LA CASA. María del Águila Barrios

 
 
 

Museu da marioneta

[Foto: LGV (Lisboa 2018)]

 
 
 

Celebro las Pascuas felizmente con mi pequeña familia en mi casa, pero no tienen porqué ser las fiestas los momentos únicos, también la cotidianeidad puede resarcirse de la rutina en cualquier rincón donde puede hallarse un Aleph. Tengo la fortuna de vivir en una casa y por ello me siento privilegiada. En ella estoy a gusto y disfruto de una biblioteca bien abastecida, especialmente en los últimos años gracias a los libros que voy adquiriendo a buen precio en la librería Término, sin tener que salir de Alcalá, ahorrándome no pocos viajes a Sevilla buscando las pocas librerías que sobrevivían. En nuestro pueblo tenemos una llena de vida y de libros nuevos y usados.

   Hago mío el refrán español «mientras en mi casa me estoy, rey me soy». ¿Habrá algo más agradable que la propia casa? Por estos lares desde tiempo inmemorial hemos sabido aprender del corazón del pueblo, del que formamos parte, que aunque la casa sea pequeña, grande es la tranquilidad. En nuestras casas nuestro deseo profundo es ofrecer al visitante, no opulencia ni exhibiciones suntuarias, sino paz. Pienso que esto último es lo que, en definitiva, más nos ha debido ocupar la vida casera: acumular toda la paz, toda la serenidad que hayamos sabido encontrar. A la casa llevamos todo lo mejor que vamos hallando en el mundo, porque la casa es la parte pequeña del planeta donde habitamos. No podemos nunca descuidar la casa, porque habitar en todas partes nos condena a vivir en ninguna. Aunque huyamos, no podemos olvidar la casa.

   También me gusta este otro proverbio, esta vez alemán: «Tu casa puede sustituir al mundo; el mundo jamás sustituirá a tu casa». Es en la casa, cuando además es taller, donde la virtud se manifiesta en la cotidiana sencillez de cumplir con el deber de crear, construir, preparar, coser, surcar la vida, zurcirla, soñar… como lo que tenemos que hacer; así encontraremos caminos para alcanzar la alegría vital sin salir de nuestra casa.

   Las casas son la naturaleza dentro de la naturaleza, con la esencial diferencia de que bajo sus techos y entre sus muros el genio de esa naturaleza es el ser de su dueño, de quienes la poseen como morada, de quienes la habitan. Se construye y se viaja a cualquier lugar desde ellas, a cualquier tiempo y desde la casa se proyecta hacia el exterior aquello que internamente se ha concebido. En la casa, en el taller, están las herramientas de la creación que necesita su morador. Herramientas que se alegran de su uso. Así desde un adentro generador, el mundo entra y sale de las casas y los talleres a través de las almas humanas.

 
 
 

[La voz de Alcalá, 2021]

 
 
 

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