Casa de Ibarra
Alcalá de Guadaira
(Foto: Manuel Verpi 2013)
El chófer llegó en el coche oficial a la puerta de la casa de don Antonio. Llamó al porterillo. Tardaron en contestar. Una voz excusaba al señor, por no estar aún preparado. El chófer esbozó una sonrisa. Decidió fumarse un cigarrillo mientras esperaba. Desde luego la mañana no era muy agradable, hacía frío y la niebla lo confundía todo.
Así, como el día, se despertó don Antonio, confundido, porque no daba crédito a la hora que indicaban las agujas del reloj. La manta sólo le dejaba al descubierto la cara y sus ojos miraban y veían que era tarde, aunque ya le había avisado la empleada de que su chófer le esperaba. Dejó de mirar el reloj y dirigió sus ojos a la ventana. Fuera un gris lechoso y deprimente. No se atrevía a abandonar la calidez de la cama. Otra vez Madrid, otra vez. Otro AVE, se lamentaba.
Con el tiempo justo para coger el tren llegó a Santa Justa. Mientras le verificaban su billete de clase club le advertían que un minuto más tarde y no lo habrían dejado pasar. En el andén apuró presuroso un pitillo mañanero y amargo, y tuvo que ser requerido por la azafata con un dése prisa que sale el tren…
En su asiento notó algo raro. No sabría decir qué. Era una cuestión de matices, pero era incapaz de concretar cuáles. Luego el taxi lo dejó en la Carrera de San Jerónimo. Don Antonio se bajó del coche y le extrañó que el pavimento no fuera el que normalmente reconocía como el granito gris madrileño, sino que caminaba por una pendiente escalonada de ladrillos de taco. A un lado y a otro de la cuesta casi todas las casas estaban arruinadas, los matojos y los desperdicios invadían los jardines, las altas farolas de diseño rotas a pedradas, las viejas tapias pintarrajeadas con obscenidades…
De pronto se hizo de noche. Iba sin guardaespaldas y se sintió sobresaltado. Le vino a la cabeza el fenómeno de los viajes astrales, que le asustaba desde que le hablaron por primera vez de tal fenómeno cuando sólo era un adolescente. ¡Y estaba en un auténtico viaje astral a su pueblo! Efectivamente, subía por la cuesta de El Águila con su maletín, abrigo largo, traje y zapatos de salón, entre todo aquel abandono. Y en el sueño el miedo empezó a convertírsele en vergüenza, una enorme vergüenza ante la íntima convicción de que toda aquella inmundicia urbana tenía algo que ver con él. Cuando había remontado toda la cuesta, soltó el maletín en el suelo y se puso a contemplar el panorama de su pueblo que desde allí se tiene.
En el ajuste de vías para entrar en Atocha, traqueteó y cimbreó el tren. En Madrid lucía un sol radiante. Se despertó aturdido y descubrió que todo había sido una pesadilla. Excitado y despreocupado bajó.
Vista de Alcalá desde El Águila
(Foto: Manuel Verpi 2013)
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Para leer otros textos y colaboraciones de María del Águila Barrios en «CARMINA»,
Juazjuazjuaz… A.L.
Posted by A.L. on enero 19th, 2016.