Posts from junio 2011.

VICENTE NÚÑEZ. Dibujo de Luis Caro 1991

VENTA DE «REVIENTA» (Monturque). Vicente Núñez

Qué actitud cinematográfica, qué desconocimiento de sí mismos en su rusticidad. Si posaran, ya no sería lo mismo. Esta venta es un enclave altamente vital y literario; aquí la vida es tan densa, tan real, tan autóctona, que necesariamente se convierte en sintaxis, en narrativa, y he dicho siempre, dieciocho años llevo frecuentando el sitio, que el enclave me recuerda a mis maestros John Dos Passos y Faulkner… Los silos, la carretera de concreto, el cruce de caminos, la maquinaria agrícola de color amarillo, la actividad del grano, todo pleno de vida y de literatura, ambas ignorándose. La literatura, si no encuentra esos focos prototípicos de nutrición, vale poco. 

INTRUDER IN THE DUST (1949) de Clarence Brown

EL LÁTIGO EN LOS LABIOS (UN DIÁLOGO REAL CON VICENTE NÚÑEZ). Texto de Jesús Ferrero y fotografía de Olga Duarte Piña

En Monturque, 2000

—En un lugar de La Mancha que ya no pertenece a La Mancha, es decir: en Madrid, conocí el extremo dolor, Jesús, lo conocí. Pero eso quedó en el pasado, que es la región de la muerte. En cuanto volví a Andalucía volví a recobrar el extraño y familiar sabor de la vida.

Así me hablaba en Aguilar de la Frontera el poeta Vicente Núñez poco antes de su muerte, y bien puedo decir que su personalidad sibilina, unida a un casi inconcebible sentido de la hospitalidad, dejaron en mí una huella imborrable que me va a acompañar siempre, por eso me veo ahora en la necesidad de trasmitir el complejo mensaje que me legó en varias horas de intensa conversación con él.

Nada más llegar a Aguilar de la Frontera, encontré al poeta en su taberna habitual: un establecimiento frecuentado por los hombres del pueblo, en una esquina de la Plaza Mayor. Los que hayan estado allí reconocerán que es una de las plazas más originales y extrañas de Andalucía. Se trata de una edificación octogonal y alucinantemente blanca, que se abre al visitante como un mandala, y que desconcierta mucho a la mirada, en parte porque, tratándose de plazas, la mirada está mucho más habituada a los cuatro lados que a los ocho. Ocho lados resultan una exageración que tiende a desorientar. Vicente Núñez lo explicó mejor en un poema, donde viene a decir que esos ocho lados “ya sólo apuntan a un exceso, a una febril idea métrica. Ya sólo tienen una insólita meta radical: equivocarse.” Equivocarse o equivocarnos, haciendo que de pronto nos sintamos en un lugar que de tan sorprendente parece un no lugar.

Y bien, bajo los arcos de esa plaza, en la taberna que ya menté, hallé sentado a Vicente Núñez. Su aspecto era el de un personaje alejandrino y kavafiano, trasportado a la campiña cordobesa, caracterizada por la amable sucesión de las colinas de color ámbar gris, llenas de vides y olivos. Vicente iba bien peinado, llevaba una chaqueta oscura y varios anillos de oro blanco en una mano, y fumaba innumerables cigarrillos negros, de factura española. Su voz, honda y quebrada, retrataba a un fumador empedernido y a un notable bebedor, pero también a alguien que sabía hablar al mismo tiempo (y entrelazando dos registros enemigos) desde la lucidez de la experiencia y desde el calor de un corazón tragicómico, dotado de un sentido del humor muy irónico, que le permitía usar la lengua como un látigo finísimo, y nunca como una tralla. Nobleza obliga.

Una de las primeras sentencias que formuló Vicente en aquella taberna ubicada en el interior de un octógono fue bien simple:

—La fama es infamia.

