Posts from marzo 2011.

EL TESTAMENTO DE ARISTÓTELES. Por José Manuel Colubi Falcó

Aristóteles
por Rembrandt
1606-1669

Entre las inscripciones griegas es frecuente hallar epigramas, con su laudatio funebris, para tumbas de caballos, perros, gatos, ¡incluso de grillos canoros!, animales que habían sido las delicias del hogar familiar. Siguiendo el ejemplo, honro aquí la memoria de un perrito que fue, para su amo y sus amas, custodio leal de la casa, maestre de admisiones y, sobre todo, amigo fiel como sólo saben serlo los perros, hasta que la Moira cortó, inmisericorde, el hilo de su vida. Dicho este elogio fúnebre, veamos el testamento de Aristóteles (el sabio, se entiende, no el perrito, que murió intestado); lo transmite Diógenes Laercio (siglo III d.C.) y dice así:

…………«Todo irá bien. Pero si algo sucediere, estas voluntades dispuso Aristóteles: “Sea tutor de todo y por siempre Antípatro; hasta que Nicanor los tome a su cargo, cuiden Aristómenes, Timarco, Hiparco, Dióteles, Teofrasto, si quisiere y le fuere posible, de los niños, de Herpílida y de los caudales relictos; y cuando sea hora para la niña, sea dada a Nicanor; pero si algo sucediere a la niña -¡lo que no suceda, ni sucederá!- antes de casarse o cuando se haya casado, no habiendo hijos, Nicanor haya poder de administrar respecto de mi hijo y respecto de todo lo demás, de un modo digno de él y de nos. Cuide Nicanor de la niña y del niño Nicómaco, del modo que considere él digno en lo relativo a ellos, como si fuera su padre y hermano. Mas si antes sucediere algo a Nicanor -¡lo que no suceda!-, antes de tomar a la niña o después de haberla tomado, no habiendo hijos aún, si él hubiere ordenado algo, eso sea firme… Cuiden los tutores y Nicanor, acordándose de mí, de Herpílida, porque fue diligente conmigo, y de las otras cosas, y si quiere tomar marido, no sea dada de modo indigno de nos. Denle, además de las cosas que ya antes le han sido dadas, un talento de plata del caudal relicto, tres criadas, si quiere, y la esclava que tiene y el chico Pirreo. Y si quiere vivir en Calcis, la hospedería que hay junto al huerto; si en Estagira, la casa paterna… Sea también libre Ambrácida y denle, cuando la niña sea dada, y Filón, y Olimpio, y su hijo. No vendan a ninguno de los esclavos que cuidaron de mí, sino sírvanse de ellos, y cuando estén en la edad, déjenlos libres por su mérito… Donde construyan [mi] tumba, pongan allí también, habiéndolos llevado, los huesos de Pitíade, como ella ordenó…”»

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COLOQUIOS (4). Gabi Mendoza Ugalde

           -Si no hay políticos, ni, desde luego, los profesionales que usurpan los gobiernos por doquier lo son; ni se hace política, ni éstos, de ninguna de las maneras la van a permitir; ¿cómo, cuando tratas de la cosa pública te atreves a hablar de progresismo?

            -Si te hablo de progresismo es porque ya no sabría hablarte de otra cosa.

            -El problema es que estás alucinado. Te dejas drogar demasiado.

            -Si las drogas están prohibidas.

            -Pero no los drogados.

CARNAVAL. María del Águila Barrios 2011

Foto: Archivo de «CARMINA» 2011

Tal vez para que a una no la cacen, ni la cuezan, sirvan las metamorfosis. Las máscaras, a su vez, son auténticas transformaciones, imprescindibles, que permiten a cualquiera sortilegiar la gran crisis, conjurarla: la crisis por antonomasia: la de ahora mismo, la que lleva más de dos años (o doscientos…). ¡Al diablo con la crisis!, se hace llamar una chirigota. «Vete. Me has hecho daño. Vete. Lejos de aquí…» canta otra refiriéndose al enemigo. Sí: sortilegios, conjuras, abracadabras, magia, carnaval… «Vete y te llevas a los tuyos…», continúa cantando con buen tono, coralmente, el grupo, amigable para el público, disfrazados de mendigos haraposos y calzados con botas de Charlot.

             ¡Ojalá fuera suficiente transformarnos a voluntad en el instante mismo en que nos estuviera a punto de echar mano el perseguidor! ¡Ojalá sólo tuviéramos un perseguidor persiguiéndonos! ¡Ojalá fueran visibles todos nuestros perseguidores! Sí, muchos de los cuentos de perseguidores y perseguidos acaban con la derrota de los primeros… Pero, no suele ser así nada más que en los cuentos, con los que nos duermen.

