DÚO ALCALAREÑO. María del Águila Barrios y Joaquín de Grado

Foto: LGV 2011 

¿ADOQUINES EN LA CABEZA?

Por María del Águila Barrios

 Hace varias semanas vimos en la Plazuela unas máquinas arrancando el alquitrán. Justo debajo aparecían adoquines, poliedros rectangulares que vendrían perfectamente para componer un pavimento característico. Justo lo contrario de las losas de cemento que pondrán ahora, que irán adquiriendo un aspecto deplorable a medida que pasen los meses y vayan captando la suciedad, haciéndola parte permanente de sí.

             El comienzo del borrado de Alcalá podemos situarlo a mediados de los sesenta, cuando se demolió la casa de Paulita (que no estuvo en pie ni cuarenta años), y se hizo desaparecer la Plaza de Abastos de la calle de la Mina. Desde entonces, nadie con poder para hacerlo ha intentado parar el borrado; por el contrario, se ha seguido con él hasta el punto de encontrarnos ante una situación irreversible.

             A partir de los años ochenta, los alcalareños fuimos asistiendo, entre el desconcierto y la impotencia de muchos, y la complacencia de otros, a las transformaciones del Duque y la Plazuela, con la sustitución de la cerámica de Triana que iluminaba ambas plazas, así como de la forja de sus bancos por burdas imitaciones. A principios de esa década estaban en pie algunos edificios que habían albergado panaderías: si se hubieran mantenido esas nobles edificaciones hoy serían objeto de visita por escolares y hubieran sido bellos museos en el centro de nuestra localidad, como pudo haberlo sido la panadería que había donde hoy está Cajasol.

             Si se hubiera tenido inteligencia y cultura, y no un adoquín por cabeza, la que hoy se presenta como «Ciudad de la Infancia» o «Ciudad de la Cultura» contaría ahora con recursos para enseñar en las escuelas muchas de las materias que hoy no pueden impartirse más que con el libro de texto. Además, las visitas extraescolares no tendrían que hacerse fuera de aquí para conocer lo que se estudia, y lo mismo en lo que atañe a asociaciones y grupos. Así nuestro pasado no habría que imaginarlo con la ayuda de postales y libros monográficos (¡que menos mal que existen!), sino que en cierta medida estaría vivo, formando parte de la realidad cotidiana, afianzando nuestra identidad. Pero hace tanto que nos topamos con intereses ajenos a la inteligencia y a la cultura… que así nos va.

             Ya sólo queda el parque de Oromana y el campo que todavía puede verse desde algunas calles o a poco que se sale de la masa informe de edificaciones sin ningún criterio estético.

             Volviendo al título de esta líneas, ¿adónde irán a parar los adoquines que han quitado de la Plazuela y que podrían aprovecharse para la remodelación en curso? Por lo menos que nos lo digan esos otros con boca, nariz y ojos que nos gobiernan (orejas no tienen más que para lo que les conviene).

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Foto: LGV 2011

LAS CRUCES DE ALCALÁ

Por Joaquín de Grado

 

Aun sin aún haber sido instalada la lápida de la Cruz del Inglés, Alcalá lleva sobre sí más cruces que la Semana Santa de Toledo a hombros de penitentes. Tantas cruces como digo no son, a diferencia de la del inglés, y según los gustos, más o menos anodinas o merecedoras de admiración, sino que son cruces de esas que tanto usaron los romanos.

             ¿Les parece a ustedes chica cruz la de la deuda? Sólo con los intereses que se han pagado, se pagan y se pagarán por préstamos para cosas totalmente innecesarias e incluso perjudiciales, se podrían haber hecho otras que son precisas desde hace mucho tiempo. ¿Qué les parece uno, dos, o tres colegios? O piensen (¿pido mucho?) en otras necesidades que, en conjunción con otras administraciones, podrían resolverse o poner en buen camino.

             ¿Qué me dicen de esa cruz clavada en los pies del castillo: ese auditorio donde nada se escucha y nada se ve, salvo la misma mole, tan plena de molicie, tan propia para ser exhibida como modelo en un curso de arquitectura ambiental e histórico-decorativa? ¿Y la gamberrada de la Plazuela? ¿Y la cruz del tráfico? ¿Y la de los ruidos? ¿Y la sordera ante el grito ciudadano? ¿Y ese me da lo mismo lo que sea, que yo sirvo a quien me unta? ¿Qué más cruz que la de la dictadura –de la minoría aupada por una minoría- de la que no nos salvará la OTAN? Podría simbolizarse la cosa poniendo una cruz mastodóntica en esos jardines colgantes de Nínive que han hecho en lo de los peones camineros.

Leer también «¿Y LAS OBRAS?» Por Romualdo Maestre

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