LA SERVIDUMBRE. María del Águila Barrios

 
 
 

[Foto: LGV (El Término, Gandul, 2009]

 
 
 

Los siervos a los que vengo a referirme en mis palabras de hoy no son aquellos que sufrieron la esclavitud en otras épocas más o menos remotas, y contra los que todo le estaba permitido al señor. «Los esclavos también son hombres; han mamado la misma leche que nosotros, aunque un triste destino los abrume», clamaba Petronius Arbiter. Para estos auténticos esclavos aun les quedaba la esperanza de que algún día su servidumbre impuesta sería el recuerdo que justificaría la libertad conquistada. Ahora, aunque el principio de derecho romano haya sido abolido formalmente, las democracias modernas lo han reformulado y lo mantienen bien en vigor, pero tampoco voy a tratar sobre estos otros esclavos.

   Sí me interesan los que siéndolo no lo saben. También aquellos esclavos de otros, serviles, a su vez dedicados a esclavizar a quienes se les ponen a tiro. Lameculos o quitamotas por doquier. Los esclavos de mi artículo se hincan de rodillas ante los poderosos y los pelotean, aunque ostenten protocolos aparentemente propios. Esta servidumbre es la que denuncio. No son esclavos que merezcan piedad, sino todo lo contrario, hay que defenderse de ellos porque han venido a esclavizarnos.

   Me imagino que el dicho popular me sirve de palo ardiendo al que agarrarme: «La cabeza servil no tiene ningún derecho». Hemos debido aprender que guardando el orden lograremos que el orden nos corresponda con el amparo de sentirnos guardados por él. Pero, infelizmente, la imaginación no llega a la realidad, pues los lacayos no soportan el Derecho ni el orden. Como no son libres nos endeudan de mil formas porque para ellos su triunfo es nuestra amarga esclavitud.

   Decía Séneca que no hay servidumbre más vergonzosa que la voluntaria y ser esclavo de sí mismo es la esclavitud más pesada. Estas máximas tan antiguas aún tienen vigencia en una sociedad de masas posmoderna que ha creado a los nuevos esclavos relativistas, buenistas, materialistas, consumistas, snobistas, enfermizos, ideologizados…, y lo peor es que no saben de su esclavitud. Servidumbre que se sirve a sí misma en un ecosistema social perfecto donde se abandona la cultura y la educación o se las convierte en un parque de atracciones, o en un espectáculo de masas. Ni siquiera deben considerarse ocio o un negocio, por mucho que se empeñen los servidores del poder político y económico en degradarlas. No. Por muchos gozos que aseguren al humano las acciones culturales y la educación, insertarlas en el ocio es la manera de pervertirlas y convertirlas en cáscaras de basurero.

 
 
 [La voz de Alcalá, 2020]

 
 
  
 
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