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POBLACIONES/POPULATIONS (POEMA IV, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

«CARMINA» Nº 2

EN UN MOLINO ÁRABE. Poema de Vicente Núñez en «CARMINA», Aniversario X

.

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DESDE el rango que impuso en ti aquel siglo

cuya informe tarea

hoy nos levanta indemnes

sobre el escombro que enguirnalda el Betis,

piedra y dominio, poderoso río,

vencidos ante ti, te mortifican.

.

No con veloces ojos de codicia

o de ilegal donaire

llegues, tú que de urgencias

te creíste insaciable:

un canon de amargura semejante a la tuya

implantarías entre quienes, vivos,

cruzan bajo las bóvedas con más suaves cadenas.

.

Ellos, sujetos a distinto curso,

ni tienen en ti parte ni gradúan

la soledad de quien, devuelto al tiempo,

halla usurpada su mansión antigua

por un linaje inmune a la venganza.

.

Perder, un viejo frente, sí; pero, abatidos,

sin igualar justicia a vencimiento,

aquellos muros no se allanan, viven,

vuelven a alzar su enseña y desmesura

en un campo contrario

a la hostil convivencia.

.

Inútil es entonces encararse

a lo que, como restos,

permanece invencible. Su semilla

ya no germina en nuestros corazones;

los infecta y arrasa, cuando ella

sólo pudo formarse a expensas nuestras.

.

¿No es en este remanso más grave la belleza?

¿O pasa, como el agua

entre la red, desnuda y fugitiva

tras la bodega, el canalillo, el foso,

la aceña y los senderos que conducen al dique?

.

Pues aquí la belleza silbó bajo los arcos,

y era una cinta indómita su brío.

Vino cargada y no advirtió su yugo,

y, todavía, ligera,

tomó en el duro hierro del gimnasio

un sorbo matinal de compostura.

.

Su cuerpo entonces no transige

más que consigo mismo,

y por eso es tan ágil su abrazo en la mañana.

Su cuerpo no consume

más que instantes o espumas,

y elástico y siniestro, en la argamasa justa

de todo cuanto impone desdén hacia la muerte,

levanta irresistible su parteluz sonoro.

.

Ajeno al fatigoso botín de los sentidos,

que medra en torvas cámaras

donde rige el hastío,

surge recién salvado de esa muerte que ignoras:

punto y recinto a la congoja tuya,

que ha vuelto transitorias tales eternidades.

.

Y así, si, en el encuentro con la belleza, acaso

una ínfula sólo de su estéril tocado

rozó tu vida, cede.

Y, escombro de ti mismo,

mira perdidos, desde

un extremo a otro extremo,

la gloria de aquel siglo

y el día en que la cantas,

canto tú de ninguno.

.

.

POBLACIONES/POPULATIONS (POEMA VI, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

POEMA VI DE POBLACIONES. Vicente Núñez

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«CARMINA» Nº 2

POBLACIONES (POEMA VI, con dibujo de Zsolt Tibor). Vicente Núñez

CARMINA Nº 2

POBLACIONES (POEMA II, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

POBLACIONES (POEMA II, con dibujo de Zsolt Tibor). Vicente Núñez

«CARMINA» Nº 2

LA GOLONDRINA. Vicente Núñez

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LA PRIMAVERA. Antonio Luis Albás y de Langa, (2011)
LA PRIMAVERA. Vicente Núñez (con dibujo de Zsolt Tibor)
ABRIL 1938. Rafael Alberti (1902-1999), con dibujo de Luis Caro
LAS HIJAS DE PANDIÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

Emilio Prados, José Moreno Villa y Luis Cernuda en la década de los cincuenta

Tres Cruces, 11

Coyoacán

México, D.F.

México

Abril 8, 1959

Querido Vicente Núñez:

Le ruego acepte el testimonio de mi pesar por la muerte de su madre. No supe nada de su desgracia hasta que usted mismo me enteró de ella en su carta del 2. Lamento su mala salud y confío se vaya restableciendo como me indica.

