CULTURAR. María del Águila Barrios

 
 
 

Árbol de Lisboa
(7 de diciembre de 2017)
[Foto: LGV]

 
 
 

Culturar significa cultivar, en el sentido de «Dar las labores necesarias», para que algo y alguien fructifiquen, según leemos en el DRAE. Cuando esas labores necesarias se realizan sobre la tierra y las plantas para que den frutos, cultivamos y colmamos los campos de vida, y la vida nos colma a nosotros. Cuando la tierra que se cultiva es nuestra propia alma humana ahondamos en ella, y la esclarecemos, y procuramos que sea lámpara de los otros cuando vamos allegando la ciencia, los conocimientos que nos abren el espíritu a la capacidad de enjuiciar críticamente las realidades entre las que transcurre nuestra existencia. Ese alumbrar a los otros resulta sencillamente porque llegar a uno mismo sólo tiene sentido pleno si así, cultivándonos, culturándonos, somos capaces de llegar a los demás.

   La pintura, la literatura, la música, las matemáticas, la física, la industria, la lengua, la religión…, son las moradas de la cultura en una época, en un país, cuando y donde quienes siguen unos modos de vida, unas normas, y aspiran al sencillo goce de descubrir, verifican que la cultura dota sus biografías de un rebullir de versos, sinfonías, películas, acueductos o trenes, o cancioncillas, o romances, o letras que se cantan y recitan…, y que hay mucho en común entre el sonreír de una persona, cuando hay algo que ocurre como causa de alegría, y los inventos del genio humano. Un entusiasmo viene a penetrarnos y ensartarnos a unos con otros y nos conforma en metáforas de constelaciones.

   La cultura, la que es verdadera cultura, se filtra entre las innumerables capas que la intemperie colocó sobre los seres. En el fondo del valle llega al pueblo que la convierte también en su acervo de tradiciones, que devinieron en tales porque sirvieron para estrechar las distancias que el desconocimiento marca. Culturar es cultivar la amistad. Los que se ignoran sólo perciben enemigos. Los ignorantes tratan a los demás desde sus deformantes lentes y sólo se satisfacen si ven a los más sometidos a sus delirios.

   Sí, desgraciada e infelizmente acontece que los ignorantes son hoy los que han usurpado las riendas. Las de unos caballos: ¡el Pueblo! Un pueblo se encarna en animales dóciles y fieros a un tiempo, que en su ser limitado tiende a no distinguir los matices delicados que caracterizan a los que creen en la cultura, y que a pesar de ser de él, de pertenecerle, sin embargo acaba siendo conducido al absurdo por los farsantes, ilegítimos detentadores ocasionales del poder, y no atiende a los que le aman, a los agricultores del campo del pueblo. En vez de caminar con la vista alta, agacha la cerviz y sucumbe a la estafa. La diabólica combinación de las normas que rigen la actual democracia le da cabalgadura a los gerifaltes falaces que nos estafan, que engañan al pueblo.

 
 
 

[La voz de Alcalá, 2019]

 
 
 
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