             Mientras huimos, aprendemos nuestro papel en cada carnaval. Cada año somos otros distintos de los anteriores y distintos del que somos cada año. Cada carnaval es necesario porque ni la persecución, ni la huida, claro, han acabado. El perseguidor continúa persiguiendo y el perseguido huyendo y transformándose cada vez que está a punto de ser alcanzado. En definitiva, es una cuestión de supervivencia: es una cuestión de vida o muerte, una cuestión radical. Pero infinita y eterna, ¿o no?

             Cacería y cocina. Cazador y cocinada. Antes de presa del fuego el pájaro vuela y procura no caer en la cazuela. Todos somos apresables: a nosotros nos persiguen los políticos profesionales; a ellos aquellos de qué hay de lo mío; a éstos sus acreedores por vicios, y a los últimos los jueces de instrucción. Y a los togados lo de ¿quién custodia a los custodiadores?; y así hasta no se sabe cuánto ni cuándo.

             Menos mal que tenemos el carnaval. Menos mal; porque ni periódicos, ni cadenas de televisión, ni emisoras, ni programas, ni agencias, ni gabinetes de imagen… Menos mal que, cada final del invierno, los barrios, las asociaciones, los grupos de amigos, los parroquianos de las tabernas, los compañeros de sección, de afición, de diversión; se manifiestan por nuestras calles metamorfoseados, ataviados con sorprendentes indumentarias para decirnos que los enemigos siguen ahí. 

¡FUERA DISFRACES!. Antonio Medina de Haro (1936-1997). Con dibujo de Zsolt Tibor

 

SON demasiadas las veces que tomamos el rábano por las hojas. Es decir que nos cuesta trabajo distinguir las jerarquías de valores o, simplemente, clasificar los sentimientos con acierto.

             Por ejemplo, la demagogia es fácil, y sin embargo, son muchas las veces que no la diferenciamos de la verdad.

             La realidad de los hechos, muchas veces, nos gusta convertirla en espejismo o virtualidad y eso ocurre cuando nos engañamos sin piedad.

             Las emociones y sentimientos de paternalismo son tan engañosos que traicionan, a buen seguro, las actitudes de este sutil autoritarismo.

             A mí me gustaría ser respetado por mis afectos humanitarios y no ser confundido con la crueldad cuando no sea capaz de revelar mis buenas intenciones a tope.

             Es bueno quedarse siempre, con lo mejor de cada uno…

             Ahora bien, estas distinciones por las que yo abogo son dificilísimas de conseguir.

             Funciona más la paradoja que la clara contradicción o que la antítesis.

             La sociedad ha creado ahora más que nunca, los suficientes alucinógenos como para no diferenciar el mundo del sueño –como acto físico- y el del ensueño. Alguien ha inventado un nuevo Pilatos que no compromete.

             Finalmente, creo que esta inseguridad produce un desequilibrio y agresividad explicable en las sufridas psicologías de este último tercio del siglo XX.

CONSTANCIA DE ARENA y SOBREVIVIR. Dos poemas de Martín Moreno con dibujo de Zsolt Tibor

«CARMINA» Nº 1

COLOQUIOS (3). Por Gabi Mendoza Ugalde

             – Algunos vienen al mundo más sobrados de muerte que de vida.

            – ¡Vaya! Tal vez sea lo que explique que llegaran a ser poderosos.

            – También la pereza, o la pura maldad.

            – No creo que los flojos lleguen al poder.

            – Pues te equivocas. Se las avían, sin esfuerzo, para no soportar su exceso de carga mortal de ninguna de las maneras, y la reparten, casi siempre a discreción, matando.

            – Lo dirás en sentido figurado, claro.

            – No. No, ni mucho menos.

  

QUE ¡NO!. Poema de Tomás Valladolid Bueno con dibujo de Xopi

«CARMINA» Nº 3

BUSCANDO EN LA CALLE SOL. Alberto González Cáceres (1953-2009)

Foto: Fernando Mejido

ANDROCLO Y EL LEÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

 

 Una ilustración de John D. Batten  (1860-1932)
sobre la historia de Androclo y el león
contenida en el libro «Europa’s fairy book»  de Joseph Jacobs (1854-1916)
 

 

ATROCIDADES se cuentan, y muchas, de los circos y de los anfiteatros romanos, mas también a veces puede leerse alguna historia o leyenda feliz. Así, Aulio Gelio, en Noches áticas V, 14, refiere una, tomada de un testigo.