Sí recibí hace tiempo Los días terrestres y me disculpo por no habérselo dicho antes, como dice usted en su carta; creo que a veces las circunstancias aparecen demasiado entre estos versos, restándoles entonces algo de la energía que la experiencia poética, nacida de aquellas circunstancias, debe darles. Pero eso, si es que ocurre como le digo, no impide que en no pocos poemas del libro éstos escapen a sus circunstancias, imponiéndose al lector por sí mismos, como fruto de una experiencia poética y humana. Así ocurre, por ejemplo, en el poema «La casa vacía» o «Hora del llanto», «Bajo el palio secreto», «El capitán Calandria», entre otros a citarle.

Le digo eso con bastante temor y recelo, porque sé que los veintitantos años de edad, por lo menos, que nos separan, son un obstáculo grave: el poeta joven puede apreciar al poeta viejo, si éste se conserva vivo como poeta; pero el poeta viejo, por vivo que se conserve como tal poeta, raramente puede apreciar la novedad que aporta el poeta joven. No sé si le aludí alguna vez a mi experiencia desastrosa con J.R.J., quien no se daba cuenta de eso y, lo que es peor, hacía política de sus elogios o censuras para con los jóvenes de mi tiempo.

Ayer le envié certificado, por correo ordinario (tardará en llegarle unas ocho semanas), su ejemplar de La realidad y el deseo.

«El Tiempo» de Bogotá dedicó una página a la publicación de mi libro, y en ella había un largo extracto de su estudio publicado en aquel número de «Cántico». Yo le había regalado ejemplar del mismo a un amigo colombiano y le dije que el trabajo de usted era el que más satisfacción me daba.

Saludos afectuosos de

Luis Cernuda

Perdone la mecanografía poco limpia de esta carta.

De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz

Sevilla

1981

***

Dibujo de V. N.

LA CASA VACÍA

LA casa está vacía. Veintinueve de octubre.

Un mastín de abandono vigila sus estancias.

Quiero aspirar la vida que sollozó aquí un día,

sentir en los postigos del ventanal la lluvia,

adivinar las rotas atalayas del cerro

en la bruma uniforme del mar y de los árboles.

Quiero asir nuevamente esas lámparas ciegas,

encender esos tallos de luz asesinada,

rozar aquellas ropas, tendidas en los ángulos

más íntimos y claros de la gran azotea.

Quiero alzar un puñado de sol y desgranarlo

contra mustios espejos y tenues desamparos

desde los cuales todo lo que pasó regrese.

Quiero tocar y muero, palpándome tras ellos:

volver es como irse pudriendo de misterio

entre la lozanía pueril de la memoria.

Quiero su voz, no el eco de unos pasos caídos;

mi muerte, si es que puedo llegar por fin a ella.

La casa está vacía. Viento largo; ¿lo sientes?

Alguien debe morirse al compás de esta noche.

La cena se inaugura con la gentil ruina

de las flores, las copas y el grueso candelero.

«El sol de la mañana era suave y violeta;

veremos si progresa con él tu bronceado.»

Y todo continúa… Ahora distribuyo

el vino con sus aros de luz amortiguada.

Las sillas, por si vienen. Qué noche tan oscura,

qué nube en el magnolio como un globo apacible.

Desataré los perros si llaman a la puerta

(¿o estarán con el nudo del espanto y del sueño?);

no se puede turbar la mesa de un fantasma.

Las tres. Nada. La calle agoniza despacio

bajo el péndulo hiriente de los gallos lunares.

Una vela se funde sobre el mantel marchito

y se cierra el cuaderno vivo de las paredes.

Oh, sí; era cierto, he vuelto. La casa está vacía.

Nadie vendrá; un pájaro atusa con las alas

el inmenso y antiguo fleco de los estores.

Nadie vendrá; mi alma se arroja al vencimiento,

y el patio la recibe con sus deltas de fango

bajo un toldo mojado de ramas corroídas.

Oh, qué inútil viaje; oh tiempo recobrado

de golpe y con la vida manchada de los días.

No he de poner de nuevo mi ilusión en vosotras,

torres a cuyas cúspides la vanidad nos lleva.

Me quedaré en la noche baja que ven mis ojos,

hundido en las pisadas que han de volver seguras

cuando el último tramo del vivir desentierren.

La casa está vacía. Quizás no vine en vano.

Alguien llama a la puerta: vida o muerte, es lo mismo.

