Posts from diciembre 2012.

LA NOCHE EN LAS BUTACAS. Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

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La puerta de cristales estaba cerrada concienzudamente y nadie podría oírles por fuerte que gritaran aunque ni siquiera lo intentaron ante la sabida inutilidad de hacerlo. Desde allí distinguían la gran mole de la puerta de la calle, que al menos dejaba entrar alguna luz por la rejilla de arriba. Nada, no hay posibilidad alguna, así que a aguantarse hasta cualquiera sabe qué hora, las nueve o las diez o las once, porque ninguno de los dos conoce el horario de apertura, ni el de cierre, que es el que les ha sorprendido en plena faena. ¿Cómo te llamas? Pablo. Yo Pedro. Tras un instante de indecisión se besan en las mejillas para ir, titubeando, a los labios, en tenue y superficial beso esta vez, no como los de hace unos minutos, cuando estaban en ese cubículo del que han bajado sumidos en la obscuridad, auscultando con los pies y la débil llama del encendedor de Pedro los seis o siete escalones hasta encontrar, palpando, la entrada a la sala. Ya los ojos van venciendo y todo aparece en un claroscuro hasta cierto punto confortable y tranquilizador: el marfil de la pantalla, los aún confusos bultos de las butacas, las columnas que parecen centinelas petrificados. Yo es la primera vez que vengo, y ha sido porque te vi en la plaza y te he seguido, por si acaso. Yo también es la primera vez, dice Pedro, orgulloso por lo que acaba de oír. No les queda más opción que esperar sentados hasta que llegue el tío que vende las entradas, o el otro que limpia a la vez que observa el meneo que se produce en el cine, sobre todo en una dependencia muy frecuentada por algunos clientes. O el que yo creo que es el dueño, un tío alto y gordo al que vi salir de la taquilla para que entrara el otro, apostilla Pedro.

…………Que no ha pasado nada, Eugenio, que habrán pasado la noche esperando a que se abriera para poder irse, que no hay ningún desperfecto, ni siquiera han fumado, joder. Son dos muchachos, se ven buena gente. No llegaron juntos, yo creo que no. Seguro que se lo han montado en la cabina. Ah, no, la llave la tienes tú. Si la cerradura está rota mándala arreglar. Que sí, que no me dí cuenta de si salieron. No había nadie ni en la sala ni en los servicios cuando fui a cerrar. ¿Que está claro que no salieron? Vale, pero no va a estar uno pendiente de todos, uno cobra las entradas, pero si te pones así también habrá que decirle a la gente que las entreguen a la salida y así sabremos si se ha quedado alguien por ahí, después de contarlas. ¿Que me deje de tonterías? Lo que tú tienes que hacer es no darle tanta importancia a lo que no la tiene. ¿Que si no hay control aquí puede pasar cualquier cosa? Vale. (Pues vente tú a la hora del cierre. Será cabrón, ¡que no me dé tanta prisa en irme! Como si doce horas no fueran bastantes. Valiente gilipollas, dice que puede pasar cualquier cosa. Lo que tienes que hacer es echarle algún dinero a esto, que da asco verlo, so cabrón).

