Posts from noviembre 2013.

BODEGÓN (DOS PERSPECTIVAS). Fotografía de Manuel Verpi

 

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COLOQUIOS (240). Gabi Mendoza Ugalde

 

Arcimboldo (Invierno)

Invierno

Giuseppe Arcimboldo

1527-1593

 

—Lo que era es su ser.

—Es orgánica.

—Sí, e irrepetible.

—Y también irrevocable.

—La Historia es la vida humana.

ALUCINACIONES BLANQUINEGRAS. Fotografía de Manuel Verpi

 

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El fotógrafo Manuel Verpi en «CARMINA»

«TÓ» EL MUNDO ES FEO. Por Rafael Rodríguez González

 

esculturademanololópez 2012(Escultura de Manuel Melquisedec López)

2012

 

La fealdad, igual que la belleza, es subjetiva. Yo no lo creía así, pero desde que comencé a tratar a Manolito me he convencido de lo contrario.

            Manolito es bajito. Y feíto. Su pelo, que en el centro de la cabeza siempre está de punta, más erguido que un legionario en una revista, es de un color de difícil definición. Y más desde que le asoman, ofensivas y propagadas, las canas. Lo que está claro es que, de bonito, nada. La piel de su cuello y de su cara, incluida la frente, está surcada de arrugas desde antes incluso de llegar a la cincuentena (ahora ya está cerca de ser sexagenario). Es una piel que parece de campesino de los de antes, sólo que como si por las noches también hubiese habido Sol y él recibido los rayos. Pero no es moreno; es, como los pelos, de un color indefinible, ambiguo, ni que sí ni que no. Raro, en todo caso.

            Es menudo, y sus andares se asemejan a los movimientos de un bartolito, o cristobita, de esos de madera que respondían al tiro de una guita.

            Viste aseado, pero en ese cuerpo nada resplandece ni sienta bien. Es decir, que nunca ha podido, puede ni podrá decir eso de «es que yo, con cualquier trapito que me ponga…». Lo de la mona y la seda sí, eso sí.

            A sus ojos, miopes pero no demasiado, les pasa otro tanto que al pelo y la piel. No habrá quien asegure su color. Ni quien pueda afirmar que tienen brillo ni intensidad, y no digamos grandeza, ni siquiera volumen. Y encima los entorna cada vez que va a decir algo que él cree importante. También cuando no le da ninguna importancia a lo que oye. ¿Y las cejas? Dos leves hilos de pelillos, entre rubicundos y níveos.

            A veces, muchas veces, toma una postura como la de un gallo entre gallinas. Pero es difícil imaginar que Manolito fuese el triunfador en la contienda que llegados a cierta edad mantienen los pollos para hacerse con el corral. O sea, que Manolito, de ser gallo, no cobijaría una gallina bajo de sí ni soñando (que no sé si los gallos sueñan; Manolito seguro que sí).

            Pues bien, este ser destartalado, de características semejantes a un galeón sacado a flote después de siglos, este conjunto emblemático de infortunio físico, esta relación antológica de escaseces de atractivo, siempre pone por feo a cualquier otro hombre. Y no quiero abundar más, porque no lo he visto desnudo, ni quiero. Pero seguro que sus piernas, de acuerdo al cuerpo que han de sostener, tienen que ser pajizas; no ya por el color, sino porque no necesitan sino ser pajas. Otras partes… Seguro que lastimosas, a menos que Manolito sea un ser monstruoso en esas partes, y eso no vale para nada, salvo para ser exhibido en una atracción de feria, es decir, en internet. Sería la desgracia completa.

            Decía que siempre califica de feo a todos los hombres. Sin ir más lejos, a mí. Quien me conozca y esto lea habrá comenzado a reírse. ¡Decirme feo a mí! Pues créanlo, amigos, por increíble que parezca: esta especie de monicaco, este espécimen inclasificable, este defecto genético, este catálogo de rugosidades, dice que estoy viejo y feo. ¡A mí! Lo de viejo sea, a qué dudarlo, pero feo…

            Yo lo aprecio, incluso lo quiero, pero, claro, como se quiere a un hijo malogrado o a un barco desconchado.