***

De Los días terrestres (1957)

Poesía. Ed. Diputación Provincial. Córdoba, 1986; págs. 61 y 62

***

CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera

CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012

Tres Cruces, 11
Coyoacán,
México, D. F.
Noviembre 11, 1956

Querido Vicente Núñez:


Me ha alegrado tanto recibir estos dos libritos. Son tan feos los libros españoles, tanto los de ahí como los de este continente, que señala uno con piedra blanca la edición atractiva. Tenía además muchos deseos de leer su elegía. Parece que ya otra vez estuvo aquí, pero yo no recogí el paquete. Los libros españoles y argentinos pagan aquí aduana, y ya una vez tuve que renunciar a los ejemplares de mi traducción de Shakespeare, que me enviaban desde Madrid, por lo absurdamente elevado (e injusto) de los derechos. Con más razón no quise recoger un paquete cuyo contenido suponía eran libros de Prados, el profesor Alonso, etc., que ni como regalo me interesa recibir.

Pero en fin, aquí está su elegía, que he leído y releído con la simpatía e interés más vivos. Si fuese menos extensa me gustaría enviársela copiada por mi mano (como hizo una vez Rilke con algún poema de un amigo), para que usted se viera, como en espejo, con la gracia melancólica que tienen sus versos para mí, reflejado por mi mano.

No sabe el temor que tengo a hablar a otro poeta de sus versos; y eso por varias razones. De un lado, recuerdo que ahí libraba su vanidad y su egoísmo J. R. Jiménez, con elogios interesados, que esperaba volviesen a él centuplicados, a salvo de insultar luego al mismo poeta si éste cobraba alguna reputación. De otro, mis observaciones serían, como es inevitable, resultado de mi propia experiencia, y por lo tanto inútiles para usted.

Además la experiencia propia ni siquiera es válida para uno mismo, pasado el momento que la deparó. Lo que aprendí ayer no me sirve para hoy, puesto que hoy es otra cosa lo que busco. Con más razón aún en el caso de usted, cuyos propósitos no hago sino vislumbrar a través de los versos suyos que conozco y a través del tiempo que separa su edad de la mía.

¿Conoce usted a Rafael Álvarez Ortega? Me gustó repasar sus dibujos, que tienen cualidades líricas, aparte de las plásticas, naturalmente, propicias para suscitar la simpatía de uno como yo. No sé por qué, viendo sus dibujos, recordaba la escena primera del acto primero de la tragedia Edward the Second, de Marlowe. Supongo que Álvarez Ortega no conocerá eso; ¿por qué no se la lee Bernabé? El pasaje comienza: “Sometime a lovely boy in Dion’s shape”.

Por cierto, dígale por favor a Bernabé que no guarde mis versos para el número de la generación del 25; que ya recordará que le dije no quería tomar parte en dicho número, por las razones indicadas entonces. Además, puesto que en este año se cumple el segundo centenario del nacimiento de Mozart, es mejor publique mis versos en este año, si hay tiempo para ello.

Le saluda afectuosamente

Luis Cernuda

Aclararé que aquí sólo pagan aduana los libros españoles cuando se trata de dos o tres libros, por lo menos. No el envío de un solo libro o de dos o tres libritos.

De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz

Sevilla

1981

***

Dibujo de V. N.