…………Pedro y Pablo buscan algún reposadero medianamente confortable, pero en vano, las butacas, no hay más que las butacas, algunas con los reposabrazos desvencijados, y hasta sin asientos. A los dos les asalta la congoja: toda una noche, y larga, bien larga, bloqueados en el cine. Una noche de cine, dice Pablo. Pablo tiene reloj. Son ahora las once. Puede que tengamos que estar aquí diez o doce horas, se lamenta Pedro, pero bueno, peor hubiera sido quedarse aquí uno solo. A Pablo le choca lo que dice Pedro, porque cómo te ibas a quedar solo si estabas solo y un caso como este no podría producirse. Este está regular de la chola, piensa de Pedro Pablo. Ahora que ya distinguen a lo lejos, Pedro y Pablo se dirigen a los aseos, que menos mal que tienen luz propia, dice Pablo y Pedro levanta los brazos en señal de agradecimiento no sabe a quién o a qué, y vuelven a las butacas con el ánimo y la ilusión de dormir, una vez liberadas las vejigas. ¿Y el hambre? Aguantarla hasta mañana. Ni siquiera pueden acceder a la máquina de refrescos, al otro lado de la puerta de cristales. La sala y los aseos, y los escalones y el pequeño cuarto son su único mundo por esta noche. La curiosidad y el no saber qué hacer les hacen volver al cuartucho, y descubren, gracias a la intermitente luz que concede el encendedor de Pedro, que desde allí se proyectan las películas, pero con un mecanismo que activan desde la taquilla, no como antes, que a mí me lo ha dicho uno que viene mucho por aquí, porque esto antes era un cine de los otros, de los normales, informa Pedro. Cómo estaríamos que ni nos dimos cuenta, dice Pablo, lo que hace reír a Pedro. Regresan a la sala y Pablo y Pedro guardan silencio durante un buen rato; tanto, que Pedro percibe la respiración de un Pablo amodorrado. Siente un poco de envidia, cierto temor a estar despierto toda la noche sin que Pablo esté con él, quiere que Pablo nunca le deje, que ambos corran la misma suerte, y le roza con el codo lo suficiente para que el apenas durmiente dé un respingo y mire a Pedro como disculpándose por haber dado una cabezada. Perdona, no sé por qué te he despertado, dice Pedro sinceramente aunque Pablo no repara en lo que acaba de decir su camarada. Pedro se enternece y se va a echarse agua en la cara, vuelve enseguida y vuelve a sentarse junto a Pablo, que le pregunta si te pasa algo. Pedro se sale por la tangente y le dice que si esto te parece poco, sin que ese esto, en lo real profundo del sentir de Pedro, corresponda al esto que deduce Pablo. Codo con codo, brazo sobre brazo, Pedro y Pablo se duermen y se despiertan, se duermen y se despiertan, se duermen y se despiertan, hasta que el dormir se hace más continuo. Pablo sueña que el tiempo es redondo, mientras ve un reloj que baja y sube por un espacio interestelar y marca las horas en sentido contrario al establecido y nota que las butacas dan saltos y las luces llenan todo de luz, de una luz cegadora que por consiguiente no es luz, y que Pedro va en una butaca voladora que se introduce en la pantalla y enseguida vuelve a salir cargado de regalos que Pablo no distingue hasta el punto de poder pormenorizarlos. Pedro no sueña dormido porque no duerme pero su cabeza se llena de  imágenes en que Pablo y él van de la mano de una mujer con apariencia de ser la abuela de cualquiera de los dos. Qué hora es pregunta Pedro, y resulta que son nada más que las cuatro; o nada menos, dice Pablo, que agradece cada minuto que pasa. Los dos confinados quedan nuevamente en silencio, se mueven en sus respectivas butacas, se miran, y otra vez se miran y vuelven a mirarse y de nuevo… no se miran sino que se encordelan, otra vez, como en su primera visita al cuartucho. Ahora sí, vueltos de los aseos se duermen hasta las siete, son las siete y cuarto, dice Pablo; yo no sé qué le voy a decir a mi madre, ni en el trabajo, oye Pablo que dice Pedro y éste oye de Pablo que le diga a su madre que ha pasado toda la noche con un hombre. Qué gracioso eres, dice Pedro, que añade que mi madre seguramente se figura lo mío, pero que nunca he faltado la madrugada de un domingo, ni al trabajo.

…………Son más de las nueve y media y ya llevan desde las ocho de pie esperando la entrada de quien sea, alejados de la puerta de cristales pero bien visibles para no causar ningún sobresalto, que de todos modos habrá pero mejor si es leve. Se han puesto de acuerdo en lo que van a decirle a quien llegue, que en ese momento llega, abre la puerta de cristales y no da crédito a sus ojos. ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué es esto? Pedro y Pablo se encogen de hombros y en sus caras aparecen candor y pasmo, como si fuesen ellos, y no el otro, los llamados al asombro y la turbación. El recién llegado ha activado el interruptor general y pasa la vista por la sala y los elementos a su alcance. Pedro y Pablo aprovechan y salen por la puerta entreabierta, reprimiendo las ganas de correr. Ya sabemos a la hora que abren esto, dice Pablo, y los dos ríen, contentos de verse a la luz del día, caminando juntos, ya sin ninguna prisa.

