Posts from marzo 2009.
CON ISAAC BASHEVIS SINGER. Tomás Valladolid Bueno
Carro de cartonero
Buenos Aires, 2006
LGV
Todos ellos fueron llegando y, sin embargo, me quedé paralizado, sombrío, triste y adormecido. Otra vez ese fatal hundimiento bajo los cimientos de un mundo nuevo que, a la vez, muere velozmente lejano. El presente se resistía a verse desfigurado por los intensos ecos del pasado. Y éste se afanaba, beodo de rebeldía y coraje, en mostrar la ilusión de ser resucitado. Lo ya sido no se resignaba al fracaso total. Me incomodaba con un algo que casi me forzó a retroceder hasta el comienzo del gastado camino. Pero renacer se me antojó morir. La desilusión o el desaliento se impusieron antes de que pudiese, tan siquiera, conocer las causas de tanto descalabro. A mayor pasión y entusiasmo, menor claridad sobre lo sepultado en el tiempo. Todo se volvía oscuro: un negro nubarrón nos palmeó sobre la cabeza. Surgieron la pena y la tristeza más desconsoladoras, esas que nos impiden llorar, anudan la garganta y hacen cristalizar la saliva. En esos instantes eternos cualquier trago me habría sabido a un buen trago de sangre. En aquellas condiciones me arriesgué a pasar «un día de placer» con Isaac Bashevis Singer. A la vuelta, antes de atreverme con la «escoria», le robé algunas de sus preguntas. Hoy quisiera dejarlas, en depósito, aquí en «CARMINA». Si alguien se siente movido a realizar un nuevo latrocinio, deberá aventurarse con su personal «día de placer»:
Isaac Bashevis Singer
1904-1991
«¿Qué ocurriría si un pájaro volara en línea recta eternamente? ¿Qué ocurriría si se construyera una escalera que llegara desde la tierra hasta el cielo? ¿Qué había antes de que el mundo fuera creado? ¿Tuvo el tiempo un inicio? ¿Cómo es posible que el tiempo tenga un principio? ¿Tenía el espacio un límite? ¿Cómo es posible que el espacio tenga un límite? ¿Qué hacen las almas en el Paraíso? ¿Cómo es el Paraíso? Si los judíos vivían piadosamente, vendría el Mesías, pero, ¿cómo podríamos tener la seguridad de que todos los judíos obedecerían la ley de Dios? ¿Cómo cabía destronar al Zar, cuando contaba con tantos soldados armados con espadas y fusiles? ¿Cómo era posible que no hubiera ricos ni pobres? ¿Qué es esto? ¿Qué es aquello? ¿Por qué las vacas comen hierba? ¿Por qué de esta chimenea sale humo? ¿Por qué los pájaros tienen alas y las vacas no las tienen? ¿Por qué hay gente que va a pie y otra en carro? ¿Por qué el Vístula que pasa por el puente de Praga es el mismo río que discurre junto a Radzymin? ¿Qué puede significar un chicuelo en aquel mundo tan vasto y tumultuoso? ¿Cómo nos arreglamos para encontrar a quien buscamos? ¿Cuánto puede durar la tristeza? ¿Es el cochero un ladrón que me lleva a una negra cueva? ¿Por qué había salido aquel claro allí, precisamente en aquel instante? ¿Por qué chillan los gansos muertos? ¿Hasta dónde va el Vístula? ¿Dónde está el Leviatán? ¿El final de la Tierra? ¿Qué hacer si te muerde un pez? ¿Cómo estudiar la Torah y cómo ser un buen judío, cuando falta la comida propia de la celebración del Sábado? ¿Qué es lo que envidian en mí? Si yo he pecado en contra de mis amigos, ¿por qué no me dicen cuál es su queja? Si yo no fui quien comenzó, ¿por qué he de ser yo quien ahora pida la paz? ¿Quiénes eran los autores de libros como aquél, y quiénes eran los que comprendían aquellos libros? ¿Por qué razón mis amigos habían acudido a mí? ¿Llegaría verdaderamente el tiempo en que todo sería un eterno Sábado?»
