DEL OTOÑO A LA PRIMAVERA (150×150 cms. Óleo s/tela). Gema Atoche, 2010
TERCERA PARTE
Un día supe que andaba contando que su madre lo había tenido en el hospital de la Cruz Roja, donde hubieron de hacerle la cesárea. Resulta que en esos días estaba en Sevilla doña María de las Mercedes de Borbón,esposa de don Juan de Borbón y madre de nuestro anciano rey Juan Carlos. La señora, que vivía en Portugal, o alternativamente en Portugal y Suiza, había ido a Sevilla a ver a su padre, ya moribundo. Total, que doña María de las Mercedes visitó también el hospital de la Cruz Roja. Una vez en él, de entre todos los recién nacidos sólo cogió en brazos a uno, precisamente a Ramirito. Y Ramiro va haciendo gracias por ahí diciendo que es «hermano de brazos» de Juan Carlos, porque si hay hermanos de leche, de sangre, de cría, etcétera, también los hay de brazos. Y que él y Juan Carlos lo son. La cosa tendrá gracia o no la tendrá, lo que pasa es que el niño protagonista de hecho, que ocurrió el 24 de Marzo de 1955, dos días después de haber sido extraído por cesárea, no fue Ramiro Ruiz Gantero, sino un servidor, Raúl Roca Gales, que había nacido en las circunstancias descritas. Soy yo, por tanto, quien ostentaría el título de hermano de brazos de Juan Carlos I. Que Ramiro se apropiara de esa forma de lo que me había sucedido vino a demostrarme con rotundidad que lo que hace Ramiro no es escuchar y discernir, sino que lo suyo es absorber lo que flote, circule o vibre por el aire, convirtiéndola en una más de las cosas de Ramiro, que, dicho sea de paso, nació en la misma casa donde vive, en 1949 y sin distocia de ninguna clase.
Recuerdo ahora cuando lo jubilaron anticipadamente en la fábrica de vidrio en la que estuvo durante veinticinco años. Hace de eso unos diez. Fuí a recogerlo con el coche porque después íbamos a Sevilla. En la puerta estaban el gerente, todos los de la oficina (donde trabajaba) y los encargados de los talleres, observando al prejubilado mientras se alejaba de la factoría. No sé si lo que hacían era despedirse de un querido compañero o si comprobaban su partida por parecerles increíble. Ya en Sevilla, y yendo los dos por una casi desierta calle Trajano en busca de la gestoría en la que Ramiro tramitaba un asunto, dos jovenzuelos se cruzaron con nosotros, casi a la carrera, preguntándonos en ese momento: «¿Sabe usted cómo va España?». «¡España va bien!», gritó Ramiro. Los chavales echaron a reír con estrépito. Era el día, y la hora, en que la selección española de fútbol se las veía con la de Dinamarca. Esas ocurrencias, que de todas formas prodiga poco, son las que hacen que a veces merezca la pena estar a su lado.
A Ramiro le exasperan las molestias impuestas e innecesarias. Leonardo me contó que una tarde, serían las tres y media, sonó el teléfono. Lo cogió Teresa. Era una de esas odiosas llamadas comerciales y la hermana de Leonardo, disculpándose, colgó de inmediato. A las cuatro volvieron a llamar. Esta vez, al ver que de nuevo aparecía en el reconocedor la leyenda «NÚMERO PRIVADO», nadie cogió el aparato. A las cuatro y diez sonó de nuevo el repiqueteo y esta vez fue Ramiro a contestar, haciéndolo de esta manera: «Señorita, ¿está su jefe ahí cerca?». Parece que la señorita siguió con su trascendental tarea informativa sin hacer caso de la pregunta de Ramiro. «Pues mándelo usted a la mierda de mi parte, señorita». Pero la tal vez atada al desesperante parloteo siguió perorando sin desmayo, de modo que Ramiro, sin alterarse demasiado, le soltó, colgando después: «Pues vaya usted a la misma mierda que su jefe, señorita». Totalmente excesivo, y, por desgracia, tan inútil como querer detener el oleaje del mar. Antes podremos acabar con el mar que con su oleaje.
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«Sevicias de la amistad me someten a ver, en primer lugar, el pequeño espacio dedicado a la exposición de Nozolino. Siempre branco e preto. «Far Cry», libro de los importantes de la historia de la fotografía y que condensa su trabajo de más de tres décadas, se muestra en versión de diaporama con música original. Uno sabe que tiene el privilegio de asistir a algo único, insólito, exclusivo. Pero eso no te libra de un gancho a la boca del estómago, seguido de un crochet a la cabeza, que te dejan KO. Sólo un corazón dolorido en nuestra mano resiste hasta el final. Y en ese estado, pobre Bernardo Soares, uno todavía tiene que contemplar Bone Lonely. Su último trabajo, una serie de fotos de pequeño formato, todas verticales, sin cristal que nos las distancie, pero que duelen como puñales. Herir así, sólo está al alcance de los grandes poetas. Artistas que son capaces de hacerte ver, avant la lettre, hasta las pirámides de Egipto de un modo diferente.»
COMUNICADO
Recuso na sua totalidade o Prémio AICA/MC 2009 em repúdio pelo comportamento obsceno e de má fé que caracteriza a actuação do Estado português na efectiva atribuição do valor monetário do mesmo. O Estado, representado na figura do Ministério da Cultura (DGARTES), em vez de premiar um artista reconhecido por um júri idóneo pune-o! Ao abrigo de um parecer obscuro do Ministério das Finanças, todos os prémios de teor literário, artístico e científico não sujeitos a concurso são taxados em 10% em sede de IRS, ao contrário do que acontece com todos os prémios do mesmo cariz abertos a candidaturas.
