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JULIO CORTÁZAR (1914-1984). Homenaje de CARMINA al escritor argentino en el centenario de su nacimiento

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JULIO CORTÁZAR EN  «CARMINA»:

LOS AMANTES. Poema de Julio Cortázar

LUIS CERNUDA. Un poema de Julio Cortázar (26 de agosto de 1914-12 de febrero de 1984)

FRAGMENTO DEL CUENTO «LA AUTOPISTA DEL SUR», CON FOTO. Julio Cortázar (1914-1984)

PARA LOS LECTORES DE «CARMINA»: JULIO CORTÁZAR

HOMENAJE A CORTÁZAR: LA NOCHE Y EL AMANECER. Un texto de Julio Cortázar y tres fotografías de Enrique Martín Ferrera (Buenos Aires, 1998)

COLOQUIOS (173). Gabi Mendoza Ugalde

UNAS POCAS PALABRAS. Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984)

caos (mármol) Manolo López

Caos
(mármol)
Manuel Melquisedec

 

   Unas pocas palabras

en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto.

Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.

Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:

tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque, el alma a solas.

 

   Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.

A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.

Porque si sucesivamente van tomando

de la luz el color, del oro el cieno

y de todo el sabor el poso lúcido,

no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;

han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,

hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza,

y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,

restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

 

   Unas pocas palabras, mientras alguien callase;

las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.

Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.

Suena el agua en la piedra. Mientras, quieto, estoy muerto.

 [De Poemas de la consumación (1968)

Vicente Aleixandre (1898-1984)

Ed. Plaza & Janés, S.A. Barcelona, 1978.

Págs. 33 y 34]

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LUIS CERNUDA, EN LA CIUDAD. Por Vicente Aleixandre (*)

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Dos variaciones de 1982 sobre «Unas pocas palabras» de Vicente Aleixandre:

«Un cuerpo el viento» Poema Juan Enrique Espinosa Flores

 

«Es la luz de tus pupilas» (versión de 2000) Poema de Lauro Gandul Verdún

 

OTRO PARO, ¿Y…?. Por Joaquín de Grado

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Oyendo a Hernández y Fernández, digo a Fernández Toxo y a Méndez (ya dije en otra ocasión que los confundo con los sincronizados detectives de Las aventuras de Tintín), parece como si la convocatoria de «huelga general» para el próximo 14 fuera otro expediente a cumplir; otro ritual más para marear al personal y lograr que la represión, sea en forma de botes de humo y crueles porrazos, sea en despidos y amenazas patronales, se cebe en la parte de la clase obrera que aún está dispuesta, pese a lo que pese, a seguir respaldando eso que sus polillas internas llaman huelga general. Y es que de eso se trata: de cubrir otro expediente y de aburrir a la gente hasta extenuarla, haciendo cosas aisladas que se sustentan en un dogmatismo interesadamente empalagoso. Los convocantes saben que el Poder no se va a sentir amenazado por el 14-N, y ello con independencia del grado de participación en el paro general: lo que cuenta es, sobre todo, la actitud de las direcciones (verticales) de los sindicatos. Y ya sabemos cuál es: verborrea, muchas banderas y… pedimos esto, pedimos lo otro. Y hasta otra.

…………Cubrir expedientes, sí. Todo menos hacer confluir las huelgas con la dinámica y los objetivos del 15M y del 25S, que sí ponen en solfa todo el entramado que nos tiraniza. Pero claro, cuando se es parte del entramado…

…………Por el contrario, para ese movimiento liberador que ya bulle, vienen estas palabras de Luis Cernuda: La real para ti no es esa España obscena y deprimente/ en la que regenta hoy la canalla,/ sino esta España viva y siempre noble… Que hace lo que debe, añado.

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LA REVOLUCIÓN DE 1956 (fragmento) («Para un cuaderno de fotografías»-Páginas de un diario húngaro- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)
COLOQUIOS (55). Gabi Mendoza Ugalde
COLOQUIOS (130): «TRILOGÍA PARA UNA HUELGA GENERAL, CON ESTRAMBOTE». Gabi Mendoza Ugalde
COLOQUIOS (137): «TRILOGÍA DE PIQUETES 2012». Gabi Mendoza Ugalde
CON CIENCIA OBRERA. De la serie «RECORTES», Nº 11. Por Pablo Romero Gabella
I+D+i. PRIMERA HUELGA GENERAL DE LA DEMOCRACIA EN LA ENSEÑANZA PÚBLICA. Antonio Luis Albás, (2012)
ASTURIAS PARIA QUERIDA. De la serie «RECORTES», Nº 23. Por Pablo Romero Gabella

