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COLOQUIOS (182). Gabi Mendoza Ugalde

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—Mírala en su moto, como una exhalación, con Bruce Springsteen y una banderita de EEUU ondeando.

—¿Celebra la victoria de Obama?

—Creo que sí, porque no escucha a Silvio Rodríguez.

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PARA UN HOMENAJE A LA PLATAFORMA CÍVICA «SALVEMOS EL GUADAÍRA» EN SU VIGÉSIMO ANIVERSARIO. Por María del Águila Barrios

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Camino con nube en la vega del Guadaíra

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Paseo por Alcalá:

…………Estoy en un camino de los de la vega del río Guadaíra. Realidad horizontal. Lejanía. Espacio abierto bajo el cielo más ancho. Tierra toda ella arada. Árboles difuminados por los vahos de los arroyos invisibles. Silencio o el viento, que silba o acaricia. Aire lleno de aire. ¡Menos mal!

…………Ahora en Oromana. En la noche de octubre la luna luce primaveral. Los viejos eucaliptos frondosos, los chopos henchidos de blancos, los almeces hojosos y, además, desgarbados; los intrépidos pinos, los molinos centenarios (El Algarrobo, San Juan, Benarosa, La Aceña…), el cañón del Guadaíra. Catedral vegetal alcalareña levantada sobre el mármol tierno y amarillo del albero. Arcadia donde inventaron la palabra parque, y huerta y ribera. ¡Menos mal!

…………Me escapo a Gandul. Camino por donde iba el tren que llevaba a Mairena, El Viso, Carmona, en el piedemonte de los alcores hace muchos lustros. Me paro a la altura de la antigua casilla del tren y de El Toruño. Contemplo la Mesa, me cautiva su misteriosa planitud texturizada por los palmitos e irradiando la fuerza de los milenios que atesoran sus adentros. Sueño entre dólmenes y alcornoques. Me asomo al escarpe como quien desde un acantilado contemplara un océano con los picos de la Sierra Sur, que quiebran el horizonte azul, y los puertos que se adivinan más allá. ¡Menos mal!

…………Por Cuesta Carretilla se derrama mi alma. Vuelo como el búho en la noche de Maestre sabiendo qué olivo es el mío. En la madrugada contemplo absorta cómo la bóveda transparente es surcada por los meteoritos. Todo se enciende en las pendientes, también desde San José. Los cortijos amarillos compiten con el trigo en los medios días de todos los años. El planeta nos pertenece mientras podamos llegar a bajar o subir estas cuestas sabias y agrestes. ¡Menos mal!

…………Hacia Pelay Correa, Cerrajas o Teatinos, por donde Los Ángeles Viejos constituyen ribera. En el bosque de Villalba desde donde la altura de Sevilla se insinúa como el contraste de la vieja y noble ciudad abastecida por este otro lado de panaderías, harineras y paisajes. En las entrañas de cualquiera de estos cerros ahuecados no sólo por el agua tenaz, sino por la tenacidad de sus ingenieros olvidados por el adanismo, encuentro la dicha de las galerías con la esperanza habilitada de sus lumbreras. ¡Menos mal!

…………En Las Corachas, en El Derribo, en el Águila, en la calle de La Mina, en la de Mairena… aun arrancándose los adoquines, el tiempo, y pretendiéndose aplastar con las losetas de suciedad y expolio, con la basura de la desidia planificada, no podrán con lo inefable de las plazuelas. Y todo esto, de este homenaje que os consagro, porque lo defendéis con la generosidad de vuestra Plataforma Cívica.

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LOS DOS JUANES. Por Ramón Núñez Vaces

Algunos de los lectores lamentarán la brevedad de este texto. Otros, al contrario, la agradecerán alborozados. Es lo que tiene esto de leer, y de escribir. Sea como fuere, la cuestión es informarles, a unos y a otros, del único encuentro que sostuvieron Juan Barcelona y Juan Carlos de Borbón y Borbón. Y del algo de cola que tuvo.

…………Es una breve y sencilla historia que ha llegado a mi conocimiento por fuente doblemente fiable: me la ha contado mi amigo Rafael, a quien a su vez se la refirió, hace una buena porción de años, nada menos que su amigo Pedro Romero Polo. Tengo que hacer notar en este momento que aún no me ha presentado Rafael (tan poco dado a esas cosas, es cierto), a su amigo Pedro, que es, como bien sé, una verdadera institución en Alcalá, y al que me extraña sobremanera no haber conocido personalmente por cualquier otro cauce a lo largo de los años en que he estado viviendo en este pueblo (aún paso aquí semanas enteras), adonde llegué desde Segovia en 1979, con una beca para estudiar las concomitancias entre el acueducto de mi ciudad natal y el que se conoce como «los caños de Carmona», denominación ésta de una inexactitud clamorosa, como todo el mundo sabe o debiera saber. Por cierto que, desde hace unos meses, asisto estupefacto a una especie de desmonte de una importante parte de la historia de Alcalá, dado que, por ejemplo, con tal de justificar la metástasis que le han hecho al puente romano, han salido algunos diciendo que su origen y basamento no es romano, sino de un tiempo que ni ellos mismos se atreven a concretar. Vivir para ver.

…………Pero bueno, ya me estoy enrollando, como tantas veces me dice Rafael. Vamos al asunto que quiero conozcan. El de Juan Barcelona y Juan Carlos, el de Borbón.

…………Sin embargo, resulta inevitable que antes diga algo sobre Juan, no el de Borbón (que también podría, y no poco), sino del de Alcalá, porque habrá alguna gente joven que ignore totalmente quién era el personaje, y no pocos adultos, y hasta viejos, que igualmente. Que yo no llegué a conocerlo también lo digo, pero como he tenido tan buenos informantes algo sé de Juan Barcelona.

…………Nuestro personaje era, si nos atenemos al Registro Civil, Ramón Jiménez Tinoco. El por qué del Juan, que lo fue desde chico, no lo sabemos, pero sí lo del apelativo de Barcelona, porque, según las fuentes consultadas, todas ellas de absoluta confianza (ya he dicho cuáles), se debió a que cuando se les preguntó a las mujeres que asistieron en el parto, una de ellas dijo: «¡Es más grande que Barcelona!». Y así recibió su apellido no oficial antes que los inscritos en el juzgado. En efecto, Juan fue un tipo alto, bien plantado, elegante de por sí y siempre impecable; seductor, hasta el punto de que el total de su descendencia nunca se ha podido determinar con exactitud.