             Uno de estos días contaba que le había dado un presupuesto a una señora de buen ver (Manolito es pintor de brocha gorda, mono único y escalera corta), y decía: «Ella está muy bien, pero el marido es el más feo del mundo». Yo estuve a punto de decirle que en ese caso él podría considerarse subcampeón mundial en la categoría, pero opté por la lisonja: «A ver si cuando estéis solos ella se te lanza… Pero ten cuidado, no sea que aparezca el feo». Y Manolito, muy pagado de sí mismo, me dijo que sí, que ya tendría él cuidado. Y yo pensé: como no sea de no caerte de la escalera…

            Días después, por una casualidad, conocí al «feo». Mejor dicho, no conocí, sino que supe quién era el marido de la mujer a quien el pintor había dado el presupuesto, y en efecto pintado el piso. Se trata de un hombre que conozco desde su adolescencia, cuando acompañaba a su padre cada sábado y cada domingo a desayunar en mi lugar de trabajo. Algo más de 1.80 cm., moreno de verde luna (excúsenme la licencia), bien hecho e incluso fornido, simpático, con un aire lánguido, un cabello exultante a pesar de sus cuarenta años, unos dientes de anuncio, dos ojos como aceitunas gordales de Benaburque y, por si fuera poco, inteligente. O sea, un ser admirable, digno de cuidarlo, y un cuerpo que para sí quisiera, no ya Manolito, sino más de uno y más de cien mil. Pues ese era el feo, un ejemplar que se disputarían miles de mujeres. Y de hombres ni os digo, amigos  míos.

            Manolito es un caso. Perdido, por supuesto. Si lo será que un día estuvo a punto de atropellar a una pareja —no por su culpa, sino porque tanto ella como él son de esos que se arrojan al paso de peatones como si fuera el sofá de sus casas—, y, lo que pasa con seres de mentes esmirriadas, la pareja se lanzó a protestar, e incluso insultaron a Manolito, sobre todo la fémina, una de esas que parecen querer vengar, aunque sea injustamente, tanto de lo sufrido por las mujeres, mientras nuestro conductor tragaba saliva, aún no repuesto del susto. Yo fui testigo presencial, o directo, no sé cómo se dice. Vamos, que estaba allí. Y entonces Manolito le gritó a la increpante: «¡Señora, que se ha casao usté con el más feo del pueblo!». Y siguió su camino, no sin antes dirigirme una sonrisa, satisfecho. Desde luego no era una beldad, pero en el pueblo hay diez mil más feos que aquel baldragas.

            Es una obsesión, lo de los feos. Lo que más me sorprende es que nunca diga de una mujer que es fea. Con la cantidad que hay de esa clase.

            Ve a un hombre de la China, es decir, un chino: «¡No es feo el chino ese! Ése y todos, porque son todos iguales». Ya eso me subleva. Va a pasar la furgoneta por la ITV y vuelve proclamando que el tío escudriñador de vehículos es más feo que pegarle a un padre. Y así prácticamente todos los días: es feo el barrendero, el pescadero, el de la carne en el supermercado, el repartidor de bombonas, cualquier cliente de cualquier bar que Manolito frecuente, el médico que le atiende en el centro de salud, el joven que pasa corriendo…

            Pero una mañana de abril, estupenda por fina y amable y con una temperatura que ya quisiera uno poder disfrutar todo el año, Manolito, también estando yo presente, dijo, al poco de pasar una pareja de jóvenes cuya pinta no me gustó nada: «Ojú, que tío más feo». No el tío, sino la tía, que tendría un oído tan fino como el mío, se volvió como se revuelve el caballo de un rejoneador y le gritó a Manolito, mientras el «tío», a muy poca distancia, se sonreía, que él sí que era feo, más feo que una multa y más estropeáo que las ruinas de la Expo, y que las Tres Mil Viviendas, y que… Y ahí ya no sigo porque los padres de Manolito salieron, más bien fueron sacados, al baile.

            Pero Manolito no escarmienta. Cuando los domingos sale con algunos amigos a pasear por el campo, no falta que le oigamos decir, al paso de algún carrerista: «¡Sabe que no es feo ese tío!». Cuando alguna vez le den un guantazo no seré yo quien lo devuelva.

            Y Manolito sigue así, como si el sentido de su vida se resumiera en esa especie de máxima: «Tó el mundo es feo». Menos él. Según él.

NO OIGO, AHORA QUE NO ESTÁS. Poema de Lauro Gandul Verdún

nooirgoahoraquenoestás

COLOQUIOS (239): DE LA SERIE «BODEGÓN». Gabi Mendoza Ugalde

 
lamesapuestaporXOPI 2006

La mesa puesta
Xopi
2006

 

—Mesa, masa, mantel.

—¿Masa?

—Para hacer el pan.

—Horno, hornilla, hornear.

—¿El pan?

—Cántara, cazuela, canto.

