JOAQUÍN RUEDA MUÑOZ. SEMBLANZA DE UN HOMBRE DE ACCIÓN (1934-2018). De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún (Mayo de 2019)

 
 
 

Joaquín Rueda Muñoz

 
 
 

   «Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va transformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.»

Pío Baroja

 
 
 

  «Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o, bien, callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz, pese a la muerte?»

Gabriel Celaya

 
 
 

Joaquín Rueda con san Juan Bosco

 
 
 

Hemos querido que las dos citas que encabezan esta semblanza de la vida de un hombre como Joaquín Rueda Muñoz también las podamos ofrecer a la lectura junto con lo que vamos a contar, a la manera de grandes trazos, apuntes, como si la vida pudiera expresarse de modo impresionista, diciendo mucho más de lo que se dice porque los autores cuentan con la participación de los que se van a asomar a estos párrafos para aproximarse a Joaquín, que desde luego se alzó durante toda su vida contra lo que Baroja denuncia allá por los principios del siglo XX, y fue de los que no nadó en el «océano de la vulgaridad», porque él tuvo el don de hacer consistir su existencia en un mundo lleno de acontecimientos dignos de ser contados. La otra cita es un fragmento de un poema de otro vasco, Celaya, que nos llenó de amor y amistad la literatura española. Sin el cultivo radical de la amistad no habría habido causa de tanta acción cultural, musical, folklórica, docente… de este andaluz de Carmona que irradió desde la capital histórica de los Alcores una luz para ser modelo de los que buscan construir su felicidad contribuyendo a que la alcancen los demás.

   Lo que, a continuación, escribimos tiene su origen en una llamada de teléfono a la librería ‘Término’ de Alcalá de Guadaíra. Uno de los libreros, el escritor Mariano Cruz, le facilita a Matilde Rueda, hija de Joaquín, nuestros números telefónicos. Ella había leído la semblanza del pintor carmonense, Manuel Fernández García, que habíamos publicado en la revista alcalareña Escaparate en 2013 y que también estaba editada en internet en nuestra revista literaria «CARMINA». Matilde deseaba que nosotros hiciéramos una semblanza de su padre. El 16 de julio de 2018 nos desplazamos a Carmona para visitarla y nos entrevistamos con ella. El texto que sigue es fruto de aquella conversación en memoria de su padre.

 
 
 

Con sus hermanos

 
 
 

Joaquín Rueda Muñoz nace en Carmona el 30 de enero de 1934. Es el mayor de seis hermanos. Sus padres, Matilde y Joaquín, se casaron en 1932. Su padre era un carpintero muy humilde sin trabajo entonces para mantener a su familia. En Madrid tenía unos parientes que le habían buscado un empleo en un taller donde se fabricaban cajas de madera. El joven matrimonio emigró a Madrid, aunque Matilde cada vez que iba a parir regresaba a Carmona para el nacimiento de los hijos. Así estuvo unos años yendo y viniendo de Carmona a Madrid, y de Madrid a Carmona, donde habían nacido ya dos de los seis hijos. Cuando estalla la Guerra Civil en 1936 están en Madrid y durante los años de aquella tragedia entre españoles no pueden salir de la capital. Madrid ha quedado dentro del territorio de la República y Carmona en el bando nacional. El padre, sin ser un hombre de ideas políticas, tuvo que adherirse al bando republicano. El niño Joaquín nunca olvidaría los bombardeos, las carreras desesperadas a los refugios donde habían de guarecerse de las bombas y las cartillas de racionamiento. Cuando finalizó la contienda al padre lo condenaron a trabajos forzados en un campo de concentración cercano al Valle de los Caídos y luego lo trasladaron a otro en los Pirineos. Su oficio de carpintero le sirvió para sobrevivir en aquellos duros años de sufrimiento y privación de libertad. La madre regresó a Carmona con los dos hijos, buscando el amparo de la familia. Tres largos años duró el cautiverio del padre.

