15-M. Por María del Águila Barrios

 

 

15-M no tiene aún nombre. La denominación actual es tan provisional como una fecha o una tienda de campaña. La indicación de 2011 falta: Es una fecha incompleta ésta de 15-M. Abundan estos acrósticos, estas tipificaciones de fechas (el 23-F, el 11-S, el 11-M…). El mayo del 68, al menos, no incurrió en ese defecto. Aunque todos sabemos, de momento, que éste que corre es el año: los años corren como galgos, y muchos en la huida olvidan lo que persiguen. En todo caso es una fecha, y con ella tenemos no poco: tenemos una coordenada temporal, una vertical, la ordenada del plano cartesiano.

            También tenemos Sol, y otras plazas mayores. Tenemos Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Valencia… Tenemos espacios. Tenemos no poco: donde pisar, donde estar, desde donde clamar; y muchas grabaciones audiovisuales por doquier colgadas. Tenemos coordenadas espaciales, la abscisa.

            Podemos comprobarlo en los vídeos propalados en la red, que ahí están los nuestros, que hay muchos de nosotros, que no sólo son los jóvenes, que también, sino los de cualquier edad, profesión, estatus. Podemos sentir que algo está pasando ahora mismo.

            Desde el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid miles de españoles reivindican, se quejan, gritan, organizan asambleas, conciertos, entrevistas, incluso en rueda, ante los micrófonos o los magnetófonos, las cámaras. Tenemos no poco: el factor humano, el humanal, una masa de cuerpos, acaso incorpórea…

            En estas tres circunstancias elementales, o coordenadas, volvemos a lo incompleto del movimiento. Como no tiene nombre, los que lo niegan desde el principio (periodistas, políticos, locutores radiofónicos, patronales, sindicatos, partidos etc.) lo llaman como les da la gana: los acampados, los indignados, los quince-emes, y ya, los antisistema, o como dicen que un mosso de esquadra en su blog los designa, los perroflautas. Vaya, vaya…

             No tenemos nombre. ¿Dónde el logos?

            Para que el movimiento acabe siendo tal, propongo dejar atrás la perspectiva sintagmática y avanzar hacia el paradigma, sin solución de continuidad de la acción. Habrá que ir generando estructuras, sobre todo aprovechando las existentes -hay miles de asociaciones cuya razón de ser, en miles de pueblos españoles, consiste precisamente en tener como único fin, con modestia y frescura, la consecución de una cultura crítica con la que demostrar que el estado de las cosas podría ser muy diferente y manifiestamente mejorable-. La participación ciudadana en el país adolece de una abulia que con visible maldad han aprovechado los autodenominados políticos.

            Si los quince-emes van dejando, por un tiempo (siempre se puede volver, en cualquier momento que sea necesario: las convocatorias electorales no pararán…), plazas y calles, y se van arrimando a los locales de las sedes de organizaciones vecinales, culturales, ecologistas, defensoras del patrimonio o antropológicas… continuará fluyendo ese que parece ser su espíritu de justicia. Todas estas aguas de Sol o Catalunya  o de La Encarnación deben aprender a fluir, a circular, como la sangre o los ríos: por venas, por arterias, por cauces para el caudal de la vida. Y llegar a la Ley.

            Para ser libres hay que trabajar mucho y, como escribía Antonio Medina, «trabajar cuesta trabajo».

 

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