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JULIO CORTÁZAR (1914-1984). Homenaje de CARMINA al escritor argentino en el centenario de su nacimiento

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JULIO CORTÁZAR EN  «CARMINA»:

LOS AMANTES. Poema de Julio Cortázar

LUIS CERNUDA. Un poema de Julio Cortázar (26 de agosto de 1914-12 de febrero de 1984)

FRAGMENTO DEL CUENTO «LA AUTOPISTA DEL SUR», CON FOTO. Julio Cortázar (1914-1984)

PARA LOS LECTORES DE «CARMINA»: JULIO CORTÁZAR

HOMENAJE A CORTÁZAR: LA NOCHE Y EL AMANECER. Un texto de Julio Cortázar y tres fotografías de Enrique Martín Ferrera (Buenos Aires, 1998)

COLOQUIOS (173). Gabi Mendoza Ugalde

LOS AMANTES. Poema de Julio Cortázar*

¿Quién los ve andar por la ciudad
si todos están ciegos?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se abren entre sábana.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que juega.
Amanece en los carros de basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes cotidianos.

[Julio Cortázar,  Poemas 1945-1948

 en Poesía y poética.

 Ed. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

 Barcelona, 2005.

Págs. 476 y 477]

 

Julio Cortázar y Carol Dunlop

 Julio Cortázar y Carol Dunlop

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(*) Vídeo y foto tomados del muro de  facebook de Alma Libre

LUIS CERNUDA. Un poema de Julio Cortázar (26 de agosto de 1914-12 de febrero de 1984)

Amargamente tuyo se abre el fruto

sobre un triunfo de flores pisoteadas, con caballos azules

que descubren el mar tornado pétalo.

Así te yergues, corazón del aire, y eres guía

de un pasaje sonoro que retumba en el tiempo y precipita

músicas de espina, caracoles de furia, destrucciones.

 

Buenos Aires, 1941

[Julio CortázarPoemas 1945-1948

en Poesía y poética.

Ed. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Barcelona, 2005.

Pág. 617]

FRAGMENTO DEL CUENTO «LA AUTOPISTA DEL SUR», CON FOTO. Julio Cortázar (1914-1984)

…………«A la cuarta vez de encontrarse con todo eso, de hacer todo eso, el ingeniero había decidido no salir más de su coche, a la espera de que la policía disolviese de alguna manera el embotellamiento. El calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para que la inmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr.»

(…)

La autopista del sur

Julio Cortázar

PARA LOS LECTORES DE «CARMINA»: JULIO CORTÁZAR

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HOMENAJE A CORTÁZAR: LA NOCHE Y EL AMANECER. Un texto de Julio Cortázar y tres fotografías de Enrique Martín Ferrera (Buenos Aires, 1998).

<< Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba. En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. >>

Julio Cortázar. Rayuela, cap. 67.

COLOQUIOS (173). Gabi Mendoza Ugalde

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—¿Quién ha ganado el Nobel?

—En cuanto lo sepamos nos echaremos a dormir.

—¿Y a leer cuándo nos echaremos?

—Entre Nobel y Nobel…

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Julio Cortázar en «CARMINA»:

FRAGMENTO DEL CUENTO «LA AUTOPISTA DEL SUR», CON FOTO. Julio Cortázar (1914-1984)
PARA LOS LECTORES DE «CARMINA»: JULIO CORTÁZAR
HOMENAJE A CORTÁZAR: LA NOCHE Y EL AMANECER. Un texto de Julio Cortázar y tres fotografías de Enrique Martín Ferrera (Buenos Aires, 1998)

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LO MÍO ES MÍO. Por Urbano Uribe de Urvando

 

 

Foto: LGV 2010

 

Encontré este relatillo, como tantos otros escritos de más personas, entre los papeles de Alberto González Cáceres. Urbano Uribe de Urvando (1959-1986) fue uno de los más queridos e incesantes amigos de Alberto. Natural de Sevilla, vivió casi sus casi veintisiete años en dicha ciudad, de donde salía a visitar a Alberto como quien dice a cada rato. Físicamente un coloso, era tambaleante en lo anímico. Se suicidó al creer que había contraído el SIDA —lo que resultó incierto, según develó la autopsia—, en aquellos años de puesta en valor de virus escapado de laboratorio en forma de mono verde que muerde a humano. En literatura, admirador furibundo de Julio Cortázar, por más que ese fervor no lograse frutos en sus escritos, como también me pasa a mí. (Mario Cortés) 

 