   Durante ese tiempo Matilde tuvo que sobrevivir ella sola con sus tres hijos. Joaquín tenía cinco años y ya sabía leer y escribir, aunque no había pisado aún ninguna escuela. Ella estaba empeñada en que Joaquín pudiera matricularse en alguno de los colegios de Carmona. Y si a través de amistades tuvo algunos maestros, a los pocos meses de pasar por las llamadas popularmente migas, que eran las casas particulares de los propios maestros, donde se preparaba a los niños para la escolarización en los colegios oficiales. Los maestros le decían a la madre que Joaquín ya sabía todo lo que ellos podían enseñarle, así que era necesario matricularlo en un colegio. Por aquel entonces el mejor de Carmona era el que regentaban los padres Salesianos. La madre consigue meter al niño en los Salesianos y se las avía para pagar, cada vez que corresponde, la matrícula y las mensualidades. Al padre le conceden la libertad y regresa a Carmona. A Joaquín consiguen mantenerlo en los Salesianos hasta los once años. Pero a esa edad, a pesar de que los sacerdotes salesianos insistían en la necesidad de que pasara al bachillerato, la madre no podía sufragar el gasto, y ponen al niño a trabajar en la tienda de comestibles de un tío materno. Siempre reconocería a lo largo de su vida lo agradecido que estaba a los maestros salesianos porque con ellos aprendió dos cuestiones fundamentales: la capacidad de observación y el amor por la lectura, que le sirvieron como dos herramientas esenciales de las que echar mano para emprender cualquiera de los proyectos en los que se embarcó.

 
 
 

Con sus condiscípulos en los salesianos de Carmona

 
 
 

   Por un plato de comida y una peseta al día trabajaba Joaquín de ocho de la mañana a diez de la noche, ininterrumpidamente. A los once años Joaquín lloraba desconsoladamente por no poder seguir estudiando. Pero esa peseta diaria que le iban a pagar era imprescindible para su familia. Por ser pequeño de estatura, tenían que ponerle una lata de pimienta para que a ella se pudiera subir y se le viera tras el mostrador. No se achantaba en su afán de aprender y, ya entonces ese niño empezó a comprar libros con el poquísimo dinero que alcanzaba a ahorrar para poder leer, y no paraba de escribir y de dibujar. Se las ingeniaba para ir haciéndose con una biblioteca, que va engrosándose con todos los libros que caen en sus manos y que lee y relee. Unos los compra, otros se los prestan. Ocupantes provisionales y sucesivos en su biblioteca que implicaban las relaciones que él establecía con amigos curiosos e inquietos como él, personas que encontraba y que compartían el entusiasmo por aprender porque creían firmemente que los libros son tesoros. Leía literalmente de todo: Física y Química, Música o Gramática… Los diccionarios los devoraba como si fueran novelas, leyéndoselos desde la primera hasta la última página, y a las tantas de la noche… Logró su firme propósito de ser un estudiante. Aunque autodidacta, no por ello se aisló de los demás, sino al contrario, con los conocimientos que adquiría por su cuenta, conforme iba aprendiendo y educándose, ponía a disposición de los otros lo que sabía, con ese don que tenía de propiciar los encuentros.

   Así, él mismo va construyendo su propio plan de estudios, que incluye las Bellas Artes, por las que tenía una apetencia natural y en las que se va introduciendo de manera espontánea e intuitiva. Se prestaba como ayudante del maestro de pintores José Arpa Perea o del escultor Joaquín Daza Burgos y de otro ilustre carmonense, Juan Rodríguez Jaldón, entonces director de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. También fue compañero en la Peña Giraldilla del pintor Manuel Fernández García, y amigo suyo. Se hacía con cualquier cosa que fuera de papel. No tenía empacho en aprovechar los restos de papel de envolver, o unos trozos inservibles de papel de estraza. Sobre estos soportes dibujaba sus primeras figuras o paisajes con un lápiz, una plumilla o un carboncillo. En su plan de estudios Joaquín también incluye la Música. Conoce a un músico que decide darle clases en las pocas horas que aquel niño entusiasta tenía libres de la tienda. Necesariamente, debían ser los domingos y fiestas, no los sábados, que también eran tiempo de trabajo de Joaquín. Era capaz de encontrar siempre los momentos para recibir aquellas clases que para él eran una fortuna. Aprendió solfeo y a tocar la bandurria. No tardó en aplicar parte de lo aprendido cuando organizó una rondalla de cantores que se acompañaban de bandurrias. Más tarde dirigiría una tuna.