…………Fue la suya una vida sin problemas derivados de ocupaciones laborales, siendo sus principales quehaceres los de «organizar» fiestas, o al menos ayudar en ello: era casi siempre el encargado de reunir a los participantes artísticos, sobre todo los de Alcalá, Utrera, Mairena y Dos Hermanas. Por otro lado, o por el mismo, Juan Barcelona poseía la facultad de hacerse notar (y antes hacerse presente) en cualquier reunión y escenario, aun sin desempeñar un papel concreto: por lo general, ni cantaba ni bailaba, pero su sola presencia le confería protagonismo, como si se tratara de un maestro que, ya entrado en años, deja, mientras observa la escena atentamente, que los discípulos se apliquen en la tarea. Destacaba muy mucho en ese difícil arte del «jaleamiento»: el óle a tiempo, el óle por merecimiento, los  esplantes a compás, eran cosa que Juan sabía hacer como nadie (en internet puede verse un clarísimo ejemplo de esto que digo).

…………Afortunadamente, existen dos grabaciones domésticas (por soleá y por bulerías, disponibles en la red de redes) que atestiguan que Juan Barcelona cantaba —mejor que bien, y más gitano imposible—, contrariamente a lo afirmado por mucha gente. No faltaría entre esa gente alguno capaz de decir que Colón no llegó a América porque él no estaba allí para verlo. Más o menos como lo del puente.

…………Pero es que además lo podemos ver y escuchar en uno de los capítulos del programa de TVE Rito y geografía del cante, donde canta, casi podríamos decir que al alimón, con Mercedes, la hija adoptiva de Joaquín el de la Paula (también existe un registro discográfico de esa aparición). Hacen los dos una rumba que constituye en sí misma un extraño portento, una verdadera joya, un impagable tesoro. Es una de esas rumbas que algunos de los gitanos que sirvieron en Cuba trajeron al suelo patrio, insuflándoles ese carácter único que sólo ellos podían darle, y que luego tantas variedades produjo. Desde luego, no hay nada que pueda compararse con lo que trajo y transmitió Joaquín el de la Paula. La rumba de Juan y Mercedes es prueba apodíctica.

…………Por su prestancia y gitanería, también por su cualidad de estarse quieto, Juan participó, que yo sepa, en dos películas, verdad que no en papeles de primera fila, pero siempre distinguiéndose en cada secuencia en que aparecía. Actúo nada menos que en La Blanca Paloma y en María de la O, de las que fueron protagonistas Juanita Reina y Carmen Amaya, respectivamente.

…………Recuerdo ahora una anécdota que a Rafael le contó un sobrino-nieto de Juan Barcelona. Un día se acercó a Juan un administrativo del Ayuntamiento, tan famoso por sus constantes despistes como por su buena voluntad, que, creyéndole una persona necesitada y deseosa de trabajo, le ofreció dos semanas en unas obras que iban a hacerse en la Casa de Socorro: él, el funcionario, hablaría con el encargado y arreglaría la cosa. Juan, riéndose para sus adentros, le dio las gracias y le aseguró, muy serio: «Mire usted por donde, pero precisamente hace un rato me ha salido una buena colocación».

…………Juan se encontró más tarde con su sobrino Joaquín —«Joaquín Bastián», trabajador a carta cabal—, al que le refirió el caso. «¡Qué buena vista tiene ese gachó!», le dijo al sobrino. Juan, con ese constante esquivar el trabajo, siempre beneficiaba a alguien, y en este caso fue su sobrino el que pudo aprovechar los días de labor que el funcionario inocentón había ofrecido al que, según sus propias palabras, no quería quitarle el puesto de trabajo a nadie.


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Pero vayamos ya a lo de Juan Barcelona y Juan Carlos de Borbón. Sucedió que en la Feria de Sevilla, en la caseta «El Cortijo de Oromana», cuyo principal, si no único valedor era nuestro paisano Manuel Rodríguez Granados, popularmente conocido como «Manolito Orea», actuaban, como otros años, y junto a otros artistas, «Los de Joaquín el de la Paula», título que albergaba, con pocas variaciones de vez en vez, a Mercedes (la misma que grabó con Juan tan memorable rumba), Enrique el de la Paula, Manuel Algodón, el Platero, Luis el Piñonero, Manolo Heredia, el Poeta de Alcalá y los tocaores Manolo Vargas y Alfredo Aragón… Y Juan Barcelona, claro.

…………Aquella noche, «El Cortijo de Oromana» tenía dos invitados de excepción: Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, entonces príncipes de España.

…………No sabemos si por la presencia de tan altos dignatarios, o porque a todos los de Joaquín el de la Paula les cogió como nunca, lo cierto es que cada uno de ellos obtuvo los mayores aplausos de que guardaban memoria.

…………Como es lógico, los príncipes tenían un horario que cumplir. Así que, sin excesivas formalidades, subieron al tablao y allí mismo fueron despidiéndose, uno por uno, de todos los artistas, mientras Manuel Rodríguez Granados, como maestro de ceremonias, les iba diciendo el nombre de cada uno de ellos. Llegado el turno de Juan Barcelona, que así fue presentado a los futuros monarcas, nuestro gitano hizo la mayor de las reverencias ante la princesa, y, ya ante Juan Carlos, se permitió retener un momento la serenísima mano entre las suyas, al tiempo que le miraba a los ojos y le sonreía con seriedad, casi sobrecogido por la importancia del encuentro.

…………Juan Barcelona y Juan Carlos de Borbón no volvieron a verse nunca más.

***

Dos años después, en el mismo sitio y por las mismas festivas fechas, volvió a recalar en Sevilla su Alteza doña Sofía, esta vez sin la compañía del Príncipe, que andaría ocupado en otros menesteres, seguramente menos placenteros. Y allí estaban otra vez «Los de Joaquín el de la Paula», y, por tanto, también Ramón Jiménez Tinoco, perdón, Juan Barcelona.

…………Se sucedieron las actuaciones: fandangos, alegrías, bulerías, cantes por soleá, el  auténtico baile gitano de Angelita Vargas… Y, a una hora relativamente prudencial, la despedida de la princesa de España. Nuevamente, la rueda de artistas. Cuando Sofía le extiende la mano a Juanillo, éste le dice, con una gravedad propia del más solemne de los cortesanos: «Señora, dele usted recuerdos a su marido, de parte de Juan Barcelona».