Me avisaron a tiempo, es aquél, salió precipitadamente y alcanzó a verlo. Ya estaban ambos en el bullicio, pero no se desalentó, puedo pescarlo, menos mal que es alto. Gritarle no serviría de nada, como no sea para llamar la atención de tanta gente que me lanzaría miradas como puntillas, indignada por un comportamiento tan impropio en fechas y circunstancias tan singulares aunque todos los años es lo mismo, y además para espantarlo, lo que no convenía de ningún modo. Tengo que seguirlo, lo cogeré, pues claro que lo cogeré. A ver por qué me he tenido que retrasar quedándome en el bar sabiendo lo que podía pasar, verse cogido en la bulla, lo que odia tanto. Allí está, no lo pierde, ni siquiera puede permitirse distraerse unas décimas de segundo; va ligero, parece mentira que con tanta gente pueda avanzar tanto, pero es que no tiene que estar pendiente como yo de por dónde va y de la gente que hay delante y a un lado y otro. Pero lo cogeré, vaya si lo cogerá. Ahora va por Alfaqueque y de allí a Redes, claro, seguro, pero le da igual que el tío tire por calles cortas y estrechas.

            Ya me pasó otro año, verme encerrado entre tanta gente. Allí está, va a entrar por San Vicente, y casi se tiene que quedar parado porque ya están formadas las filas en las aceras, que no dejan pasar a nadie, como si se tratase de soldados preparados para un desfile y el teniente repasándolos con la mirada. Que no, que no se mueven, aunque adviertan la desesperación del que quiere pasar. Es que tengo que cruzar la calle, tengo ya que decir con voz enérgica y hasta amenazante que si van a dejarme pasar ante una pareja inmóvil como todas las demás cuyo varón no es más que un alfeñique sesentón endomingado que cuando ha oído el vozarrón le hace sitio incluso apartando a su mujer, una señora de maquillaje solidificado, escandalizada por el lance igual que la que sorprende al cura con una catequista. Señora, deje de asustar al espejo, está tentado de decirle, pero seguro que le retrasaría.

            Como salga a la calle Alfonso doce va a ser difícil seguirlo, si no imposible, porque puede tirar a la izquierda, o a la derecha hacia la Puerta Real, o por la calle Bailén o perderse en la Plaza del Museo, si no se mete en Rafael Calvo. Pero menos mal que se ha quedado parado en la esquina, por qué no él también, es más alto de lo que me pareció y no lo perderé de vista. El tío no ha vuelto la cara en ningún momento, pero podrá identificarlo a cada instante de esta persecución que ya lo está cansando, sobre todo porque me duele la pantorrilla derecha y la planta del pie izquierdo le quema como si andase sobre brasas con pesas atadas a los tobillos, como si fuera de penitencia pero vaya la que me están haciendo pasar estos miles que no me dejan pasar, una penitencia que tal vez pudiera hacer valer ante el Cristo que me va a poner peor la cosa porque ya se ve venir y ha sobrepasado la esquina de García Ramos. Sí, pero ahí va hacia Monsalves; mejor, porque por esas calles debe haber menos gente. Tanta gente que lleva paraguas pero menos mal que ya no hay peligro de lluvia porque si esto se poblara de paraguas abiertos cómo iba yo a seguirlo por muy alto que fuera. Ha de aligerar porque el tío puede irse por Almirante Ulloa y volver a Alfonso doce y entrar en algún urinario de un bar, aunque no intentará nada porque no sabe que le estoy siguiendo aunque me estén matando los dolores; también puede desviarse para San Eloy.

            Había supuesto menos gente pero había la misma; otra, pero la misma cantidad, pero ésta, por lo menos, aunque con una pachorra desesperante, se mueve, anda, daba alguna esperanza de alcanzar el objetivo que seguía avanzando como si nada le obstaculizara, como si saltara sobre la gente, como si, más que alto, fuese sobre zancos. No se ha desviado, va a llegar a la calle del Silencio y como tire para Alfonso doce ya la cosa se va a poner imposible aunque él también se quedará atascado porque hacia La Campana no hay Dios que avance como no sea el que viene en el paso. Vamos a seguirlo, dijimos los cuatro pero me he quedado solo y ahora aquí estoy más perdido no que el barco del arroz pero sí que una aguja en un pajar porque de aquí no hay forma de salir ni siquiera siguiéndole a él, a él, porque yo al otro tío no le veo, es que ya ni siquiera recuerdo quién era, porque yo no sé por estas calles, que sacándome de las del polígono ya no sé dónde estoy, y ellos los cabrones se habrán vuelto y estarán celebrándolo a mi costa y a la del viejo, y volver atrás es más difícil todavía que seguir adelante porque es una verdadera marea la que empuja.

