Traigo a estos andurriales imperiales a José Miguel Ridao, amigo, compañero y «diletante incorregible», según sus propias palabras. De la cepa sevillana de Zweig y de la centroeuropea de Chaves Nogales, tiene una viva inquietud por el mundo de la 1ª Guerra Mundial y la literatura. Cual húsar húngaro, aceptó el guante que le envié con mis padrinos y trae a esta serie una colaboración sobre uno de los poetas menos conocidos de la Gran Guerra: Georg Trakl y nos regala un bosquejo de su vida y obra y unos poemas que él mismo ha traducido.
El poeta austriaco Georg Trakl tuvo una vida corta, tan sólo 27 años, pero en ella están resumidos de una manera aterradora los estertores del imperio austrohúngaro. Ya en la fotografía que se le hizo a los tres años de vida muestra esa expresión intensa, de una tristeza conmovedora, como herido por una vida que aún no había empezado para él. Nunca le abandonó ese rictus trágico, hasta el suicidio final destruido por el alcohol, la cocaína y el horror de la Gran Guerra. Con dieciocho años comenzó a trabajar, toda una premonición, en la farmacia Weißen Engel, de su Salzburgo natal. Pero no fue ese ángel blanco, entonces legal, quien arruinó su vida, sino el veneno inoculado por la vanguardia, la conciencia abrumadora de un arte que reclama la vida de sus servidores. Y el pequeño Georg ya estaba señalado por el destino como uno de sus príncipes oscuros.
Trakl fue reclutado para la Gran Guerra como farmacéutico militar en 1914. Participó en la batalla de Grodek, y tuvo que atender a decenas de heridos graves sin medios, sin medicamentos, sin anestesia. A esos hospitales de Galitzia se les bautizó como «pozos de la muerte». No lo soportó: cayó en una depresión profunda, lo enviaron a un hospital militar de Cracovia. Ya no regresó al frente. Wittgenstein, su mentor, acudió a visitarle, pero llegó tarde: el poeta se había suicidado con una sobredosis de cocaína. Tan frágil como los más grandes, como su admirado Hölderlin. Poco antes de morir escribió el poema «Grodek», inmenso:
GRODEK
Al atardecer retumban los bosques otoñales de armas mortíferas, llanuras doradas y lagos azules, mientras el sol avanza lóbrego; la noche envuelve a guerreros moribundos; los lamentos salvajes de sus bocas destrozadas.
Y sin embargo, la paz reina en los pastos de nubes rojas; donde habita un Dios furibundo que vierte su sangre. Está gélida la luna; todos los caminos desembocan en la negra putrefacción.
Bajo el follaje dorado de la noche y las estrellas vacila la sombra de la enfermera hacia el bosquecillo silencioso, para saludar a las almas de los héroes, las cabezas sangrantes. Suenan apagadas en los cañones las oscuras flautas del otoño.
¡Oh, dolor orgulloso! Tus altares de bronce, la llama ardiente del espíritu, alimenta hoy un inmenso dolor, los nietos que no nacerán.
En otro poema conmovedor,«An den Knaben Elis (al niño Elis)», Trakl nos transporta de la mano de un muchacho muerto, que no sabe que está muerto, hacia el fin de una época.
AN DEN KNABEN ELIS
Elis, cuando el mirlo llame en el bosque negro,
ése es tu ocaso.
Tus labios beben el frescor del manantial azul nacido de la roca.
Deja, cuando tu frente sangre levemente,
pasar remotas leyendas
y oscuros augurios del vuelo de los pájaros.
Pero tú avanzas con pasos suaves por la noche,
cuelgan plenas las púrpuras uvas
y mueves los brazos grácilmente en el azul.
Suenan unos zarzales
por donde están tus ojos de luna.
Oh, cuánto tiempo hace, Elis, que estás muerto.
Tu cuerpo es un jacinto,
en el que un monje hunde sus dedos de cera.
Una caverna negra es nuestro silencio,
De ella asoma a veces un animal manso
y baja despacio los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un rocío negro,
El ultimo oro de estrellas que declinan.
