Posts from marzo 2011.

LO MÍO ES MÍO. Por Urbano Uribe de Urvando

 

 

Foto: LGV 2010

 

Encontré este relatillo, como tantos otros escritos de más personas, entre los papeles de Alberto González Cáceres. Urbano Uribe de Urvando (1959-1986) fue uno de los más queridos e incesantes amigos de Alberto. Natural de Sevilla, vivió casi sus casi veintisiete años en dicha ciudad, de donde salía a visitar a Alberto como quien dice a cada rato. Físicamente un coloso, era tambaleante en lo anímico. Se suicidó al creer que había contraído el SIDA —lo que resultó incierto, según develó la autopsia—, en aquellos años de puesta en valor de virus escapado de laboratorio en forma de mono verde que muerde a humano. En literatura, admirador furibundo de Julio Cortázar, por más que ese fervor no lograse frutos en sus escritos, como también me pasa a mí. (Mario Cortés) 

 

Me avisaron a tiempo, es aquél, salió precipitadamente y alcanzó a verlo. Ya estaban ambos en el bullicio, pero no se desalentó, puedo pescarlo, menos mal que es alto. Gritarle no serviría de nada, como no sea para llamar la atención de tanta gente que me lanzaría miradas como puntillas, indignada por un comportamiento tan impropio en fechas y circunstancias tan singulares aunque todos los años es lo mismo, y además para espantarlo, lo que no convenía de ningún modo. Tengo que seguirlo, lo cogeré, pues claro que lo cogeré. A ver por qué me he tenido que retrasar quedándome en el bar sabiendo lo que podía pasar, verse cogido en la bulla, lo que odia tanto. Allí está, no lo pierde, ni siquiera puede permitirse distraerse unas décimas de segundo; va ligero, parece mentira que con tanta gente pueda avanzar tanto, pero es que no tiene que estar pendiente como yo de por dónde va y de la gente que hay delante y a un lado y otro. Pero lo cogeré, vaya si lo cogerá. Ahora va por Alfaqueque y de allí a Redes, claro, seguro, pero le da igual que el tío tire por calles cortas y estrechas.

            Ya me pasó otro año, verme encerrado entre tanta gente. Allí está, va a entrar por San Vicente, y casi se tiene que quedar parado porque ya están formadas las filas en las aceras, que no dejan pasar a nadie, como si se tratase de soldados preparados para un desfile y el teniente repasándolos con la mirada. Que no, que no se mueven, aunque adviertan la desesperación del que quiere pasar. Es que tengo que cruzar la calle, tengo ya que decir con voz enérgica y hasta amenazante que si van a dejarme pasar ante una pareja inmóvil como todas las demás cuyo varón no es más que un alfeñique sesentón endomingado que cuando ha oído el vozarrón le hace sitio incluso apartando a su mujer, una señora de maquillaje solidificado, escandalizada por el lance igual que la que sorprende al cura con una catequista. Señora, deje de asustar al espejo, está tentado de decirle, pero seguro que le retrasaría.

            Como salga a la calle Alfonso doce va a ser difícil seguirlo, si no imposible, porque puede tirar a la izquierda, o a la derecha hacia la Puerta Real, o por la calle Bailén o perderse en la Plaza del Museo, si no se mete en Rafael Calvo. Pero menos mal que se ha quedado parado en la esquina, por qué no él también, es más alto de lo que me pareció y no lo perderé de vista. El tío no ha vuelto la cara en ningún momento, pero podrá identificarlo a cada instante de esta persecución que ya lo está cansando, sobre todo porque me duele la pantorrilla derecha y la planta del pie izquierdo le quema como si andase sobre brasas con pesas atadas a los tobillos, como si fuera de penitencia pero vaya la que me están haciendo pasar estos miles que no me dejan pasar, una penitencia que tal vez pudiera hacer valer ante el Cristo que me va a poner peor la cosa porque ya se ve venir y ha sobrepasado la esquina de García Ramos. Sí, pero ahí va hacia Monsalves; mejor, porque por esas calles debe haber menos gente. Tanta gente que lleva paraguas pero menos mal que ya no hay peligro de lluvia porque si esto se poblara de paraguas abiertos cómo iba yo a seguirlo por muy alto que fuera. Ha de aligerar porque el tío puede irse por Almirante Ulloa y volver a Alfonso doce y entrar en algún urinario de un bar, aunque no intentará nada porque no sabe que le estoy siguiendo aunque me estén matando los dolores; también puede desviarse para San Eloy.