…………Sin embargo, doña Sofía siguió sonriendo del mismo modo en que había saludado a los demás artistas, es decir, de esa forma cortés, pero protocolaria, que se usa en tantos y tantos actos a que se ven obligados los miembros de las jerarquías. Pedro y Rafael, según asevera éste, están convencidos de que la princesa no comprendió bien, de que la esposa del llamado a ser Rey no se daba verdadera cuenta de a quién estaba saludando. Los dos están seguros de que Sofía de Grecia aún no estaba muy ducha en el idioma español y menos todavía en el trato con personajes de la categoría de Juan Barcelona. De lo contrario, le hubiera contestado a Juan de manera especial, y habría guardado aquella frase del hijo de Josele y la Roezna hasta hacerla llegar a su marido, el cual, ¿qué duda puede caber?, habría recordado perfectamente a nuestro paisano. Según ellos, no hay por qué llegar al extremo de culpar a la princesa consorte de que Juan Carlos no recibiera aquel saludo de Juan Barcelona, y de que, por consiguiente, no pudiera transmitirle el suyo posteriormente: a Sofía aún le faltaban uno o dos hervores en las cosas de España.

…………¿No lo creen ustedes así? Porque esos dos, Pedro y Rafael, Rafael y Pedro, no se equivocan nunca. Nunca. Nunca.


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COLOQUIOS (123). Gabi Mendoza Ugalde

– Por las luces de su pueblo los conoceréis.

– Con tanta luz, hoy en día ya no se ven los pueblos.

– Claro, cuando ya ni tienen para pagar el alumbrado público casi siempre están a oscuras. ¿Por eso dirás que no se ven?

– Bueno, más o menos… Tal vez sea una cuestión de perspectiva.

– …

«INSECTS OF THE WORLD». Por Rafael Rodríguez González

Alberto Durero
1505

Alfred Crazy Lost ya era famoso a poco de haberse instalado en Sevilla. Llegó desde Londres, después de pasar, a lo largo de diez años, por Australia, Nueva Zelanda, Malta, Chipre, Sudán y Egipto, donde en la ciudad de Lúxor decidió despedirse de la compañía de telégrafos y teléfonos en que había estado ejerciendo su profesión de ingeniero. Treinta y tres primaveras se habían sucedido desde que naciera en Blackpool un 22 de marzo.
El inglés se alojó en una casa de huéspedes cercana a la flamante Estación de Córdoba, donde tomó cuatro habitaciones. Tal acopio extrañó sobremanera a los caseros, dado que míster Crazy, que venía acompañado de un criado (después se supo que era egipcio y que no tenía nombre), no portaba más que tres maletas, si bien enormes. En cuanto al pago, hizo efectivos seis meses por adelantado, lo que le granjeó las simpatías de sus locadores. Sin embargo, ni éstos ni los demás inquilinos dejaron de mantener ciertas suspicacias, debido a que ni por asomo podían imaginar para qué este hijo de la Gran Bretaña —o de Albidón, como decía uno de los huéspedes pasándose de fino— precisaba de tan amplia hospedería.
Si a la anterior incógnita se agrega que por lo menos dos veces a la semana aparecía llevando unas cajas de cartón cuyo contenido almacenaba en una de las habitaciones, es natural que las idas y venidas del súbdito británico estuviesen en boca y oído de cada vez un más amplio número de vecinos de las calles aledañas.
Súpose, a los dos meses de su estadía, que «el inglesito», como a él se refería doña Paca, la patrona, había abierto una tienda en la plaza de San Francisco. En el comentario siguiente pueden resumirse todos los que se emitieron por aquellos días: «Este inglés está como una cabra».
Todo esto sucedía en 1910. Y en años posteriores, como es natural.

Con el rotundo título de «La tienda de los bichos» bautizó el paisanaje hispalense el comercio que «Lord Crazy», como le llamaba el egipcio de su criado, acababa de instalar en tan céntrica plaza.
Y no era hipérbole. Nada más traspasada la puerta el visitante se encontraba con una serie de vitrinas en las que, con sus nombres científicos bellamente caligrafiados, se exponían más de doscientas especies de insectos disecados. Una gruesa lupa facilitaba la observación de los insectos más diminutos. Más adentro, otros recipientes contenían ejemplares vivos: cada vasija albergaba uno o varios de la misma especie. Hojas, bayas y yerbitas, renovadas frecuentemente, servían de simulado hábitat natural.
Láminas con imágenes de insectos, de gran tamaño y vivos colores, realizadas por el propio Alfred, decoraban los espacios libres. Varios tratados de entomología, todos en inglés, se encontraban dispuestos sobre una mesa. El mismo Alfred, en aras de vencer dificultad tan insalvable para la práctica totalidad de los sevillanos, glosaba los contenidos a los visitantes.
El británico tuvo la suficiente delicadeza como para no tener nunca expuestos, ni vivos ni disecados, insectos tan perjudiciales como piojos, pulgas, chinches y ladillas. Eran bichos que resultaban sufridamente domésticos para gran parte de la población. Por eso Alfred no quiso, según sus propias palabras, «poner más cuernos al ciervo» (creo que se trata de una expresión alusiva a los cornúpetas ingleses, que tanto abundan).
Los más tiquismiquis de ustedes se preguntarán cómo diantres consiguió Alfred el preceptivo permiso del Ayuntamiento para tienda tan especial. Lo cuento en pocas palabras. Amadeo Pacheco Lost era, desde 1906, un alto cargo del Ayuntamiento. Este Pacheco Lost era hijo de una tía de Alfred y de un gran hacendado de Sevilla. Primo hermano, pues, del nuevo tendero. ¿Hay que seguir explicando el asunto?.
Añadamos, para despejar misterios innecesarios, que lo que hizo posible que el ingeniero Crazy dejara su bien remunerado trabajo fue ser el beneficiario de una copiosa herencia. La única hermana del padre de Alfred —éste había fallecido años antes— no había tenido hijos de su marido (ni de nadie, entiéndase bien), de modo que Patricia, que así se llamaba tan providencial tía, testó todas sus propiedades a su único sobrino.
Fue de esta forma como el inglés pudo dedicarse a vivir a su gusto. Las libras lo libraron. De quehaceres indeseados y obligaciones impuestas.

