Posts categorized “Antonio Luis Albás y de Langa”.

VICENTE NÚÑEZ X: Plaza Octogonal, II,III,IV,V y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

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II

LO sustancial no configura espacio.

Son las esquinas de la escocia quienes

proclaman el verdor del mundo.

Son los herrajes del segundo cuerpo;

espectral simetría que discurre

sobre el pretil de la borrosa impronta.

¿Puede acatarse así todo el desfile

de los remates antes desdeñados,

pero que se estimaron decisivos

en el trazado de la magna pieza?

Al fondo, un tenue emblema se insinúa

Como una arruga en medio del ocaso.

 

III

DECLINA ya la tarde. ¿Dónde

tendrán que hallar refugio las metopas,

dónde los lapiceros del triglifo amarillo

con su tableta endeble de nacela?

¡Lo azul, lo azul! Y el criptograma

de la salamanquesa y su cola de sigma

bajo los galletones del brutal arquitrabe.

Cruje el satén de una cartela,

y la inscripción latina

(…in fórum liberaliter convertit)

se desenreda de la sillería.

¡Un logaritmo llora por mis venas!

 

IV

LITERALES, las jambas,

siempre sumisas a severos

dictámenes, aportan

nueva maraña de sentidos.

Qué flanquean: lo oscuro,

los mil dinteles de la ya inminente

transformación rudimentaria,

la presencia de signos

no suscitados desde los albores

del compás y el escoplo.

Penetrabilidad de las edades

en el recinto mágico.

 

V

ABRÁZAME ahora mismo.

Vuelvo desnudo con un cesto de uvas

al lagar de tus padres.

No me preguntes nada.

Bajo los parasoles del mercado,

la mañana se abría

de codicia y sandalias.

Extiéndeme o exhíbeme

como un tul. En Corinto,

solían los ladrilleros

hablarme sin reparos

de asuntos ipagrenses.

Vengo a vender mi cuerpo.

 

 

[Vicente Núñez,  Poesía (1954-1990).

 Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Págs. 245 y 246.

Córdoba 1994]

VICENTE NÚÑEZ IX: Ocaso en Poley. Antonio Luis Albás, (2014)

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Si la tarde no altera la divina hermosura

de tus oscuros ojos fijos en el declive

de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma

la secreta delicia de tus rocas hundidas.

Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga

toda estéril memoria que amengüe o que diluya

este amor que nos salva más allá de los astros,

no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo

corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.

 

[Vicente Núñez, Ocaso en Poley  (1982),

incluido en Poesía (1954-1990).

 Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Pág. 99.

Córdoba 1994]

VICENTE NÚÑEZ VIII: Lamento. Antonio Luis Albás, (2014)

 

  Todo está mustio y frío en esta tarde lánguida.

Vanas rosas de otoño vagan lejos. Diríase

que de un olvido al beso resucitan murientes.

Todo de ti está pálido, todo expira más triste.

Que era eterno el sendero creíamos del bosque

tan oscuro y tan hondo que intensamente amábamos.

Ya no hay tarde ni hay rosas, ni bosque. Todo es sombra.

Todo muere en nosotros. Todo se acaba y pesa.

Altas torres de niebla que adivinamos, cúpulas

falsamente ofreciéndonos raros reinos ligeros.

Todo fue un sueño iluso. Todo fue una hermosura.

Todo en nosotros muere. Todo se apaga y pasa.

 

[Vicente Núñez, Ocaso en Poley  (1982),

incluido en Poesía (1954-1990).

 Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Pág. 140.

Córdoba 1994]

VICENTE NÚÑEZ VII: Carta de una Dama. Antonio Luis Albás, (2014)

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  He pensado a menudo en un verso de Eliot;
aquel en que una dama persuasiva y ajada
sirve el té a sus amigos entre efímeras lilas.
              
Yo la hubiese querido porque, igual que la suya,
mi vida es una inútil e inacabable espera.
Pero he aquí que es tarde, y ella murió hace tiempo,
y de una vieja carta banalmente perfecta
su recuerdo difunde perenne y raro aroma.
              
«Londres, mil novecientos siete. Querido amigo:
Siempre estuve segura, lo sabes, de que un día…
Mas trata de excusarme si divago; es invierno
y no ignoras cuán poco me ocupo de mí misma.
Te espero. Los enebros han crecido y las tardes
culminan hacia el río y los rojos islotes.
Soy triste y, si no llegas, un tema de suspiros
hundirá al gabinete, de un raso ajedrezado,
en el inmundo estiércol del tedio y la derrota.
Para ti habrá una torre, un jardín afligido
y unas campanas graves húmedas de armonía;
y no habrá té ni libros ni amigos ni advertencias,
pues yo no seré joven ni querré que te vayas…»
              
Y esta dama de Eliot, tan dúctil y serena,
se habrá desvanecido también entre las lilas,
y el banderín siniestro del suicidio ardería
un instante en la estancia con su opaco alarido.

