Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno porque ha caído sobre él!
Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada del hielo
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
de tiniebla tan cruel.
Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno porque ha caído sobre él!
De un sólo clavel ceñida
la Virgen, aurora bella,
al mundo se le dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
sólo fue el heno fiel.
Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno porque ha caído sobre él!
El heno, pues, que fue digno,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino,
para su lecho fue lino,
oro para su dosel.
Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno porque ha caído sobre él!
[Poesía de Navidad (antología).
Prólogo y selección de Sinda Pino y Jesús Majada.
Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).<
Págs. 52 y 53. Madrid, 1990]
En Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936 – 1939) refiere Andrés Trapiello que «De modo casual se enteró Manuel Machado por la prensa francesa , que se recibía en la Oficina de Propaganda en Burgos, de que el poeta español Antonio Machado había muerto en un pequeño pueblo del sur de Francia. Consiguió Manuel salvoconductos y llegó a Collioure en coche oficial y una escolta, desde Burgos. El viaje duró dos días. Allí le esperaba la noticia de que también acababa de morir su madre, enterrada con él en el mismo cementerio.»
Lápida de la tumba de Ana Ruiz y su hijo Antonio Machado en el cementerio de Colliure
[Antonio Machado fallece un 22 de febrero de 1939,
sobreviviéndole su madre tres días]
Y continúa Trapiello:
«Deberían interesarnos a todos los pensamientos de Manuel junto a las tumbas de ese pequeño cementerio, sus sentimientos y su dolor, y los pensamientos más hondos y vivos de un Antonio ya muerto»
»Algunos años después Manuel escribiría uno de sus más hermosos poemas y tal vez uno de los más hermosos de nuestra lengua. En cierto modo está escrito a medias con su hermano Antonio.»
«Podemos entender estos versos como la respuesta de Manuel a aquellos otros bellísimos, escritos también en plena guerra, que Antonio le dirigió desde los huertos valencianos» y que leeremos tras éste.
LECTOR DE MANUEL MACHADO:
ECOS
¿Qué tiene este verso, madre,
que de ternura me llena,
que no lo puedo decir
sin que el corazón me duela…?
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!
¿Qué tienen, madre, qué tienen
estas palabras que suenan
tan adentro de mi pecho,
y tan lejos y tan cerca…
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!
¿Qué dicen, sin decir nada…?
Sin contar nada, ¿qué cuentan…?
De estas palabras sencillas
¿qué puso Antonio en las letras?
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!
Cuando en mis labios las tomo
y hasta mis oídos llegan…
¿por qué lloro sin consuelo?
y ¿por qué lloro sin pena?
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera!
LECTOR DE ANTONIO MACHADO:
Otra vez el ayer. Tras la persiana,
música y sol; en el jardín cercano,
la fruta de oro; al levantar la mano,
el puro azul dormido en la fontana.
Mi Sevilla infantil, ¡tan sevillana!,
¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!
¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano,
no sabemos de quién va a ser mañana.
Cuando se le pregunta por su poética Manuel respondía: «Ideas sobre la Poesía… Muchas y muy vagas y sutiles. Pero no las poseo, me poseen ellas. Nada puedo, pues, “decir” sobre eso que, para mí, cae dentro de lo indefinible, mejor: de lo inefable.»
«…Un día que escuché alguna de mis soleares en boca de cierta flamenquilla en una juerga andaluza, donde nadie sabía leer ni me conocía, sentí la noción de esa gloria paradójica que consiste en ser perfectamente ignorado y admirablemente sentido y comprendido.»
LECTOR 1:
La vida, el huracán, bufa en mi calle. Sobre
la turba polvorienta y vociferadora,
el morado crepúsculo desciende… El sol ahora
se va, y el barrio queda enteramente pobre.
¡Fatiga del domingo, fatiga… Extraordinario
bien conocido y bien corriente!… No hay remedio.
¡Señor, tú descansaste; aleja, en fin, el tedio
de este modesto ensueño consuetudinario!
Voces, gritos, canción apenas… Bulla. Locas
carcajadas… ¿Será que pasa la alegría?
Y yo aquí, solo, triste y lejos de las fiestas…
Dame, Señor, las necias palabras de estas bocas;
dame que suene tanto mi risa cuando ría;
dame un alma sencilla como cualquiera de éstas.
NARRADORA:
Para Antonio «El poeta profesa, más o menos conscientemente, una metafísica existencialista, en la cual el tiempo alcanza un valor absoluto. Inquietud, angustia, temores, resignación, esperanza, impaciencia que el poeta canta, son signos del tiempo, y a la par, revelaciones del ser en la conciencia humana.»
LECTOR 2:
Amada, el aura dice
tu pura veste blanca…
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
El viento me ha traído
tu nombre en la mañana;
el eco de tus pasos
repite la montaña…
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
En las sombrías torres
repican las campanas…
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!
Los golpes del martillo
dicen la negra caja;
y el sitio de la fosa,
los golpes de la azada…
No te verán mis ojos;
¡mi corazón te aguarda!