Plaza de San Francisco
Sevilla

No tardó mucho para que la tienda de Alfred se erigiera en la más famosa de la plaza de San Francisco, y cabría decir que de toda Sevilla y provincia.

La mora en la tienda discurría tranquila durante los primeros meses: la ausencia de clientes hacía que brillara el que raramente entraba, más que nada como curioso. Pero ya iba siendo frecuentada, casi a diario, por los amigos que Alfred iba haciendo. Para evitar permanencias indeseadas, Crazy Lost había colocado, estratégicamente, dos camaleones.

Como un can,
rozando silencio, toscas
vienen, van
las nunca invitadas moscas

Tales animalillos, glosados de manera tan discreta por Jorge Guillén, tenían los minutos contados desde el mismo momento de entrar en la tienda. Los camaleones de Alfred habían sido traídos de Nueva Zelanda y poseían la facultad de dirigir su captadora lengua —increíblemente larga— en cualquier dirección: a un lado y a otro, además de al frente; también arriba y abajo, dando al pegajoso músculo la curvatura que fuese necesaria para atrapar al insecto, que era trincado lo mismo en vuelo que posado. Voraces en extremo, eran capaces de revolverse antes que se persigna un cura loco, no como sus primos españoles, que parecen salidos de la administración de justicia. Unos fenómenos de las antípodas, aquellos camaleones.
Con la intención de conseguir elementos para la tienda y solazarse junto a sus amigos, Alfred dedicaba sábados y domingos a recorrer zonas silvestres no muy alejadas de Sevilla.
De entre todos los lugares, los preferidos por Alfred eran Oromana y el parque del mismo nombre, si bien éste aún no existía tal y como lo conocemos desde 1929. También frecuentaban las numerosas huertas ribereñas del Guadaíra. Con casi todos los hortelanos trabó Alfred una relación mutuamente provechosa. Si el inglés ampliaba sus conocimientos con las experiencias de los cultivadores, también éstos, y especialmente sus pequeños, aprendían de Crazy, escuchándole historias de países lejanos que nunca visitarían. Ni siquiera en los libros, dado que casi todos estaban «destinados» de por vida al analfabetismo. Y aun aprendiendo a leer y escribir, ¿tendrían libros alguna vez? ¿Y qué libros? Pero seguro que en su imaginación los niños recrearían a su manera los relatos de Alfred.

Río Guadaíra

Reparo ahora en mencionar que el rótulo frontis de la tienda del inglés decía así: «Insectos del Mundo». En español y en inglés. Hubo quien puso debajo, valiéndose de sulfato de calcio: «¡Uníos!». En nuestros días bien que sabemos de este padecimiento. No del de unirse, sino del de las pintadas.
Aunque los insectos capturados en los fecundos parajes alcalareños eran muchos y buenos, cosa perfectamente posible en el reino animal si exceptuamos la rama humana, el tendero de los bichos necesitaba de proveedores extranjeros. De no recurrir a esos comerciantes las vitrinas no hubieran acogido al minúsculo Asilis laeviuscula, ni al enorme Baculipalpus darencesis, por sólo mencionar dos de las más de cien especies de coleópteros paisanos de los camaleones de Alfred. Es fácil suponer que con estas adquisiciones al inglés se le iban volando, cual coleópteros, cientos y cientos de libras.
El criado de míster Crazy era el encargado de abrir la tienda cuando Alfred se demoraba en la cama a causa de alguna velada un tanto intensa, lo que ocurría a menudo pero no todos los días. Mencioné al principio que el egipcio no tenía nombre. Alfred se había hecho acompañar del árabe —también hay egipcios que no son árabes, a los que éstos llaman «momias»— al valorar sus dotes de obediencia y organización. Cuando «Lord Crazy» se dirigía a él lo hacía con la palabra inglesa Man. Como todo el mundo sabe, ese vocablo se traduce al español como «Hombre». Al oírlo pronunciar por un inglés a los españoles nos suena como una mezcla sinfónica de nuestras a y e. Resultado: que todo el mundo le llamaba Ven. Y el hombre iba, y venía. A veces la fonética facilita mucho las cosas.
Cuando por la tienda aparecía el consabido grupo de sevillanitos de corta edad y céntrica localización, siempre tan creídos como impertinentes, Ven (que era la imagen arabizada de Boris Karloff) los espantaba con sólo aparecer en la puerta: agitaba los brazos y enseguida los molestosos se iban volando. Como los coleópteros y las libras esterlinas.

De tanto transitar los parajes más famosos de Alcalá, Alfred y sus amigos hicieron otras amistades además de los hortelanos. También conocieron, si a verse por unos minutos puede llamársele así, al dueño de todos los terrenos que frecuentaban. Veamos uno de los romancillos que circulaban sobre tan insigne propietario. No cabe duda de que alguien estaba interesado en exagerar alguna de sus características.

El pobrecito de la Portilla
está pasando el pañuelo,
pa echarle un culo a la silla
que fue herencia de su abuelo.

Ni pa comprarse un buñuelo
tiene nunca calderilla,
y aún usa, del bisabuelo,
un terno que de rancio brilla.

Lleva camisa sin tirilla,
de uno que murió en un duelo,
y sin agujeros ni hebilla
un cinto que cogió del suelo.

«Señó, deme usté una limosnilla»,
y el contestó, con corazón de hielo
que no funde ni una hornilla:
«Que te la den en el Cielo».