YA me ha borrado Dios de tus orillas
que tenían la arena que era el pan de mi sangre
y el agua de los ojos para verte por ella
y el árbol que en mi fiebre levantaban tus manos,
sobre todas las tardes de la tierra que ahora te morderán las piernas.
Me voy, óyelo, amigo;
me voy tras ti, si es que en el campo
una cruz no me oculta las astas de tus brazos
convertidos de pronto en raíces de plantas.
Me voy soltando fechas, recuerdos, hojas, libros,
todo lo que tenía un sentido de vida
a la luz de tu cuerpo sembrado ya en los campos.
Los campos, sí. Recuerdo el aire decaído tras las viejas encinas,
tu espalda y los tapiales en el duelo tan breve de cercar los maíces,
la luz de los habares,
las venas gobernantes del vaivén de tus manos,
gracias a cuyo impulso
los ríos, todavía, son de una desganada hermosura.
Me voy y engaño a lo que va conmigo
con silencios y esperas, prometiendo regresos
a lo que ya sin ti se hundió para siempre,
porque hasta el llanto mío es llanto tuyo
o vacío gimiente de tu ausencia en mi pecho,
ruido tuyo olvidado entre mis huecos,
tú en pena de mi carne arrastrado
para valer la muerte en humanas congojas.
Qué bien te va lo verde bajo los olivares,
con cabellos de yerba y espárragos de trigo
cual cortinas de flecos velándote los polvos tan manchados de viento.
Qué larguísima la calle de esos naranjos viejos,
cuyo número ofuscan el sitio de tu casa.
Qué azul la lejanía, la sierra, las ermitas
que pudieron diseminarse porque era largo tu brazo.
Qué soledad las recuas; la vacada;
ya sin los silbos del pecho que te hacía la tarde,
el guijo con la honda del arco de tus piernas,
la vara del olivo, la pedrada y las risas,
el salto que asustaba la candidez inmutable de los ríos,
porque eran como de metal tus gritos tras el resumen de tus dientes.
Quiero acercarme al césped,
porque en tierra te piso a cada instante
y porque eras el aire que se mete en pulmones extraños
recorriendo sin cese todas las extensiones.
Quiero golpear y romper, partir el suelo
y que responda tu armazón con trepidar de tumba,
como un terremoto que derribe las cajas de los nichos de yeso
saliendo tus hermanos a cortejar mis iras.
Quiero ponerte tieso, alto palo de nardo que habías sido,
pincho, ciprés, andamio, amigo, vivo tiesto,
torre viva trepada impunemente,
como si torre y tapia fueran cosas iguales.
No quieto ya, tú que movías las hojas de los árboles
a una breve mirada convertida en deseo
y las hacías llover sobre los parques
porque te fascinaba el aire rompiéndose en añicos de yerba.
No quieto en la espesura,
allí donde no llegan las levísimas cañas del olfato.
No quieto entre las zarzas,
cuyas moras de vino inflamaban tus labios.
No quieto para siempre entre esos desniveles
que cubre el trigo verde con su dormida indiferencia,
allí junto a las piedras que cercan la cisterna de tu huerta irritada,
sobre la cual un día nos echamos un pulso.
No quiero, fleje, mimbre, pez de las playas y esquina de las olas.
Tú estás en la corriente de todos los ríos
que descienden furiosos hacia mares nutridos.
Saltimbanqui de las estrechas gotas que esparcen las libélulas,
sobre sus lomos fresa llegas a los jardines míos,
a mis pasos de ahora,
en estos pies buscándote a sirga de tu impulso,
húmedos de tu tacto por mis dedos sentido.
Pero en reposo no. No con la tierra, sino por ella siempre.
Demoliendo sus mármoles que alumbran nieve antigua,
acribillando los carbones brillantes con tus manos de hueso,
segador de gredales,
las velas del grafito con llamas del color de tus ojos,
revolviendo, tocando, ¡tocándote!,
mezclándote las rocas en un sitio ignorado
y diferente siempre de la tierra que piso.
Ya sé que ahora no estás como en aquellas mañanas de septiembre o de mayo,
pálidamente azul, por los barrios de todas las ciudades,
poniéndole macetas robadas de otras casas al balcón ladeado de la niña de enfrente.
Porque el otoño a ti se ha ido ahora, delgada línea viva,
tú tan breve de caña como el pulso de los juncos del río.
Con el oro leñoso de nuestras bellas tardes
yo invoco en ti al otoño.
Yo digo que no mueren sin padecimiento las hojas
tras el hondo gemido que apabulla a los árboles,
que hay recuerdos, no muertos, de un aire imaginado
antes de que tu cintura conociera las desatadas bridas de la primavera,
que fue exenta la historia de nuestra fraternidad
bajo las oscuras islas de los tilos.
Pero digo también mi llanto y el otoño se calla.
Digo que si el vigor se quiebra tú por qué no respiras
al solo nombramiento de esa espiga gimnástica,
tú por qué no te rompes dondequiera que latas
y por qué no recalas a los sedosos látigos de la muerte,
tú que ardías al instantáneo sol de los cuchillos,
semejante a los gallos tercos de las peleas.
A ti la luna, que soldaste por las noches con tu dedo a las torres,
se te estará creciendo en pañales de lágrimas
sobre los ojos huecos y marchitos.
Pobre luna que te abría las puertas y alumbraba tus raptos por casi nada nada.
Pobre luna sin el vaho de tus labios,
nublada luna imperfectible ahora,
ya sin tus dedos sagitales y duros
que limpiaban su vidrio empañado en las camas de los tendidos eternos.
A ti las gavillas recientes de nuevas podres humanas
un frescor nuevo quizás a tu lado amortajen,
y reirás de tanta macicez infecunda,
tú, esencia de nervios casi siempre intocados.
Y fuera nos quedamos…
Sobre la frente con la mano puesta me quedo en las salidas
y en los humilladeros a voz pelada buscándote te llamo.
Pero sólo diviso lejanos fogariles,
alcandoras precarias, presagios, vientos sucios,
vacíos vientos pobres formados en las chozas de todos los pordioseros que aúllan.
Y sin embargo tu voz se calla con la muerte
que era la única que podía adelantarse a tus palabras.
¿Recuerdas esa gran travesura que era siempre narrar que te morías?
¿Recuerdas que eras niño y medías el tiempo según costumbre tuya?
Las frutas se antojaban al reclamo del tacto,
sólo tus pies tensaban la humedad de los aljibes,
tus pies de imaginaria sensualidad herida
como norias de fiebre dentro de las chabolas.
Pero ya estás tendido, como fardo que llevan a inconcusos lugares
a los que no se sube llorando humanamente.
Inasequible, alto,
trasladado.
Calla ahora si puedes
y que mi llanto te llore siempre muerto para nunca olvidarte,
como cuando a mi lado estabas vivo.
Calla para que no te resucite la invocación
ni la envidia de la muerte te salve,
porque muerto te lloro y más vivo te siento
perdido con la ausencia de un tenerte más hondo.
Calla, porque mis ojos traen locura de estancias y guiños de sepelio,
calla, porque en el muerto corazón de los bosques
la ceresina muge lentamente de pena,
ella que había sentido tantas veces
la yema torpe de tus dedos
y el frescor de acequia que era tu vientre descendido.
Camina, sí, camina, si lo hacen esos recientes amigos tuyos y tan raros,
pero di cosas bellas en las tardes que tengas de largos paseos, montaña tras montaña.
Camina con palabras que me vayan haciendo conocido de todos
y haz que anhelen mi llegada tan persistentemente como tú sabes infundirlo.
Aligérame el paso, amigo, amigo,
puesto que ya conoces el ritmo del que cruza su carga de destinos,
y cumula en mis pies los estiércoles vivos de la maduración postrera.
Y cuando estés cansado y vuelvas, de regreso,
no olvides que la llave de tu casa la guardas
en el primer bolsillo siempre como entonces.
1951