Supe que había algo parecido a un autorretrato invertido en esa formulación. Conocía pocos poetas tan poco famosos como Vicente. Cualquier miserable perpetrador de cuatro versos tristes era más conocido que él. En cualquier lugar, en cualquier provincia dejada o no de la mano de Dios, cierto, pero también en Madrid y Barcelona, podías encontrar a cientos de personas y personajes exhibiendo sus libros de versos o sus novelas, componiendo, todos juntos, un himno aburridísimo a la falta de sustancia,que viene a ser casi el único argumento de nuestra época, donde ya siempre la fama es indicio de infamia. Por razones que él me explicó con precisión y a la vez con vaguedad, Vicente se retiró a su pueblo y renunció a cualquier forma de relación con la fama, y en parte también con la infamia, tras un período en Madrid en el que su entrega al amor le produjo una honda corrosión. Daba la impresión de que se había sentido sin suelo y sin aliento.

Desde entonces habían sido raras las ocasiones en que había dejado su pueblo, circunstancia bien rara en una persona como Vicente, de sexualidad filogriega. Luego me comentó que a él no le gustaban los efebos de la época clásica. No, a él le gustaban los muchachos de tipo minoico. Resultaba sorprendente su afirmación. Vicente no me hablaba del Hermes de Praxíteles o del Discóbolo de Mirón, me hablaba de los kuros de la escultura arcaica, que podían conducirnos a Creta, cierto, pero también a Micenas. Y qué duda cabe que quien haya visitado el Museo Nacional de Atenas habrá observado que los Apolos de la época arcaica resultan más misteriosos, y probablemente también más bellos, que los del clasicismo, de un idealismo tan calibrado.

Durante un buen rato, Vicente estuvo explayándose en lo que él entendía por “dimensión minoica”. Esa alegría de vivir, ese esplendor gozoso de los cuerpos que todavía nos trasmite la pintura cretense era lo que de verdad le conmovía.

Algunos meses antes, Vicente había padecido una trombosis, y caminaba con cierta dificultad, circunstancia que le humillaba bastante, aunque lo llevaba con toda la dignidad que le quedaba en el cuerpo, y le quedaba mucha. Le quedaba tanta que hasta podía derrocharla, y con una generosidad que sólo puedo considerar inaudita (a Vicente le gustaba mucho ese adjetivo) fumó y bebió todo lo que quiso.

Recuerdo que nos dirigíamos desde la taberna al restaurante cuando Vicente comentó:

—Si me cortaran las piernas me quedaría más ligero de piernas.

Apreciación irrefutable. El poeta, que no secundó nuestras risas, me susurró al oído:

—Y lo más grave es que me las han cortado.

—¿Quiénes?

—Los cortos que cortan las piernas de los largos. Los cortos que cortan y cortan. He levantado mi tienda de amor entre animales —añadió, y se echó a reír a carcajadas.

En el restaurante seguimos bebiendo. ¡Y qué vino! Un fino glorioso que nos fue elevando hacia sinceridades cada vez más densas y más elementales. Entonces Vicente murmuró:

—Es una maldición haber creído tanto en las palabras. Se puede caer en la tentación de la verdad, pero nunca en la de las palabras. Las palabras deben ser azotadas.

No otra cosa venía haciendo Vicente desde hace años con sus “sofismas”, algunos ya muy famosos entre sus amigos. Como en toda conversación larga y sostenida, hubo un momento en que nos callamos, buscando el reposo de la mente y los sentidos. Vicente volvió a llenar las copas de oro líquido y dijo:

—El silencio es corpóreo.

Con lo que me venía a indicar que las palabras no lo eran, o que lo eran menos. Para que lo fueran, había que tensarlas como él las tensaba en sus mejores poemas, “había que ponerlas en juego”, como me vino a decir. Según Vicente, las palabras servían más para ponerlas en juego (retorciendo y trastocando lo que nombraban) que para comunicar. Y es que, según me dijo, la sintaxis era “la forma en movimiento”, pero no el fondo, que sólo podía agitarse (o al que sólo veíamos agitarse) “cuando el lenguaje se convertía en un látigo”.