            Ahí está, no es tan alto cómo me parecía, o será que la demás gente es más baja de lo que a uno le parece. A ver si puedo, pero es que es tan difícil aproximarse, tan trabajoso, hay que emplear los codos, servirse de la envergadura para cargar contra la gente, desplazándoles un poco; al menos se ha quedado parado, La Campana es La Campana. Hay gente que me asaetea con la mirada; sí, ya estoy empleando los codos, mi altura, ¿o es que cada centímetro cuadrado va a ser intransitable porque toda esta gente planta en ellos sus pies durante horas en que no hay artrosis, ni reúma, ni la operación me está molestando, ni ¡ay!, Antonio, que me duele el costado? Pero sea como sea este a mí no se me escapa; ya lo tiene a pocos metros. Algunas veces pido perdón después del empujón, pero será por lo amenazante de mi mirada que nadie dice «pase, pase, no importa», o no, seguramente es porque se creen propietarios de la calle cuando ni lo son de las casas donde viven. Si no fuera de Sevilla todo esto me parecería increíble. O no, porque aquí viene la gente y ve todo esto como lo más natural del mundo, esta inmovilidad, este estatismo, y hace lo mismo, quedarse a pie firme las horas que les echen, que será eso de donde fueres haz lo que vieres.

            Yo me voy a arrimar a la pared y aquí esperaré a que se despeje un poco la cosa, sea la hora que sea, hasta que vea una oportunidad de volver o mejor de ir para el barrio, porque como este vuelva al bar si aún le quedan ganas y fuerza y nos encuentre allí a todos se va a formar una buena cuando descubra de qué va la cosa.

            Esta me ha dado con el paraguas en la pierna pero no voy a perder el tiempo ni la mirada no sea que ahora que casi le tengo a mano se me pierda porque ha podido salir y ya está a punto de entrar en la calle Tarifa donde ojalá le cayera el puñal que tiró Guzmán el Bueno. Como tire por Lasso de la Vega, sea a izquierda o derecha va a ser peor; si lo hace por Amor de Dios que éste lo ampare porque ya no va a tener escapatoria. Todavía me estorba la cantidad de gente, a momentos casi ni le veo, va ya por Amor de Dios, no sé cómo ahora puedo acordarme de chistes, que encima me está doliendo la barriga, que a un borracho en la Alameda lo quería llevar un municipal al cuartelillo que hubo en la Gavidia, y el borracho le decía «¡Ay, guardia, por amor de Dios!», y el municipal le contesta «No, por Trajano, que cae más cerca».

            Más decidido que este no lo he visto nunca, ¡vaya si lo conocen los caras que se han quedado allí! Y yo haciendo el canelo pero ya me voy ahora que el camino se ha despejado aunque sea un poco. Ellos allá; ahora, que yo no voy a aparecer por el bar por lo menos en una temporada.

            ¡Pero no lleva el paraguas! ¡Y además este hombre no tiene planta de hacer cosas así! ¡Esos mamones se han quedado conmigo y con mi paraguas! ¡Yo me cago en cuantos muertos tienen pero los voy a poner a caldo habas, hijos de puta! ¡Cualquiera sabe lo que han hecho con mi paraguas! ¡Me cago…! ¡Es que me cago! ¿Y adónde entro yo ahora?.

 

PIERO. Por Enrique Martín Ferrera (Diciembre, 2010)

 

La muerte de Procris
Piero di Cosimo, hacia el año 1500
(National Gallery, Londres)
 
«Son las otras artes las que
me han enseñado a escribir»
STENDHAL
 

I

Se levantó y fue hacia el postigo. Amanecía. En el cielo no quedaba rastro alguno de la tormenta que con tanta furia reventara horas atrás. Los truenos y los ladridos de Laelaps le habían tenido inquieto y desvelado en el lecho buena parte de la noche, hasta que cedió al cansancio, quedándose dormido de nuevo, con la vela encendida, el libro de Ovidio en el regazo y el último verso leído en los labios: pectore Procris erat, Procris mihi semper in ore. De madrugada había vuelto a aquel sueño. Apresado estaba otra vez dentro de aquella Capilla romana, atrapado para la eternidad entre sus muros, junto al paisaje salido de su mano en el que Cristo da el sermón de la montaña. Era la perspectiva, o el recuerdo difuminado de ella, que el maestro Cosimo, llamado con otros por el Papa Sixto para decorar las paredes de aquel rincón del Vaticano, había confiado al ingenio y destreza del discípulo, aún no cumplidos por éste los veinte. Ha pasado tanto tiempo. Ya ni siquiera recuerda algún detalle de los paneles de Perugino y Ghirlandaio que flanqueaban la obra de Rosselli en la que participó. La memoria sólo retiene la imagen lejana de su propia labor en el mural. Nunca sus ojos se volvieron a posar en realidad sobre aquella escena que incluía una porción de su pintura, temprana muestra de las capacidades de su pincel. Jamás había vuelto a poner los pies en Roma; demasiado mármol para su gusto, demasiado ruido, demasiadas campanas…

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EPITELIOS. Rafael Rodríguez González

La mujer a la que le gusta un hombre va diciéndose: «Vamos a ver, hombre, a ver si…». El hombre al que le gusta una mujer va diciéndose: «Vamos a ver, hombre, a ver si…». He ahí un ejemplo de igualdad espontánea.