Un hombre joven que vive de recoger papeles y cartones
Buenos Aires, 2006
LGV
CENTRALES Y CEMENTERIOS, NUCLEARES. Homenaje a «La Hormiga Atómica». Lauro Gandul Verdún, 2009
Mijael cumple su misión con un vuelo,
Gabriel con dos,
el profeta Elías con cuatro,
y el ángel de la muerte con ocho.
Mas en tiempos de plaga , el ángel de la muerte cumple su cometido con uno.
(Tratado de Berajot (El Talmud). Edición en español de EDAF/ALEF-JOJMÁ)
Central nuclear de Three Mile Island, en Harrisburg (Pennsylvania)
EEUU, 28 de marzo de 1979
(Foto Espasa-Calpe)
En la central nuclear de Three Mile Island, en Harrisburg, EEUU, ocurre un grave siniestro que provoca una tremenda fuga radioactiva a causa de un fallo en el sistema de refrigeración. La población alarmada teme que el reactor estalle. El gobernador del estado decide la evacuación de las mujeres embarazadas y de los niños. Si se hubiera producido la fusión del núcleo del reactor con la consiguiente explosión del hidrógeno acumulado en el reactor, el desastre habría sido inenarrable pero, afortunadamente, no ocurrió. Sin embargo este accidente trajo como consecuencia que la Comisión de Control Nuclear estadounidense ordenara la clausura de algunas de las 72 centrales nucleares del país y una revisión de los criterios y sistemas previstos para las otras 125 en construcción o en fase de proyecto. Hubo manifestaciones populares de protesta en las calles de muchas ciudades por la política nuclear del Gobierno, con repercusión en todo el mundo occidental. (Rf. Espasa-Calpe, Suplemento Anual, 1979-1980)
Central nuclear de Chernobyl, a 120 kms. de Kiev
Ucrania
26 de abril de 1986
(Foto Espasa-Calpe)
A pesar de que el día 3 de mayo de 1986 el Consejo de Seguridad Nuclear español detectó elementos radioactivos procedentes de la nube contaminante originada por el accidente de la central nuclear de Chernobyl, ocurrido una semana antes; el día 5 el CSN anuncia que «la radioactividad en España se mantiene en sus valores normales.».
14 días después del accidente radioactivo y de acuerdo a informaciones soviéticas el fuego en la siniestrada central nuclear de Chernobyl «ha cesado prácticamente.»
El 3 de junio las mismas fuentes aseguran que el número de muertos se eleva a 25. La URSS admite la existencia de altos niveles de contaminación radioactiva fuera de la zona de seguridad de 30 kms. e informa sobre la evacuación de más de 60.000 niños a 200 kms. al nordeste del lugar del siniestro. En Bielorrusia son evacuadas 20.000 personas.
El 18 de julio el Presídium del Soviet Supremo destituye a Evgeni Kulov, presidente del Comité Estatal de Seguridad en la industria de energía atómica, como consecuencia de la catástrofe de Chernobyl.
Central nuclear francesa 1991
Foto LGV
Otra central francesa, en la carretera hacia París 2002
Foto ODP
COMENTARIO
10 de marzo de 2009
En los comentarios a este «Homenaje a la Hormiga Atómica» podrán leer el de Enrique Martín Ferrera donde se refiere a «los anónimos liquidadores de Chernobyl. Si en la ciudad de Córdoba uno puede encontrarse con una calle llamada Héroes de Chernobyl habrá que felicitar a quienes promovieron desde la correspondiente comisión de nomenclator que aquellos hombres que sacrificaron su salud y su vida después del estallido del reactor, después del gran siniestro; sigan siendo recordados, al menos, por quienes residan o pasen por esa calle cordobesa.»
Además, toda esa destrucción irreparable, y la enfermedad, la pobreza, la pérdida de la casa, de la ciudad entera, de los campos, de la tierra, del aire, tan súbita, tan incontralada, tan letal, tan para siempre, que se quiso evitar, que se enfrentó con sólo los cuerpos de aquellos liquidadores, héroes, de Chernobyl que no habremos de olvidar nunca.
E. Martín Ferrera también nos ha enviado 4 fotografías sobre la catástrofe de Chernobyl, que deben ser publicadas en este artículo. Hemos querido ponerles como pies textos extraídos de EL PAÍS de 25 de febrero de este año con el título «Auge atómico»:
Liquidadores de Chernobyl
23 años después:
Suecia: Tras 30 años de moratoria, el Gobierno decidió recientemente mantener sus 10 centrales en funcionamiento y dotarlas de nuevos reactores.