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De Poesía. Ed. Diputación Provincial. Córdoba, 1986; págs. 21 a 25

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CERNUDA EN «CARMINA»:

LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS». Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012

Tres Cruces, 11
Coyoacán,
México, D. F.
Abril 12, 1956

Querido Vicente Núñez:

Hará diez o doce semanas que Ricardo Molina me anunció el envío de «Cántico», pero los ejemplares no llegaron, y sólo ahora recibo el ejemplar que pedí por avión. Le digo esto como excusa de no haberle escrito antes, para agradecerle sus páginas en dicho número.

Me han interesado y sorprendido en extremo; me han interesado y sorprendido más que nada de lo que sobre mí se haya escrito. En verdad no esperaba ya que alguien me comprendiese tan bien y viese en mi trabajo lo que yo creía haber puesto en él.

Lo que extraño es que usted haga ese comentario ateniéndose a toda una fase de mi labor que estaba ya fichada como «fina», archivada y olvidada. Yo mismo, resignado a todo eso, si a veces pensaba en mi trabajo, creyendo ver en él algo de lo que usted, de manera tan brillante, me enseña a mí que en él hay, sólo lo refería a lo escrito en los últimos quince o veinte años.

Cierto que de ese trabajo último usted sólo puede conocer una parte reducida, pues que el resto está inédito. Leer a un poeta y aceptar sus palabras con el sentido que ellas tienen, y no otro que pretendamos darle, parece cosa sencilla; pero hace tiempo que sé es la cosa más difícil. Así, quienes han tenido la gentileza de ocuparse de mí, siempre han tratado de tirar de mí hacia ellos, queriendo dar a mis escritos una significación existente a priori. Por ejemplo: «nuevo romanticismo», «poesía pura», etc.

