ESTRELLADA CUMBRE. Francisco de Aldana (1537-1578)

15º SONETO A CRISTO CRUCIFICADO. Anónimo (Hacia 1625)

16º «RIMA SACRA XVIII». Lope de Vega (1562-1635)

17º EN ESTA TABLA DE TU CRUZ DIVINA. Lope de Vega (1562-1635)

18º DULCE SEÑOR, MIS VANOS PENSAMIENTOS. Lope de Vega (1562-1635)

19º CÓMO PODRÉ, SEÑOR, QUERER QUEREROS. Lope de Vega (1562-1635)

20º EN LA MUERTE DE CRISTO, CONTRA LA DUREZA DEL CORAZÓN DEL HOMBRE. Francisco de Quevedo (1580-1645)

21º POR LOS REYES BUENOS, DE QUIEN MURMURAN MALOS VASALLOS. Francisco de Quevedo (1580-1645)

22º SAETA. Federico García Lorca (1898-1936)

23º PADRE NUESTRO [GLOSADO (DOS FRAGMENTOS)]. Francisco de Quevedo (1580-1645)

________________

TAMBIÉN PUEDEN LEER, VER Y ESCUCHAR EN «CARMINA» ESTAS OTRAS ENTRADAS:

 

«DIÁLOGOS: CUERDA Y VERSO». Sobre poemas de Lauro Gandul Verdún y músicas de Niño Elías (Llerena, 31 de mayo de 2014)

NIÑO ELÍAS Y LAURO GANDUL. Dibujo a tinta de Luis Caro, 1998

NIÑO ELÍAS, MÚSICO («Historias de vidas»). Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2004

POEMA PARA GUITARRA SOLA (A NIÑO ELÍAS). Lauro Gandul Verdún (Buenos Aires, 2006)

REPORTAJE FOTOGRÁFICO DEL ACTO TITULADO «LA CEGUERA» OFRECIDO POR «CARMINA» TEXTOS PARA UNA LECTURA EN LOS ÁNGELES VIEJOS. Fotos de Enrique Sánchez Díaz (Alcalá de Guadaíra, 1 de diciembre de 2006)

ARTISTAS. «Para un cuaderno de fotografías» por Miguel Hermosín

 

AL FILO DE LA NOTICIA* (29-2-2009). Poema de Alberto González Cáceres (1953-2009)

 

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Federico García Lorca

Gregorio Prieto

1897-1992

 

¡Al poeta Federico García Lorca quieren convertirlo en un objeto de la galería de muertos rentables! Tontos, «espabilaos» y demás gente que vive del truco y la vagancia. Pero no lo encuentran. A ellos les está vedado tratarse con gente sana.

 

¡Menos mal, Federico!

Tanto excavar, tanto buscarte,

 tanta pala y tanto pico,

 para al final no encontrarte.

 

¡Hermano, quédate levitante!

¡No aparezcas, Federico!

Que no pueda el negociante

 a tu costa hacerse rico.

 

Abrid y abrid boquetes,

horadad otros lugares;

ya cejaréis, so zoquetes:

no daréis con sus lunares.

 

Tú seguirás con nosotros

 como siempre has estado:

 con tu amor por los otros,

 con tu dolor delicado,

 con tu poesía encendida

 que nunca nos ha dejado.

 

Ni la fosa, ni tu restos,

 podrán aportarnos más

 que lo dado por tus gestos.

 

Que tus libros se repartan,

 que se proclamen tus odas,

 que se oiga lo que cantan,

 ¡Recítenlas los rapsodas!

 

¡Que tus casidas reluzcan!

 Que caigan los feos bocetos

 de esos que gusanos buscan,

 vencidos por tus sonetos.

 

En las páginas de su huerto,

 ahí siempre le encontraréis,

porque nunca estuvo muerto.

 

(Negros de pelo de lana

moverán sus esqueletos

 entre Harlem y La Habana)

 

__________________________

(*)Editado en «CARMINA» a instancia de la «Asociación en defensa de los poetas vivos»

 

A CRISTO CRUCIFICADO (UNA PINTURA, UN POEMA, UNA MÚSICA Y UNA FOTOGRAFÍA). El pintor Velázquez, un poeta anónimo, el músico José Espinosa y el fotógrafo Miguel Hermosín

 

A 4158
Cristo crucificado

Velázquez

1599-1660

 

   No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido:

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

 

   Tú me mueves, Señor; muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

   Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

   No tienes que me dar porque te quiera;

pues aunque cuanto espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

[Anónimo, «Soneto a cristo crucificado», (s. XVII).

Poema incluido por Francisco Rico en Mil años de poesía española.