Gracias a uno de esos conocidos alcalareños le fue presentada a Alfred la criatura que más admiró, amó y respetó en su vida. Se llamaba María del Águila Bono Morillo. Apenas un año después se casaron. Pero antes de entrar en detalles de la boda déjenme que les presente, aunque sólo sea por el gusto de hacerlo, a los amigos más próximos y permanentes de Crazy.
La amistad que primero hizo Alfred nada más llegar a España fue la de Pedro Salinas Cádiz, un profesor universitario con el que coincidió en el carruaje que les llevaba de Algeciras a Sevilla. Alfred no tenía buena opinión de profesores y demás gente de ese tipo, pero Salinas (Solines, pronunciaba el inglés) era un caso aparte. Será que en todo hay excepciones.
Con los demás, la camaradería que siempre les ligó trabóse en las calles de Sevilla, en sus tabernas y colmados. Y en la tienda de los bichos. Fue en ella donde Alfred se hizo amigo de Carlos Casaravilla (Merevilla, decía Alfred), un uruguayo viajero como él solo hasta que llegó a Sevilla, de donde ya nadie le sacó, y de Miguel Cervato, un amanuense retirado después de haber perdido la mano derecha a resultas de un atraco. A los dos les encantó aquella tienda.
—Ahí el que falta soy yo—dijo Casaravilla, consciente de su cara, la primera vez que se asomó, acompañado de Miguel Cervato.
—Y yo. ¿O es que tú te crees que habrá un bicho manco?—terció el escribano.
Luis Sevilla Bidón y Alejandro Salva eran dos asiduos de los establecimientos de bebidas, pero también de las librerías que se desparramaban por la zona más próxima a la tienda del inglés. Estos dos se las daban de poetas. Como no ha quedado vestigio alguno de sus hipotéticas composiciones no podemos emitir juicio acerca de ellas. Eso que nos  ahorramos.
A Manuel Alexandre Fernán-Gómez lo conoció Crazy a la salida del teatro, cuando unos energúmenos vejaban al actor. Alfred, a quien le había agradado la obra —Historia de una acera, de Bueno Callejo—, también la actuación del protagonista ahora acosado, sirvió de escolta al cómico hasta su domicilio. Pararon en cada taberna que encontraban a su paso, sólo para comprobar si les seguían. Protector y protegido, espectador y comediante fueron inseparables desde ese momento. Alfred tuvo más amigos, pero los citados eran los fetén. Los chachi. Los chachi piruli.
Tuvo que ser el actor, y no alguno de los dos «poetas», el que dedicara unas rimas a Alfred y su tienda:

Rendido tienes al planeta,
¡oh fabulosa Gran Bretaña!
[Mas corroboro, sin chufleta,
que Gibraltar es de España].

A Sevilla la graciosa
un hijo has obsequiado.
Dación tan cara y preciosa
su pueblo agradece, honrado.

Sir Alfred, maestro honorario,
nos alumbra y esclarece,
sin importarle el horario
en que la lección empiece.

Ahora, la entomología es
ciencia corriente en casa:
si anda o volando pasa
sabremos qué especie es.

Tenemos la crisopa, el falso piojo,
el saltamontes y el gorgojo,
el tábano, el escarabajo
—con las pelotas arriba y abajo—;

la avispa pepsis, el zapatero,
el ciervo volante, la termita,
la mosca verde y la monjita,
que vuelve loco al arriero;

la abeja, la mantis casuárida,
la priápica mortal, que es la cantárida,
la cochinilla, los grillos
—¡ay, la crueldad de los chiquillos!—.

De mariposas… la tira: la gitana,
la fantasma, la duende, la vulcana,
la gota de sangre, la bejuqueda,
la tigre, la monarca, la de la seda…

El odonato, el insecto hoja
—encaramado en la coscoja—,
la hormiga culona, la tijereta,
amenazante y pizpireta…

Valgámonos, para acabar,
del zumbador abejorro,
pues disuelve cualquier corro
haciendo a todos marchar.

(Preciado Crazy como cosa suya,
los sevillanos exclaman: ¡Aleluya,
Dios salve a Jorge V!
Y que el destino de Alfred no sea distinto).


Iglesia de Santa Catalina
Sevilla

Vayamos al casorio. María del Águila Bono Morillo era hija de Manuel Bono Morillo y Dolores Morillo Bono. Lo más probable es que los padres de Aguilita fuesen parientes lejanos (aunque al casarse pasaron a ser de lo más próximo). Manuel era repartidor de pan en Sevilla, y Dolores también había trabajado en la floreciente industria panadera. El que iba a convertirse en suegro de Alfred era de los Bono de Alcalá de toda la vida. Lo que pasa es que en nuestro bonísimo pueblo había unos Bono bastante acomodados, y otros, los menos, que no tenían más remedio que buscar acomodo en lo que fuera. Manuel era de estos últimos.

La ceremonia tuvo lugar en la sevillana iglesia de Santa Catalina (Alfred no tuvo inconveniente en declararse católico, aunque era más ateo que Lord Byron). Asistieron muchos más invitados —y no— de los que el templo era capaz de albergar, con lo que el alboroto en las calles adyacentes fue de aúpa. El ágape se celebró en la Venta de Eritaña, ocupando la concurrencia el interior y toda la extensión de los jardines. No faltó el gracioso que dijera: «A ver si de primer plato nos van a poner bichos, y de segundo más bichos».

El pan era de Alcalá, el jamón de Jabugo, el queso de Castilla. El vino de Jerez y de Montilla. El cabrito, las langostas a la sartén y los huevos con caviar sobre puré de coliflor y guarnición de níscalos fueron preparados por los hermanos Méndez Patio, los mejores cocineros que se han conocido en Sevilla desde los tiempos en que Julio César fue alcalde de Hispalis. O como le llamaran los romanos a ese cargo.
Los únicos bichos que pudo haber en el convite serían los que llevaran consigo algunos invitados. Que los habría.
Madrina fue la suegra de Alfred, y padrino Pedro Salinas Cádiz. Que éste fuera profesor universitario calmó las prevenciones de la familia alcalareña, que había asistido preocupada por las rarezas que pudiera encontrar. Por cierto que Salinas estuvo roneando todo el tiempo con las señoras, diciéndoles que además de padrino era patricio. La verdad es que nadie le entendía, que es lo que suele pasar con los profesores, siempre tan carentes del sentido de la oportunidad. Y de otros.
La feliz pareja no emprendió viaje de novios. Aquella noche inauguraron su vida de casados en el palacete que Alfred había adquirido meses antes en la calle Placentines.
El criado egipcio pasó a serlo de la pareja. La convivencia de Ven con los demás integrantes del servicio no es que fuera digna del sugerente estribillo de Sarita:

Ven, y ven, y ven,
chiquillo vente conmigo…

pero pudo sobrellevarse gracias a las buenas artes de Águila. De Águila Bono Morillo, la alcalareña. Así la llamaba todo el mundo. Y de ella decían: «Más buena que el pan». De Alcalá, naturalmente.