«Es un enfermo». De acuerdo en muchos casos, pero no hay que confundir enfermos con los monstruos que tan pródigamente genera el género humano.

Contra el vicio de mentir, la virtud de disimular. Y así nos va: disimulando, disimulando, disimulando…

PELUQUERÍA UNISEX. Bien, ¿pero de qué sexo? Con lo bonito y redondo, además de exacto, que es lo bi

No es lo mismo ser adulado que aludido, pero en ambos casos puede uno ser ofendido. En cualquiera de los tres casos la mayoría de las veces es mejor no darse por enterado.

La prisa es mala consejera, pero una siesta larga es de las peores.

Podemos tomarnos la libertad de… Otra cosa es que luego te estrelles.

«Primero nos vamos al Turia. Y después a la casa de Alicante». El sordete que seguía el diálogo enseguida fue a dar el parte a un hermano en el curioseo: «Se va para Asturias, ¡ y anda!, luego a cazar elefantes».

Un ejemplo de altura: Julio Cortázar

La verdadera altura de un hombre no puede medirse más que en centímetros. Otra cosa es la grandeza y ahí ya entraríamos en inmensas, inacabables y estériles polémicas.

Corrían tiempos de suma escasez. La opinión se dividía en dos: optimistas y pesimistas. Los primeros intuían que habría que comer mierda. Los otros aseguraban que no habría para todos.

Un mi compañero, a mi requerimiento de su apoyo para ejercer una acción justiciera, terminó así nuestra brevísima conversación: «A tus órdenes». En esas tres palabras están reunidos años de acción, de palos, de múltiples avatares. Y de total confianza en que ninguno nos requeriremos para lo contrario, jamás. (De todas maneras, a uno le gusta que le digan eso).

El coche eléctrico viene funcionando en las ferias desde hace un montón de años. Tal vez lo que se pretenda ahora sea trasplantarnos su locura de forma permanente.

Si se les pregunta, serán millones las personas que contesten que El Quijote es la obra cumbre de la literatura. Convendría hacer una gran campaña que difundiera lo contrario, a ver si así se consigue que lo leamos algunas de entre esos millones.

Un hombre sentencioso. «¿Pa’ónde vas?». El otro: «Voy p’abajo». «P’abajo vamos tós». A otro: «¿Aónde vas?», «p’allá voy», «p’allá vamos a ir tós». Con personas así es imposible equivocarse.

A las personas que no contestan el saludo las deberían militarizar.

Cuando en un festival una película no recibe más que el premio al mejor guión quiere decirse que la película es mala, porque de haber aprovechado el guión hubiese ganado el de mejor película.

«Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, …». El tío Carlos no podía prever que la mayoría de los que vendrían después no sólo no intentarían transformarlo, sino que serían incluso peores intérpretes que los que él conoció. La gran mayoría de los silósifos no valdrían ni para los karaokes.

Manolito el de María (con sombrero) en una taberna

De siempre, en tabernas y bares de calidad se ha distinguido entre clientes y fijos.

También están los que son de fiar. Son los menos apreciados, lógicamente.

En un bar en que los dependientes no están pendientes del cliente es éste el que debe estar pendiente de los dependientes, lo que resulta conveniente porque algo raro pasa y no se sabe qué consecuencias inconvenientes pudieran producirse. Como mínimo, por atención deficiente.

Hay quien ve la realidad a puntadas. Y quien da puntadas y puntadas para que se vea tal como es: una putada.

Ángela Davis y Michelle Obama

Tras ingentes esfuerzos, y ante la sorpresa general, ha quedado demostrado que Michelle Obama no es Angela Davis.

Casi siempre el panorama político-social-económico, es decir, el panorama político, es como un bosque plagado de alimañas de todo tipo. Y la gente esperando que aparezca Francisco de Asís o San Jorge para atravesarlo. A mí me parece que es el único bosque que hay que quemar.

Con permiso de él, digo como Pablo Argue: «Algunos, alguna vez, algunas de estas cosas habrán pensado o pensarán. ¡Qué presunción más ridícula la mía si pensara que sólo yo soy capaz de pensar lo que digo que pienso!».

(Escena de patio)

Anda y que te den un tiro…

con pólvora de mis ojos

y balas de mis suspiros

Y pensó ella, que no tenía ná de espabilá: “Y que te salga el tiro por la culata, so…”.

(Escena de patio)

Permita Dios y te veas

sacando agua del pozo

y con la cuba no pueas

Y añadió el suegro: “Y cuando saques el agua esté envenená”.