[Vicente Núñez, Los días terrestres (1957),

incluido en Poesía (1954-1990).

 Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Pág. 59.

Córdoba 1994]

 

VICENTE NÚÑEZ VI: Tesela VII. Antonio Luis Albás, (2014)

 

Al visitar la casa

de unos ricos parientes

– la advertencia siguiendo

de tu adorable padre -,

a tu prima Aretusa,

que acudió a recibirnos,

besaste amablemente.

Temblando yo en mi turno

como los gorriones

disputándose el grano,

con audaz cortesía

le arrebaté a Aretusa

el dulce beso tuyo

que sorbieron mis labios

embriagadoramente.

Qué importó de qué vaso.

[Vicente Núñez, Teselas para un mosaico (1985),

incluido en Poesía (1954-1990).

 Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Pág. 169.

Córdoba 1994]

VICENTE NÚÑEZ V: Consejo. Antonio Luis Albás, (2014)

 

ADVIRTIÉNDOME Pablo su voz tras de la afable

tiniebla telefónica que no fuera insensato

y de mí te arrojara definitivamente,

acaté yo sumiso esa intención benévola

como si desde el fondo fatal de las edades

decretado estuviese.  Mas sentí, en el vacío

victorioso y culpable que entonces sobrevino,

que un cuchillo me hendía del pavor de la muerte.

Y fui total, y supe, oh gratísimo Pablo,

lo que en verdad era amarte y no haberte perdido.

 

[Vicente Núñez, Ocaso en Poley.

Edita Renacimiento.

 Pág. 19. Sevilla 1983]

 

VICENTE NÚÑEZ, IV: «EL CALABRÉS». Antonio Luis Albás, (2014)

 

   MUCHO después del tiempo de los largos paseos

por la orilla del mar hasta la cruz de El Santo

—época de las viejas melancolías grises,

de listados crespones y errantes tunicelas—,

llegué a ti en una fuerte y enterrada mañana.

La plaza era una joven de cabellos dispersos,

y el folio acribillado de un cartel veraniego

derrumbaba la lona final del «Norman Circus».

A pesar de la lluvia que azotaba las calles,

yo debía encontrarte; y durante los días

de reclusión, de radio y tediosas visitas

mi soledad cantaba como un pájaro herido

que mostrara sus alas enfermas de clausura.

 

   Yo odiaba el sol, la risa y el mar azul e inmóvil,

pues sabía que tú por ahí no vendrías;

y te buscaba sólo por los acantilados,

por las vegas feraces de espesura y de légamo,

por las rocas que horadan las olas, por las playas

más desiertas y extrañas, por San Cristóbal, donde

me estabas aguardando sin aún yo saberlo

en el humilde y bronco «Calabrés» de la dicha.

 

   Comenzaron entonces a arreciar las tormentas,

y en las tardes más crudas yo salía a tu encuentro

y te llevaba tiernas señales escondidas:

ramas que el aguacero hizo caer y cartas

escritas en la vela tenaz de la amargura.

Y llegué a confesarte que adoraba la lluvia

porque tus ojos eran semejantes a ella

y su color ponía entre el vino y el llanto

una muralla verde de inmortal pesadumbre.

 

   Adoré el pueblo roto, como a un viejo guerrero

que agonizara lejos de su patria; tu pueblo

húmedo y triste siempre, de iglesias solitarias,

de sórdidos casinos de gas parpadeante,

de parrizas oscuras, de huertos y atalayas

adonde tú subías y estudiabas a veces.

 

   Adoré la salvaje belleza de la fábrica

tendida sobre un campo de espléndidos cultivos,

y el callejón de tapias combatidas y bajas

que serpea entre fincas y haciendas casi ocultas.

Adoré Monte Mero, que me llevaba a ti

y que yace debajo de los rojos alfares;

y los largos caminos mojados, y los árboles

puros e impetuosos de final de noviembre,

y «El Calabrés» sumido frente al mar, y las teas

que en el copo nocturno sostienen los muchachos…

 

   Y sólo allí mi vida fue sombría y dichosa,

a un tiempo irreductible y pronta a la aventura.

Sólo en «El Calabrés», de nombre amargo y suave,

donde tú me esperabas una vez sin saberlo.

 

[Vicente Núñez, Los días terrestres (1957),

incluido en Poesía (1954-1990).

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Págs. 54 y 55.

Córdoba 1994]

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VICENTE NÚÑEZ, I: Primera Epístola a los Ipagrenses. Antonio Luis Albás (2014)

VICENTE NÚÑEZ, II: Plaza Octogonal, I y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

VICENTE NÚÑEZ, III: De la Plaza Octogonal; Piedra y Cielo y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

VICENTE NÚÑEZ, III: De la Plaza Octogonal; Piedra y Cielo y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

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   «Yo le llamo la ventana pero, claro, ten en cuenta que el cielo de la plaza, o la plaza misma, tiene dos cielos: el que está por encima del octógono y ese otro que se ve, que yo llamo la ventana desde el arco largo, que baja. Son dos cielos con dos tonalidades distintas: una en azules, el cielo propiamente dicho, el cielo de la plaza, el cielo plano, el cielo techo; y luego ya lo que se ve a través del arco, ese pedazo curvo de cielo no recortado en ochavas, ese pedazo en medio punto ya es incandescente, la bóveda queda azul como si fuera la magna lente de un observatorio astronómico, que es posible que tenga ese sentido.