Ludwig Wittgenstein, su gran admirador y mecenas, tenía una fe a la vez ciega y clarividente en su amigo: «Yo no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra, y es lo que mejor idea me da de lo que es el genio». Trakl estaba dotado de una sensibilidad ultraterrena, hasta el punto de sentir la presencia de los muertos invisibles. Tras la terrible batalla le causaba pavor la multitud de nietos no nacidos de aquellos hombres jóvenes que en vano trató de curar. En ellos situaba la mayor tragedia como seres ausentes, fuera del tiempo y, por eso mismo, puros, blancos en su luto de muerte antes de vivir. No vivió para ver la consumación del fin de una época a la que él ya contemplaba en la distancia. Su vida fue un perenne atardecer, y su mérito consistió en sacar belleza de tanta podredumbre.
Que estás en la tierra Padre nuestro,
que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en el huerto,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo que está en los cafés
donde los burgueses beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la escuela de gratis,
y en el verdulero,
y en el que pasa hambre,
y en el poeta, —¡nunca en el usurero!—
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo,
eres ese Viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el cigarro, en el beso,
en la espiga, en el pecho
de todos los que son buenos.
Padre que habitas en cualquier sitio.
Dios que penetras en cualquier hueco,
tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos,
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.
[Obras incompletas.
Editorial Ediciones Cátedra, S.A.
Madrid 1980.
Págs. 47 y 48]
NIÑOS DE SOMALIA
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
[1996]
LA SIRENITA QUE QUISO IR AL “COLE”
La sirenita saltando por la arena,
llegó a la escuela de la playa.
Niños, libros, mapas y pizarras.
La sirenita apoyó su cara en el cristal,
la maestra la invitó a pasar.
La sirenita asustada voló hacia el mar, sola,
y se escondió en la ola.
Con algas y con algo,
se hizo un vestido largo largo
—para que le tapara la cola
y los pies que nos tenía—.
Saltando por la arena,
tocando dos conchas castañuelas,
la sirenita entró en la escuela.
—La “nueva” anda muy rara
—dijeron sus compañeras—.
Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.
Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo me asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.
Mi locura sería,
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada
como volverse loco y repetir tu nombre.
Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
—Siempre dice lo mismo—, dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
—los jueces y los santos no van a entender nada—
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
[Obras incompletas.
Págs. 187 y 188]
En vespa cargada de libros para repartir entre los niños
de los pueblos de Madrid
(años 40)
A MODO DE MANIFIESTO CON FUNDAMENTO EN LA OBRA DE LA POETA GLORIA FUERTES
Por Lauro Gandul Verdún
(Junio de 2017)
Ahora sí encontramos las librerías llenas de títulos de nuestra autora. Aunque casi siempre sólo aquella parte —importante, por supuesto— de su literatura incardinable en la llamada literatura infantil o para niños. No es mucho lo que tenemos de Gloria Fuertes (1917-1998) en nuestras bibliotecas. Lo decimos por nosotros mismos: en los anaqueles de nuestras estanterías es insólito encontrar un número suficiente de libros, de los muchos que dejó escritos, a la altura literaria de una autora como ella cuya obra poética constituye una de las más importantes del siglo XX español. Y esa ignorancia de su verdadera significación literaria choca con el amplio ámbito en el que la protagonista es precisamente Gloria Fuertes en el imaginario de los españoles de los últimos cincuenta años: ¿quién no sabe tararear en el recuerdo la melodía de Un globo, dos globos, tres globos?, ¿quién ha olvidado a aquella oronda señora, de pelo corto y canosa, feota pero con una franca y cordial sonrisa perennemente en su ancha cara de cuya boca salía una voz grave y algo rota, y a la que veíamos frecuentemente en la televisión en blanco y negro, o en color, de los años setenta y ochenta?
Pero hemos tenido la suerte de que una antología o compilación de sus libros de poesía haya caído en nuestras manos. Un solo libro, aunque con la fortuna de comprobar que quizá sea su obra mayor. Tenemos su libro, titulado Obras incompletas en una edición de la propia autora, que era la sexta que Ediciones Cátedra, S.A. de Madrid publicaba, siendo ésta en 1980 y que es a la que se corresponde nuestro ejemplar del libro. Gloria Fuertes es autora de la selección de sus textos y del prólogo que titula «Medio siglo de poesía de Gloria Fuertes o vida de mi obra». De éste vamos a extraer tres fragmentos:
«En los primeros años de nuestra postguerra, al palparnos vivos a pesar y todavía, necesitábamos gritar —como todo superviviente— que estábamos aquí, que nos llamábamos así, que sentíamos de aquella manera. Por aquel entonces, sin ponernos de acuerdo, Blas de Otero, Celaya, Hierro, Alcántara —y tantos nombres que añadirán a esta relación los estudiosos—, escribíamos poemas declarando incluso nuestra filiación, dirección y profesión para llamar la atención a los transeúntes que luego iban o no a pasear por nuestras páginas.»
«Fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después, aposta, «postista» —la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi. La postista que irremediablemente iba para modista, modista de un importante taller (mi madre se encargó de ello), modista o niñera, se reveló por primera vez; yo no quería servir a nadie, si acaso a todos.»
«El primer poeta que conocí, fue en vivo, no en libro, y era Gabriel Celaya —debido a que me pisó el Premio Fémina de Poesía—. Gabriel y yo fuimos finalistas, yo quedé segundona. Celaya, en 1934 (¿), era alto y rubio como la cerveza, parecía un príncipe —lo que son las cosas…»
Con estas coordenadas se nos antoja una breve investigación. Sabemos que los cordobeses de Cántico dieron páginas en sus Hojas de poesía a los poetas de España, y del resto del mundo, mientras estuvo viva la revista desde 1947 a 1957. Buscamos en todos sus números y, si bien comprobamos que a Otero (1916-1979), Celaya (1911-1991) y Ory (1923-2010) sí se les publicaron poemas en Cántico, ninguno se publica de Gloria Fuertes durante los diez años de existencia de aquella excelsa revista de poesía.
De Ínsula, Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, fundada en Madrid en 1946 y que continúa viva, hemos consultado un poco al azar diez años, desde 1982 a 1992, un período de tiempo lo suficientemente largo como para que nuestra autora pudiera ser leída en alguna de sus páginas. Nos hemos puesto a buscar. De 1982 a 1988 nada. Al encontrar en los números 510 y 511 de 1989 sendos espacios especiales dedicados al postismo en la sección que la revista titula «El estado de la cuestión», supusimos que íbamos a encontrar textos de Gloria Fuertes, o al menos alguna referencia. Nada de nada. Como si no existiera. Hemos sabido que hay un número de la revista de 1969 donde José Luis Cano, uno de los principales responsables de Ínsula, dedica un artículo a la poeta de Madrid, a cuyo texto no hemos tenido acceso. No sólo es ignorada completamente cuando se trata del postismo, sino que tampoco existe en los ensayos sobre las generaciones de posguerra, ni en los que tratan la obra de los autores de la poesía arraigada ni en los que se ocupan de los poetas del desarraigo, ni cuando se ocupan del movimiento de la poesía social, o sobre la generación del medio siglo.
No obstante, ella sí está con los poetas mencionados y con los movimientos aludidos. Y si se predica que para el grupo de los postistas ya existía una tradición española en la literatura de Valle-Inclán o de Ramón Gómez de la Serna, o en las viñetas de La codorniz, en el dadaísmo de Tristán Tzara, o en el surrealismo, o en el teatro del absurdo. En la poesía de Gloria Fuertes logra alto vuelo la greguería ramoniana en cordial y amorosa bandada. Onomatopeyas, aliteraciones, dobles sentidos, ambigüedades… Ciertamente una parte importante de la obra de nuestra autora encaja en esa tradición que además bebe de la popular en sentido estricto y que se anuda a las vanguardias, tan característica de la poesía del siglo XX (Lorca, Alberti, p.e.), y que sirve también para comprender con otras lecturas la importante parte de su obra más conocida dentro de la literatura infantil o para niños. Esas otras lecturas como poeta neorrealista, o surrealista, o postista, o poeta social, o del socialismo cristiano, o sencillamente cristiana, tantas veces, debería ensombrecer la etiqueta infantil. Fácilmente se comprueba que el adjetivo en este caso, no da vida, sino que mata (aunque sea muy útil para los mercadotécnicos e incluso a ella hubo de haberle reportado justos haberes), y que nos lleva a que su poesía infantil sea sencillamente poesía.