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PHILIP LARKIN: SEMBLANZA DE UN CRÍTICO DE JAZZ. Por Enrique Martín Ferrera, Diciembre 2008

Portada de la edición inglesa de «Faber & Faber»
del libro «All What Jazz: A Record Diary» (1968), de Philip Larkin
-recopilatorio de sus artículos sobre Jazz publicados en el periódico londinense «Daily Telegraph»

 

En verdad, sólo hay un par de cosas que valgan la pena: el amor, en cualquiera de sus formas, con muchachas hermosas, y la música de Nueva Orleáns y Duke Ellington.

(Boris Vian, «L´ écume des jours», prefacio.)

 

   No significa nada si no tiene Swing.

(Edward Duke Ellington)

1932

 

1 Duke Ellington

Duke Ellington en el «Hurricane Club»
1943

«Pocas cosas me han proporcionado más placer en la vida que escuchar jazz.» Con esta rotundidad se pronunciaba Philip Larkin en el prólogo de 1.968 de «All What Jazz: A Record Diary», un libro recopilatorio de esos artículos que, durante toda una década, fue publicando mensualmente como comentarista de Jazz en el Daily Telegraph. Sin el acierto de esa recopilación y su polémico prólogo, las críticas jazzísticas de Larkin tal vez habrían sido olvidadas, después de haber sufrido la inevitable humillación (o lección de humildad, según se mire) que reserva el destino para todo trabajo periodístico: acabar la jornada en el cubo de la basura o como improvisado envoltorio de sabe dios qué cosas.

            Supe hace mucho tiempo, por otro aficionado al Jazz, de estas colaboraciones en prensa arracimadas en forma de libro; y sentía curiosidad por esta faceta de un Larkin que no era el poeta reconocido -The North Ship, The Less Deceived, The Whitsun Weddings, y High Windows-, ni el novelista retirado de forma prematura –Jill y A Girl in Winter-, ni el bibliotecario solterón, calvo y un poco tartamudo que tratan de ridiculizar sus detractores. Pero no sé el porqué, hasta las postrimerías del pasado siglo XX, centuria que según nuestro protagonista vio no sólo nacer sino, también, morir tempranamente al Jazz; no me decidí a conocer a este Larkin columnista y crítico musical. Como hasta hace poco no ha visto la luz en nuestro país una edición de«All What Jazz» en español (Paidos, 2004), en aquel entonces tuve que hacer el oportuno encargo a unos amigos ingleses de un ejemplar de la edición de Faber & Faber. Leyéndolo descubrí a un Larkin adicto al Jazz, azote de las vanguardias, que exponía de forma apasionada controvertidas opiniones sobre determinados músicos y nuevas corrientes; esos mismos que, merced a la pátina de respetabilidad que otorga el paso del tiempo, se han convertido ya también en figuras y formas clásicas.

          El prólogo que citaba al inicio es una gran pieza literaria que condensa unas pequeñas memorias en poco más de dieciséis páginas; sin desperdicio. Esa introducción ya advierte que nada ni nadie que huela a moderno, sea cual sea la expresión artística elegida, saldrá bien parado en el libro: da lo mismo que se llame James Joyce, Jackson Pollock o Miles Davis. En 1984, un año antes de morir, en nota a la segunda edición, el crítico Larkin aprovecha para renovar sus votos: «Si Charlie Parker parece menos ruidoso hoy que en 1950, ello se debe sólo, como señalo, a que le han sucedido otros todavía más bullangueros; más o menos lo mismo que, “mutatis mutandi”, se podría decir de Picasso y Pound».

 

1 Charlie Parker

Charlie Parker, Monk, Mingus y Haynes
New York, 1953

            La lectura de «All What Jazz» me desconcertó en un principio, pero luego comprendí que las piezas encajaban: en cuestiones poéticas su autor también había dado un portazo a lo que en aquella época se consideraba la modernidad. Estas reseñas jazzísticas, gozosas por sí solas para el amante del Jazz, pueden ser útiles a cualquier lector que desee abordar, con una perspectiva más amplia y fecunda, la obra poética de Philip Larkin; que, por cierto, sería probablemente escrita mientras surgía de un gramófono esa música de la que era forofo.