»El constructor de esa plaza es posible que tuviera algún sentido esotérico, de una observación estelar porque, ten en cuenta que por el cielo de la plaza —yo lo he visto en múltiples veranos— pasan cosas, objetos incandescentes, nubes con formas extrañas de animales prediluvianos, segmentos de peces rotos, nudos y huesos pasan, pasan, siguen… Grandes melones de luz en agosto con bombardeos de meteoritos, que no lo parecen.

»Es un gran observatorio, es una gran lente. Es un espacio acotado: el espacio no es más espacio hasta tanto no está perfectamente acotado.

»El cielo a campo abierto no es tan cielo como el cielo acotado de la plaza.»

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IPAGRO EN «CARMINA»

VICENTE NÚÑEZ, II: Plaza Octogonal, I y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

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                             I

 

A Carmen Romero

       NO definen sus formaciones

   sotabancos ni pináculos;

   no abarcan en la cal lo estricto.

   Se deliberan en sí mismos

   como inducidos por las tejas:

   última escoda antes de un cielo

   que los conmina a ser más ágiles.

   Surgen ya recurridos; burlan,

   en el carril del friso, un ralo

   jaramago que no se atiene

   al disoluto canon jónico.

   Manchas enfoscan mapas húmedos;

   arqueología y aporía

   en el mental plano de arranque.

   El recorrido se convierte

   ahora en recta y gruesa faja,

   por donde asoman como hebras

   de leve gasa las cornisas:

   ramal que los dispersa y hunde

   hasta los dovelajes bajos.

   ¿Enuncian un patrón, se rinden

   al propio desarrollo entero?

   ¿Saltan a otro despliegue, logran

   cualquier formulación de esquema

   y se entreabren, pugnan, muerden

   el escuadrón de las barandas?

   Ya sólo apuntan a un exceso,

   a una febril idea métrica.

   Ya sólo tienen una insólita

   meta radial: equivocarse.

 

[Vicente Núñez, Poesía (1954-1990).

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Pág. 244.

Córdoba 1994]

 

VICENTE NÚÑEZ, I: Primera Epístola a los Ipagrenses. Antonio Luis Albás (2014)

 

   COMO el campo de extenso,

pero, ay, como él, tan infecundo,

subsiste el corazón.

Oh infausto fruto, oh rota

caña que te coronas

en el desvalimiento

y cedes al envite

del efímero aire,

¿quién es aquél que a izarte y a segarte

se atrevería, dime,

si no es el trono mismo

de la aridez perpetua y su impostura?

 

   El atavío de la

vecindad aparente,

el falaz aleteo de las altas

estrellas inasibles

son protección que arrasa

las cepas y los vástagos

en el incendio atroz de la ruina,

en la gruesa gusana de la plaga.

 

   ¿A qué seguir entonces en la escala

de lo nudoso? ¿A qué rozar el alma

como si en la ceniza se atrojaran

recolección y amparo?

¿En qué silos —alero

que se desagua en lluvias

y rebasa el aljibe—

está enterrada y casi amortajada

la careta del grano,

el sucio faenar y el andamiaje

de lo manco del ser,

como en la floja zanca de un tullido?

El voraz harapiento, el que huronea

y se alebrona y urde la patraña

otoñal; los alardes

de la incierta esperanza,

de la endeblez altiva,

del saco cosechero y la arpillera

soez del correteo,

¡cómo escarban denarios

en lo gredoso y huero de la cáscara!

Parto ya arado y seco

de faenas y aperos,

qué ausentes de las sendas

del alto caserío de la vida

estás, qué enteco y yermo,

qué atrapado de andrajos y lisonjas.

Ese comercio de lo real es muerte,

y su albarán se arruga

entre las bagatelas de la siembra

del ser, que se dispersa

como frágil vilano,

como semilla errante,

disfrazada y artera,

veraz en lo pausado

de la escasez; taimada

podredumbre y verdura

que se degrada y ata a germinales

encarnaciones lóbregas.

 

   Más durable es el llanto.

Más durable es que el mundo.

Porque, en la tarde, esparce,

tras los balcones de las rojas nubes,

lo que sería amar y abrirse luego

al don sin siembra, al fruto

que se incendia y deshace,

al estallido inmune

del ser en su hermosura,

sin límite en la luz ni en las fronteras.

Desnudo y solo como un dios futuro.

 

 [Vicente Núñez, Cinco epístolas a los ipagrenses.

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

 Págs. 11 á 14. Córdoba 1984]