            Había supuesto menos gente pero había la misma; otra, pero la misma cantidad, pero ésta, por lo menos, aunque con una pachorra desesperante, se mueve, anda, daba alguna esperanza de alcanzar el objetivo que seguía avanzando como si nada le obstaculizara, como si saltara sobre la gente, como si, más que alto, fuese sobre zancos. No se ha desviado, va a llegar a la calle del Silencio y como tire para Alfonso doce ya la cosa se va a poner imposible aunque él también se quedará atascado porque hacia La Campana no hay Dios que avance como no sea el que viene en el paso. Vamos a seguirlo, dijimos los cuatro pero me he quedado solo y ahora aquí estoy más perdido no que el barco del arroz pero sí que una aguja en un pajar porque de aquí no hay forma de salir ni siquiera siguiéndole a él, a él, porque yo al otro tío no le veo, es que ya ni siquiera recuerdo quién era, porque yo no sé por estas calles, que sacándome de las del polígono ya no sé dónde estoy, y ellos los cabrones se habrán vuelto y estarán celebrándolo a mi costa y a la del viejo, y volver atrás es más difícil todavía que seguir adelante porque es una verdadera marea la que empuja.

            Ahí está, no es tan alto cómo me parecía, o será que la demás gente es más baja de lo que a uno le parece. A ver si puedo, pero es que es tan difícil aproximarse, tan trabajoso, hay que emplear los codos, servirse de la envergadura para cargar contra la gente, desplazándoles un poco; al menos se ha quedado parado, La Campana es La Campana. Hay gente que me asaetea con la mirada; sí, ya estoy empleando los codos, mi altura, ¿o es que cada centímetro cuadrado va a ser intransitable porque toda esta gente planta en ellos sus pies durante horas en que no hay artrosis, ni reúma, ni la operación me está molestando, ni ¡ay!, Antonio, que me duele el costado? Pero sea como sea este a mí no se me escapa; ya lo tiene a pocos metros. Algunas veces pido perdón después del empujón, pero será por lo amenazante de mi mirada que nadie dice «pase, pase, no importa», o no, seguramente es porque se creen propietarios de la calle cuando ni lo son de las casas donde viven. Si no fuera de Sevilla todo esto me parecería increíble. O no, porque aquí viene la gente y ve todo esto como lo más natural del mundo, esta inmovilidad, este estatismo, y hace lo mismo, quedarse a pie firme las horas que les echen, que será eso de donde fueres haz lo que vieres.

            Yo me voy a arrimar a la pared y aquí esperaré a que se despeje un poco la cosa, sea la hora que sea, hasta que vea una oportunidad de volver o mejor de ir para el barrio, porque como este vuelva al bar si aún le quedan ganas y fuerza y nos encuentre allí a todos se va a formar una buena cuando descubra de qué va la cosa.

            Esta me ha dado con el paraguas en la pierna pero no voy a perder el tiempo ni la mirada no sea que ahora que casi le tengo a mano se me pierda porque ha podido salir y ya está a punto de entrar en la calle Tarifa donde ojalá le cayera el puñal que tiró Guzmán el Bueno. Como tire por Lasso de la Vega, sea a izquierda o derecha va a ser peor; si lo hace por Amor de Dios que éste lo ampare porque ya no va a tener escapatoria. Todavía me estorba la cantidad de gente, a momentos casi ni le veo, va ya por Amor de Dios, no sé cómo ahora puedo acordarme de chistes, que encima me está doliendo la barriga, que a un borracho en la Alameda lo quería llevar un municipal al cuartelillo que hubo en la Gavidia, y el borracho le decía «¡Ay, guardia, por amor de Dios!», y el municipal le contesta «No, por Trajano, que cae más cerca».

            Más decidido que este no lo he visto nunca, ¡vaya si lo conocen los caras que se han quedado allí! Y yo haciendo el canelo pero ya me voy ahora que el camino se ha despejado aunque sea un poco. Ellos allá; ahora, que yo no voy a aparecer por el bar por lo menos en una temporada.

            ¡Pero no lleva el paraguas! ¡Y además este hombre no tiene planta de hacer cosas así! ¡Esos mamones se han quedado conmigo y con mi paraguas! ¡Yo me cago en cuantos muertos tienen pero los voy a poner a caldo habas, hijos de puta! ¡Cualquiera sabe lo que han hecho con mi paraguas! ¡Me cago…! ¡Es que me cago! ¿Y adónde entro yo ahora?.

 

COLOQUIOS (2). Por Gabi Mendoza Ugalde

Gema Atoche

             – Nada.

            – ¿Nada?

            – …Bueno: el mar.

COLOQUIOS (1). Por Gabi Mendoza Ugalde

 

            – Sí, me habláis de dictadura, pero ¿cuánto os duraron abiertos los campos de concentración?