            «Es verdad, –confesaba Philip, el 20 de Febrero de 1967, en “Credo”, uno de sus artículos para el Daily Telegraph- no me gusta la fantasía que rubrica la época, ni quiero gustillos africanos, latinoamericanos, indios o caribeños; ni solos de bajo, ni el disparate de la Nueva Ola, ni la fatuidad del “free”; de hecho la cosa se ha ido por entero al carajo desde 1945, o incluso desde 1940; pero esto no es más que decir que a mí me gusta que el jazz sea jazz. A.E. Housman dijo que él podía reconocer la poesía porque se le hacía un nudo en la garganta y se le humedecían los ojos: yo puedo reconocer el jazz porque me hace golpear el suelo con los pies, gruñir afirmativamente, e incluso levantarme y brincar alrededor de la habitación. Si no me produce esto, entonces, por muy interesante que sea musicalmente, o atrevido espiritualmente, o digno de alabanza racialmente; no es jazz. Si eso es ser un purista, yo soy un purista.»

            Creo que Larkin nos estaba hablando, en el citado pasaje, del swing, de ese placentero impulso que nos hace seguir el ritmo con el cuerpo, de ese poderoso resorte. Ya lo decía Ellington: «It don´t mean a thing If you ain´t got that swing». En cierta ocasión, un periodista, entrevistando a Louis Armstrong, preguntó a éste qué era el Jazz, y el gran Satchmo le contestó sonriendo, con su trompeta en la mano:«Si tienes que preguntarlo, nunca lo sabrás.» Por esos derroteros se encaminan evidentemente las palabras de nuestro poeta.

 1 Louis Armstrong

Louis Armstrong
París
1965

            Jazz moderno: «El jazz que no es jazz» (The end of Jazz, 15-6-1963). Y es que Larkin no puede dar por buena, como Jazz, una música nada continuista, que hace alarde de la novedad y está dispuesta a romper esos delicados lazos de unión con los sonidos tradicionales:«Parker no siguió a nadie, a diferencia de Armstrong, que siguió a Oliver. Él simplemente apareció.» («Armstrong to Parker», 14-5-1962).

            «Be-bop or not to be-bop, there is no question». Una noche, ya distante, pero memorable gracias a la música, vi un cartel que rezaba así en un Club de Jazz de Praga. Han sido muchos los críticos de Jazz, y los apasionados del Be-bop, del Cool o del Free, que lejos de llamar a Larkin purista o amigo de la tradición, como él se definió; le han tildado de mentecato, reaccionario y fundamentalista; por no citar otras descalificaciones más feroces y groseras.

 1 Pee Wee Russell

Pee Wee Russell
1906-1969

            Cierto es que Larkin se quedó plantado, en cuestiones musicales, en los años treinta; y que le desagradaba, por lo general, todo aquello que no sonara a Rag, a Hot, a Dixieland, a estilo Nueva Orleáns o Chicago, o a las grandes orquestas del Swing: «El Jazz se va muriendo con quienes lo ejercían: Red Allen, Pee Wee Russell, Johnny Hodges.» (Wells or Gibbon?, 15-8-1970).

            Cierto además que, en muchas ocasiones, en esas reseñas periodísticas, el autor parece el abuelo cebolleta fustigando virulenta y despectivamente, con sus comentarios y boutades, las nuevas modas y maneras: «El jazz tuvo su agonía de muerte con Gillespie y Parker…» (Change and Decay, 13-9-1969), «los solos de Coltrane se parecen a los garabatos de un niño subnormal…» (Aretha´s Gospel, 13-7-1968), «Davis es una persona malhumorada y perversa, y a mí su trompeta me afecta del mismo modo…» (Rose-Red-Light City, 13-1-1962).

 John Coltrane

John Coltrane

            Pero esos exabruptos -que también centellean en muchos de sus poemas- no deben empañar el justo valor de estos artículos. En ellos abundan pequeñas piezas maestras que nos dejan ver el buen gusto, la belleza de la prosa de un gran escritor y la pasión empleada por el mismo al comentar la música que amaba. Léanse si no las páginas dedicadas a Bix Beiderbecke, a Jelly Roll Morton, a Pee Wee Russell, a Louis Armstrong, a Duke Ellington, a Billie Holiday, a Fats Waller, a Bessie Smith, a Sidney Bechet…

Fats Waller and his Rhythm 1938

Fats Waller and his Rhythm (1938)

            De este último dice Larkin que es «una de la media docena de figuras principales del jazz». No es esta una afirmación descabellada, y quien haya escuchado a Bechet soplando en Blue Horizon, o en Blues in thirds, o en Shake it and Break it; bien sabe de lo que hablo. Hay tanto swing, una sonoridad tan bella y vitalista en las grabaciones del viejo Sidney. En el penúltimo poemario de Larkin, Las Bodas de Pentecostés, se pueden leer unos versos dedicados al genial clarinetista-saxofonista de Nueva Orleáns: «Tu voz me llega como dicen debería hacerlo el amor, / como un enorme sí».