 

            Cuenta que, cierta vez, cuando se ofrecía al pueblo una copiosísima cacería, entre las muchas fieras de tamaño y fiereza extraordinarios, destacaba un león de enormes proporciones, que atrajo la atención de todos los espectadores. Uno de los condenados in ludum, ad bestias, a los juegos, a las bestias, era cierto Androclo, siervo de un varón consular, que, lógicamente, estaba casi exánime de miedo ante su más que cierto futuro; lo vio el león de lejos, se paró de repente y, luego, poco a poco, admirado, como reconociéndolo, se acerca a él moviendo «la cola según el rito y la costumbre de los perros cuando adulan, … se pega al hombre y con la lengua le acaricia cariñosamente las piernas y las manos. El siervo Androclo recupera el ánimo perdido y dirige sus ojos a la contemplación del león», y entonces, entre clamores, se les pudo ver abrazados, a hombre y león, contentos y felices.

 

            El César hizo venir a Androclo para preguntarle por la causa de tan raro suceso. La respuesta fue digna de la novela más fantástica: Siendo su amo gobernador de África, Androclo, azotado todos los días, se ve obligado a huir al desierto, donde halla refugio en una cueva, la misma a la que, al poco, acude un león que, entre gemidos, le levanta una pata en la que tiene clavada una astilla; el siervo, azorado, le arranca la astilla, aprieta la herida, saca el pus hasta que sale sangre natural, y la lava. Desde entonces, hombre y bestia hacen vida común durante tres años, comiendo el mismo alimento, carne, que trae el león y que con los rayos solares de mediodía asa Androclo para su sustento. Así hasta que el siervo, harto de aquella vida de fiera, abandona la cueva, con tan mala fortuna que, al poco, es capturado por unos soldados y restituido a su amo, ya en Roma. El resto se adivina fácilmente. Y se pudo ver, en Roma, a Androclo y al león, atado éste con suave correa, recorrer las tiendas; el uno recibía dinero, el otro, flores, y se decía: «Éste es el león huésped del hombre, éste, el hombre médico del león».

 

JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

Duda y decisión de Andrés Asido

 Andrés, ya lo he dicho, había quedado confuso tras leer la carta. Le ocurría lo que a cualquier persona con sentido del deber en circunstancias parecidas: no podía permanecer, una vez conocido el contenido de la carta, como si la cosa no fuese con él. Andrés tenía claro que el Fabrizio Cobertori que había conocido no se correspondía, ni poco ni mucho, con la figura que aparecía en la carta del francés. Andrés no había observado, a lo largo de tantos años, ningún signo de que el italiano estuviera ocultándose. Además, al Fabrizio que por más de dos décadas residió en Alcalá no se le había conocido ninguna veleidad intelectual o literaria, aunque ciertamente contase con antecedentes familiares en ese terreno (1). Era evidente que no se trataba de la misma persona. ¿Que nombre y apellidos coincidían? Pues no sería más que eso, una simple coincidencia. Andrés sabía de un célebre médico sevillano, Delio del Carril Iraeta, cuyo nombre y dos apellidos eran exactamente iguales que los de un tabernero santanderino afincado en Alcalá, más conocido como «el Mangurrino». Incluso pensó Andrés que en la Gran Bota los apellidos Cobertori e Ilmanta pudieran ser tan corrientes como aquí, los García, Rodríguez, Pérez o Jiménez.

            ¿Qué hacer? ¿Devolver el paquete a Jean Rien, explicándole el motivo de haberlo abierto y exponiéndole al francés que el Fabrizio que había estado en Alcalá, no dos años ni cuatro, sino veinte, no podía ser el mismo a quien el señor Rien había dirigido su carta? Algunos de ustedes recordarán que en «Un italiano en la corte de Joaquín el de la Paula» se advertía de que no había que confundir al Fabrizio «alcalareño» con el autor piamontino. Pero, como es evidente, en esos momentos era imposible que Andrés Asido conociera esa duplicidad onomástica, al menos con total certeza.

            Por fin se decidió Asido. Escribió a Jean Rien de Colombey-les-Deux-Églises relatándole lo sucedido, disculpándose y, además, rogándole que los dos libros quedasen en su poder. Andrés esperaba que, una vez traducidos por Traster de Forniqué y Pons, podría admirarlos. Aún se conservan esos dos ejemplares, así como las traducciones realizadas por el profesor. Lo doné todo al Archivo Histórico Municipal de Sevilla, en 1990.