Editorial Planeta, S. A. Pág. 394. Barcelona, 1997]

 

Jesús en el Calvario

Compositor: José Espinosa

Interpretación por: La Banda de Música de Alcalá de Guadaíra

Director: Sergio Jiménez Martín

jesus2012Jesús en el Calvario

Alcalá 2012

Foto: Miguel Hermosín

 

PIERO. Por Enrique Martín Ferrera (Diciembre, 2010)

 

La muerte de Procris
Piero di Cosimo, hacia el año 1500
(National Gallery, Londres)
 
«Son las otras artes las que
me han enseñado a escribir»
STENDHAL
 

I

Se levantó y fue hacia el postigo. Amanecía. En el cielo no quedaba rastro alguno de la tormenta que con tanta furia reventara horas atrás. Los truenos y los ladridos de Laelaps le habían tenido inquieto y desvelado en el lecho buena parte de la noche, hasta que cedió al cansancio, quedándose dormido de nuevo, con la vela encendida, el libro de Ovidio en el regazo y el último verso leído en los labios: pectore Procris erat, Procris mihi semper in ore. De madrugada había vuelto a aquel sueño. Apresado estaba otra vez dentro de aquella Capilla romana, atrapado para la eternidad entre sus muros, junto al paisaje salido de su mano en el que Cristo da el sermón de la montaña. Era la perspectiva, o el recuerdo difuminado de ella, que el maestro Cosimo, llamado con otros por el Papa Sixto para decorar las paredes de aquel rincón del Vaticano, había confiado al ingenio y destreza del discípulo, aún no cumplidos por éste los veinte. Ha pasado tanto tiempo. Ya ni siquiera recuerda algún detalle de los paneles de Perugino y Ghirlandaio que flanqueaban la obra de Rosselli en la que participó. La memoria sólo retiene la imagen lejana de su propia labor en el mural. Nunca sus ojos se volvieron a posar en realidad sobre aquella escena que incluía una porción de su pintura, temprana muestra de las capacidades de su pincel. Jamás había vuelto a poner los pies en Roma; demasiado mármol para su gusto, demasiado ruido, demasiadas campanas…

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RAMÓN GAYA. Por Enrique Martín Ferrera

 

Nada tan presuntuoso como la ignorancia, ni tan falso como el arte pretencioso que deja a un lado la humildad eterna del arte y se empina sobre zancos que no son pies ni tocan la tierra ni lo humano.

José Antonio Muñoz Rojas

«Dejado Ir»

(Anotación de 18-5-1979)

 

Las grandes obras son las que no son jaulas de cosas, sino nidos, nidos de donde nace y se levanta mucha más vida que la depositada en ellos.

Ramón Gaya

«Insistencias»

Ramón Gaya en Venecia
Foto: Juan Ballester
 

Hoy, 10 de Octubre de 2010, se cumplen cien años del nacimiento de Ramón Gaya.

Hay artistas limitados, cultivables como ciertas setas, artistas de vuelo gallináceo, artistas que se dejan arrastrar cómodamente por el viento de turno de los tiempos. Su luz, si alguna vez brillaron, es tan efímera como el manifiesto de moda que suscribieron. Pero existe, afortunadamente, otra minoría de artistas, de artistas plenos, flores agrestes, que buscan el milagro, lo intemporal e inagotable de la creación, al consagrarse a su arte. Y lo hacen a pesar de que ello suponga, además de sacrificio y dolorida aspiración,  nadar contracorriente; aunque el camino sea pedregoso, aunque haya que volar cual «pájaro solitario»… Gran pintor y enorme escritor -su escritura resulta sorprendentemente tan límpida y gozosa como su pintura-, Ramón Gaya es una de esas aves no gregarias que pertenecen, sin duda, a la segunda categoría citada: la de los creadores hondos, trascendentes, tocados por la gracia, dotados de una especial sensibilidad, esa sensibilidad que nuestro artista consideraba «el buen don de unos dioses…menores, pero que  no es algo a ejercer, a explotar, sino a ir…siéndola, llevándola buenamente, y nada más. Sin presumir.» (Rf. Diario de un Pintor – apunte de 26-4-1953, París)

Toda la obra de Ramón Gaya es por naturaleza propia un incondicional a la Pintura, afirmación de su presencia y su posibilidad, de su continua resurrección frente a la barbarie y el ruido, contumaz recordatorio de la misión espiritual del hacedor.

La Lámpara
Ramón Gaya
Habitación del artista
Méjico

1955

 

Bien significativa, respecto a sus pretensiones en cuestiones artísticas, resulta la cita de los Dichos de Luz y Amor de San Juan de la Cruz que eligió para encabezar su insuperable ensayo sobre Velázquez: «Las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.»