Hasta el aspecto que llamaré «elogioso» de su crítica, que muchos sin duda considerarán excesivo (yo ahí no puedo tener voto), resulta de su consideración crítica y no viene precediendo a ésta, como es costumbre entre nosotros. No obstante quiero decirle cuánto agradezco lo que escribe, excesivo o no, y cuánto bien me ha hecho, precisamente por no estar acostumbrado a esa comprensión, ni esperarla ya.
Muchas otras cosas le diría, pero no es posible en sólo una carta.

Su amigo

Luis Cernuda

Parece que Bernabé Fernández-Canivell me envió un libro de usted juntamente con otro del profesor Alonso (qué humoradas las de Bernabé), y que yo, conociendo a Bernabé, no recogí el paquete. Ahora que sé venía allí un libro de usted, lo siento en extremo.

De «Epistolario inédito», recopilado por Fernando Ortiz

Sevilla

1981

***

Vicente Núñez
Lisboa
Foto: LGV
1998

La soledad cerrada

¿Es la soledad de Luis Cernuda –la soledad cerrada y no obstante dispersa como una viva pasión inútil-, algo relativo, que tenga que ver directa o indirectamente con alguna de las formas tradicionales del heroísmo en que cristalizaba la soledad meridional? A una soledad barroca, que cifre en el incesante peregrinaje sus conclusiones éticas, suele notársele el jubiloso polvo caminero de su conforme e íntima libertad. El peregrino insociable representaba un caso extremo de confianza en el poder social y resolutivo de la persona solitaria, volcada sobre el libre juego de su función andariega. Pero ni aquí ni a ninguno de los moldes clásicos de la figura del solitario –desde la múltiple tipología de los filósofos grecolatinos hasta el elegante «retiro» del renacentista-, ni siquiera, pese a sus interesantes puntos de contacto, a la soledad del absurdo y la «náusea» del existencialismo, puede ser referida la contagiada y difícil soledad de Luis Cernuda.

Ya desde el principio, en las primeras composiciones que el poeta fecha entre 1924-1927, delimita Cernuda el incomunicable grado de su soledad individual. Soledad de su íntima contextura humana, falta de los hilos imprescindibles de unión a una realidad grave a la que, sin embargo, roza y capta con todas sus fuerzas vitales. Soledad del mundo encerrado en altos muros, sin otro sentido que el propio vacío que contienen. Soledad pavorosa, única en la poesía española, a la que entrega el poeta el naufragio de su vida, su desdén íntimo que busca los otros desdenes de la tierra.

En soledad. No se siente
el mundo, que un muro sella…


A medida que avanza Cernuda en su proceso de autoconocimiento, crece la claridad funesta de las cosas externas. Poeta y mundo, intuición y sentimiento, se frotan en la imagen de un abrazo insuficiente y terrible, casi absurdo, como sus vagas proporciones existenciales.

Sí, la tierra está sola, bien sola con los muertos…
Sí, la tierra está sola, a solas canta, habla…
En la noche sin luz, en el cielo sin nadie.

Lejos de todo ontologismo nocturno, desde el cual el pensamiento romántico asignaba a la noche el poder revelador de las «herencias fatales», como en el caso significativo de Tiutchev o de Alejandro Blok, poetas de efusión trascendente y confusa conciencia profética, Cernuda hace incomparablemente objetiva la soledad, la aloja en el ámbito entero sobre el que vagan sus himnos; «en la noche sin luz, en el cielo sin nadie»: densos abismos de la soledad última. No hay en esta soledad de Cernuda una queja siquiera de íntima angustia que perforara los velos de la fría y terca reclusión profunda, un aliento de congoja libertadora. Y cuando grita lo hace como en una hybris desmesurada de derrumbe:

Gritemos sólo,
gritemos a un ala enteramente
para hundir tantos cielos,
tocando entonces soledades con mano disecada.

