Foto: Archivo de «CARMINA» 2011
Tal vez para que a una no la cacen, ni la cuezan, sirvan las metamorfosis. Las máscaras, a su vez, son auténticas transformaciones, imprescindibles, que permiten a cualquiera sortilegiar la gran crisis, conjurarla: la crisis por antonomasia: la de ahora mismo, la que lleva más de dos años (o doscientos…). ¡Al diablo con la crisis!, se hace llamar una chirigota. «Vete. Me has hecho daño. Vete. Lejos de aquí…» canta otra refiriéndose al enemigo. Sí: sortilegios, conjuras, abracadabras, magia, carnaval… «Vete y te llevas a los tuyos…», continúa cantando con buen tono, coralmente, el grupo, amigable para el público, disfrazados de mendigos haraposos y calzados con botas de Charlot.
¡Ojalá fuera suficiente transformarnos a voluntad en el instante mismo en que nos estuviera a punto de echar mano el perseguidor! ¡Ojalá sólo tuviéramos un perseguidor persiguiéndonos! ¡Ojalá fueran visibles todos nuestros perseguidores! Sí, muchos de los cuentos de perseguidores y perseguidos acaban con la derrota de los primeros… Pero, no suele ser así nada más que en los cuentos, con los que nos duermen.
Mientras huimos, aprendemos nuestro papel en cada carnaval. Cada año somos otros distintos de los anteriores y distintos del que somos cada año. Cada carnaval es necesario porque ni la persecución, ni la huida, claro, han acabado. El perseguidor continúa persiguiendo y el perseguido huyendo y transformándose cada vez que está a punto de ser alcanzado. En definitiva, es una cuestión de supervivencia: es una cuestión de vida o muerte, una cuestión radical. Pero infinita y eterna, ¿o no?
Cacería y cocina. Cazador y cocinada. Antes de presa del fuego el pájaro vuela y procura no caer en la cazuela. Todos somos apresables: a nosotros nos persiguen los políticos profesionales; a ellos aquellos de qué hay de lo mío; a éstos sus acreedores por vicios, y a los últimos los jueces de instrucción. Y a los togados lo de ¿quién custodia a los custodiadores?; y así hasta no se sabe cuánto ni cuándo.
Menos mal que tenemos el carnaval. Menos mal; porque ni periódicos, ni cadenas de televisión, ni emisoras, ni programas, ni agencias, ni gabinetes de imagen… Menos mal que, cada final del invierno, los barrios, las asociaciones, los grupos de amigos, los parroquianos de las tabernas, los compañeros de sección, de afición, de diversión; se manifiestan por nuestras calles metamorfoseados, ataviados con sorprendentes indumentarias para decirnos que los enemigos siguen ahí.