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EDIPO. Por José Manuel Colubi Falcó

Edipoylaesfinge GustavoMoreau

Edipo y la esfinge

Gustave Moreau

1826-1898

 

No creo equivocarme si afirmo que no hay mito griego que haya alcanzado tanta fortuna como el de Edipo. Desde que Sófocles compusiera sus dos inmortales tragedias (Edipo rey, Edipo en Colono) está presente en las literaturas europeas: latina (Séneca), francesa (Corneille, Voltaire, Gide, Cocteau), inglesa, italiana, española (Martínez de la Rosa); además, el psicoanálisis recurre a él para explicar la tesis de la atracción erótica que el niño siente por la madre y la repulsión por el padre (complejo de Edipo).

         El mito es muy conocido: Layo, rey de Tebas, ha desoído el mandato del oráculo: «No engendres un hijo, cuyo destino será matarte y casarse con tu mujer y madre suya, de la que obtendrá descendencia», y, para obviar el vaticinio, ordena matar al niño. Mas el criado, compasivo, lo expone colgado por los pies de un árbol (de ahí su nombre, Edipo, «de pies hinchados») a la vista de un pastor, que lo lleva a los reyes de Corinto. Educado allí y obsesionado porque un compañero le ha llamado expósito, marcha a Delfos, donde el oráculo le revela su destino. Edipo emprende la ruta contraria y, en una disputa, mata a un viejo —Layo, su padre, a quien no conoce— y su cortejo, salvo un servidor, que escapa, y libera a Tebas de la Esfinge descifrando su enigma (es el hombre el animal de cuatro, dos y tres patas); sube al trono y con la reina, Yocasta, su madre, tiene cuatro hijos. Luego, durante la peste, prorrumpe, ignorante, en imprecaciones contra el asesinato de Layo y proclama su búsqueda hasta que, en una sucesión de escenas de gran dramatismo, es desvelado el secreto: un emisario corintio le revela que es expósito y que fue recogido por él en Tebas, y también el siervo que le expuso y que logró huir cuando mató a Layo. Yocasta se suicida, Edipo vacía sus ojos con un broche y sale de Tebas para errar por el mundo hasta su muerte en Colono. ¿Es Edipo símbolo del hombre juguete del Hado? ¿Dónde está la libertad, dónde la responsabilidad? ¿Lo es de la eterna e inmerecida infelicidad humana? «Lo mejor —dice el coro— es no haber nacido, o volver cuanto antes allá de donde uno ha venido». Idea muy cara a la lírica: así Teognis. Y recordemos también a Calderón: «Pues el delito mayor/ del hombre es haber nacido».

 

LA AMBICIÓN DEL PODER. Por José Manuel Colubi Falcó

 

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Trasunto del Poder

Xopi

2008

 

Alrededor del 410 a.C. se representa el drama Las fenicias, de Eurípides (480-405 a.C.): guerra, desequilibrio entre los intereses individuales y los colectivos, separación entre elocuencia y moral…, éstas son algunas constantes del momento. En la tragedia, Etéocles y Polínices, hijos de Edipo, se enfrentan a muerte: ambos han pactado el ejercicio del poder en Tebas por turno, pero el primero, consumido el suyo, no quiere ceder. Inútiles resultan los ruegos y consejos de la madre. He aquí las palabras del primero en su diálogo con Yocasta (vv. 499-525):

   «Si para todos la misma cosa fuera bella y sabia a un tiempo, no existiría entre los humanos la discordia suscitadora de disputas. Mas nada hay semejante ni igual para los mortales, salvo en los nombres. Esa realidad no existe. Así que, madre, hablaré sin ocultar nada. Al oriente de los astros, del sol, iría yo, y bajo tierra, si capaz fuese de hacerlo, con tal de tener la más excelsa de las deidades: el Poder. Así, pues, madre, ese bien no quiero cederlo a otro más que guardarlo para mí, que cobardía es que quien ha perdido lo más tome lo menos. Además vergüenza siento de que éste, que llegó con armas y devastando la tierra, alcance lo que pretende. También para Tebas sería oprobio que por temor a la lanza micénica permitiese yo a éste tener mis cetros. Debiera él, madre, llegar a una reconciliación no con armas, pues la palabra conquista todo lo que también el hierro de los enemigos podría hacer. Con que, si quiere habitar esta tierra con otra condición, lícito le es, pues voluntariamente no consentiré en aquello: en ser su servidor, siéndome posible mandar. Ante ello, ¡venga el fuego, vengan las espadas, uncid los caballos, los llanos llenadlos de carros!, que no cederé a éste mi poder. Porque si hay que cometer injusticia, por el Poder bellísimo es cometerla, aunque en lo demás haya que ser pío.»