Poesía transgresora la escrita por Gloria Fuertes, poesía de lo pequeño, reiteración de lo vital, lo cotidiano, lo divino, lo reivindicativo… Si bien, dentro de los postistas tal vez fuera la que menos se dedicó a los juegos de palabras sólo por jugar. Esta actitud estética supone un conjunto de recursos formales cuyo fin precisamente es acoger en sus poemas una vocación transformativa de la realidad social. Así se hace vocera en su poesía del dolor que le provocaban los débiles, los niños indefensos, los mendigos, los hambrientos, los parados, los mineros, y tantos de los que nadie se acuerda. Fue por tanto una auténtica poeta del movimiento que se denominó de la poesía social. Poesía social de la auténtica, de aquella escrita para «la inmensa mayoría» como la que quiso escribir Blas de Otero. Una poesía para nada pura, ni minoritaria. Una poesía como aquella a la que Gabriel Celaya aspiraba cuando proclamaba que «la poesía no es un fin en sí, sino un instrumento para transformar el mundo.» A Gloria Fuertes lo que le interesó de la literatura era la emoción de sus contenidos, su potencia comunicativa, los recursos que en ella estaban para reflejar la situación y circunstancia del hombre del tiempo en que le tocó vivir. E incluso no dudó en escribir padrenuestros y oraciones por los pobres de este mundo.
LA POBRE CABRA
(Homenaje a Gloria Fuertes)
Por José Antonio Francés
La cabra no es que esté como una cabra
es sólo que confunde las palabras.
En vez de ropa se puso la sopa,
en vez de capa se puso la copa.
La pobre con las letras se hace un lío,
por eso a veces no dice ni pío.
A la pobre jaca la llamó vaca,
¡y eso que la jaca estaba muy flaca!
En vez de una tila se hizo una tela,
y se quitó una suela y no la muela.
Pobrecilla, no tiene mucho tino
pues se durmió en el vino y no el pino…
Pino, pena, pana, rana, ¡atenta…!
Cambias una letra y cambia la cuenta.
¡Menudo lío se forma la cabra!
Uf… ¡Se parecen tanto las palabras!
Y se parecen tanto, tinto y tonto
que la cabra se confunde muy pronto.
Y se parecen tanto, tonto y tinto
que hablar es andar por un laberinto.
Nata, gata, rata, bata, ¡qué lata!
¡Cuando abre la boca, mete la pata!
Nota, gota, rota, bota… ¡Atiende…!
¡Cambias una letra y nadie te entiende!
Los campesinos hondureños traían el dinero en el sombrero
cuando los campesinos sembraban sus siembras
y los hondureños eran dueños de su tierra.
Cuando había dinero
y no había empréstitos extranjeros
ni los impuestos eran para Pierpont Morgan & Cía.
y la compañía frutera no competía con el pequeño cosechero.
Pero vino la United Fruit Company
con sus subsidiarias la Tela Railroad Company
y la Trujillo Railroad Company
aliada con la Cuyamel Fruit Company
y Vaccaro Brothers & Company
más tarde Standard Fruit & Steamship Company
de la Standard Fruit & Steamship Corporation:
La United Fruit Company
con sus revoluciones para la obtención de concesiones
y exenciones de millones en impuestos de importaciones
y exportaciones, revisiones de viejas concesiones
y subvenciones para nuevas explotaciones,
violaciones de contratos, violaciones
de la Constitución…
Y todas las condiciones son dictadas por la Compañía
con las obligaciones en caso de confiscación
(obligaciones de la nación, no de la Compañía)
y las condiciones puestas por ésta (la Compañía)
para la devolución de las plantaciones a la nación
(dadas gratis por la nación a la Compañía)
a los 99 años…
«y todas las otras plantaciones pertenecientes
a cualquier otra persona o compañías o empresas
dependientes de los contratantes y en las cuales
esta última tiene o puede tener más adelante
interés de cualquier clase quedarán por lo tanto
incluidas en los anteriores términos y condiciones…»
(Porque la Compañía también corrompía la prosa.)
La condición era que la Compañía construyera el Ferrocarril,
pero la Compañía no lo construía,
porque las mulas en Honduras eran más baratas que el Ferrocarril,
y «un diputado mas barato que una mula»
—como decía Zemurray—
aunque seguía disfrutando de las exenciones de impuestos
y los 175.000 acres de subvenciones para la Compañía,
con la obligación de pagar a la nación por cada milla
que no construyera, pero no pagaba nada a la nación
aunque no construía ninguna milla (Carías es el dictador
que más millas de línea férrea no construyó)
y después de todo el tal ferrocarril de mierda no era
de ningún beneficio para la nación
porque era un ferrocarril entre dos plantaciones
y no entre Trujillo y Tegucigalpa.
Corrompen la prosa y corrompen el Congreso.
