IN MEMORIAM, RAFAEL BALTANÁS. «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2003

 

El escritor Rafael Baltanás

(Foto Olga Duarte, 2003)

 

Como lectores de Rafael Rodríguez González nos sorprendemos a nosotros mismos inquietos después de la lectura de cualquiera de sus artículos. Nos sirven para comprender la realidad humana: son útiles, despabilan, arrancan una sonrisa, las más de las veces agridulce. También, cuando tiene que ser, duelen porque denuncian, no sólo a otros, sino a los propios lectores, a cualquiera de nosotros. Ponen el dedo en la llaga, llaman a las cosas por su nombre, en ese estilo austero, denso y lúcido que Rafael Rodríguez González ha ido pergeñando a lo largo de los años. El público de esta ciudad de barrios y cerros que haya querido, habrá tenido la enorme fortuna de seguir paso a paso la conformación de ese arte suyo, porque su generosidad impagable le ha llevado a ir vertiendo su literatura esclarecedora en diferentes publicaciones.

   Rafael Baltanás es un escritor comprometido con la vida, sobre todo con esa parte de la vida sobre la que caen todos los palos, ese triste lomo de la vida que machacan algunos, o muchos, sobre un resto de millones de seres. Lo que nutre a esa, verdaderamente infame, turba de canallas, ese alimento podrido, su cultivo, la siniestra ciencia que permite los herbazales donde pastan las bestias de los inicuos, constituyen el blanco que pretende pinchar el escritor con sus dardos certeros.

   Pertenece a esa noble casta de Goytisolos, Ferlosios, Celayas, Oteros, que sólo son verdadera literatura cuando involucran su retórica, su discurso, sus visiones, su existencia, en el compromiso con el ser humano, iluminados y manchados por la fluencia de la condición humana. Nosotros estamos de acuerdo con él. Si las palabras alojan la idea y el sentimiento, que sean concebidas para las personas, que queden incorporadas en los mensajes que reivindican y procuran la verdad.

   Se trata de la memoria y también se trata del futuro, pero del futuro justo que es el único que no puede brotar del olvido. Se trata del presente al que sólo podemos asomarnos desde la responsabilidad de nuestros actos y desde la exigencia a los otros que sigan igual responsabilidad, sobre todo a aquellos otros que detentan cualquiera de las formas que reviste el poder. El poder suele revestir una forma fantasmal, casi informe, contorneado ambiguamente por esos cultos malvados, sibilinos, alevosos que también lo integran. Los artículos de Rafael Baltanás de los últimos años en la contraportada de este periódico los firma un muerto, al que de alguna manera el periodista devuelve una suerte de vida varias décadas después de que cayera abatido, injustamente arrebatado de ella, por las balas de unos sicarios que nunca delataron a sus jefes ni éstos a aquéllos.

   «He leído mucho, mucho para mí, porque para cualquiera no es tanto», nos dice. No es hombre de academia, aunque no considera el autodidactismo una categoría distinta de lo académico, porque al final -y al principio- de toda ilustración están los libros que son los que marcan los caminos a seguir para llegar al tesoro que contienen sus páginas.

   Su sentido de la libertad, su humildad intelectual o su timidez, le han llevado a firmar con pseudónimos e incluso a no firmar sus propios textos, como aquellos cronistas de la prensa decimonónica. Pseudónimos o anónimos, sus textos le han comprometido siempre. Ya desde antes de la muerte de Franco, cuando compromiso no era sólo una categoría espiritual, y así a lo largo de veinticinco años de militancia política, de la que desde hace algunos se encuentra alejado, según declara, por no querer estar en sitio alguno en que los medios y los pasos no estén impregnados del fin al que se aspira.

 
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RAFAEL BALTANÁS (1955-2015)

 

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