Tres años después de su inauguración, la tienda registraba un nivel de visitas muy considerable. Las ventas no eran morrocotudas, pero como llegaba gente venida de otros sitios de España, también de Francia y Portugal, lo que se hacía de caja venía a compensar el gasto.
Sólo una vez tuvo que sufrir Alfred un menoscabo en su orgullo comercial. Fue cuando un comandante de artillería largo tiempo destinado en Marruecos le pidió un ejemplar de Myrmeleontidae, ¡y no lo había!.
El ingeniero cesante lo pasaba en grande con sus amigos. En la tienda y en los colmados. Entre las historias que Alfred contó a sus leales destaquemos esta vez la referida a ciertas religiones que el inglés conoció en algunos de los países que fue llenando de cables y auriculares.
A los parmelatos se les prohibía trabajar un día sí y otro no. O se les permitía trabajar un día no y otro sí. Alfred aseguraba que había llegado a conocer un amplio movimiento a favor de reformar calendario tan tortuoso, de manera que los días de prohibición fuesen de corrido, y, lógicamente, también los de trabajo. Pero parece que todo siguió igual. Hoy sí, mañana no, y así.
A los caunóquinos, pertenecientes a una tribu neozelandesa compuesta de individuos de una fineza extraordinaria, les estaba terminantemente prohibido que los jueves pusieran el sexo en funcionamiento. Las mujeres de este credo se decían cuando peleaban: «Anda que te quedes fija en jueves y te caiga encima un lobo». Al decir lobo se referían al marino, con lo que pesa.
A los fieles masfetantes se les permitía cazar y comer insectos —una de sus tres fuentes alimenticias— todos los días del año, salvo los quince en que la décima luna llena del año masfetante hace que los insectos, alados o no, se muevan a mansalva. Los sacerdotes masfetantes sí tenían bula para cazarlos (lo cierto es que era el único privilegio de que gozaban).
Los yerbatólidos, de Australia, eran vegetarianos absolutos. Creían que todos los animales eran reencarnaciones de sus antepasados. Y que ellos se comieran a sus antecesores no agradaría a los doce dioses que tenían. Digamos en su disculpa —decía Alfred— que como consecuencia de su extremado vegetarianismo cumplido generación tras generación, las dotes intelectuales de estos individuos se encontraban prácticamente al mismo nivel que las de sus ancestros convertidos en cuadrúpedos.
No menos curiosos eran los carasorantes. Los miembros de esta secta, que habitaban entre Sudán y Egipto, se decían cristianos, aunque eran sobre todo bíblicos. Lo demuestra el hecho de que llevaban al extremo aquello de «ganarás el pan con el sudor de tu frente». Los carasorantes sólo comían pan si previamente habían sudado. Pero como siempre y en todo hay algún truquillo, esta gente podía comer cualquier otra cosa aun sin haber sudado. Tendría que ser un Sínodo el que resolviera si tan adaptable literalidad de la Biblia está dentro de los límites de la ortodoxia.


No podemos dejar out-of-band una de las principales actividades que el inglés desarrolló en Sevilla. Alfred era un gran aficionado al football, cosa de la que no hay que extrañarse, dado el lugar de nacimiento de ambos. A la llegada de Crazy, en 1910, el Sevilla FC era ya un club consolidado. El deporte del puntapié y el cabezazo causaba furor entre la gente joven, y Alfred y su amigo Merevilla se encargaron de formar grupos de hooligans que acompañaban al equipo en todos sus partidos, dentro y fuera de la capital. Téngase en cuenta, no obstante, que esos hooligans sevillistas en nada se parecían a sus colegas ingleses de entonces y de décadas posteriores: algunos forofos eran brutos, pero bastaba la mirada de Crazy —o la de Ven, que siempre acompañaba a los dos amigos— para que se pensaran más de una vez el hacer algo indigno de seguidores de deporte tan caballeresco.
La dedicación de Alfred al football tuvo la malajá de provocar los únicos rasponazos habidos entre la alcalareña y el inglés. Águila no llegó a cantarle a su marido aquello de

Por qué, por qué
los domingos me abandonas por el fútbol

porque Rita Pavone tardó casi cincuenta años en hacerlo, pero sí que le cantaría las cuarenta. Tanto es así que a la tercera advertencia ya le había dado Alfred un patadón al rollo de los hoolingans más propio del rugby que del football.
Es muy probable que en el proverbial sevillismo de todos los Bono de Alcalá, pasados y presentes, acomodados o no, haya tenido alguna influencia el de Crazy, a través, naturalmente, de su unión con Águila Bono Morillo. Pero es que con la mayoría de los Morillo pasa igual: sevillistas hasta los calzones. Podríamos decir hasta la médula, pero dejemos ésta para cosas más serias.

Digamos, para terminar esta reseña, la cual he abordado sólo por dar a conocer someramente a otra de las personas extranjeras relacionadas con Alcalá, que nuestra pareja dio a este mundo otros tres seres. Fueron, por este orden, Solita, Segunda y Zaguero. Dos hembras y un varón que siempre mantuvieron viva la llama del alcalareñismo auténtico, no del patoso y falso sostenido en aspavientos.
Los cinco —Ven cayó víctima de un fuego cruzado en julio de 1936, en el barrio de San Julián— salieron de España en 1938, ayudados por el representante del Reino Unido ante la Junta de Burgos, gracias a que el primo de Crazy hizo las oportunas gestiones. Alfred le había manifestado el profundo disgusto que a toda la familia le producía vivir en aquella España. Menos mal que el pariente no se lo tomó a la tremenda.
Segunda y Zaguero murieron en 1942 durante uno de los bombardeos sobre Londres. Solita, que residía con su marido en Bradford, llevó consigo a sus padres. Alfred falleció en 1948 y Águila en 1952. Ambos habían sobrellevado la pena uniéndola a la de tantos otros.
Sépase, por fin, que mucho de lo expuesto procede del testimonio de John Deere Crazy, único hijo de Solita, que estuvo en Alcalá en julio de 2010, acompañado de un su hijo y dos sus nietas. Y de cosas aparentemente sueltas que me contaba Fernando Morillo Pallarés, sobrino segundo de Águila Bono Morillo, en aquellas tardes-noches en que iba a charlar con mi padre.

DÚO ALCALAREÑO. María del Águila Barrios y Joaquín de Grado

Foto: LGV 2011 

¿ADOQUINES EN LA CABEZA?

Por María del Águila Barrios

 Hace varias semanas vimos en la Plazuela unas máquinas arrancando el alquitrán. Justo debajo aparecían adoquines, poliedros rectangulares que vendrían perfectamente para componer un pavimento característico. Justo lo contrario de las losas de cemento que pondrán ahora, que irán adquiriendo un aspecto deplorable a medida que pasen los meses y vayan captando la suciedad, haciéndola parte permanente de sí.