«Tocar soledades», cuyas emanaciones envenenan el alma de un afán extremo de soledad perfecta. Soledades desplomadas como cuerpos y soledad extensa, absorbente del  poeta en su intención más alta:

Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…

Ninguna poesía española ha puesto tanto empeño en asirse a un ideal supremo de soledad y olvido con tanta belleza y orden poético. Ninguna logra anclar una pasión tan firme en el mar temático de su tránsito. Cernuda hecho en la soledad. Cernuda vivo, inmediato hecho de la soledad.

El tiempo en la memoria

De la poesía de Luis Cernuda se desprende un modo temporal de vivir las cosas –las criaturas en su adolescente lucidez instantánea, el amor, la vida toda- que cobra hoy, y pese al transcurso de los años, un sentido vivísimo de actualidad y de paralelismo respecto a las corrientes más avanzadas del arte contemporáneo. Si repasamos las poesía de los maestros pertenecientes a la generación de Cernuda nos sorprenderá, en la mayoría de ellos, un hecho irreparable que pertenece ya a la entraña histórica de la poesía española escrita en lo que va de siglo. Casi toda la problemática de sentido humano de estas poesía, casi todas sus potenciales alusiones al hombre enraizado en la conciencia de la crisis moderna, o bien han quedado subsumidas en sus simples aportaciones técnicas o han sido desplazadas por el aluvión de las nuevas poéticas que tratan el destino del hombre desde bases totalmente distintas. Desde este punto de vista, conviene afirmar que dichas poesías fueron ya superadas. Sin embargo, Cernuda es actualmente, para nosotros, el conductor más fino y profundo de muchas de las inquietudes diseminadas en el ambiente y que tocan de lleno la esencia del poeta, la razón de su canto incluso y su función dentro de la realidad a que pertenece. Su poesía tiene hoy un alcance que de ningún modo le era explícito en los años inmediatos a su publicación, y el hecho de que ya esté a la vista de muchos poetas jóvenes como una de las más claras posibilidades para el futuro próximo de nuestra poesía confirma su fortaleza de maestro y su alto don intocado de testificador: testigo, tal vez, en el estilo de un «desarraigo» poético que se acogiese a la expresión de una tentativa trágica de «venir a ser» por la poesía.

Tiempo es para Luis Cernuda la duración en la memoria. Relativista, relativista como Faulkner, se aísla en los hechos hasta que los pulveriza y gasta con el sol abrasante del olvido. Hombres del Sur, uno y otro han visto fenecer los recuerdos bajo la calina de los cuerpos y de los cielos, en donde hasta la durabilidad del amor o de la belleza se desploma mordida por un desdén superior a ellos. Mas la memoria es ínfima, porque amor y belleza son nada, «una pasión inútil». He aquí entonces el concepto boca abajo: «¿Qué queda –dice Cernuda en el preámbulo a Donde habite el olvido– de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido». Adéndese, debátase el tiempo de la tierra a su sideral altura, donde no alienten «los sentidos tan jóvenes». Por encima del «aquí» y del «ahora»; tumbos que duran el breve espacio de un deseo.

El tiempo en las estrellas.
Desterrada la historia.

¿Existe para Cernuda algo a lo que el tiempo agigante y prenda de un alentar más perdurable, algo también que oponga su resistencia a las amenazas de la terca corrosividad mortal? Sí; por lo pronto, Cernuda que ha podido dejar de creer en el amor, en la amistad y en la vida, tiene fe en su canto; hecho aislado y fuera de él mismo, independiente y sin embargo no aún del mundo. Su canto por donde la fe recobra en la confianza del hombre y en su inmortalidad:

El tiempo, duramente acumulando
olvido hacia el cantor, no lo aniquila;
su voz más joven vive, late, oscila
con un dejo inmortal que va cantando.

Amor color de olvido

El amor es una de las formas más extrañas de posesión del tiempo, de la que éste contiene de plenitud, de logro y de estímulo para el ingreso en una forma tal de vida que pareciera sobrepasar todas las limitaciones de la condición humana. Pero no es menos cierto que una de las características del amor es la inadvertencia de esta su conquista de lo temporal y del valor que ofrece al futuro desarrollo del hombre. Ya hemos visto como el tiempo tiende en Luis Cernuda a refugiarse en los repliegues de una conciencia en extremo distante del concepto corriente de la durabilidad de los hechos, y que era el olvido quien allí, como una seda espesa, aplastaba los sentimientos habituales de la nostalgia, haciendo de la memoria un instrumento negativo y casi contradictorio consigo mismo: la memoria como camino que llevaría «recuerdo de un olvido». Rilke decía que amar significa olvidarlo todo, pero Cernuda va más lejos aún; es el amor quien se hace olvido en sus íntimos accidentes; «amor color de olvido», amor totalizado que tiende a un «más allá» en donde reina la pura y lisa inactividad del corazón:

Pero así no me basta,
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.