Francia: El país genera con la energía nuclear un 77% de la electricidad, y construye un reactor de nueva generación (coste de 3.000 millones de euros).
Más liquidadores de Chernobyl
23 años después:
Reino Unido: El Gobierno invitó el año pasado a varias empresas a levantar nuevos reactores en plantas en funcionamiento.
Ruinas del reactor de Chernobyl
1986
23 años después:
Finlandia: También está construyendo un reactor de nueva generación.
Pripyat: la ciudad deshabitada
23 años después:
Polonia, Bulgaria, Eslovaquia, Rumanía y Lituania: También tienen planes de construcción en distinto grado de desarrollo.
En todo el mundo hay 44 reactores en construcción.
PALOMADAS. Por Rafael Rodríguez González
Palomadas
A Rafael González Jiménez siempre le conocimos como Rafael Palomo. Tan columbino mote le venía de su abuelo paterno, un segoviano al que apodaron así no sé por qué, y todos sus hermanos, casi todos sus tíos y primos recibían el mismo apelativo. Una de sus tías, Reyes, era mi abuela, la Reyes Palomo. Con él pasé las mañanas y tardes de muchos días de muchos años, y a su lado aprendí lo que pude, como le ocurre a todo el mundo al lado de quien le toca. La casa de vecinos en que vivía era conocida como Palacio Palomo, porque todos los hermanos, cuatro, la siguieron habitando ya casados y con hijos, hasta que los palomos, unos, como Rafael, levantaron el vuelo hacia lo más alto, y otros hubieron de cambiar de palomar o asentar su propio nido.
Averías
En La Bodega se esperaba al fontanero desde hacía cinco o seis días. El grifo de la pileta donde se lavaban las botellas y algunos útiles de trabajo ya no se avenía a los arreglos, bien que mañosos pero ya insuficientes, que proporcionaba Rafael, el polifacético y ya veterano empleado. Más grave era lo que le sucedía al tubo para llenar el corbato, elemento tan imprescindible para fabricar el aguardiente. Como el fontanero habitual lo era igualmente en tardanzas e incomparecencias, se había llamado además a otro: alguno de los dos aparecería. Y en eso que Rafael ve entrar a un hombre, tal vez treintañero, con una bolsa al hombro, serio y le parece a Rafael que despistado. Los buenos días de rigor y ya Rafael le indica pasa por aquí, aquí está la pileta, este es el grifo, yo le he puesto… Pero el hombre de la bolsa mueve la cabeza y le dice a Rafael que él viene a ver a doña Guadalupe. Insiste Rafael, que no, si arriba no hay nada que arreglar, es este grifo, y lo de… El otro, dándose cuenta de la persistencia del empleado en el error, le aclara que es el médico, que viene a ver a la señora. Sí, claro que fue un error de Rafael, pero cometido al haberse guiado de la apariencia de don A.M., un doctor que por su aliño indumentario, incluido en éste el descuido de su abundante cabello, así como sus maneras de llevar la bolsa, idénticas, maneras y bolsa, a las de los fontaneros, provocó la confusión al voluntarioso Rafael.
A la mañana siguiente, y con la autorización del patrón, Rafael va a casa del fontanero habitual, que está cerquita, y le dice a la mujer que Joselito le ha dicho que le dé la bolsa de las herramientas, que le hace falta para un trabajo en La Bodega. Y, no inmediatamente, pero sí al mediodía siguiente, Joselito se persona en La Bodega, coloca un grifo nuevo y restaña el tubo del corbato, recuperando entonces las herramientas por un día rehenes.