El banano es dejado podrir en las plantaciones,
o podrir en los vagones a lo largo de la vía férrea,
o cortado maduro para poder ser rechazado
al llegar al muelle, o ser echado en el mar;
los racimos declarados golpeados, o delgados,
o marchitos, o verdes, o maduros, o enfermos:
para que no haya banano barato.
o para comprar banano barato.
Hasta que haya hambre en la costa Atlántica de Nicaragua.
Y los campesinos son encarcelados por no vender a 30 ctvs
y sus bananos son bayoneteados
y la Mexican Trader Steamship les hunde sus lanchones,
y los huelguistas dominados a tiros.
(Y los diputados nicaragüenses invitados a un garden party).
Pero el negro tiene siete hijos.
Y uno qué va a hacer. Uno tiene que comer.
Y se tienen que aceptar sus condiciones de pago.
24 ctvs el racimo.
Mientras la subsidiaria Tropical Radio cablegrafía a Boston:
«Esperamos que tendrá la aprobación de Boston
la erogación hecha en diputados nicaragüenses de la mayoría
por los incalculables beneficios que para la Compañía representa.»
Y de Boston a Galveston por telégrafo
y de Galveston por cable y telégrafo a México
y de México por cable a San Juan del Sur
y de San Juan del Sur por telégrafo a Puerto Limón
y desde Puerto Limón en canoa hasta adentro en la montaña
llega la orden de la United Fruit Company:
«La iunai no compra más banano.»
Y hay despido de trabajadores en Puerto Limón.
Los pequeños talleres se cierran.
Nadie puede pagar una deuda.
Y los bananos pudriéndose en los vagones del ferrocarril.
Para que no haya banano barato.
Y para que haya banano barato.
19 ctvs el racimo.
Los trabajadores reciben vales en vez de jornales.
En vez de pago, deudas.
Y abandonadas las plantaciones, que ya no sirven para nada,
y dadas a colonias de desocupados.
Y la United Fruit Company en Costa Rica
con sus subsidiarias la Costa Rica Banana Company
y la Northern Railway Company y
la International Radio Telegraph Company
y la Costa Rica Supply Company
pelean en los tribunales contra un huérfano.
El costo de descarrilamiento son 25 dólares de indemnización
(pero hubiera sido más caro componer la línea férrea)
Y los diputados, más baratos que las mulas —decía Zemurray.
Sam Zemurray, el turco vendedor de bananos al menudeo
en Mobile, Alabama, que un día hizo un viaje a Nueva Orleáns
y vio en los muelles de la United echar los bananos al mar
y ofreció comprar toda la fruta para fabricar vinagre,
la compró, y la vendió allí mismo en Nueva Orleáns
y la United tuvo que darle tierras en Honduras
con tal que renunciara a su contrato en Nueva Orleáns,
y así fue como Sam Zemurray buso bresidente en Jonduras.
Provocó disputas fronterizas entre Guatemala y Honduras
(que eran entre la United Fruit Company y su compañía)
proclamando que no debía perder Honduras (su compañía)
«una pulgada de tierra no sólo en la franja disputada
sino también en cualquier otra zona hondureña
(de su compañía) no en disputa …»
mientras la United defendía los derechos de Honduras
en su litigio con Nicaragua Lumber Company
hasta que la disputa cesó porque se alió con la United
y después le vendió todas sus acciones a la United
y con el dinero de la venta compró acciones en la United
y con las acciones cogió por asalto la presidencia de Boston
(juntamente con sus empleados presidentes de Honduras)
y ya fue dueño igualmente de Honduras y Guatemala
y quedó abandonada la disputa de las tierras agotadas
que ya no le servían ni a Guatemala ni a Honduras.
[Las mejores poesías de la lengua castellana.
Editorial M. E. EDITORES, S.L.
Madrid 1995.
Págs. 755-758]
Yo no quiero morir en París
Pero estos muertos son divinos
Cortázar
Tzara
Morrison
Ionesco
Asturias
Chopin…
15
A quien no conozco de ti deseo
A tu desconocida amo
A la que tú eres para otros
Labios
A esa quiero yo besar
Muy lentamente
Sin conocerla de nada
Sin saber nada que pese
Sobre mi pulso
Sin saber nada de nada
Ni de nadie
Olvidado de mí
De todo
Y sólo amar
Y todo para amar
Y nada para nadie.