En otro trabajo suyo de 1975, Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), nos dice el pintor: «El arte creador -no el arte artístico, pues éste es más bien, como se sabe, una simple prueba de talento, de ingenio, incluso de genio algunas veces-, el auténtico arte creador, hacedor de criaturas, es siempre un acto natural, un acto original, un acto principio, y quiérase o no,  sagrado, es decir fatalmente emparentado con la religión, pero…sin serla.»

Tanto pintando como escribiendo, Gaya siempre huyó de la petulancia, de la retórica, de la charlatanería, de los ropajes superfluos, de las ocurrencias ingeniosas, del adorno innecesario, de los decorados, del galimatías hueco, de las mixtificaciones, de la mentira… En suma, lo que él despreciaba eran esas cualidades tan al uso, hace tiempo, en el moderno laberinto de la estética contemporánea.

Las Meninas
(Homenaje a Velázquez)
R.Gaya
1996
 

En  El Taller de la Gracia de Juan Pedro Quiñonero, que tanto y bueno viene regalándonos, en páginas memorables, sobre su paisano, el pintor de Murcia, podemos leer: «A través de su obra escrita, Gaya también nos recuerda, así mismo, otra cosa esencial: el Museo clásico tiene algo de casa del ser de un pueblo. Sin el Museo del Prado, dice Gaya, España sería algo mucho más deshilachado,  absurdo, incomprensible.»

La pinacoteca madrileña atesora algunas de las pinturas más queridas -y homenajeadas- por el artista murciano. Por eso, no es de extrañar que en aquel mismo ensayo ya referido (el dedicado a la naturalidad del arte) completara Gaya su declaración de principios artísticos, mirando atrás y compartiendo esta reflexión en la que se rebela contra la deriva de sonambulismo y sordera que aún hoy aqueja al Arte: «La decisión que se tomara, al empezar el siglo XX, de procurarnos a toda costa un arte…en sí mismo, desasido, desentendido de la realidad -un arte inventado, ideado, imaginado, fantaseado, colocado encima, pegado encima, puesto, superpuesto, postizo, añadido, o sea, un arte, cuando mucho, pergeñador, confeccionador de cosas-, pudo parecer entonces, hace setenta y tantos años, una vívida acción purificadora, salvadora, que nos libraba para siempre del tontísimo y tristísimo realismo, pero nos damos cuenta hoy, a la vista de tanta basura artificial como ha ido acumulándose, que era tan sólo una decisión estúpida, y también, quizá, un tanto…satánica, juguetonamente satánica, de un satanismo estéril, infantil, pueril.»

 

Ramón Gaya ante «Las Hilanderas» de Velázquez
Foto: Juan Ballester, 1992
 

Lejos de emplear sus días en esos frívolos juegos artificiales, Gaya, como aquel pájaro del que nos hablaba San Juan de la Cruz, se iría a lo más alto, solo, poniendo el pico al aire, resistiendo con firmeza y fe los embates de los múltiples vientos de vanguardias y moderneces, tirando por un sendero donde los demás sólo veían maleza y espinos, por la vieja senda que una mayoría, ciega y domesticada, juzgó como un acto y un empeño absurdos: un querer trillar los campos ya agostados del realismo. De nuevo el eterno malentendido, pues para nuestro pintor «la realidad no es más que un punto de partida, pero no hacia una estilización, sino hacia una trascendencia.»

Gaya sólo aspiraba, estaba obligado, a la naturalidad, a la verdad más honda, al misterio sacro de esa criatura que es la obra de creación viva, ese venero inacabable al que siempre se puede regresar para saciar nuestra sed de eternidad; a esa obra a la que el artista trata de ir sin violencias, poco a poco, desnudando y mostrando por fin el alma de las cosas, para hacerla suya y habitarla. A esa búsqueda de un mundo propio, al hallazgo de la obra redentora, se refiere Ramón Gaya en uno de sus sonetos, donde trata de hacerse comprender por los demás a través de la poesía. Escúchale, es su corazón quien te habla y, luego, olvida las palabras y sólo siente, aquello que te susurraba esa voz por dentro, cuando te asomes al brocal de sus cuadros y te aventures empozándote sin miedo en el universo vivo del pintor, todo luz y levedad, que sigue latiendo en su pintura.

Ramón Gaya leyendo su poema «De Pintor a Pintor»
en un museo que lleva su nombre
Murcia
18 de mayo de 2001
 

DE PINTOR A PINTOR

«El atardecer es la hora de la pintura.»

Tiziano

Pintar no es ordenar, ir disponiendo,
sobre una superficie, un juego vano,
colocar unas sombras sobre un plano,
empeñarte en tapar, en ir cubriendo;

pintar es tantear -atardeciendo-
la orilla de un abismo con tu mano,
temeroso adentrarte en lo lejano,
temerario tocar lo que vas viendo.

Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responda desde abajo.

Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.

 

Ramón Gaya en el hotel de la Rue Bonaparte
Foto: Isabel Verdejo
París
1995

ME LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME. Centenario de un nacimiento: 1910-2010. Por Enrique Martín Ferrera (Julio de 2010)

Miguel Hernández y Josefina en Jaén
 Marzo 
 1937 

 «Ya sé que en esos sitios tiritará mañana mi corazón helado en varios tomos». Cierro el libro y salgo de la biblioteca. Vuela ahora el pensamiento. Le imagino declamando sus poemas en la plaza pública, o en la trinchera, o en la fraternal  intimidad de la casa de Velintonia, 3.  «He oído a muchos poetas decir sus versosrecordaba Vicente Aleixandre-. Pocos me han dado esta sensación tan completa de hombre expresado en acto, desde la desnuda garganta.». Así le imagino, derrochando ímpetus, entregado a la poesía, sin renunciar al compromiso con todo lo humano: él era viento del pueblo, viento que pasa soplando a través de sus poros.

            También le imagino ya cruzada la raya, en su huida camino de Lisboa, menesteroso, vendiendo en Santo Alexo, como último remedio, el reloj de oro que le regalara el amigo el día de su boda, sin imaginar que con el tiempo sería elemento propiciatorio de su fatal detención por la policía salazarista. Le imagino en sus penas, en ausencia del vientre preñado de Josefina, soñando con el rostro del hijo y aguardando la luz y el calor del sol. Le imagino preso, y ya moribundo, en pantomima de forzado matrimonio canónico ante el cura de la cárcel.  

  

Velintonia, 3
La casa madrileña de Vicente Aleixandre

            Le imagino otras veces en circunstancias menos adversas, un año antes de la guerra, en la Biblioteca Nacional, copiando durante horas antiguos textos taurinos por encargo de José Mª de Cossío, o escribiendo él mismo las biografías de aquellos viejos toreros (Tragabuches, Espartero, Lagartijo…) Y le imagino en el breve intervalo de libertad de septiembre del treinta y nueve, antes de ser encausado en el sumario 21.001. Ahí está, escribiendo una carta desde la Orihuela de sus cuitas. Va dirigida, como otras, al artífice de la que luego sería celebrada enciclopedia de «Los Toros»: «Pienso en su tierra de Tudanca, y estoy dispuesto a trabajar en ella, a pastorear sus vacas, a lo que sea un trabajo manual, con tal de sacar mi familia, numerosa y necesitada,  adelante», le dice a Cossío en una desesperada cuartilla, breve misiva pergeñada con la tinta azul de la maquina de escribir del amigo muerto, Ramón Sijé. 

             Tudanca. La carretera que baja hasta el valle del recóndito pueblecito montañés es una interminable sucesión de curvas. Es tierra cántabra, de foramontanos; tierra muy alejada de las actuales rutas turísticas. Allí, enclavada en un lugar inefable, sigue estando La Casona, la mansión del XVIII que hizo construir un rico indiano y que luego sería propiedad de José María de Cossío. La casa conserva una atmósfera mágica, las huellas y los ecos de los muchos poetas y artistas que por allí pasaron en vida de su último dueño. En su biblioteca (con más de 25.000 libros y documentos) se conserva, delicadamente encuadernado en media piel, uno de los dos únicos ejemplares que se salvaron de la edición valenciana del treinta y nueve de «El Hombre Acecha», aquella primera publicación que devoró el fuego de los vencedores. Dicen que este libro era estimadísima reliquia para Cossío, más por una cuestión sentimental que por su rareza bibliográfica. Allí, por esas páginas que acariciaba y leía furtivamente el asesor literario de Espasa-Calpe, continúa pasando El tren de los heridos, y desde allí sigue Miguel llamando a los poetas. Es la misma biblioteca que atesora diecisiete de las cartas que dirigiera el oriolano a aquel académico que demostraría ser, junto a Aleixandre, su más fiel benefactor.

 

Retrato de José María de Cossío, por Gyenes

               «¿Quién amuralla una voz?» -nos dice Miguel Hernández en un verso. Él cantó a la vida, al amor y a la muerte. ¿Existen acaso otros veneros? ¿Hay otras heridas sobre las que nos sea posible escribir? «Era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos.», dejó escrito de él su amigo y mentor, Vicente Aleixandre. Aunque no alcanzó a cumplir los treinta y dos, en esas escasas tres décadas hizo por la palabra más que muchos longevos escritores y poetas nonagenarios. Ni siquiera en esa pobreza, tan odiada, en la que nació y creció, ni siquiera en las perennes desdichas y penurias padecidas, ni siquiera en sus presidios… Nunca cedió ante el abismo. Aún vuela sobre él con la gracia aérea de un soneto:

    Sonreír con la alegre  tristeza del olivo.