La poesía de Cernuda se ha elevado hasta un intento de conferir contenido religioso a las formas paganizadas del amor. Él ha querido, en esa trágica contraposición constante de la realidad y el deseo, apresar la belleza en lo que tiene de intemporal, de mito objetivado, de tendencia a la transmutación de lo real caduco. Confiesa en Ocnos haber aspirado ardientemente a ese ideal helénico y reconoce sus riesgos, que guiaban su vida «conforme a una realidad invisible para la mayoría, y a la nostalgia de una armonía espiritual y corpórea rota y desterrada siglos atrás entre las gentes». Se impregna de la clase de espíritu romántico de poetas que, como Hölderlin y Keats, aspiran a la evasión contínua y a una inventiva mitologizante de la emoción humana, a fin de preservarla –aunque no necesariamente de hurtarla- de los duros embates de la realidad. Pero en Cernuda se da una materia poética en cierto modo impermeable a las visiones estáticas; su emoción última es refractaria a los bellos e ingenuos disfraces del mitologismo, su corazón rebasa cualquier compromiso contraído ante los cánones de la antigüedad clásica, en lo que ésta debe tener de mesurado equilibrio y proporción armónica entre las fuerzas de lo sensible y lo invisible. Cernuda es, o suele ser formalmente contenido, lentísimo; gélido, algunas veces, en la conducción formal del sentimiento. Pero es sólo una apariencia, una concesión instantánea a las convicciones de la exquisitez de esas mismas formas que maneja. En lo hondo, su vena es agitada, roja, apasionadamente tumultuosa de carga y de arrastre. Los ademanes giratorios y tardos de las liturgias paganas se borran en él por el empuje humano de su desgarro, por su pathos de hombre hincado en las corrientes de su tiempo, por el desdén hacia las vanidades de la belleza intocable, indeformable, inconsumible. Su amor se hace cruento, en un afán tremendo de desgaste, de pérdida, de contaminación caliente de la vida y sus fortalezas humanas:

Vierte, viértete sobre mis deseos,
ahórcame en tus brazos tan jóvenes,
que con la vista ahogada,
con la voz última que aún brotan mis labios,
diré amargamente cómo te amo.

Se despide de las «gracias del mundo» con un sentimiento falto, insatisfecho:

Adiós, dulces amantes invisibles.
siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
guardar los labios por si vuelvo.

Hasta aquí hemos entrevisto la humanización de una trayectoria amorosa, en lo que va desde las invocaciones al amor idealizado y yacente en sus atributos de perennidad hasta la entrega más directa, en que la pasión araña todos sus deseos, satisface todo su anhelo de gasto humano, hiere y mata su última porción de ser. Mas aún queda el decisivo, el grande y personalísimo asunto cernudiano: el olvido. Olvido como forma extrema del amor, como amor desandado, como amor hecho desde el fin a los principios. Olvido que se convierte en una forma pavorosa y desconocida de estar amando. No creo que exista en ninguna otra poesía algo parecido a esta rara forma ascética del amor, que asume en sí misma los conceptos claves de la endeblez humana:

Pero así no basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido

El poeta ha dado con un «non plus ultra» amoroso, cima de toda expresión y pasión. Y todavía hay más:

No quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.

Ya está Luis Cernuda en su soledad cerrada, hecho un olvido de amor, un «amor color de olvido». ¿Levantará algún día a un aire nuevo las alas primeras de su vida, en voluntad rehecha y ascendente, al encuentro con Dios? Deus scit.

Revista «CÁNTICO» núms. 9 y 10 Agosto-Noviembre, II Época
1955
CÓRDOBA

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

POBLACIONES (POEMA V, con dibujo de Zsolt Tibor y traducción al francés de Claude Dubois). Vicente Núñez

POEMA V DE POBLACIONES. Vicente Núñez

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«CARMINA» Nº 2