Etéocles y Polinices
Giovanni Battista Tiepolo
1696-1770
Tras la caída de Edipo, sus hijos, Etéocles y Polinices, asumen el gobierno de Tebas, acordando ejercer el poder –Tiranía en el texto, deificada y equivalente a Poder- por veces alternas, anualmente. Consumido su turno, el primero se niega a cederlo, dando lugar a una guerra que acabará con la muerte de ambos. En la escena, la madre intenta, en vano, hacerles entrar en razón.
Eurípides (480-405 a. C.), el «filósofo de la escena», critica, desde ésta, la ambición espuria de poder, expresión máxima del desequilibrio entre el interés particular y el general que se produce en la Atenas de la segunda mitad del siglo V a. C. Y lo hace recurriendo al mito tebano, trágicamente, al igual que hará con las guerras en sus tragedias del ciclo troyano.
Interés individual, o de parte, y común disociados, Justicia y Derecho pisoteados por la Ambición de poder –también deificada aquí-, la Historia nos enseña infinitos ejemplos de lo que han sido capaces los hombres por alcanzarlo o conservarlo como sea. Hasta hoy. El texto griego, que traduzco, dice:
«Etéocles.- Yo, madre, hablaré sin ocultar nada. Hasta los ortos de los astros, del sol, yo llegara, y al interior de la tierra, si capaz fuese de hacerlo, con tal de tener a la más grande de las diosas, la Tiranía. Y ese bien, madre, no estoy dispuesto a cederlo a otro, sino, mejor, a conservarlo para mí. Pues que uno, perdiendo lo más, tomara lo menos, falta de hombría fuera.
»Además, vergüenza me da que éste, que viene con armas y devastando la tierra, alcanzara lo que pretende. Para Tebas sería un deshonor eso, que por miedo a la lanza micénica cediera yo mis cetros para que él los tuviera… Así que, si quiere vivir de otro modo en esta tierra, puede, que yo voluntariamente no consentiré en aquello. ¡¿Siéndome posible mandar, llegar yo a ser su siervo algún día?!
»Ante eso, ¡venga fuego, vengan espadas, uncid los caballos, llenad de carros los llanos, que a ése no cederé yo mi Tiranía! Porque si hay que hacer injusticia, lo más hermoso es hacerla por la Tiranía, aunque en lo demás haya que ser pío.
»Yocasta.- ¡Hijo, Etéocles! No todo son males en la vejez. La experiencia puede decir algo más sabio que la juventud. ¿Por qué, hijo, te aferras a lo peor de las diosas, la Ambición? ¡Tú no! ¡Injusta es esa diosa! En muchas casas ha entrado, y en ciudades felices, y ha salido, para ruina de quienes se abandonan a ella… Enloqueces por ella, tú. Hijo, mejor es honrar la Equidad, que siempre ata a amigos con amigos, a ciudades con ciudades, a aliados con aliados. Pues lo igual es, para los hombres, estable, mientras que frente al Más siempre se levanta como enemigo el Menos y desciende hasta días de odio… El ojo sin luz de la noche y la luz del sol recorren por igual el ciclo anual y ni uno ni otro de ellos siente rencor cuando es vencido… ¿No soportarás tener igual porción de palacio y repartirlo con éste? ¿Dónde está la injusticia?
»¿Por qué honras tan sobremanera la Tiranía, una injusticia feliz, y eso lo consideras grande? ¿Para ser admirado como persona honorable? Vaciedad, sí. ¿O quieres sufrir mucho teniendo mucho en palacio? ¿Qué es lo más? Sólo un nombre, pues a los sensatos les basta lo que es suficiente. Los mortales no han ganado como propia la riqueza, sino que cuidamos los bienes, ¡de los dioses!, cuando los tenemos, y cuando quieren nos los quitan de nuevo. El poder no es seguro, sino efímero».
P.S. Este documento, en griego, de dificultad cierta, fue objeto de estudio (análisis, traducción y comentario), en los primeros años de la década de los ochenta del pasado siglo, a cargo de alumnos del Curso de Orientación Universitaria, cuyas edades oscilaban entre los diecisiete y dieciocho años, en el Instituto Cristóbal de Monroy. Habida cuenta de la dificultad del texto, se requería a veces la ayuda y, por supuesto, la corrección del profesor, que, entre otras funciones, para ésta está. ¿Hoy eso sería posible?
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