Esperar. No cansarse de esperar la alegría.

Sonriamos. Doremos la luz de cada día

en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

 Aleixandre

Vicente Aleixandre
ante el nicho de Miguel Hernández,
donde le escucharon pronunciar aquellas palabras: 
«Tú, el puro y verdadero, tú, el más real de todos, tú, el no desaparecido.»
Alicante
1952 

PHILIP LARKIN: SEMBLANZA DE UN CRÍTICO DE JAZZ. Por Enrique Martín Ferrera, Diciembre 2008

Portada de la edición inglesa de «Faber & Faber»
del libro «All What Jazz: A Record Diary» (1968), de Philip Larkin
-recopilatorio de sus artículos sobre Jazz publicados en el periódico londinense «Daily Telegraph»

 

En verdad, sólo hay un par de cosas que valgan la pena: el amor, en cualquiera de sus formas, con muchachas hermosas, y la música de Nueva Orleáns y Duke Ellington.

(Boris Vian, «L´ écume des jours», prefacio.)

 

   No significa nada si no tiene Swing.

(Edward Duke Ellington)

1932

 

1 Duke Ellington

Duke Ellington en el «Hurricane Club»
1943

«Pocas cosas me han proporcionado más placer en la vida que escuchar jazz.» Con esta rotundidad se pronunciaba Philip Larkin en el prólogo de 1.968 de «All What Jazz: A Record Diary», un libro recopilatorio de esos artículos que, durante toda una década, fue publicando mensualmente como comentarista de Jazz en el Daily Telegraph. Sin el acierto de esa recopilación y su polémico prólogo, las críticas jazzísticas de Larkin tal vez habrían sido olvidadas, después de haber sufrido la inevitable humillación (o lección de humildad, según se mire) que reserva el destino para todo trabajo periodístico: acabar la jornada en el cubo de la basura o como improvisado envoltorio de sabe dios qué cosas.

            Supe hace mucho tiempo, por otro aficionado al Jazz, de estas colaboraciones en prensa arracimadas en forma de libro; y sentía curiosidad por esta faceta de un Larkin que no era el poeta reconocido -The North Ship, The Less Deceived, The Whitsun Weddings, y High Windows-, ni el novelista retirado de forma prematura –Jill y A Girl in Winter-, ni el bibliotecario solterón, calvo y un poco tartamudo que tratan de ridiculizar sus detractores. Pero no sé el porqué, hasta las postrimerías del pasado siglo XX, centuria que según nuestro protagonista vio no sólo nacer sino, también, morir tempranamente al Jazz; no me decidí a conocer a este Larkin columnista y crítico musical. Como hasta hace poco no ha visto la luz en nuestro país una edición de«All What Jazz» en español (Paidos, 2004), en aquel entonces tuve que hacer el oportuno encargo a unos amigos ingleses de un ejemplar de la edición de Faber & Faber. Leyéndolo descubrí a un Larkin adicto al Jazz, azote de las vanguardias, que exponía de forma apasionada controvertidas opiniones sobre determinados músicos y nuevas corrientes; esos mismos que, merced a la pátina de respetabilidad que otorga el paso del tiempo, se han convertido ya también en figuras y formas clásicas.

          El prólogo que citaba al inicio es una gran pieza literaria que condensa unas pequeñas memorias en poco más de dieciséis páginas; sin desperdicio. Esa introducción ya advierte que nada ni nadie que huela a moderno, sea cual sea la expresión artística elegida, saldrá bien parado en el libro: da lo mismo que se llame James Joyce, Jackson Pollock o Miles Davis. En 1984, un año antes de morir, en nota a la segunda edición, el crítico Larkin aprovecha para renovar sus votos: «Si Charlie Parker parece menos ruidoso hoy que en 1950, ello se debe sólo, como señalo, a que le han sucedido otros todavía más bullangueros; más o menos lo mismo que, “mutatis mutandi”, se podría decir de Picasso y Pound».

 

1 Charlie Parker

Charlie Parker, Monk, Mingus y Haynes
New York, 1953

            La lectura de «All What Jazz» me desconcertó en un principio, pero luego comprendí que las piezas encajaban: en cuestiones poéticas su autor también había dado un portazo a lo que en aquella época se consideraba la modernidad. Estas reseñas jazzísticas, gozosas por sí solas para el amante del Jazz, pueden ser útiles a cualquier lector que desee abordar, con una perspectiva más amplia y fecunda, la obra poética de Philip Larkin; que, por cierto, sería probablemente escrita mientras surgía de un gramófono esa música de la que era forofo.