1 Sidney Bechet

Sidney Bechet. Boston, 1945

            Hay otros poemas en los que nos habla de Jazz, pero nunca únicamente de jazz, como en Reference Back y Love Songs in Age (en «The Whitsun Weddings», 1964), o en esa genial confesión titulada Reasons for Attendance (en «The Less Deceived», 1955). Creo que el cine y la fotografía siempre lo tuvieron más fácil, pero incluir el jazz en la literatura, o hacer buena literatura escribiendo sobre Jazz, es un arte concebido para unos pocos elegidos. Con demasiada frecuencia la pluma deriva hacia un ejercicio de simple charlatanería. No obstante, ahí están, entre otros, Jack Kerouac y los chicos del beat, Boris Vian y sus artefactos literarios, Julio Cortázar y su insuperable capítulo 17 de Rayuela; y en España algunos poetas de la generación del 27: incluso Luis Cernuda utilizó el título de un foxtrot llamado «I want to be alone in the South», para bautizar uno de sus más afamados poemas, «Quisiera estar solo en el sur»; que, dicho sea de paso, no es una evocación nostálgica de Andalucía, como erróneamente se tiende a pensar, según nos aclara el propio poeta en su «Historial de un libro».

Bix Beiderbecke

Bix Beiderbecke

            Volviendo a Philip Larkin, cómo no imaginarle, tras una rutinaria jornada de trabajo en la Biblioteca de la Universidad de Hull, ya en la intimidad de su casa, con batín y zapatillas, el jazz sonando, una copa en la mano; siguiendo el ritmo con los pies o tamborileando sin baquetas sobre una batería imaginaria. Siendo adolescente, Larkin soñaba ser batería de Jazz; así lo asegura en el prólogo de «All What Jazz». La portada del libro, en la edición inglesa de Faber & Faber, donde aparece sosteniendo dos palillos, no es casual. Es una imagen alejada de la solemnidad y del retrato tristón y grave que propagan de él sus detractores; el reverso de ese perfil de un ser depresivo, con un filtro gris en la mirada, que puede hacernos llegar, desatinadamente, una lectura precipitada de su poesía. «El impulso de componer un poema nunca es negativo», dijo Philip a un entrevistador que le preguntaba por su pesimismo.

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            Leyendo el relato que el poeta hace de su juventud en el prólogo de «All What Jazz», tampoco nos cuesta verle en Oxford, in illo tempore, escuchando discos de Jazz junto a un pequeño grupo de estudiantes –Amis padre y compañía-, en alguna habitación del College; divirtiéndose, bebiendo y comentando este o aquel pasaje, elogiando a algún viejo jazzman, discutiendo sobre las preferencias de cada cual… Al leer no hace mucho su magnífica primera novela, «Jill» (Lumen, 2.007), ambientada en ese pequeño mundo universitario de élite; buscaba infructuosamente, pasando las páginas, el Jazz. Pero aquí sólo aparece esbozado, como un perfume invisible que flota en el aire, como un sonido cercano, omnipresente, que nos llega desde el gramófono de la habitación de algún estudiante, cuya puerta nunca llega a abrir para nosotros el narrador. Así se insinúa magistralmente el jazz en esta novela.

            Gloomy?, ¿lóbrego?. Estoy convencido de que Larkin era un tipo alegre y vitalista mientras oía el tipo de Jazz que le emocionaba. A falta de mejores arietes capaces de hacer mella en el muro de su popularidad, ciertos santurrones y defensores de lo políticamente correcto, se han dedicado a airear chismorreos acusadores del tipo Larkin-Racista, o Larkin-Consumidor de pornografía, o Larkin-Misógino. Pero no puede considerarse misoginia la defensa a ultranza de la soltería:«dos pueden vivir tan estúpidamente como uno», decía Philip. Pero soltería no es celibato, pues Larkin no tenía nada de casto y mantuvo relaciones, más o menos estables, con varias mujeres a lo largo de su vida («alcohol, jazz y sexo – todos ellos cosas dulces», reza un poema suyo inacabado). Eso sí, nunca deseó tener hijos. Sobre este último particular dicen mucho los dos últimos versos de «This Be The Verse» (Ventanas Altas,1974).