   Y las de la madre (vv. 528-558):
«¡Hijo, Etéocles!, no todo son males en la vejez, sino que la experiencia puede decir algo más sabio que la juventud. ¿Por qué te entregas, hijo, a la peor de las divinidades, a la Ambición?…  Injusta diosa: En muchas casas y ciudades felices entra, y sale sobre la ruina de quienes se abandonan a ella, por la que tú estás loco. Más bello es, hijo, honrar la Equidad, que siempre une a amigos con amigos, ciudades con ciudades, aliados con aliados. Pues lo equitativo es duradero para los humanos, mientras que frente al Más levántase siempre enemigo el Menos e inicia el día odioso… El ojo sombrío de la noche y la luz del sol recorren por igual el ciclo del año y ni uno ni otro siente envidia cuando es vencido… ¿Por qué al Poder, injusticia espléndida, honras sobrenaturalmente y lo consideras grande? ¿Para ser visto colmado de honores? Cosa vana. ¿Es que quieres sufrir mucho guardando mucho en palacio? ¿Qué es lo más? Nombre sólo tiene, pues lo bastante es suficiente para los sensatos. No, ciertamente, no poseen los mortales como propias las riquezas, sino que conservando las de los dioses velamos por ellas, y cuando quieren nos las quitan de nuevo. El Poder no es firme, sino efímero.»

 

[El Alca, año I – nº 5, octubre de 1991]

 

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LA ERÓTICA DEL PODER (EURÍPIDES, FENICIAS 503-558). Por José Manuel Colubi Falcó

 

ANTÍGONA. Por José Manuel Colubi Falcó

AntígonayPolinices

Antígona delante del cadáver de Polinices

Nikiphoros Lytras

1832-1904

 

Hace casi un año y en estas mismas páginas describíamos el mito de Edipo, plasmado en el Edipo rey, la más conocida de las tragedias de Sófocles y la que más influencia ha ejercido en las literaturas europeas. Tragedia inmortal ésta, sí, pero no menos ha inmortalizado a su autor la Antígona, cuya representación (422-441 a.C.) le dio gran prestigio ya entonces, tanto que sus paisanos lo eligieron estratego o general. La obra, al igual que aquélla, ha inspirado a dramaturgos modernos, que han sabido recrear un tema siempre de actualidad: Alfieri (1783), J. Anouilh (1944), S. Espriu (1959).

         El drama tiene por escenario Tebas, donde dos hermanos, Etéocles y Polinices, se han dado muerte mutuamente en combate singular, el uno en defensa de la ciudad, que gobierna desde que su padre, Edipo, la abandonara, y el otro, mientras la ataca para alcanzar un poder que, por pacto entre hermanos, le corresponde. El regente y tío de ambos, Creonte, publica un bando por el que otorga honras fúnebres al primero, defensor de la patria, y niega, so pena de lapidación, sepultura al segundo, cuyo cuerpo será presa de perros y aves de rapiña. La orden es un ataque a la humanidad y a la piedad, pues impide que el muerto acceda al Hades, al mundo de los muertos, ya que el entierro no es más que la entrega del cuerpo a los dioses de abajo, lo que se les niega, y, a su vez, ofende a los de arriba, pues deshonra su reino con el cadáver. Y Antígona, hermana de ambos, quebranta esa prohibición.

         Llevada ante su tío, en acalorada discusión, el déspota, convencido de que encarna el poder sin límites del Estado y es su ley, ciego de una soberbia que pretende ser autoridad, no atiende a las razones que la heroína, enérgica, opone: «Las leyes no escritas y firmes de los dioses, que no son de hoy ni de ayer, sino que viven siempre y nadie sabe cuándo aparecieron». Y Antígona, que nació «no para compartir odio, sino para compartir amor (verso 523), hace frente a su destino «sin bodas, sin hijos», el mayor anhelo de una mujer; encerrada en una caverna hasta que los dioses decidan su suerte, se ahorca, y su suicidio arrastra el de su prometido, Hemón, hijo de Creonte, y el de la madre, Eurídice; tres cadáveres que caen, a una, sobre el tirano.