            – No sabía que hubieran existido campos de concentración allí, entonces. Nadie me lo ha contado nunca.

            – Aquí los hubiéramos preferido a los de exterminio.

            – Soy un ignorante de mi propio país.

            – No. Eres un engañado.

 

CURIOSIDADES TAURINAS. Toros y toreros allende de los mares y las culturas. Por Antonio García Mora

 

 

El matador mozambiqueño Ricardo Chibanga

 

LOS festejos taurinos siempre han sido asociado a las culturas ibéricas y al sur de Francia. Asimismo, determinados países americanos, herederos culturales de nuestro acervo, también han participado activamente en desarrollo de la moderna tauromaquia. Podría deducirse que fuera de este ámbito espacial el fenómeno taurino ha tenido nula presencia. Sin embargo, nada más alejado de la realidad.

            Por diversos motivos el arte de Cúchares se ha extendido por lugares tan exóticos y lejanos como Casablanca, Maputo o Shanghái. En el caso de África y Asia, el origen de la celebración de corridas es consecuencia de la presencia colonial española, portuguesa o francesa. De este modo se puede explicar la construcciones de cosos en ciudades como Tánger, Casablanca y Orán y la celebración en los mismo de festejos a lo largo de un periodo más o menos dilatado. Su época dorada estuvo comprendida entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la independencia de Marruecos y Argelia. No obstante, aún finales de la década de 1960 se podía contemplar las faenas de figuras como el Cordobés en estas ciudades norteafricanas. E incluso se cuenta con la presencia del único matador de ascendencia marroquí, el francés Mehdi Savalli.

             Aún más alejado y peculiar supone una corrida de toros en Maputo (Mozambique). Hasta el extremo sur del continente negro llegó la fiesta llevada por aficionados lusos. Se procedió a edificar una plaza y se llegaron a celebrar festejos según el uso portugués, sin la muerte de la res. La independencia de la colonia trajo el abandono del coso de y las corridas, aunque mientras tanto Ricardo Chibanga, matador mozambiqueño, tomaba la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla (1971).

             Una nueva cita taurina la encontramos en Beirut (Líbano) en 1961. Tal vez la influencia del protectorado francés puede explicar la celebración de un festejo en ese año. Para la ocasión se utilizó un estadio deportivo que registró una magnífica entrada con 60 000 espectadores. Al parecer no se volvió a repetir evento parecido pero muestra la curiosidad que la tauromaquia provoca en todo tipo de culturas. Por último, y también vinculado a la presencia colonial portuguesa, se registra la celebración de corridas en Macao, actualmente bajo soberanía China.

             Desaparecidos las colonias y apagado sus rescoldos culturales, la difusión de los toros fuera de sus fronteras tradicionales procede de motivos económicos o sentimentales. En el primer caso, empresarios españoles, portugueses y americanos han creído encontrar una oportunidad de negocio en la realización de corridas en lugares como Shanghái o Everán (Armenia). Los resultados han sido dispares, mientras en China existen proyectos de construir plazas permanentes y difundir la afición a través de canales especializados de televisión, en la república caucásica no se han vuelto a producir, consciente de la dificultad de trasladar algo tan ajeno a sus costumbres.

             Caso muy distinto consiste la afición aparecida en Corea y Japón. En primer lugar, existe un interés creciente por las manifestaciones culturales hispánicas como el flamenco. Por otro, nos encontramos con la tradición nativa de la lucha de toros, común a nipones y coreanos, que les acerca a la tauromaquia, aunque no existe más parecido que la aparición del toro en ambas. En general, los festejos que acontecen en los países asiáticos suelen seguir el modelo portugués, sin derramamiento de sangre. De hecho no existe el tercio de varas y las banderillas carecen de arponcillo y se coronan con un velcro que, unido a otro que la res lleva atada al morrillo, permite un simulacro de tal suerte. De tal guisa se produjo la Feria Taurina de Seúl, en octubre de 1999 que supuso un gran éxito de público.

             Para finalizar este recorrido por el mundo taurino, queda por mencionar los festivales celebrados en California. En un principio podría parecer que la influencia de la población hispanoamericana habría sido decisiva pero no es así. Su origen lo encontramos en los inmigrantes lusos instalados allí y dedicados a labores ganaderas. En consecuencia, se sigue el modelo portugués, acentuado por las prohibiciones legales contra el maltrato de animales y la activa oposición de los grupos proteccionistas.

             Este relato taurino podría extenderse hasta casi el infinito con historias oníricas de rejoneadoras rusas, diestros israelíes o novilleros ucranianos pero para ello no hay nada mejor que hojear esa fuente inagotable de información que es «el Cossío».

 

José María de Cossío (a la derecha) con Juan Belmonte