Placa Larkin

            Del asunto de la pornografía, qué cabría decir a esos hipócritas victorianos, salvo recomendarles la lectura de Henry Miller o, incluso mejor, la visita a la sección X de un buen video club. En lo que respecta a las acusaciones de racismo, Larkin simplemente no soportaba a aquellos nuevos músicos negros que pretendían convertir el Jazz en una cuestión racial, sacando las cosas de quicio al mezclarlo con el black power y maltratando de forma deliberada, según él, las orejas del público blanco con experimentos musicales. Muchos de sus admiradísimos héroes del Jazz eran negros, pero resulta muy sencillo tergiversar interesadamente frases como: «En el jazz, la tensión entre el artista y la audiencia se apagó cuando el Negro dejó de querer entretener al hombre blanco…», o «Partiendo del uso de la música para entretener al hombre blanco, el Negro avanzó con ella hasta el odio hacia aquel.» (All What Jazz, – Introduction-1968).

            A Larkin, estoy convencido, el Jazz y los poemas le ayudaban a soportar la angustia, la sinrazón, la grisalla de la vida… Porque «la vida primero es tedio, luego miedo» («Dockery and Son»- Las Bodas de Pentecostés, 1.964). Esas muletas, la Poesía y el Jazz le acompañaron hasta el final del camino: en la abadía de Westminster, durante su funeral, además de ser leído «An Arundel Tomb», se interpretaron temas de Sidney Bechet y Bix Beiderbecke.

            Poesía y Jazz: dos pasiones íntimamente ligadas en Philip Larkin. Él siempre reivindicó la función social de ambas y reclamó su verdadero público tradicional, tan crecientemente sustituido por especialistas y glosadores.

Larkin 1961

Larkin en 1961

            No encajaba en ese molde del escritor que «ha ganado la feliz posición en la cual puede alabar su propia poesía en la prensa y explicarla dando clases en el aula…» («Required Writing» –The Pleasure Principle- Faber & Faber,1983). Tal vez por su rechazo a ese modelo, y a pesar de la gran fama y prestigio alcanzados como poeta, él siempre conservó su empleo y su salario como bibliotecario. Larkin consideraba una virtud que sus poemas no necesitaran notas explicativas a pie de página para ser comprendidos; aunque no, por abordar asuntos cotidianos o locales –que, como es bien sabido, pueden ser también los más universales-, o por tratar esos temas con palabras y formas, en apariencia, sencillas, sea posible conceptuar el resultado como poesía trivial. Sus versos no aspiran a la vulgaridad. Simplemente, él nunca escribió para académicos, estudiosos o doctores en filología, ni para los críticos literarios; ni siquiera para otros poetas.

            Y cambiando al palo que nos ocupa, tampoco concebía el Jazz como una pomposa incursión solipsista del intérprete, ininteligible, inhumana o desconectada de la audiencia; de espaldas a la necesidad de los oyentes de disfrutar y sentirse estimulados, no confundidos o torturados, por la música.

            Larkin consideraba que leer poesía, o escuchar Jazz, no debe ser nunca para el público una tarea esforzada y exenta de goce, un rompecabezas o un arduo combate.

Larkin en 1982

Larkin en 1982

            En su Jazzbandismo, un funambulista llamado Ramón escribía: «sólo una introducción de jazz puede abrir ciertas almas y que vayan a buscar ciertos libros y comprendan ciertas ideas.» Abrir almas, algo demasiado pretencioso. Pero ojalá alguien, a raíz de esta lectura, se nos una en las trincheras, se aventure y salga en busca de las obras del propio Larkin, de un buen libro de sonetos o de un disco de Jazz de los Grandes; antes de que el mercado, que sólo sabe de frías cifras, decida dejar de dispensar para siempre estos nutritivos bienes; suprimir definitivamente su ya corta tirada, eliminar sus reducidos espacios y colocar más ejemplares del último éxito en ventas de Antonio Gala, o de las sevillanas más populacheras del momento, en los escasos lugares donde todavía puede hallarse algo de Jazz y Poesía, esos arrinconados parientes pobres.

            El Jazz que nos deleita sigue siendo un magnífico lenitivo, una isla para náufragos, una dulce tregua… La buena Poesía también. Puestos a elegir, Larkin confesaba, sin ambigüedades, su predilección en una entrevista aparecida en 1968 en las páginas del diario The Guardian: «Qué dijo Baudelaire, que el hombre puede vivir una semana sin pan pero no un día sin poesía. Se puede decir que yo podría vivir una semana sin poesía, pero no un día sin jazz.».

