La Judea de Alcalá a paso rápido por Duquesa de Talavera
[Foto: LGV (2012)]
Como vimos en el artículo precedente en 1816 se produjo una controversia sobre cómo realizar su estación de penitencia de la Hermandad de Jesús. Según el trabajo de Francisco Javier Gutiérrez Núñez el problema se centraba en las actuaciones, poco decorosas, de los armaos de la Hermandad. Pues bien, los curas de la Iglesia de Santiago denunciaron ante las autoridades judiciales y eclesiásticas la falta de compostura de dichos armados, que denunciaban como «prácticas ridículas y teatrales». Sobre todo destacó la labor de uno de los curas, don José María Suárez y Gutiérrez, que envió sendos comunicados a la Audiencia de Sevilla y al Provisor y Vicario General del Arzobispo de Sevilla. Éste ordenó que «dentro del Templo (no) se haga revoleo de banderas ni se tengan las caras cubiertas por los Nazarenos (sic)». En la tarde y noche del Jueves Santo los armados parece que no respetaron del todo lo dicho, aunque el notario don Francisco Jerónimo de Flores (el padre de nuestro cronista) certificase que no hubo tumultos ni desórdenes en la salida profesional.
Sin embargo, el cura José María Suárez volvió a protestar ante el Arzobispado. Sin duda, dicho eclesiástico ocupa un lugar singular en nuestra historia, ya que dejó constancia de su labor y mentalidad en la convulsa Alcalá de principios del siglo XIX, cuando las costumbres, mentalidades, política y sociedad estaban en el profundo cambio del fin del Antiguo Régimen. El profesor Moreno Alonso en su ponencia en las IV Jornadas de Historia (1991) señaló su denuncia ante el Arzobispado de las actitudes del cura interino que cubría su plaza, Macario Sánchez Bravo, en 1806. Acusaba a dicho cura de dar la misa sin hábito, y de no obedecer sus órdenes, teniendo como resultado, según él, que se «invirtiera el buen orden que debe reinar en una Iglesia». Para el profesor Moreno Alonso de lo que se trataba era de un conflicto «generacional» entre el cura «petimetre» o afrancesado y el cura tradicional. Pero este incidente sólo fue el prólogo de lo que tenía que sufrir, ya que la ocupación francesa hizo que sólo quedara él como único eclesiástico secular. Esto hizo que tuviera que acudir a los servicios de ex religiosos regulares para que le auxiliaran en sus deberes. Pero aún así, don José María levantó en plena ocupación (1811) una «Academia de Moral» para instruir al clero y a la población en tan difíciles momentos.
La vuelta al absolutismo y al orden tradicional no significó la tan querida «regeneración moral» y el mencionado presbítero tuvo que lidiar como hemos visto con las costumbres de la madrugá alcalareña; y en 1825 con ciertos baños «indecentes» en el Algarrobo que ya comentamos en esta sección («Baños pecaminosos en la Alcalá de 1825», abril 1999). Todo esto nos hace ver que las relaciones entre las autoridades eclesiásticas y las formas de religiosidad popular nunca fueron del todo felices, sobre todo en las épocas de cambio social, como la que le tocó vivir a nuestro protagonista.
[La voz de Alcalá, 15 al 31 de marzo de 2002, año X, nº 104]