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Este relatillo de Urbano estaba en un jarrón que la madre de Alberto le regaló a su hijo con motivo de algún cumpleaños de ella, causa de que en casa de Alberto los jarrones se cuenten por decenas. En este —grande, de ancha boca— había más cosas: un peine, un par de cordones para zapatos, un bote de lodopovidona, dos bolígrafos Bic, un tubo de comprimidos de magnesio…  (Mario Cortés)

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TECLEAD, TECLEAD, MALDITOS, XD. De la serie «RECORTES», Nº 48. Por Pablo Romero Gabella

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«El abandono de la lectura lineal, los saltos de textos a imágenes, mapas, películas con una facilidad pasmosa, generarán una manera de construir la frase literaria absolutamente contemporánea. La lectura y la escritura ahora se producen en línea, conectadas a millones de recursos; esto significa un incremento exponencial de interlocutores y documentos, ausencia de filtros y controles… Pero el yo real de quienes se relacionan por esa vía experimenta una mutación sustancial. Porque el medio espiritualiza al usuario de Internet en la medida en que lo reduce a la condición de alma sin cuerpo o con un cuerpo no carnal, pixelado. A través de las redes los usuarios pueden socializarse en directo pero nunca en vivo porque la tecnología que transmite sus pensamientos los emancipa del soporte físico-carnal. Sin duda, es cierto que hoy la red está llena de blogs y la sensación es que hay más blogs que explican cosas que cosas a explicar. En el ciberespacio los internautas no conforman un público sino una asociación de mentes inmateriales. En Internet nadie aplaude.»

[«Aplausos» por Javier Gomá Luzón en Babelia /«La literatura por venir» por Fernando R. Lafuente en ABC Cultural, ambos artículos de 1 de diciembre de 2012]

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COLOQUIOS (186): «TRILOGÍA DE ESPAÑOLES DEL SIGLO XXI, CON ESTRAMBOTES». Gabi Mendoza Ugalde

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.—El Estado debe procurar la felicidad de los ciudadanos.

—Ah, es lo que se promulgó en 1812, en Cádiz.

—¡Qué lástima que 200 años después el Estado haya sido consagrado a procurar la infelicidad!

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—Un español de marcha en Ámsterdam.

—Igual que en Madrid.

—La diferencia es que en Ámsterdam regresa a casa en bici hurtada, y en Madrid la ha dejado amarrada con cadenas.

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—Entre los rateros europeos: Rato.

—Bajemos de rango en la jerarquía.

—Entre los rateros europeos: ERE andaluz.

—Bajemos a Mas: ratero chantajista.

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…Y EL ESTRAMBOTE

—En un pub inglés un español se enzarza en una riña porque han mirado a su novia.

—Muy típico.

—Lo que ya no es típico, aunque sí propio, es que ella aproveche la turbamulta para cepillarse la caja registradora del establecimiento.

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ESTRAMBOTE AÑADIDO

—Ya no confían en nadie de nosotros.

—Ni los de Bruselas ni los de Bruselos.

—¡Igualdad, igualdad…!

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LA JUSTICIA DE LAS FIERAS. Por Joaquín de Grado


El mundo está sobradamente abastecido de gente peligrosa. La hay en cualquier barrio, en cualquier carretera, en cualquier trabajo. Pero la que más peligro tiene, socialmente hablando, es la que detenta algún cargo, sea legislativo policial o gubernativo (o de gobierno, que queda como más chic y «democrático»). Vean si no a Ruiz-Gallardón, el ministro de Injusticia Superlativa Elevada al Cubo, ese que dejó al Ayuntamiento de Madrid con una deuda que ni en mil años podrían haber generado, ni juntos ni por separado, Godoy, el valido de Carlos IV, ni José Bonaparte, al que apodaron Pepe Botella (¡Ay, Madrid, nunca te falta una botella!). Pues este Ruiz-Gallardón, del que su padre, José María, se lamentaba («tengo un hijo facha»), se encarga ahora de llevar al límite y al remate la justicia, si es que hasta ahora se le podía llamar así, de este tinglado ya casi pestífero que aún se llama España.

…………No es que estemos volviendo, como dicen algunos, a la época de Fernando VII, o a la del francés Luis XIV, no, sino que avanzamos, en materia gallardonesca y en muchas otras, hacia los máximos niveles de la dictadura desenfrenada y descarada (esto último, por fin, es de agradecer) del Capital y sus sicarios. Aún alcanzarán niveles más altos, claro que sí, cuando a las fieras que se abalanzan contra sus víctimas, se les oponga una fuerza superior, aunque de una naturaleza muy distinta.

…………Ya está otorgada, más que nunca, la carta blanca al delincuente, al abusador, al que tiene la sartén por el mango, a todos los que nos fríen la sangre del modo que sea. Y le llaman democracia.