            Jazz y poemas: en cualquier caso, un día sin ellos es un día a la intemperie.

Philip Larkin Retrato

El poeta y crítico de jazz Philip Larkin

REGRESANDO A MACHADO (Sobre héroes, villanos y tumbas). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre de 2008

(Es foto está considerada como, posiblemente, la última foto del poeta vivo, tomada el 27 ó 28 de Enero de 1939 por su amigo Corpus Barga, en Port Bou, camino de Francia, en esa misma frontera donde un año después se suicidaría Walter Benjamin para no caer en manos de los nazis.)

 

«Piedras ensimismadas vueltas hacia qué patrias del silencio»

(Ernesto Sabato)

Desenterrar a Antonio Machado, hacer que sus huesos crucen de nuevo, siete décadas después, la frontera francesa, caminito del sur. Es la última ocurrencia de algún iluminado del Ayuntamiento hispalense, un prestidigitador que abre el pañuelo y, en lugar de una paloma, echa a volar un silogismo: si tenemos sitio en nuestro cementerio de San Fernando, y si su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, qué diablos hace este hombre en Collioure.

            Para la madre, Ana Ruiz, enterrada junto al poeta, no existe pronunciamiento oficial; aunque esa indiferencia hacia los parientes de la celebridad por parte de las autoridades municipales no debe sorprender a nadie: esos otros huesos, tan poco rentables, que se los queden los gabachos. Eso sí, las gestiones para hacer más cercana y democrática, al alcance de todos, la tumba de don Antonio se iniciarán de inmediato.

            Y Machado es sólo un primer paso, una tesela del mosaico; pues se tiene en mente un proyecto más ambicioso: la creación del parque temático de los poetas andaluces en el camposanto sevillano. El reclamo turístico, amen del mausoleo del susodicho, lo constituirán, según la nota de prensa, las nuevas tumbas previstas para Bécquer, Fernando de Herrera, Al Mutamid, Villalón y Blanco White, entre otras posibles adquisiciones. Ya va siendo hora, habrán pensado nuestros avispados políticos, de poner en valor estas vacas sagradas; incluso después de muertas pueden seguir produciendo leche.

            Se trata en esencia de cosificar a los poetas, simples fetiches convertidos en algo tangible, como la Giralda o la Torre del Oro. No me cuesta nada imaginar ese escalofriante futuro de excursiones organizadas para la tercera edad, de manadas de turistas en pantalón corto, de grupos escolarizados de zopencos en visita obligada… «La repugnancia de las piaras humanas» (que diría Cioran) y el advenimiento en la necrópolis hispalense de un inusitado fervor literario, tan sincero como las flores de plástico.

            Los artífices de este delirio, que no creo sean lectores de Machado, deben ignorar su deseo de ser enterrado en tierras castellanas, en el Espino de Soria, junto a Leonor, donde «el muro blanco y el ciprés erguido». De ello nos habla en uno de sus sonetos de Los Complementarios:

Mi corazón está donde ha nacido,

no a la vida, al amor: cerca del Duero.

            Hace tiempo leí o escuché decir a García Montero que «escribir poemas no es tener ocurrencias o decir tonterías». Le faltó aclarar que para eso ya está nuestra devaluada clase política, que incluye concejales expertos en rentabilizar a los difuntos y miembras del consejo de ministros que ven el fantasma del machismo, agazapado, incluso entre los rudimentos de nuestra gramática.

            Creo que la ocurrencia del consistorio de Sevilla no cae porque sí, llovida del cielo, sino que constituye una secuela más de la progresiva mercantilización de la literatura, una consecuencia de todo este proceso galopante de mercadeo sin alma; del lastimero panorama de los jugosos concursos literarios y del auge del marketing aplicado a las ferias del libro; de la creciente desaparición de los verdaderos libreros, abocados al cierre o la jubilación, sustituidos por tenderos de papel y palabras, por esos sosos dependientes de esta mercadería con tapas.

            En cuanto a motivaciones, también habría que considerar la precipitación de los escritores de hoy, a menudo impacientes y ávidos de riqueza súbita, que no de páginas artesanales y perdurables. En el parnaso del siglo XXI no está de moda escribir una obra maestra, sino ganar el premio gordo de la rifa planetaria. Lo que se lleva ahora es tener un nombre -aunque esté hueco- y amigos agradecidos en el lugar adecuado; garabatear en demasía, siempre pensando en el público, pues hay que acomodarse a sus gustos, aunque resulten infumables, burdos o morcilleros; y vender muchos, muchos ejemplares, por supuesto.