Yo seguía callado, pensando en lo que acababa de decirme cuando, completando y a la vez contrariando mis pensamientos, Vicente añadió:

—No hay que fiarse de las palabras pero tampoco del silencio.

—¿Por qué?

—Porque es un perro hambriento.

Gloriosa definición que el poeta remató diciendo:

—Un perro hambriento el silencio, y las palabras pirañas. Nada es del todo verbo. Más abajo, nos habla otro silencio: algo que aparece detrás de un tiempo muerto, algo que grita desde el ser cuando callamos.

Me dejó temblando y durante un rato sus palabras resonaron en mi cabeza como dictámenes. Tras el almuerzo, lleno de manjares cordobeses, continuamos hablando y bebiendo, mientras se iba acercando el atardecer. El cielo empezaba a enrojecer cuando nos dirigimos a su casa en el automóvil de un amigo. Mientras íbamos en el coche, Vicente parecía feliz. Se veía que el vino le había sentado bien. En muchos aspectos, estaba haciendo una apuesta, en muchos aspectos, estaba jugando con la muerte. Circunstancia que lo convertía en una encarnación clara de la sentencia “genio y figura hasta la sepultura”.

Finalmente llegamos a su casa, que me pareció un cofre lleno de ecos que me conducían al mundo de Vicente Núñez y al de su poesía. Tras una celosía, se veía un pequeño jardín cautivo, de una frondosidad desconcertante, que le daba una profundidad que no tenía. Luego estaba el cuarto donde trabajaba, y cuya ventana daba a la calle. Una de las paredes la llenaban los anaqueles repletos de libros. En las otras había cuadros. Las imágenes religiosas y de familia se mezclaban con los retratos de Rimbaud y Baudelaire, en un ambiente andaluz, barroco y acogedor, dominado por el cromatismo cálido.

Vicente se sentó junto a la mesa camilla, se quitó la dentadura que le venía doliendo todo el día, se relajó, y encendió un nuevo cigarrillo. Fue uno de los momentos más extraños del día. Nos quedamos solos en su cuarto. Miento. Un perro ladró al fondo del pasillo y desapareció en las sombras. Entonces Vicente me estuvo hablando del vértigo.

Me asombró que no identificara el vértigo ni con el tiempo ni con el espacio, ni con las alturas ni con las profundidades. El vértigo, según él, podía ser un olor, un sabor, una mirada y hasta una palabra bien dicha y bien dirigida al centro del seso y al centro del corazón.

No mucho después me incorporé, le di un fuerte abrazo y salí de su casa. Afuera me esperaba un automóvil que me fue conduciendo hasta Córdoba a través del encarnado y ennegrecido atardecer que, ayudado por la luz de la luna llena, recortaba con nitidez, sobre un horizonte lleno de fiebre, las colinas amablemente grises de la alta campiña.

Nunca más volví a ver al poeta.

Que la tierra le sea leve.

(Córdoba, Revista BORONÍA, septiembre de 2009)

COLOQUIOS (23). Gabi Mendoza Ugalde

 

– Sólo hay cine cuando hay mundo en una película cualquiera: es el cine mundo.

– ¿Será que hoy ya no cabe en una película?

– Puede ser, pero no porque el mundo sea más grande, sino porque el cine se ha vuelto más pequeño.

LOS QUE SE VAN… Por Tomás Valladolid Bueno (12 de junio de 2011)

 

Foto: LGV 2011

 

–         Por favor, señor indignado, oiga usted, mire que le diga: ¿Qué pasa con la revolución? ¿Están ustedes de descanso o es que se marchan a tomar unos chatos?

–         Te confundes, compañero. Lo que ocurre es que abandonamos la acampada para regresar a los orígenes.

–         ¿De qué orígenes me habla? ¿Del Paraíso?

–         No hombre, no. Nos vamos para regresar al movimiento, que es lo que en verdad éramos desde siempre.

–         Ah, parece que le entiendo, pues de algo debe servirme haber escuchado y leído sus proclamas todos estos días. O sea, que dejan este sitio donde parece que el movimiento es tragado por la parálisis o el enfriamiento y vuelven a las zonas periféricas o a esos lugares que son, ocasionalmente, más calientes y televisivos.