            «Es verdad, –confesaba Philip, el 20 de Febrero de 1967, en “Credo”, uno de sus artículos para el Daily Telegraph- no me gusta la fantasía que rubrica la época, ni quiero gustillos africanos, latinoamericanos, indios o caribeños; ni solos de bajo, ni el disparate de la Nueva Ola, ni la fatuidad del “free”; de hecho la cosa se ha ido por entero al carajo desde 1945, o incluso desde 1940; pero esto no es más que decir que a mí me gusta que el jazz sea jazz. A.E. Housman dijo que él podía reconocer la poesía porque se le hacía un nudo en la garganta y se le humedecían los ojos: yo puedo reconocer el jazz porque me hace golpear el suelo con los pies, gruñir afirmativamente, e incluso levantarme y brincar alrededor de la habitación. Si no me produce esto, entonces, por muy interesante que sea musicalmente, o atrevido espiritualmente, o digno de alabanza racialmente; no es jazz. Si eso es ser un purista, yo soy un purista.»

            Creo que Larkin nos estaba hablando, en el citado pasaje, del swing, de ese placentero impulso que nos hace seguir el ritmo con el cuerpo, de ese poderoso resorte. Ya lo decía Ellington: «It don´t mean a thing If you ain´t got that swing». En cierta ocasión, un periodista, entrevistando a Louis Armstrong, preguntó a éste qué era el Jazz, y el gran Satchmo le contestó sonriendo, con su trompeta en la mano:«Si tienes que preguntarlo, nunca lo sabrás.» Por esos derroteros se encaminan evidentemente las palabras de nuestro poeta.

 1 Louis Armstrong

Louis Armstrong
París
1965

            Jazz moderno: «El jazz que no es jazz» (The end of Jazz, 15-6-1963). Y es que Larkin no puede dar por buena, como Jazz, una música nada continuista, que hace alarde de la novedad y está dispuesta a romper esos delicados lazos de unión con los sonidos tradicionales:«Parker no siguió a nadie, a diferencia de Armstrong, que siguió a Oliver. Él simplemente apareció.» («Armstrong to Parker», 14-5-1962).

            «Be-bop or not to be-bop, there is no question». Una noche, ya distante, pero memorable gracias a la música, vi un cartel que rezaba así en un Club de Jazz de Praga. Han sido muchos los críticos de Jazz, y los apasionados del Be-bop, del Cool o del Free, que lejos de llamar a Larkin purista o amigo de la tradición, como él se definió; le han tildado de mentecato, reaccionario y fundamentalista; por no citar otras descalificaciones más feroces y groseras.

 1 Pee Wee Russell

Pee Wee Russell
1906-1969

            Cierto es que Larkin se quedó plantado, en cuestiones musicales, en los años treinta; y que le desagradaba, por lo general, todo aquello que no sonara a Rag, a Hot, a Dixieland, a estilo Nueva Orleáns o Chicago, o a las grandes orquestas del Swing: «El Jazz se va muriendo con quienes lo ejercían: Red Allen, Pee Wee Russell, Johnny Hodges.» (Wells or Gibbon?, 15-8-1970).

            Cierto además que, en muchas ocasiones, en esas reseñas periodísticas, el autor parece el abuelo cebolleta fustigando virulenta y despectivamente, con sus comentarios y boutades, las nuevas modas y maneras: «El jazz tuvo su agonía de muerte con Gillespie y Parker…» (Change and Decay, 13-9-1969), «los solos de Coltrane se parecen a los garabatos de un niño subnormal…» (Aretha´s Gospel, 13-7-1968), «Davis es una persona malhumorada y perversa, y a mí su trompeta me afecta del mismo modo…» (Rose-Red-Light City, 13-1-1962).

 John Coltrane

John Coltrane

            Pero esos exabruptos -que también centellean en muchos de sus poemas- no deben empañar el justo valor de estos artículos. En ellos abundan pequeñas piezas maestras que nos dejan ver el buen gusto, la belleza de la prosa de un gran escritor y la pasión empleada por el mismo al comentar la música que amaba. Léanse si no las páginas dedicadas a Bix Beiderbecke, a Jelly Roll Morton, a Pee Wee Russell, a Louis Armstrong, a Duke Ellington, a Billie Holiday, a Fats Waller, a Bessie Smith, a Sidney Bechet…

Fats Waller and his Rhythm 1938

Fats Waller and his Rhythm (1938)

            De este último dice Larkin que es «una de la media docena de figuras principales del jazz». No es esta una afirmación descabellada, y quien haya escuchado a Bechet soplando en Blue Horizon, o en Blues in thirds, o en Shake it and Break it; bien sabe de lo que hablo. Hay tanto swing, una sonoridad tan bella y vitalista en las grabaciones del viejo Sidney. En el penúltimo poemario de Larkin, Las Bodas de Pentecostés, se pueden leer unos versos dedicados al genial clarinetista-saxofonista de Nueva Orleáns: «Tu voz me llega como dicen debería hacerlo el amor, / como un enorme sí».