«La Bodega» de la calle de La Mina un día de riada (1960)
Archivo de La Voz de Alcalá
La alberca
De la casa conocida como Palacio Palomo ya van saliendo los excursionistas con sus bicicletas. De los hermanos Julio, Manolo y Rafael, sólo Julio no sale este domingo: ya no está él para pedaleos. Ya estamos todos en la calle, en la calle Salvadores: tíos, hijos, padres, sobrinos, primos, sobrino segundo, primo segundo, tanto parentesco para ser sólo seis personas. ¿Qué toca hoy? Ya veremos, otros domingos vamos a tiro hecho por cabrillas, otros a por blanquillos, los hay que por espárragos… Los jefes de la patrulla, Rafael y Manolo, como es habitual, empiezan a discutir que si por aquí que si por allá. Julio, siempre tan nervioso, también interviene, sin mucho éxito por mucho que manotee y sus ojos amenacen con salirse. Todo se lo toma a pecho, hasta esto, aunque no vaya. Por donde fuera, lo que recuerdo es que después de parar para comer lo que cada uno llevaba en su talega y luego pedalear un largo trecho, llegamos a un lugar en el que una alberca como cualquier otra, casi llena, llamó la atención de Rafael. Después que la hubo observado de cerca y ver que la suciedad reinaba en el agua, en el fondo y en las paredes, tomó una decisión que no nos extrañó a ninguno: todos, hasta los más jóvenes, sabíamos que Rafael no podía soportar tener a la vista algo sucio y descuidado, con mugre fuese poca o mucha. Su hijo y el de Julio quedaron con él y los otros dos chavales seguimos con Manolo, parando aquí y allá, hasta que la tardanza de los rezagados nos hizo desesperar y volvimos a Alcalá a esperarlos en el Palacio Palomo. Yo, por fin, me fui a mi casa.
El lunes me enteré de lo al cabo acontecido. Rafael mandó a Julito que quitara un tapón de la alberca, con lo que en poco tiempo desapareció toda el agua, yéndose por una leve pendiente hasta llegar a un naranjal donde quedó casi toda ella en la superficie: tanta era la humedad de la tierra desde antes de la suelta hecha por Rafael. Vacío el agrario estanque, Rafael se aplicó a la limpieza: tiró afuera papeles, hojas, plásticos, palitroques, cáscaras y yerbajos, y valiéndose de la navaja y de una tabla arrancaba la verdina, cuando… apareció un campesino con los brazos abiertos, sin articular palabra porque la sorpresa lo más que le dejaba era enrojecer más y más a cada paso que daba en dirección a la albuhera ahora vacía y en proceso de escamonda. La color de Rafael también cambió, pero para tornar a la lividez. La sangre, a diferencia del agua de la alberca, no corrió, ya digo que ni por la cara de Rafael. En definitiva, que aquel hombre, que era el hortelano, y que a buen seguro siguió sorprendido el resto de su vida, se encontró de manos a boca con que el agua que tenía destinada a regar una porción de terreno distinta del poblado de naranjos la había perdido, sin ton ni son, a manos del que seguramente era un loco caprichoso, por lo que tendría que llenar otra vez la alberca, a esa hora y con los escasos recursos que el pozo le proporcionaba, como explicó cuando pudo recuperar el habla.
Durante los días siguientes, Rafael contaba el episodio mostrándose consciente de su falta, pero sin arrepentirse de que su afán de limpieza le hubiera llevado a cometerla. De nada valía decirle que una alberca no es ni tiene por qué ser una patena. Lo que sí tuvo que reconocer es que, como un amigo de su patrón le decía, tuvo la suerte de que aquel campesino fuera de lo más parecido a San Isidro labrador. Pasado el tiempo, yo hubiera dado no sé qué por haber escuchado a aquel hombre contarle el asunto a los suyos y a sus amigos, lo que seguramente habría comenzado diciendo algo así como “¡Po no que estaba allí el tío tan tranquilo…!”, y “¿A él qué mierda le importa si estaba sucia o no estaba sucia…?”. Todos los mayores se alegraron de que a Julio no le hubiera cogido allí. No habría sido de extrañar que hubiera quedado en el sitio.
Señoritos en su ocaso
Todo el mundo sabe dónde está la casa de los Ibarra, pero serán menos quienes hayan entrado en ese medio palacio cuando ya sólo vivían en él, que yo recuerde, Alfonso y una de sus hermanas. En la época en que fui algunas veces, Alfonso hacía años que no salía a la calle a periquear, ni estaba nunca a la vista de quien accediera a tan en otro tiempo peripuesto domicilio. Con doce o trece años acompañé en varias ocasiones a Rafael Palomo, porque él solo no podía de una sola vez con la carga de bebidas alcohólicas que había que subir hasta la casa de los Ibarra, que en realidad eran los González Fernández-Palacios. Haciendo memoria y echando cálculos, después estuve seguro de que todo no podía ser para Alfonso. Por mucho que bebiera aquel hombre, ocho botellas de coñac, no sé cuántas de vino y dos cajas de cervezas “medianas” cada semana o semana y media era demasiado para una sola persona, aunque consumidores más largos se han conocido (yo he visto, también por aquella época, a uno al que apodaban El Indomable, beberse diez copas de ginebra y una caja de botellines en veinte minutos; después salir del bar, soltar dos o tres eructos y decir que se iba a trabajar).