            Qué preciso se nos hace en estos tiempos de industrialización de las letras recordar las palabras de Rilke: «Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas.» (Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge).

            Así las cosas, entre naufragio y estercolero, va siendo hora de replantearse el dogma de fe de las bondades de la lectura. Sé que, al decir esto, algunos querrán quemarme en la hoguera, por bárbaro o heterodoxo; pero quiérase o no, es cierto: leer puede resultar contraproducente, sobre todo si lo que leemos son principalmente ocurrencias o tonterías.

Tumba de Brodsky 
Cementerio de la isla de San Michele
(Venecia)

            El poeta Joseph Brodsky sostenía, en su ensayo Cómo leer un libro, que no se puede leer a ciegas, pues «todos somos moribundos y leer libros consume tiempo». Hay que escoger con acierto. Pero cómo no errar al hacerlo. El nobel nos enseña que «la brújula para navegar por el océano de lo publicado es educar nuestro propio gusto», y finalmente, pues siempre se debe arrimar el ascua a la sardina de uno, que «el modo de conseguir un buen gusto literario consiste en leer poesía». Entiéndase el consejo referido a la gran poesía, pues no creo recetara el poeta ruso la lectura de ripios destinados a enaltecer al santo o a la patrona de la villa; ni el consumo de rimas baratas, boberías versificadas, letrillas para lerdos y otros estupefacientes. Así pues, leamos sólo poesía con grandeza para cultivar un buen gusto que nos sirva de lazarillo; y volvamos a Don Antonio Machado.

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Entierro de Antonio Machado
Collioure
1939

            Quienes han estado en el recoleto cementerio galo de Collioure, saben que el camino no está indicado (también es placentera la búsqueda); que no suele haber turistas haciendo cola ante la tumba del español y su madre; y que hasta allí, salvo en esporádicos intentos de politizar su figura, sólo llegan peregrinos, atraídos no por la fama de un nombre huero; sino por amor a una obra, leída y admirada.

            No se va hasta el viejo camposanto del pueblecito de los fauves por necrofilia o por curiosidad morbosa; no por una pose (lo habitual será hallarse a solas), no para narrar luego gestas y andanzas al vecino (abriría mucho los ojos y se mofaría luego en privado de tus extravagancias). En cuestiones así, mejor el recato: de nobis ipsis, silemus.

            Entre el homenaje y la elegía, hay tantas motivaciones personales para visitar esa tumba en Collioure… Uno siente que acompaña a alguien que nos es, al mismo tiempo, tan respetado como querido y familiar; porque sus libros están en nuestro casa, porque nos proporcionó horas placenteras de lectura; porque nos dejó ver el resplandor de esa luciérnaga que llamamos Arte; nos dio a probar ese bebedizo y nos hizo participes del enigma…

 

Tumba del poeta y su madre

            Quienes formamos parte de esta cofradía de lunáticos (sin sede ni censo de asociados) sufrimos algún serio trastorno del sentido de la utilidad, pues no nos importa emplear algunas horas -aunque la estancia en Venecia dure menos de lo deseado- recorriendo la isla-cementerio de San Michele, en busca de la tumba del denostado Ezra Pound, donde la hiedra se alimenta de sus silencios; o tratando de localizar la losa en basto mármol blanco que tiene escrito el nombre de Brodsky, para leer ese epitafio grabado al dorso, Letum non omnia finit; esa verdad de la que damos fe cada día sus fieles lectores.

 

Donde Kafka yace 
Praga

            Tarde o temprano, el peregrino de Collioure ampliará sus horizontes, y puede que llegue hasta el distrito de Strasnice, a las afueras de Praga, y que pise por fin ese otro cementerio judío – el que no sale en las postales, ni recibe cientos de turistas cada hora- para poner una piedrecita en la tumba de Kafka, o para dejar algún insulto sobre la del supuesto amigo, Max Brod. Y llegará un día también para tocar al timbre del Cimitero Acattolico de Roma, en busca de esa placidez rodeada de gatos donde yace cierto poeta inglés, «uno cuyo nombre está escrito en el agua».