1 Sidney Bechet

Sidney Bechet. Boston, 1945

            Hay otros poemas en los que nos habla de Jazz, pero nunca únicamente de jazz, como en Reference Back y Love Songs in Age (en «The Whitsun Weddings», 1964), o en esa genial confesión titulada Reasons for Attendance (en «The Less Deceived», 1955). Creo que el cine y la fotografía siempre lo tuvieron más fácil, pero incluir el jazz en la literatura, o hacer buena literatura escribiendo sobre Jazz, es un arte concebido para unos pocos elegidos. Con demasiada frecuencia la pluma deriva hacia un ejercicio de simple charlatanería. No obstante, ahí están, entre otros, Jack Kerouac y los chicos del beat, Boris Vian y sus artefactos literarios, Julio Cortázar y su insuperable capítulo 17 de Rayuela; y en España algunos poetas de la generación del 27: incluso Luis Cernuda utilizó el título de un foxtrot llamado «I want to be alone in the South», para bautizar uno de sus más afamados poemas, «Quisiera estar solo en el sur»; que, dicho sea de paso, no es una evocación nostálgica de Andalucía, como erróneamente se tiende a pensar, según nos aclara el propio poeta en su «Historial de un libro».

Bix Beiderbecke

Bix Beiderbecke

            Volviendo a Philip Larkin, cómo no imaginarle, tras una rutinaria jornada de trabajo en la Biblioteca de la Universidad de Hull, ya en la intimidad de su casa, con batín y zapatillas, el jazz sonando, una copa en la mano; siguiendo el ritmo con los pies o tamborileando sin baquetas sobre una batería imaginaria. Siendo adolescente, Larkin soñaba ser batería de Jazz; así lo asegura en el prólogo de «All What Jazz». La portada del libro, en la edición inglesa de Faber & Faber, donde aparece sosteniendo dos palillos, no es casual. Es una imagen alejada de la solemnidad y del retrato tristón y grave que propagan de él sus detractores; el reverso de ese perfil de un ser depresivo, con un filtro gris en la mirada, que puede hacernos llegar, desatinadamente, una lectura precipitada de su poesía. «El impulso de componer un poema nunca es negativo», dijo Philip a un entrevistador que le preguntaba por su pesimismo.

larkin 8

            Leyendo el relato que el poeta hace de su juventud en el prólogo de «All What Jazz», tampoco nos cuesta verle en Oxford, in illo tempore, escuchando discos de Jazz junto a un pequeño grupo de estudiantes –Amis padre y compañía-, en alguna habitación del College; divirtiéndose, bebiendo y comentando este o aquel pasaje, elogiando a algún viejo jazzman, discutiendo sobre las preferencias de cada cual… Al leer no hace mucho su magnífica primera novela, «Jill» (Lumen, 2.007), ambientada en ese pequeño mundo universitario de élite; buscaba infructuosamente, pasando las páginas, el Jazz. Pero aquí sólo aparece esbozado, como un perfume invisible que flota en el aire, como un sonido cercano, omnipresente, que nos llega desde el gramófono de la habitación de algún estudiante, cuya puerta nunca llega a abrir para nosotros el narrador. Así se insinúa magistralmente el jazz en esta novela.

            Gloomy?, ¿lóbrego?. Estoy convencido de que Larkin era un tipo alegre y vitalista mientras oía el tipo de Jazz que le emocionaba. A falta de mejores arietes capaces de hacer mella en el muro de su popularidad, ciertos santurrones y defensores de lo políticamente correcto, se han dedicado a airear chismorreos acusadores del tipo Larkin-Racista, o Larkin-Consumidor de pornografía, o Larkin-Misógino. Pero no puede considerarse misoginia la defensa a ultranza de la soltería:«dos pueden vivir tan estúpidamente como uno», decía Philip. Pero soltería no es celibato, pues Larkin no tenía nada de casto y mantuvo relaciones, más o menos estables, con varias mujeres a lo largo de su vida («alcohol, jazz y sexo – todos ellos cosas dulces», reza un poema suyo inacabado). Eso sí, nunca deseó tener hijos. Sobre este último particular dicen mucho los dos últimos versos de «This Be The Verse» (Ventanas Altas,1974).