   Hasta cumplir los dieciocho años Joaquín trabajó en la tienda de comestibles como mozo de mostrador. Fueron siete años durante los que trabajó, efectivamente, no como el niño que era sino como un mozo capaz de bregar duramente durante aquel desproporcionado horario y, no obstante, no perdió la ilusión de ser un niño y un muchacho de vocación humanista, guiado por una inspiración existencial que le acompañaría toda su vida y una capacidad de transmitir su fuerza a los que iban formando parte de su mundo, de su vecindad y de su afecto.

   Con diecinueve años se presenta a un concurso de Bellas Artes para una exposición que por entonces organizaba el Ayuntamiento de Carmona y le premian un dibujo suyo. En años posteriores siguió recibiendo menciones y reconocimientos en este concurso al que se presentaban artistas reconocidos no sólo de Carmona sino de los otros pueblos de la comarca. Por esta misma época de juventud, además, fue entrenador de fútbol de varios equipos juveniles; se atrevía con montajes de teatro y con papeles de actor. Era tal su generosidad y su compromiso para que el saber y el conocimiento fueran un patrimonio compartido por todos, sobre todo, y especialmente, por los más humildes, que, incluso, saca tiempo para dar clases nocturnas a hortelanos y otras personas del campo.  A principios de los cincuenta el Ayuntamiento de Carmona había cedido unos salones de la planta alta del edificio municipal para que los pudieran usar los jóvenes del pueblo. Una parte importante de aquellos jóvenes estaba formada por un grupo de condiscípulos salesianos de los que formaba parte Joaquín. Poco tiempo después, a principios de los sesenta, funda una peña cultural a la que nombran La amistad. Las peñas surgen como alternativas populares a los dos casinos existentes, El Casino Viejo y El Casino Nuevo, que frecuentaban las personas más pudientes. Fueron dos las peñas que se crearon en los años cuarenta y cincuenta, la primera llamada La Giraldilla y la segunda Los tranquilotes. Pero los jóvenes no tenían acogida en estas asociaciones. Joaquín supo ver que era necesario que la juventud de Carmona, de la que él formaba parte, tuviera su propio espacio para el encuentro de los que tenían deseos de actuar y participar, de encajarse en el devenir de un pueblo lleno de historia y de cultura como Carmona. Así nace la peña La amistad, que se creó con la inspiración de Joaquín, pues era propio de él, entusiasmar a otros jóvenes para dar realidad a la peña de la juventud de Carmona, entonces.

   Después de hacer el servicio militar, con veintidós años, aprende a reparar bicicletas, a montar antenas de televisión  y a reparar electrodomésticos. Una de las primeras antenas de televisión de Carmona la montó él. Estudia, por libre, electrónica y  peritaje mercantil.  A fines de la década de los cincuenta, con sus amigos funda la primera emisora de radio de Carmona a la que denominaron Radio Juventud y que emitía desde uno de aquellos salones de la planta alta del Ayuntamiento. Joaquín se encargó de montar todos los aparatos para que la emisora funcionara. Con sus conocimientos de electrónica averiguó qué piezas y artilugios precisaba y dónde los podría obtener. Gestionó la compra de los componentes en Barcelona y consiguió montarlos y que la emisora pudiera funcionar. Estos años son también los de la revista Estela. Son años en los que Joaquín trata con todas las capas sociales de Carmona. En realidad Estela era una mezcla de revista y de periódico. Los contenidos de la publicación iban a ser el resultado de toda una labor de sus promotores en cada rincón de Carmona, en cada monumento, calle, o tradición popular o religiosa, lo que suponía estar con quienes tenían algo que contar, visitarlos, hablar con hombres y mujeres. Y en toda esta actividad Joaquín suponía un impulso esencial, porque era un hombre de acción.