 

Keats
Cementerio protestante
Roma

            O se pateará de arriba abajo el parisino Cimetière du Montparnasse, para hablar un rato a solas con Cortázar sobre jazz, sobre literatura, o sobre la pintura de Piero di Cosimo… O buscará, en ese mismo espacio, el último refugio elegido por una norteamericana llamada Susan Sontag, a la que querrá agradecer sus ensayos, o sus películas, o su ejemplo de vida; y comprobar con sus propios ojos que es cierto, que desde su tumba se puede ver la de Baudelaire: ¿cabría pedir mejor acompañante para la eternidad?.

Tumba Ezra Pound. San Michele. Venecia

Los torturados huesos del poeta estadounidense Ezra Pound
Isla de San Michele
 Venecia

            Andando el tiempo, los más enganchados al jaco de la literatura, se aventurarán subiendo a los Alpes, para alcanzar el pueblecito de Rarogne, en el cantón suizo de Valais. Querrán ver con sus propios ojos el escudo labrado, y estremecerse leyendo en la piedra aquello de «Rose, oh reiner widerspruch…» Antes del fin, también tuvo tiempo de detenerse en ese rincón del mundo el poeta catalán Marià Manent, tan exquisito como poco leído y recordado. Allí escribió un hermosísimo poema titulado, sencillamente, La Tomba de Rilke. En el nos habla del «viento alpino que barre la nieve», del «miedo y el azul» de unos ojos de niño, y de «un pecho que ignoraba la paz».

Tumba de RILKE. Rarogne -Valais- SUIZA

Tumba de Rilke
Rarogne
(Valais)
Suiza

            Supongo que a Manent, de estar vivo, y a todos los que forman ese club de viajeros siempre dispuestos a encontrar la tumba de un artista que les es caro; estas ocurrencias del Ayuntamiento de Sevilla, este andar trasladando huesos y proyectando parques temáticos para los poetas muertos, les parecerá un insulto, un asalto de felones; cosa de villanos.

            La tumba de don Antonio que conocemos hoy (que no es la original donde recibió sepultura un miércoles de ceniza del 39 y donde permaneció de prestado casi dos decadas) fue construida en 1.958, en suelo donado por el consistorio de Collioure, cuando los franceses se convencieron, a la vista del tiempo transcurrido, del desinterés de España por aquellos restos; cuando además el viejo enterramiento era ya solicitado por sus legítimos propietarios, a los que también iba llegando su postrera hora. Al coste de este nuevo sepulcro se hizo frente con una colecta, contribuyendo al buen fin de la iniciativa gente como Pau Casals, Albert Camus y André Malraux. Es una tumba nacida del afecto, del respeto y de la admiración. No es fruto de la mercadotecnia aplicada a la promoción de las modernas metrópolis, ni fue excavada en aquel lugar por un interés bastardo.

Cementerio de Montparnasse

El cementerio de Montparnasse desde la Torre del mismo nombre
París

            Y Machado, qué pensaría Machado de todo esto. Dicen que, en las últimas y desoladoras jornadas de su reciente exilio, le gustaba salir del modesto hotel Bougnol Quintana para dar cortos paseos hasta la playa, donde se quedaba contemplando el Mediterraneo en silencio, largo rato. Cuentan también que pocos días antes de morir, mirando ese mar, dijo a su hermano José: -«¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, sin más preocupaciones que trabajar en el arte!».

            «¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?», se preguntaba Cernuda en un verso de sus Birds in the night; ese poema, áspero y de afilados cuernos, que creo escribió un dolido Luis pensando en sí mismo, aunque cambiara su propio nombre por el de dos libertinos poetas franceses, Verlaine y Rimbaud. También él, sevillano de nacimiento, reposa muy lejos, al otro lado del Atlántico, en tierra mejicana; así que no podemos descartar alguna nueva propuesta de nuestras autoridades políticas para darle una despedida con mariachis, hacerse con sus huesos y regresarlos a la ciudad de Sevilla; esa que se convirtió muchos años atrás para el poeta en una arcadia del pasado, sin nombre y sin ruta de retorno.

            Ocurrencias, paparruchas, necedades… Ya difunto, tanta murga sobre uno debe resultar un fastidio; así que, una vez muerto, mejor se pierda, por lo menos, el oído. Aunque para sordos, los del Ayuntamiento. ¿Alguna vez oyeron en la Casa Grande aquello que decía Machado a través de su Abel Infanzón? Qué dura sentencia, más cuanto aciertan a hacer buena, año tras año, la experiencia y los hechos, los vicios de unos y las culpas de otros, el narcisismo de la ciudadanía y las pifias de quienes les gobiernan:

¡Oh maravilla,

Sevilla sin sevillanos,

la gran Sevilla!