A la hermana de Alfonso tampoco la llegué a ver. Siempre salía a recibir la mercancía la criada, una criada con cofia, medias blancas y delantal enterizo con bordados. No la vi, pero sí la oí. Todas, absolutamente todas las veces, la señorita gritaba como nunca más he oído hacerlo a nadie. ¡Vaya con la señorita! ¡Y lo que decía en sus gritos! La pobre fámula era la destinataria única de todas las imprecaciones. No sé lo que las sirvientas durarían en esa casa de los gritos. Por la calle, según me contaron después, era completamente distinta, es decir, una dama de respeto. Pero en la soledad de su casa no le importaba gritarle a la muchacha estando nosotros presentes. Lo más probable es que nos considerara también como sirvientes. Y en cierto modo no le faltaba parte de razón. Claro que su concepto de cómo tratar a los sirvientes no coincidía con el nuestro.
Ya he dicho que, de Alfonso, ni rastro, salvo el que nosotros recogíamos en forma de botellas vacías. Poco después, cuando ya la casa estaba abandonada, los chavales entraban por las dependencias para curiosear y llevarse lo que les pareciera. Fue cuando tuve en mis manos una fotografía de Alfonso en su juventud, siendo la única vez que vi su faz, si exceptuamos el autorretrato que colgaba en casa de mis abuelos, en el que el autor se caracterizaba de podenco, con sus gafas caídas a media nariz y una botella de vino rota en el suelo. Un paraguas, igualmente roto, completaba el cuadro. Su pintura era toda ella dedicada a los perros y a los caballos, con jinetes elegantemente vestidos a la inglesa en idealizadas e inocentes escenas de caza. Todos sus cuadros traslucían la devoción de Alfonso por un mundo pasado y que seguramente no pudo llegar a conocer directamente salvo en algunos de sus restos, o en forma de sucedáneo.
En sus cuadros, hasta cierto punto recorridos de puerilidad, no aparecían armas, a pesar de la temática imperante en ellos. Sí habían estado presentes, sin embargo, en la vida de Alfonso. Que era o había sido practicante de la caza, al igual que sus hermanos, estaba claro. Pero la relación de Alfonso con las armas por la que resultó más conocido en Alcalá fue la que mantuvo desde el comienzo del alzamiento de Julio de 1936 hasta que se agotaron las necesidades. Alfonso se convirtió desde el primer momento en un asiduo de todo tipo de batidas, urbanas y rurales, en las que se detenía y a veces, sin más, se ejecutaba a los contrarios.
Claro que esas incidencias no mermaron en absoluto la candidez de sus cuadros. Siempre hubo quien sostuviera que su adicción a la bebida era consecuencia de sus posibles remordimientos por su participación en hechos tan lamentables. No digo ni que sí ni que no, cómo saberlo, ni yo le he preguntado después al perro que era él en su autorretrato ni él me lo ladró, digo me lo dijo, pero El Indomable, que antes he citado, nunca había matado a nadie, como era y es el caso de tantísimos alcohólicos y adictos como uno ha tratado y que no se dieron a la bebida por remordimientos, ni para olvidar. Eso son cosas de fandangos baratos. Pero recuperemos a Rafael Palomo que está aquí contándole a tres de confianza que la hermana de Alfonso llamó un día a los pintores. El principal de éstos, después de haber estampado durante cuatro días mil y una pruebas, las mismas de las que la señorita se mostró insatisfecha, se atrevió a pedirle que le indicase, si no era mucha molestia, algo que tuviera un parecido con el color que ella prefería. Color de tórtola muerta, fue la respuesta. Y Rafael cuenta que le dijo al pintor cuando éste le contó el capricho de la dama: “Bueno, y qué, ¿no la tienes a ella de modelo?
Casa de Ibarra, 2008