             El comienzo del borrado de Alcalá podemos situarlo a mediados de los sesenta, cuando se demolió la casa de Paulita (que no estuvo en pie ni cuarenta años), y se hizo desaparecer la Plaza de Abastos de la calle de la Mina. Desde entonces, nadie con poder para hacerlo ha intentado parar el borrado; por el contrario, se ha seguido con él hasta el punto de encontrarnos ante una situación irreversible.

             A partir de los años ochenta, los alcalareños fuimos asistiendo, entre el desconcierto y la impotencia de muchos, y la complacencia de otros, a las transformaciones del Duque y la Plazuela, con la sustitución de la cerámica de Triana que iluminaba ambas plazas, así como de la forja de sus bancos por burdas imitaciones. A principios de esa década estaban en pie algunos edificios que habían albergado panaderías: si se hubieran mantenido esas nobles edificaciones hoy serían objeto de visita por escolares y hubieran sido bellos museos en el centro de nuestra localidad, como pudo haberlo sido la panadería que había donde hoy está Cajasol.

             Si se hubiera tenido inteligencia y cultura, y no un adoquín por cabeza, la que hoy se presenta como «Ciudad de la Infancia» o «Ciudad de la Cultura» contaría ahora con recursos para enseñar en las escuelas muchas de las materias que hoy no pueden impartirse más que con el libro de texto. Además, las visitas extraescolares no tendrían que hacerse fuera de aquí para conocer lo que se estudia, y lo mismo en lo que atañe a asociaciones y grupos. Así nuestro pasado no habría que imaginarlo con la ayuda de postales y libros monográficos (¡que menos mal que existen!), sino que en cierta medida estaría vivo, formando parte de la realidad cotidiana, afianzando nuestra identidad. Pero hace tanto que nos topamos con intereses ajenos a la inteligencia y a la cultura… que así nos va.

             Ya sólo queda el parque de Oromana y el campo que todavía puede verse desde algunas calles o a poco que se sale de la masa informe de edificaciones sin ningún criterio estético.

             Volviendo al título de esta líneas, ¿adónde irán a parar los adoquines que han quitado de la Plazuela y que podrían aprovecharse para la remodelación en curso? Por lo menos que nos lo digan esos otros con boca, nariz y ojos que nos gobiernan (orejas no tienen más que para lo que les conviene).

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Foto: LGV 2011

LAS CRUCES DE ALCALÁ

Por Joaquín de Grado

 

Aun sin aún haber sido instalada la lápida de la Cruz del Inglés, Alcalá lleva sobre sí más cruces que la Semana Santa de Toledo a hombros de penitentes. Tantas cruces como digo no son, a diferencia de la del inglés, y según los gustos, más o menos anodinas o merecedoras de admiración, sino que son cruces de esas que tanto usaron los romanos.

             ¿Les parece a ustedes chica cruz la de la deuda? Sólo con los intereses que se han pagado, se pagan y se pagarán por préstamos para cosas totalmente innecesarias e incluso perjudiciales, se podrían haber hecho otras que son precisas desde hace mucho tiempo. ¿Qué les parece uno, dos, o tres colegios? O piensen (¿pido mucho?) en otras necesidades que, en conjunción con otras administraciones, podrían resolverse o poner en buen camino.

             ¿Qué me dicen de esa cruz clavada en los pies del castillo: ese auditorio donde nada se escucha y nada se ve, salvo la misma mole, tan plena de molicie, tan propia para ser exhibida como modelo en un curso de arquitectura ambiental e histórico-decorativa? ¿Y la gamberrada de la Plazuela? ¿Y la cruz del tráfico? ¿Y la de los ruidos? ¿Y la sordera ante el grito ciudadano? ¿Y ese me da lo mismo lo que sea, que yo sirvo a quien me unta? ¿Qué más cruz que la de la dictadura –de la minoría aupada por una minoría- de la que no nos salvará la OTAN? Podría simbolizarse la cosa poniendo una cruz mastodóntica en esos jardines colgantes de Nínive que han hecho en lo de los peones camineros.

Leer también «¿Y LAS OBRAS?» Por Romualdo Maestre

QUE SEAS TÚ. Poema, con reportaje fotográfico del día de santos y del de difuntos (Alcalá de Guadaíra, noviembre de 2009). Lauro Gandul Verdún.

Paisaje sobre aire del Rincón de Alcalá.

Parte vieja del cementerio de San Mateo.

Progreso también en la ciudad de los muertos.

Flores para un muerto futuro.

Franco el nicho.

Flores frescas para la tumba.

<< Enhiesto surtidor… >>

… Sobre el agua del Guadaíra.

El otro Oromana con sus árboles y su cielo sobre la lámina del Guadaíra.

LOS TALENTOS. Olga Duarte Piña (2009).

 

pinares-con-edificaciones-2008

 Vista de Alcalá de Guadaíra

 Foto LGV

2008

 

Observemos la fotografía: Los copudos pinares de Oromana, los eucaliptos al fondo y la asfixiante urbe en una mañana de verano. Ningún árbol entre las fronteras del verde. El frescor del verdor y el calor acumulado entre los innumerables tabiques. El misterio y la angustia.

            La gente quizás ya esté fuera de sus casas para aprovechar las primeras horas matutinas en las que no pesa hacer cualquier recado pero temen volver a sus recalentados hogares como colmenas en las que no se ha tenido en cuenta la medida humana. Y miran como un espejismo al verde parque al que sólo podrán llegar alguna tarde.

            La importancia histórica de Alcalá como locus amoenus, lugar placentero, es conocida por sus habitantes. Dice María Moliner en su Diccionario de Uso del Español: «Aplicado a lugares, con encantos naturales y donde es grata la estancia.» Se sabe que por aquí han pasado pintores, fotógrafos, músicos, poetas y románticos interesados por este pueblo a orillas de un río y entre alcores. A principios del siglo XIX José María Blanco-White escribiría sobre Alcalá, lugar saludable, frente a una Sevilla arruinada por las enfermedades. El libro de Juan Fernández Lacomba (2002) La Escuela de Alcalá de Guadaíra y el paisajismo sevillano. 1800-1936 da fe de la relevancia paisajística, artística y cultural de nuestro pueblo durante más de un siglo. Pero también aquí, hoy en día, residen artistas, creadores y amantes de los cielos y recovecos de este pueblo que aún no han sido mermados por el afán urbanístico… ¿saben esto nuestros gobernantes? Pensando en ello me he acordado de la parábola de Los talentos (Mt 25, 14-30) de la que cito el inicio de la misma: «El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.» Aquél que recibió sólo un talento lo enterró por temor a perderlo, a su regreso el hombre lo repudió quitándole el talento y dándoselo al que de cinco le entregó diez.