A saber: Quem concorre para ganhar um prémio está isento de impostos pelo Código de IRS. Quem, sem pedir, é premiado tem que dividir o seu valor com o Estado!
Na cerimónia de atribuição do Prémio foi-me entregue um envelope não com o esperado cheque de dez mil euros, como anunciado publicamente, mas sim com uma promessa de transferência bancária dessa mesma soma, assinada por Jorge Barreto Xavier, Director Geral das Artes. No dia seguinte, depois do espectáculo, das luzes e do social, recebo um e-mail exigindo-me que fornecesse, para que essa transferência fosse efectuada, certidões actualizadas da minha situação contributiva e tributária, bem como o preenchimento de uma nota de honorários, onde me aplicam a mencionada taxa de 10%, cuja existência é justificada pelo Director Geral das Artes como decorrendo de um pedido efectuado por aquela entidade à Direcção-Geral dos Impostos para emitir «um parecer no sentido de que, regra geral, o valor destes prémios fosse sujeito a IRS».
Tomo o pedido de apresentação das certidões como uma acusação da parte do Estado de que não tenho a minha situação fiscal em dia e considero esse pedido uma atitude de má fé. A nota de honorários implica que prestei serviços à DGARTES. Não é verdade. Nunca poderia assinar tal documento.
Se tivesse sido informado do presente envenenado em que tudo isto consiste não teria aceite passar por esta charada.
Nunca, em todos os prémios que recebi, privados ou públicos, no país ou no estrangeiro, senti esta desconfiança e mesquinhez. É a primeira vez que sinto a burocracia e a avidez da parte de quem pretende premiar Arte. Não vou permitir ser aproveitado por um Ministério da Cultura ao qual nunca pedi nada. Recuso a penhora do meu nome e obra com estas perversas condições. Devolvo o diploma à AICA, rejeito o dinheiro do Estado e exijo não constar do historial deste prémio.
Paulo Nozolino
1 de Julho de 2010
SEGUNDA PARTE
El verano pasado lo evité algunos días, aunque mi intención fue haberlo hecho por una larga temporada. El motivo fue una casualidad como la de que era la tarde de un sábado de Agosto y los dos coincidimos en tener que ir a la farmacia de guardia. Él por su madre y yo por mi memoria. El calor, qué les voy a contar a ustedes, era del que le hace uno renegar de todo lo renegable. A mitad de la calle Gandul, a la altura del Donegan, vimos a una mujer en un coche con las ventanillas cerradas y el aire acondicionado en funcionamiento. Bueno, en realidad yo vi a una mujer en un coche. La mujer, esto ya lo he puesto en pie después, se notaba relajada, a gusto dentro de aquella cámara benefactora, de aquel atérmano microclima, que diría un cursi de hoy. Pues bien, Ramiro cruzó de repente la calzada y golpeó levemente la ventanilla. La que en ese momento estaba en la gloria bajó un poco el cristal, lo suficiente para oír la petición de mi acompañante: «Abra usted, que vamos a entrar un momento para refrescarnos». No dio tiempo a que ocurriera nada más, porque pronunciando Ramiro la última sílaba ya lo tenía yo agarrado del brazo y tiraba firmemente de él, mientras miraba a la mujer intentando que notara en mi cara el mismo asombro, o casi, que había en la suya. Yo sudaba mientras maldecía la mala pata de no haberme acordado por la mañana de la medicina que necesitaba retirar. Mintiendo, le dije que había olvidado la tarjeta, bajé hasta el Pasaje Pinto y di un rodeo por la calle Mairena y la del Carmen, dándole tiempo a que llegara a la farmacia, que le atendieran y ponerse en la Plazuela. «Más sorprendida que la Armada Invencible», dijo después Ramiro del estado de la mujer, asegurando, además, que lo correcto hubiera sido que ella ofreciera su coche como refugio sin tener que pedírselo, dadas las circunstancias ambientales. A Rafaela, una vecina amiga mía, que estaba en aquel momento cerrando la puerta de su cochera, no se le pasó por alto el acontecimiento del coche con mujer o mujer con coche, porque al día siguiente me preguntó: «¿Ahora qué le pasaba al loco ése?».
A mediados de verano Ramiro había logrado disminuir el número de bichos, hasta el punto de decirme, usando una de sus antañadas: «Me parece, Raúl, que han quedado extinguidos, como los hebreos en Egipto». «O como los indios en el Caribe después de llegar nosotros», puntualicé, a sabiendas de que la apostilla le molestaría. «Tú sabes que los ingleses fueron peores en Norteamérica», me respondió, en un tono que indicaba el fin por ese día de los comentarios históricos.
Pero no resultó cierta la desaparición de los bichos, porque una tarde, ya tarde, vio uno por la pared, a buena altura, que fue a refugiarse, ante el avance de Ramiro, en el almanaque de la cocina. Sucedió que al dar Ramiro un manotazo para matar al bicho cayeron del almanaque cuatro o cinco más, todos vivos, mientras que dos o tres corrían por los azulejos. Estaban allí acogidos al paso del tiempo, probablemente en la hoja de Diciembre, pero para ellos el año acabó algunos meses antes: Ramiro los mató a todos. A consecuencia del incidente, lo mismo doña Aurora que Teresa, cada vez que toman una revista en sus manos (doña Aurora el Semana, Teresa el Hola) la sacuden, no sea que los cocineros recorran sus páginas, y no precisamente ofreciendo recetas.