[Lauro Gandul Verdún. Crónica de París (2ª edición).
Ed. Padilla Libros Editores & Libreros. Sevilla 2017.
Págs. 43-45]
Nasci em um tempo em que a maioria dos jovens haviam perdido a crença em Deus, pela mesma razão que os seus maiores a haviam tido —sem saber porquê. E então, porque o espírito humano tende naturalmente para criticar porque sente, e não porque pensa, a maioria desses jovens escolheu a Humanidade para sucedâneo de Deus. Pertenço, porém, àquela espécie de homens que estão sempre na margem daquilo a que pertencem, nem veem só a multidão de que são, senão também os grandes espaços que há ao lado. Por isso nem abandonei Deus tão amplamente como eles, nem aceitei nunca a Humanidade. Considerei que Deus, sendo improvável, poderia ser, podendo pois dever ser adorado; mas que a Humanidade, sendo uma mera ideia biológica, e não significado mais que a espécie animal humana, não era mais digna de adoração do que qualquer outra espécie animal. Este culto da Humanidade, com seus ritos de Liberdade e Igualdade, pareceu-me sempre uma revivesçência dos cultos antigos, em que animais eram como deuses, ou os deuses tinham cabeças de animais.
Assim, não sabendo crer em Deus, e não podendo crer numa soma de animais, fiquei, como outros da orla das gentes, naquela distância de tudo a que comummente se chama a Decadência. A Decadência é a perda total da inconsciência; porque a inconsciência é o fundamento da vida. O coração, se pudesse pensar, pararia.
[Fernando Pessoa (1888-1935).
Fragmento de Livro do desassossego (composto por Bernardo Soares, ajudante de guarda-livros na cidade de Lisboa).
Edición de Richard Zenith.
Editorial Assírio & Alvim.
Lisboa 2011.
Pág. 39]
Cabo del Espichel
2008
Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido —sin saber por qué—. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de esos jóvenes escogió la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, no obstante, a aquella especie de hombres que están siempre en el margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca la Humanidad. Consideré que Dios, siendo improbable, podría ser, pudiendo pues ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración de la que cualquier otra especie animal. Este culto de la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una reviviscencia de los cultos antiguos, en los que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.
Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, quedé, como otros de la orla de las gentes, en aquella distancia de todo lo que, comúnmente, se llama Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, pararía.
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
—el pitillo en los labios, el alma disponible—
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente;
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda,
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio, y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
“Estaba justamente pensando en ir a verte.”
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o, bien, callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz, pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
GABRIEL CELAYA
Selección y notas por María de Gracia Ifach. Cuatro poetas de hoy
(José Luis Hidalgo, Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro).
Editorial Taurus Ediciones, S.A. Madrid 1975.
Págs. 124 á 126.
La luz desesperada,
la más honda luz del alma…
¿O es acaso alegría?
Los nombres ya no sirven. Rebotan en hueco.
Exaltado, pregunto.
La vida, entre los dedos, se me vuelve impalpable
y me arrebato, canto
desesperadamente.
No sé de qué estoy ebrio,
de sentir disponible
mi corazón, el mundo,
las mil pequeñas cosas que hasta ayer me encerraban.
De pronto todo vibra
para nada -o es brillo-,
o es música -suspiro-,
o bien vuela en espumas efímeras y bellas.
¡Oh mía, vida mía,
toda mía con sus párpados lentos,
sólo para mí toda mía, entregada,
toda de mí mía, pero siempre escapando!
Olas cruzadas de sombras,
nubes silenciosas, resbalar en iris,
y vosotras, muchachas,
que me fingís a veces un amor sin remedio.
No sabéis -yo os lo digo-,
no sabéis mis tinieblas,
lo que abrasa este anhelo con sus labios intactos.
Estoy desesperado-. Os lo digo.
Mis manos adivinan cuando tiemblan un cuerpo
tan suave como el agua,
como el aire, la nada.
(Desesperar a fondo.)
Y me siento de pronto, levantado, gritando:
Os amo, os odio, os muerdo,
os desprecio, os abrazo
con asco, con nostalgia. No sé más. Perdonadme.
[GABRIEL CELAYA (1911-1991). Selección y notas por María de Gracia Ifach. Cuatro poetas de hoy (José Luis Hidalgo, Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro).
Editorial Taurus Ediciones, S.A. Madrid 1975.
Págs. 84 y 85]