            Quienes se encargan la Cultura o del Patrimonio de Alcalá desconocen o niegan a los creadores que viven en este pueblo, no cuentan con ellos, no se interesan ni les preguntan por sus ideas ni saben siquiera sobre el discurrir de sus investigaciones, por eso no los hacen partícipes de los proyectos que se realizan para Alcalá. Éstos son encargados a mentes funcionariales que podrían elaborarlos para cualquier otro municipio. Cuántas ideas quedan enterradas como talentos y cuántos talentos son desaprovechados.

            No se percatan, por pura y osada ignorancia, que Alcalá sería otra ciudad si fueran los artistas los que contaran para organizar los festivales de verano y otros eventos culturales necesarios, vinculados al teatro, el cine o la música. Tampoco son tenidos en cuenta para la restauración y aprovechamiento del patrimonio: los molinos, la Casa de Ibarra, el antiguo Cuartel de la Guardia Civil y tantos edificios con los que no se sabe qué hacer mientras se desmoronan y espantan a los visitantes; o aquéllos que ya cayeron bajo la picota como la Plaza de Toros que hubiera sido un excelente escenario para conciertos y representaciones teatrales.

            En muchas históricas ciudades europeas ya hace tiempo que cuentan con sus artistas, éstas no hace falta mencionarlas pero ¿saben nuestros concejales cuáles son?.

 

APUNTES PARA UNA ELEGÍA A JUAN PORTILLO (Lauro Gandul verdún, 2003)

LLORA el libro primero

Abierto

Sobre el pecho quieto

Ahora

Sin su dueño

Sus gafas

Sin su mirada

La de sus ojos

Llora

Dos páginas

Por las yemas de unos dedos

Tocadas

En el último segundo

Ahora

Como dos brazos abiertos

Sobre el pecho quieto

Lloran

Palabras

Frases

Textos

Adiós

Lo que contaban le dijo:

Adiós

Aquí la casa

Donde nació

El patio

El gabinete

El comedor

Aquí

Donde por primera vez

Le llamaron Juan

Donde cumplió todos sus años

Donde fue un niño

Un muchacho

Un hombre

Ahí le veis soñando en los trasteros

En Oromana junto al río

Con gorra y bufanda

Juan pasea

Un día bello

Entre hermosos árboles

En cuyas copas silban los mirlos

Seducido por la frescura del aire

El temblor de las hojas

Los colores de una tarde como ésta

Ahí le veis

Simplemente feliz

Contemplando

En Oromana junto al río

Aferrado a los crepúsculos

Oh sabio

Oh coleccionista

Oh necesario

Ahí le véis

Hecho de sueños

Convertido en nube.

 

 

LOS EXPEDITO Y LA MÚSICA (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2007)

 

 


De izquierda a derecha,
José, Rafael y Expedito Fernández Alba con el uniforme de la Banda Obrera
en Alcalá de Guadaíra, 1931.
Foto de autor anónimo,
cedida por Expedito Fernández Fernández

 

La Banda Obrera supuso un fenómeno insólito, puesto que a duras penas conseguían los pueblos de entonces que sus ayuntamientos crearan o ayudaran a crear una banda municipal. En la Alcalá de los años treinta van a ofrecer conciertos y pasacalles tanto la oficial como esta otra surgida de la voluntad y el arte de un puñado de guarnicioneros, horneros, toneleros, caleros, zapateros, carpinteros, panaderos…, hechos músicos por Rafael Fernández Alba. A veces coincidían al dar sus conciertos: cuando una tocaba en el Duque, la otra lo hacía en la Plazuela.

            La Orquesta Hollywood, que era más bien una jazz-band formada por tan sólo siete u ocho miembros, permitía una mayor capacidad de movimiento y ser contratada más veces para tocar en locales donde la banda no tenía cabida, y por entidades diversas: no iba a tocar la banda en las terrazas del hotel Oromana y sí la orquesta, o en una caseta de feria o en el pequeño cine del Pere-Gil. Nos atrevemos a sugerir que probablemente la pequeña Orquesta Hollywood financiara una parte importante de los gastos de funcionamiento de la banda, y al revés. Todos los músicos de la Hollywood pertenecían a la Banda Obrera. Al mismo tiempo, la actividad de la jazz-band, tanto los ensayos como las funciones públicas, serviría además como laboratorio musical en el que experimentaban con los nuevos ritmos venidos de los Estados Unidos, aunque en las veladas y bailes donde actuaban no faltaban pasodobles o tangos. Sería curioso poder hoy, si hubieran quedado grabaciones de la Orquesta Hollywood y de la Banda Obrera, analizar las recíprocas repercusiones, estrictamente musicales, en la manera de ejecutar una y otra sus respectivos repertorios. En cualquier caso todos los músicos de ambos conjuntos habían tenido que costearse sus instrumentos y el encargo de sus uniformes en la sastrería, y no perder el tiempo desde que salían de sus trabajos para no llegar tarde a los ensayos en la casa que Rafael Alba, tío de Rafael, poseía en la calle Coracha frente a la calle Gloria.

            Hay una anécdota que Vicente Piña contaba sobre la banda obrera, acerca de una vez que para ensayar un pasacalle contrataron un camión que los llevara al campo, cerca del lugar conocido como El Junco. Se pusieron a tocar a compás de marcha y en formación, sin darse cuenta de que estaban junto a un cercado de toros. La música atrajo a los animales y los músicos se asustaron y a toda prisa como pudieron se subieron al camión. Pero las bestias no se habían aproximado para embestirlos, sino para escucharlos, atraídas por aquellos sonidos, tan extraños en aquel lugar. Sin dar muestras de fiereza alguna allí se quedaron los toros parados como apreciando la belleza de las notas. Y los músicos decidieron bajarse del camión y continuar con el ensayo del pasacalle ante un público de mansos cuadrúpedos.

            La Guerra Civil fulminó el sueño de los Expedito. La Orquesta Holliwood y la Banda Obrera desaparecieron. (…)