¿Nada existe más allá del instante?
[Foto: LGV (Lisboa, 2017)]
Procuro estar informada, aunque con mayor intensidad me aplico a mi formación, atendiendo sobre todo a qué de la información puedo sumar a ésta. Esto lo digo porque siempre ha sido una intención esencial en mi vida estar al tanto de lo que ocurre en el espacio público, que habiendo sido conquistado por los ciudadanos a éstos corresponde, por ser personas con las otras personas. Es mi afán observar lo que acontece a los que me rodean y a cómo se tratan los espacios y ámbitos que son de todos. No hay libertad sin que su otra cara sea la responsabilidad. Tampoco podemos hablar de libertad si los poderes públicos no actúan ateniéndose al Derecho con voluntad de hacer Justicia. Nadie está legitimado para desposeernos de plazas, calles, campos, aires, aguas, paisaje, cultura, patrimonio, en fin, de los bienes humanos.
El poder público está formado por personas cuyas voluntades deciden lo que hacer sobre la lista anterior de bienes. A esas personas del poder público vengo en este artículo postrero a continuar denunciando porque la injusticia de su actuar tiene su causa en la desmemoria de que adolecen. No obran, omiten. En lugar de actuar se envuelven de ideología y abrazan dogmas caducos. Porque si actuaran de verdad y se consagraran a saber cuáles son las verdaderas necesidades del Pueblo, para así servirlo socorriendo a cada persona que tenga un derecho auténtico, con los medios de que se disponga, guiados por la razón, el sentido común; si así fuera otro gallo sería el que cantaría. En lugar de echar luz sobre la oscuridad de la crisis política, económica y social en la que el mundo está sumido en la actualidad, la sociedad de los profesionales de la política se ha convertido en un dragón loco por hacer más profundas las simas de la pobreza, la contaminación, el terrorismo… Ahora, además, globalizados.
Los nacionalismos del siglo XX nos dejaron millones de muertos. En el siglo XXI perseveran entreverados de radicalismo islámico. Una humanidad con su pasado olvidándose, porque las personas que integran el poder público ya lo han olvidado, es el verdadero problema de nuestro mundo. Por supuesto, el poder político hace ya demasiado tiempo que vendió su alma a multinacionales nacionales o a gigantes chinos. Habría que repensarlo todo a la luz de la medida de esos seres tristes que deambulan en barrios olvidados, afeados o sometidos. ¿Podremos renacer?
[La voz de Alcalá, 15 al 31 de diciembre de 2017, año XXVI nº 466]
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