LA LEYENDA DEL LABERINTO DE CRETA: DÉDALO E ÍCARO. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Laberinto

(óleo sobre lienzo)

Luis Caro

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Un «dédalo» es —dice el DRAE— un «laberinto, cosa confusa y enredada», y lo es «por alusión a Dédalo, personaje mitológico». Ícaro, su hijo, no tiene entrada, pero si aparece «icario», adjetivo que indica pertenencia o relación a Ícaro. E ícaros serán llamados los aviadores y, en general, los amantes de la aviación. Veamos las causas, o sea, la historia de ambos.

    Dédalo, arquitecto, escultor, inventor de ingenios mecánicos, fue el precursor mitológico de Leonardo da Vinci. Artesano en Atenas, es ayudado por su sobrino Talo, un discípulo hábil que despierta los celos del maestro: su invento de la sierra, inspirado en los dientes de una serpiente, hace que éste lo precipite desde la Acrópolis. Condenado al destierro, Dédalo busca refugio en la corte de Minos, en Creta, donde sirve a los reyes; entre otras cosas, construye la vaca de madera que servirá para el ayuntamiento de la reina Pasífae con el deseado toro, y, por orden del rey, el laberinto que guardará al Minotauro; y algo peor: él es quien sugiere a Ariadna, la hija de Minos, la solución para que Teseo entre y salga indemne del laberinto. Irritado el rey por la traición, lo encarcela, junto con su hijo Ícaro, habido de la esclava Náucrate, en dicho laberinto. Pero Dédalo, inexhausto en recursos, con plumas y cera hace unas alas que, pegadas a las espaldas del padre y del hijo, les permitirán volar y salir, así, de tan laberíntica cárcel. No obstante, antes de partir, Dédalo, buen padre al fin, aconseja a Ícaro que no se acerque al sol, pues se derretiría la cera, ni vuele tampoco demasiado bajo, para evitar que la humedad del mar haga las alas demasiado pesadas para sus escasas fuerzas. El chico, engreído, no hace caso del consejo de su padre —el clásico conflicto— y vuela tan alto, que la cera se derrite y cae al mar, que desde entonces se llamará Icario.

   Perseguido por Minos, Dédalo se refugia en Sicilia, y resuelve el problema que astutamente aquél plantea para descubrirle: cómo pasar un hilo por las espirales de una concha de caracol. El ingeniero ata el hilo a una hormiga, la encierra en la concha, abierta por el vértice, y la da al rey Cócalo, cuyas hijas, para evitar la entrega de Dédalo, matan a Minos en una bañera cuyas aguas han sido sustituidas por pez hirviente.

 

 Hormigas-jirafa
(óleo sobre tabla)
Xopi

 

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LA LEYENDA DEL LABERINTO DE CRETA: EL MINOTAURO. Por José Manuel Colubi Falcó
ÍCAROS. Por Enrique Martín Ferrera, Mayo 2009
¿EL FIN DEL OLVIDO? De la serie «RECORTES», Nº 19. Por Pablo Romero Gabella

 

ESTAS HUELLAS ME PROCLAMAN. Poema de Lauro Gandul Verdún

LAS ENEMISTADES PELIGROSAS. De la serie «RECORTES», Nº 47. Por Pablo Romero Gabella

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«Esta obra o más bien esta colección no contiene sin embargo el más pequeño número de las cartas que componían la totalidad de la correspondencia. Encargarlo de ponerla en orden por las personas que la habían guardado, y que sabían que ya tenían intención de publicarla, no he pedido sino el permiso de separar todo lo que me parece inútil, y he cuidado de conservar efectivamente sólo aquellas cartas que me han parecido. En otro archivo del ordenador muestra un documento con 5.000 números de teléfono de militares israelíes a los que les enviaron un mensaje de texto que decía “Os estamos esperando, lo pagaréis caro”. ¿Quién no puede horrorizarse al pensar en las desdichas que puede causar una sola amistad peligrosa, y qué penas no se evitarían con reflexionar un poco más?»

[Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, Pamplona, 2005, «Prefacio del redactor»  y «Carta CLXXV», págs.  7 y  384 (traducción anónima de la Edición de El Censor, 1822), 1ª ed. francesa 1782 / Mikel Ayestarán, «Gaza, un feudo del islamismo en armas sostenido por Irán», ABC, 25 de noviembre de 2012]