COLOQUIOS (238). Gabi Mendoza Ugalde

 

castillodealcaláKURT HIELSCHER 1914-1919El castillo de Alcalá de Guadaíra [entre 1914 y 1919]

Kurt Hielscher

1881-1948

 

—Nadie está vivo, realmente, si no es histórico.

—Hechos. Háblame de hechos.

—Sin sujeto e interés no hay acción humana.

—¿Psicologista?

—No. Alquimia no es Historia.

 

EL MAESTRO Y EL NIÑO ALBERT CAMUS. En el aniversario de su nacimiento.

 

albert-camus2Albert Camus

1913-1960

 

«Después venía la clase. Con el señor Bernard era siempre interesante por la sencilla razón de que él amaba apasionadamente su trabajo. Fuera el sol podía aullar en paredes leonadas mientras el calor crepitaba incluso dentro de la sala, a pesar de que estaba sumida en la sombra de unos estores de gruesas rayas amarillas y blancas. También podía caer la lluvia, como suele ocurrir en Argelia, en cataratas interminables, convirtiendo la calle en un pozo sombrío y húmedo: la clase apenas se distraía. (…) Siempre sacaba del armario, en el momento oportuno, los tesoros de la colección de minerales, el herbario, las mariposas y los insectos disecados, los mapas o…que despertaban el interés languideciente de sus alumnos. Era el único en la escuela que había conseguido una linterna mágica y dos veces por mes hacía proyecciones sobre temas de historia natural y geografía. En aritmética había instituido un concurso de cálculo mental que obligaba al alumno a ejercitar su rapidez intelectual. Lanzaba a la clase, donde todos debían de estar con brazos cruzados, los términos de una división, una multiplicación o, a veces, una suma un poco complicada. «¿Cuánto suman 1.267 y 691?» El primero que acertaba con el resultado justo ganaba un punto que lo acreditaba en la clasificación mensual. Para lo demás utilizaba los manuales con competencia y precisión… Los manuales eran los que se empleaban en la metrópoli. Y aquellos niños que sólo conocían el siroco, el polvo, los chaparrones prodigiosos y breves, la arena de las playas y el mar llameante bajo el sol, leían aplicadamente, marcando los puntos y las comas, unos relatos para ellos míticos en que unos niños con gorro y bufanda de lana, calzados con zuecos, volvían a casa con un frío glacial arrastrando haces de leña por caminos cubiertos de nieve, (…).»

[Camus, A. (2009) El primer hombre. Barcelona: Tusquets Editores; págs. 126-127]

CALVOS (PENSANDO EN EL POETA Y ACTOR ROBERTO ÁLAMO). Dibujo de Lauro Gandul Verdún 2007

 

A Rafael Rodríguez González, también

 

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Dibujos de LGV:

AMIGOS ANTIGUOS COMO SUS VIDAS

CASAS DE VADU IZEI

BUENOS AIRES, YO TAMBIÉN QUIERO EXISTIR EN TUS AVENIDAS

CONVERSACIONES SUCESIVAS

VADU IZEI

PARÍS

 

LA LLUVIA. Un soneto de Jorge Luis Borges (1899-1986)

 

Foto nº2 Nicoleta la noche de Navidad

Rafael Luna

 

   Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

   Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

   Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

   patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

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OTROS SONETOS EN« CARMINA»

DOS SONETOS DE AMOR: RAFAEL DE LEÓN (1908-1982) Y FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1936). Lola Flores (1923-1995) recita, interpreta y baila mientras Antonio González (1926-1999) toca la guitarra

TESE E ANTITESE/TESIS Y ANTÍTESIS. Soneto de Antero de Quental (1842-1891) traducido al español, con licencias, por Lauro Gandul Verdún en 2013

A CRISTO CRUCIFICADO (UNA PINTURA, UN POEMA, UNA MÚSICA Y UNA FOTOGRAFÍA). El pintor Velázquez, un poeta anónimo, el músico José Espinosa y el fotógrafo Miguel Hermosín

DOS GIRALDAS DE RAFAEL LUNA (UNA DE ELLAS SEMIENTERRADA), UN SONETO DE GERARDO DIEGO A LA GIRALDA Y ESTRAMBOTE FOTOGRÁFICO EN BLANCO Y NEGRO DE MANUEL VERPI

ACCORDANDO/DESPERTANDO. Soneto de Antero de Quental traducido al español por José Pardo en 1940

―NÃO PASSES, CAMINHANTE! ―QUEM ME CHAMA?. Soneto de Luís de Camões (1525-1580)

A LA LUZ. Rafael Alberti (con fotografía de Miguel Hermosín)