 
 
 

 
 
 

   De 1961 a 1975 formó parte de la corporación municipal y promovió la declaración de Carmona como conjunto histórico-artístico conseguida en 1964. Declarándose, además, como monumentos nacionales las ermitas de San Mateo, San Antón, la iglesia de San Antón y el convento de la Concepción. En este mismo año, argumenta y defiende la construcción del parador nacional en el Alcázar del Rey don Pedro. Pero su labor por el patrimonio cultural de Carmona, en una visión adelantada a su época, no se va circunscribir al patrimonio material sino que concibe la salvaguarda de los bienes inmateriales de la localidad.

   Dejó de trabajar en la tienda de comestibles y llegó a enfermar de no descansar porque su tío, aprovechando las ideas y cualidades del sobrino, le montó un taller de bicicletas y una tienda de pequeños electrodomésticos, donde siguió siendo su empleado con un horario que sólo dejaba para poder consagrar las horas nocturnas a los estudios que emprendía. Con veintisiete años se casa con Rosario. Un tiempo después el tío le traspasa la tienda de electrodomésticos, aunque con sus deudas. A partir de este momento Joaquín va a poder dar rienda suelta a una mayor actividad pública, con una mayor proyección social.

 
 
 

Con la Hermandad del Santo Entierro de Carmona

 
 
 

   En 1971 funda la hermandad del Santo Entierro de la que fue hermano mayor durante siete años. Ese mismo año lo nombran pregonero de la Semana Santa de Carmona. A principios de los 80 es uno de los encargados de recuperar el Carnaval promoviendo la agrupación carnavalera «Pitos y cañas». Y a mediados de la década, animado por sus hijos, decide iniciar los estudios de Magisterio que concluye en 1987, obteniendo inmediatamente la plaza de maestro de escuela para Adultos.

   Siguen cabiendo iniciativas y proyectos en la vida de Joaquín y se dedica de pleno a la institución educativa. Llega a ser coordinador de diferentes zonas de la provincia de Sevilla; La Campiña, Vega Alta, Vega Baja durante nueve años desde 1988 hasta 1996, integrado en el Equipo Técnico provincial de la Delegación Territorial de Educación de Sevilla. Desde 1988 hasta 2004 desempeñó el cargo de director-coordinador del Centro de Adultos de Carmona. Ya jubilado, se matricula en la Universidad de Sevilla en el Aula de la Experiencia, completando dos cursos.

   Una de sus últimas dedicaciones fueron los mosaicos de inspiración romana. Hay uno que nos recibe en la casa de la familia de su hija Matilde. El relato sobre su padre, su memoria, algunos de sus hitos biográficos nos los ofreció aquel día en el que nuestro encuentro con ella fue tratar sobre él: un hombre de acción, en el sentido humanista. Su familia, sus aventuras, sus descubrimientos, sus amigos constituyen otro mosaico existencial a lo largo de toda una vida fecunda, que estuvo llena de sentido porque fue un hombre de libertad para el encuentro o, dicho también, un comprometido y rebelde, pues sin rebeldía no es posible una vida creativa como la que acabamos de narrar. Sea por su memoria esta semblanza.

 
 
 

Con su familia

 
 
 

One comment.

  1. No he podido leer aún el artículo dedicado a tu querido padre, pero con los genes que tienes de mi Gran Amigo Joaquín Rueda Muñoz estoy convencido de que cuando llegue a mi casa y lo lea, a buen seguro que me va a encantar. Ya de antemano te doy mi más sincera felicitación por el mismo. Un abrazo.

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