–         Bueno, no es exactamente así como tú lo dices. De hecho, en esas periferias también existen centros en los que pensamos instalarnos para, desde ellos, irradiar el movimiento al resto de la sociedad.

–         Sí, pero dígame: ¿No serán también paralizantes esas acampadas en la periferia? ¿No se quemarán ustedes en los sitios más explosivos? ¿A dónde irán, en ese caso, para que el movimiento siga generándose y continúe expandiéndose? Por otra parte, allí también podrán encontrarse en esas situaciones, como las ocurridas en los últimos días, en las que les roban y agreden, no los muy integrados en el sistema, sino quienes en verdad están en los márgenes e, incluso, más allá de estos.

–         No habrá problema, todo se decidirá en las asambleas.

–         Oiga, una última cosa. Hace unas semanas que veo en la televisión un anuncio publicitario, de una conocida empresa de agua mineral, donde se utiliza la imagen de una plaza pública llena de gente jubilosa, reivindicativa y en movimiento, y todo esto para generar identificación entre el espectador y el producto anunciado. ¡Fíjese si están en movimiento que algunos personajes hasta saltan a la comba! ¿Qué le parece? ¿No es una señal de que el sistema ha comenzado a neutralizar, por medio de una burda mímesis icónica, una fuerza potencialmente muy atractiva? Por cierto, ¿cómo siente usted el movimiento: como atractivo o como atrayente?

–         ¡Joder! ¿A qué viene tanta reflexividad? Ya te he dicho que todo lo veremos, si así lo deciden la asambleas, en las asambleas.

–         Bueno, bueno; no se ponga como se pone, que no he dicho nada para indignarse. ¿O tal vez sí? De todos modos, sepa que yo también puedo, y hasta debo, indignarme con usted, con alguno de sus compañeros y, por supuesto, con un tal Juan Cotino. Sí señor, ese que ha puesto un crucifijo a presidir la mesa de las Cortes valencianas. ¡Qué falta de respeto debido a la Cortes y al crucifijo! Es intolerable lo que están llegando a hacer los hunos y los hotros (Unamuno dixit).

 

ESTOU VIVO E ESCREVO SOL. António Ramos Rosa

 

Ao Ruy Belo

Escrevo versos ao meio-dia

e a morte ao sol é uma cabaleira

que passa em frios frescos sobre a minha cara de vivo

Estou vivo e escrevo sol

 

Se as minhas lágrimas e os meus dentes cantam

no vazio fresco

é porque aboli todas as mentiras

e não sou mais que este momento puro

a coincidência perfeita

no acto de escrever e sol

 

A vertigem única da verdade em riste

a nulidade de todas as próximas paragens

navego para o cimo

tomba na claridade simples

e os objetos atiram suas faces

a na minha língua o sol trepida

 

Melhor que beber vinho é mais claro

ser no olhar o próprio olhar

a maravilha é este espaço aberto

a rua

um grito

a grande toalha do silencio verde

 

 

Escribo versos a mediodía

y la muerte al sol es una cabellera

que pasa en fríos frescos por mi cara de vivo

Estoy vivo y escribo sol

 

Si mis lágrimas y mis dientes cantan

en el vacío fresco

es porque he abolido todas las mentiras

y no soy más que este momento puro

la coincidencia perfecta

en la acción de escribir y el sol

 

El vértigo único de la verdad en ristre

la nulidad de todas las próximas paradas

navego hacia lo alto

caigo en la claridad pura

y los objetos arrojan sus faces

y el sol en mi lengua trepida

 

Mejor que beber vino es más claro

ser en la mirada la propia mirada

la maravilla en este espacio abierto

la calle

un grito

el gran mantel del silencio verde

 

Traductor: Ángel Crespo (1926-1995)

 

Poemas de António Ramos Rosa tornados en canciones

Composición Musical: António Pinho Vargas

COLOQUIOS (22). Gabi Mendoza Ugalde

.

.

.