Placa Larkin

            Del asunto de la pornografía, qué cabría decir a esos hipócritas victorianos, salvo recomendarles la lectura de Henry Miller o, incluso mejor, la visita a la sección X de un buen video club. En lo que respecta a las acusaciones de racismo, Larkin simplemente no soportaba a aquellos nuevos músicos negros que pretendían convertir el Jazz en una cuestión racial, sacando las cosas de quicio al mezclarlo con el black power y maltratando de forma deliberada, según él, las orejas del público blanco con experimentos musicales. Muchos de sus admiradísimos héroes del Jazz eran negros, pero resulta muy sencillo tergiversar interesadamente frases como: «En el jazz, la tensión entre el artista y la audiencia se apagó cuando el Negro dejó de querer entretener al hombre blanco…», o «Partiendo del uso de la música para entretener al hombre blanco, el Negro avanzó con ella hasta el odio hacia aquel.» (All What Jazz, – Introduction-1968).

            A Larkin, estoy convencido, el Jazz y los poemas le ayudaban a soportar la angustia, la sinrazón, la grisalla de la vida… Porque «la vida primero es tedio, luego miedo» («Dockery and Son»- Las Bodas de Pentecostés, 1.964). Esas muletas, la Poesía y el Jazz le acompañaron hasta el final del camino: en la abadía de Westminster, durante su funeral, además de ser leído «An Arundel Tomb», se interpretaron temas de Sidney Bechet y Bix Beiderbecke.

            Poesía y Jazz: dos pasiones íntimamente ligadas en Philip Larkin. Él siempre reivindicó la función social de ambas y reclamó su verdadero público tradicional, tan crecientemente sustituido por especialistas y glosadores.

Larkin 1961

Larkin en 1961

            No encajaba en ese molde del escritor que «ha ganado la feliz posición en la cual puede alabar su propia poesía en la prensa y explicarla dando clases en el aula…» («Required Writing» –The Pleasure Principle- Faber & Faber,1983). Tal vez por su rechazo a ese modelo, y a pesar de la gran fama y prestigio alcanzados como poeta, él siempre conservó su empleo y su salario como bibliotecario. Larkin consideraba una virtud que sus poemas no necesitaran notas explicativas a pie de página para ser comprendidos; aunque no, por abordar asuntos cotidianos o locales –que, como es bien sabido, pueden ser también los más universales-, o por tratar esos temas con palabras y formas, en apariencia, sencillas, sea posible conceptuar el resultado como poesía trivial. Sus versos no aspiran a la vulgaridad. Simplemente, él nunca escribió para académicos, estudiosos o doctores en filología, ni para los críticos literarios; ni siquiera para otros poetas.

            Y cambiando al palo que nos ocupa, tampoco concebía el Jazz como una pomposa incursión solipsista del intérprete, ininteligible, inhumana o desconectada de la audiencia; de espaldas a la necesidad de los oyentes de disfrutar y sentirse estimulados, no confundidos o torturados, por la música.

            Larkin consideraba que leer poesía, o escuchar Jazz, no debe ser nunca para el público una tarea esforzada y exenta de goce, un rompecabezas o un arduo combate.

Larkin en 1982

Larkin en 1982

            En su Jazzbandismo, un funambulista llamado Ramón escribía: «sólo una introducción de jazz puede abrir ciertas almas y que vayan a buscar ciertos libros y comprendan ciertas ideas.» Abrir almas, algo demasiado pretencioso. Pero ojalá alguien, a raíz de esta lectura, se nos una en las trincheras, se aventure y salga en busca de las obras del propio Larkin, de un buen libro de sonetos o de un disco de Jazz de los Grandes; antes de que el mercado, que sólo sabe de frías cifras, decida dejar de dispensar para siempre estos nutritivos bienes; suprimir definitivamente su ya corta tirada, eliminar sus reducidos espacios y colocar más ejemplares del último éxito en ventas de Antonio Gala, o de las sevillanas más populacheras del momento, en los escasos lugares donde todavía puede hallarse algo de Jazz y Poesía, esos arrinconados parientes pobres.

            El Jazz que nos deleita sigue siendo un magnífico lenitivo, una isla para náufragos, una dulce tregua… La buena Poesía también. Puestos a elegir, Larkin confesaba, sin ambigüedades, su predilección en una entrevista aparecida en 1968 en las páginas del diario The Guardian: «Qué dijo Baudelaire, que el hombre puede vivir una semana sin pan pero no un día sin poesía. Se puede decir que yo podría vivir una semana sin poesía, pero no un día sin jazz.».

            Jazz y poemas: en cualquier caso, un día sin ellos es un día a la intemperie.

Philip Larkin Retrato

El poeta y crítico de jazz Philip Larkin