            Aun estando seguro de poder contar con la ayuda de su amigo el profesor para redactar la carta en francés o en italiano, Andrés optó por escribirla en español, porque, pensó, si el intelectual francés conocía el italiano a la perfección, ¿cómo no iba a estar al menos familiarizado con el idioma común de los españoles? Andrés supo después, gracias a la correspondencia que mantuvo con el francés, que Jean Rien dominaba, además de la lengua de Pasteur, la de Dante y la de Ramón y Cajal, la de Eça de Queiroz, la de Mihai Eminescu, la de Pávolv, la de Darwin, la de Ibsen, la de Andersen, la de Palme, la de Fuerbeach, el griego moderno y el antiguo, por supuesto el árabe y ni que decir tiene que el latín, además de manejar bien el letón y el suhajili.

            Y de esa primera carta de Andrés Asido nació una correspondencia gracias a la cual hemos sabido cosas interesantes del Cobertori Ilmanta que nunca estuvo en Alcalá, y también del que estuvo.

 

Algunas cosas más sobre Asido

 Casi todo lo que sé de Andrés Asido me fue transmitido por una de mis abuelas, cuyo padre, uno de mis cuatro bisabuelos, era amigo del funcionario. Transmisión oral, que es lo más precioso que puede llegar a un nieto, pero también documental, porque fue por esa vía como llegó a mi poder casi toda la correspondencia de Asido que pudo conservarse. (Siempre realizaba copia de sus cartas y guardaba con mucho cuidado las recibidas. Más adelante veremos una de las suyas).

            Por esa mi abuela supe que Asido poseía la que estoy seguro ha sido la colección más extraordinaria que se haya podido conocer en todo el Occidente, al menos en los tiempos modernos. Desde que existen los décimos de lotería siempre ha habido quienes los coleccionen. Asido lo hacía, pero con la particularidad más sorprendente que quepa imaginar: sólo coleccionaba décimos premiados. Naturalmente, su colección era bien exigua, ya que, como no podía ser de otra manera, los décimos que reunía procedían exclusivamente de los adquiridos por él mismo. Pocas personas conocían esta singularísima afición de Asido. A lo sumo, ese mi bisabuelo, que era el administrador de loterías, un hermano de Andrés y dos amigos más: Fernando Torres Ríos, el mejor artesano zapatero de que se tiene memoria, y Antonio Conde Jiménez, un pequeño propietario de tierras que sólo echaba cuenta de estar siempre con sus amigos. Ni Carmela, la mujer de Asido, conocía el hecho. No se pudo llegar a saber si, de haberle tocado el gordo, el décimo agraciado hubiera engrosado la colección. Yo creo que sí, porque Andrés era en todo fiel a sí mismo.

            La cojera de Andrés era otro de los factores de su nombradía. No es que no hubiera más cojos en Alcalá en aquella época; bien al contrario, el porcentaje de cojos sobre la población total era entonces casi treinta veces superior al actual. Andrés quedó cojo cuando, al desprenderse unos sacos de cien kilos del carro del padre de los hermanos Bolero, esos que algunos llegamos a conocer ya viejos pero aún en activo, cayó uno de ellos sobre el muchacho, que en esos momentos corría a cumplir el encargo de su madre: «Anda, lleva estos zapatos a gobernar». Desde aquel momento se le conoció en el pueblo como «El cojo Asido». El remoquete daba para algunas bromas, desde luego. Si ocurría algo extraño o que llamara la atención no faltaba el ocurrente que dijera: «¿Habrá sido el cojo Asido?», o «el cojo ha sido», aprovechando que la ortografía raramente se pronuncia. Pero, por regla general, cuando se le nombraba, fuese por su nombre o por su nombrada cojera, se hacía con sumo aprecio y respeto.

            Quede también constancia de que Andrés incursionó brillantemente en el campo de la Física. Aunque no pudo lograr una aplicación práctica, debido sobre todo a la falta de contactos oportunos, su teoría sobre el desarrollo sobredescendiente de la motricidad feneléctrica bien merecería ser recuperada.

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 1. Andrés supo por el propio Fabrizio que un primo de su madre, Luigi Piradero, había sido un afamado y prolífico autor de comedias burlescas. Encuentros en tercera clase, El celoso en llamas, Casi blanca, El ladrón de calderetas, El silencio de los carteros, El doctor vago, El tesoro de mala madre, La guerra de las lacias y muchas otras fueron muy celebradas en su tiempo.

 

 

JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE TERCERA). Por Rafael Rodríguez González