– Como no sabían qué hacer ante los españoles reunidos en las plazas de un puñado de ciudades del país, un tal consejero de una de las autonomías, famoso ya como Puig, y hasta su presidente Mas; ordenó que algunos de los uniformados se quitasen los ropajes blindados y se vistieran de civil, y se infiltraran…

– ¡Qué estrategas! Tipos muy listos.

– No tanto, compañero, porque los han pillado.

– Y ahora ¿quién los castiga?

.

SIGUE LLOVIENDO, HIJO. Lauro Gandul Verdún

15-M. Por María del Águila Barrios

 

 

15-M no tiene aún nombre. La denominación actual es tan provisional como una fecha o una tienda de campaña. La indicación de 2011 falta: Es una fecha incompleta ésta de 15-M. Abundan estos acrósticos, estas tipificaciones de fechas (el 23-F, el 11-S, el 11-M…). El mayo del 68, al menos, no incurrió en ese defecto. Aunque todos sabemos, de momento, que éste que corre es el año: los años corren como galgos, y muchos en la huida olvidan lo que persiguen. En todo caso es una fecha, y con ella tenemos no poco: tenemos una coordenada temporal, una vertical, la ordenada del plano cartesiano.

            También tenemos Sol, y otras plazas mayores. Tenemos Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Valencia… Tenemos espacios. Tenemos no poco: donde pisar, donde estar, desde donde clamar; y muchas grabaciones audiovisuales por doquier colgadas. Tenemos coordenadas espaciales, la abscisa.

            Podemos comprobarlo en los vídeos propalados en la red, que ahí están los nuestros, que hay muchos de nosotros, que no sólo son los jóvenes, que también, sino los de cualquier edad, profesión, estatus. Podemos sentir que algo está pasando ahora mismo.

            Desde el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid miles de españoles reivindican, se quejan, gritan, organizan asambleas, conciertos, entrevistas, incluso en rueda, ante los micrófonos o los magnetófonos, las cámaras. Tenemos no poco: el factor humano, el humanal, una masa de cuerpos, acaso incorpórea…

            En estas tres circunstancias elementales, o coordenadas, volvemos a lo incompleto del movimiento. Como no tiene nombre, los que lo niegan desde el principio (periodistas, políticos, locutores radiofónicos, patronales, sindicatos, partidos etc.) lo llaman como les da la gana: los acampados, los indignados, los quince-emes, y ya, los antisistema, o como dicen que un mosso de esquadra en su blog los designa, los perroflautas. Vaya, vaya…

             No tenemos nombre. ¿Dónde el logos?

            Para que el movimiento acabe siendo tal, propongo dejar atrás la perspectiva sintagmática y avanzar hacia el paradigma, sin solución de continuidad de la acción. Habrá que ir generando estructuras, sobre todo aprovechando las existentes -hay miles de asociaciones cuya razón de ser, en miles de pueblos españoles, consiste precisamente en tener como único fin, con modestia y frescura, la consecución de una cultura crítica con la que demostrar que el estado de las cosas podría ser muy diferente y manifiestamente mejorable-. La participación ciudadana en el país adolece de una abulia que con visible maldad han aprovechado los autodenominados políticos.

            Si los quince-emes van dejando, por un tiempo (siempre se puede volver, en cualquier momento que sea necesario: las convocatorias electorales no pararán…), plazas y calles, y se van arrimando a los locales de las sedes de organizaciones vecinales, culturales, ecologistas, defensoras del patrimonio o antropológicas… continuará fluyendo ese que parece ser su espíritu de justicia. Todas estas aguas de Sol o Catalunya  o de La Encarnación deben aprender a fluir, a circular, como la sangre o los ríos: por venas, por arterias, por cauces para el caudal de la vida. Y llegar a la Ley.

            Para ser libres hay que trabajar mucho y, como escribía Antonio Medina, «trabajar cuesta trabajo».

 

COLOQUIOS (21). Gabi Mendoza Ugalde

 

 

– ¿Fumar mata?

– ¡Lo que mata es vivir!