 

LA ERÓTICA DEL PODER (EURÍPIDES, FENICIAS 503-558). Por José Manuel Colubi Falcó

Etéocles y Polinices
Giovanni Battista Tiepolo
1696-1770

Tras la caída de Edipo, sus hijos, Etéocles y Polinices, asumen el gobierno de Tebas, acordando ejercer el poder –Tiranía en el texto, deificada y equivalente a Poder- por veces alternas, anualmente. Consumido su turno, el primero se niega a cederlo, dando lugar a una guerra que acabará con la muerte de ambos. En la escena, la madre intenta, en vano, hacerles entrar en razón.

            Eurípides (480-405 a. C.), el «filósofo de la escena», critica, desde ésta, la ambición espuria de poder, expresión máxima del desequilibrio entre el interés particular y el general que se produce en la Atenas de la segunda mitad del siglo V a. C. Y lo hace recurriendo al mito tebano, trágicamente, al igual que hará con las guerras en sus tragedias del ciclo troyano.

            Interés individual, o de parte, y común disociados, Justicia y Derecho pisoteados por la Ambición de poder –también deificada aquí-, la Historia nos enseña infinitos ejemplos de lo que han sido capaces los hombres por alcanzarlo o conservarlo como sea. Hasta hoy. El texto griego, que traduzco, dice:

            «Etéocles.- Yo, madre, hablaré sin ocultar nada. Hasta los ortos de los astros, del sol, yo llegara, y al interior de la tierra, si capaz fuese de hacerlo, con tal de tener a la más grande de las diosas, la Tiranía. Y ese bien, madre, no estoy dispuesto a cederlo a otro, sino, mejor, a conservarlo para mí. Pues que uno, perdiendo lo más, tomara lo menos, falta de hombría fuera.

            »Además, vergüenza me da que éste, que viene con armas y devastando la tierra, alcanzara lo que pretende. Para Tebas sería un deshonor eso, que por miedo a la lanza micénica cediera yo mis cetros para que él los tuviera… Así que, si quiere vivir de otro modo en esta tierra, puede, que yo voluntariamente no consentiré en aquello. ¡¿Siéndome posible mandar, llegar yo a ser su siervo algún día?!

            »Ante eso, ¡venga fuego, vengan espadas, uncid los caballos, llenad de carros los llanos, que a ése no cederé yo mi Tiranía! Porque si hay que hacer injusticia, lo más hermoso es hacerla por la Tiranía, aunque en lo demás haya que ser pío.

            »Yocasta.- ¡Hijo, Etéocles! No todo son males en la vejez. La experiencia puede decir algo más sabio que la juventud. ¿Por qué, hijo, te aferras a lo peor de las diosas, la Ambición? ¡Tú no! ¡Injusta es esa diosa! En muchas casas ha entrado, y en ciudades felices, y ha salido, para ruina de quienes se abandonan a ella… Enloqueces por ella, tú. Hijo, mejor es honrar la Equidad, que siempre ata a amigos con amigos, a ciudades con ciudades, a aliados con aliados. Pues lo igual es, para los hombres, estable, mientras que frente al Más siempre se levanta como enemigo el Menos y desciende hasta días de odio… El ojo sin luz de la noche y la luz del sol recorren por igual el ciclo anual y ni uno ni otro de ellos siente rencor cuando es vencido… ¿No soportarás tener igual porción de palacio y repartirlo con éste? ¿Dónde está la injusticia?

            »¿Por qué honras tan sobremanera la Tiranía, una injusticia feliz, y eso lo consideras grande? ¿Para ser admirado como persona honorable? Vaciedad, sí. ¿O quieres sufrir mucho teniendo mucho en palacio? ¿Qué es lo más? Sólo un nombre, pues a los sensatos les basta lo que es suficiente. Los mortales no han ganado como propia la riqueza, sino que cuidamos los bienes, ¡de los dioses!, cuando los tenemos, y cuando quieren nos los quitan de nuevo. El poder no es seguro, sino efímero».

            P.S. Este documento, en griego, de dificultad cierta, fue objeto de estudio (análisis, traducción y comentario), en los primeros años de la década de los ochenta del pasado siglo, a cargo de alumnos del Curso de Orientación Universitaria, cuyas edades oscilaban entre los diecisiete y dieciocho años, en el Instituto Cristóbal de Monroy. Habida cuenta de la dificultad del texto, se requería a veces la ayuda y, por supuesto, la corrección del profesor, que, entre otras funciones, para ésta está. ¿Hoy eso sería posible?