LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)

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Cernuda, el exiliado, fumando en pipa.

LUIS CERNUDA

Trenzando juncos para los asnos.

Por Enrique Martín Ferrera.
Junio 2009.

A F.Javier Romero Martín.

Recuerdo que era un ejemplar muy ajado, propiedad de la biblioteca pública, con una cubierta remendada que aún permitía leer su enigmático título: OCNOS. Aquel extraño nombre, que prometía maravillas, y su brevedad –los adolescentes siempre están tontamente muy ocupados-, fueron determinantes entonces en mi elección, entre tantos lomos expuestos al alcance de mi mano.

Leí aquel libro en las postrimerías de un verano, durante una siesta embalsamada y luminosa, sentado bajo el castaño de indias que todavía, cada estío, sigue ofreciendo su sombra a quien alcanza esforzadamente a pie el final de la cuesta de subida al castillo de mi pueblo. Lo leí sin pausas, pero degustando morosamente cada línea, como una de esas delicias de la vida que uno se resiste a abandonar y que hacen que extravíe el reloj y proclame para sí la abolición del tiempo. Recuerdo que me costó devolver a los anaqueles municipales aquel librito, y que supe, desde aquella misma tarde, nada más concluir sus páginas, que Luis Cernuda, con toda aquella belleza surgida de la palabra, me acompañaría en adelante en el camino, alentándome siempre; desde una cercana lejanía, como lo hacen las cartas de un amigo muy querido que se quedó cuando nos fuimos, o se marchó cuando nos quedamos; que todavía nos escribe de cuando en cuando, y al que seguimos reconociendo, y sintiendo próximo, a pesar de la distancia y sus privaciones.

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Goethe.

Los días que siguieron a aquella primera lectura volví una y otra vez a aquel nombre: Ocnos. Porque, ¿quién era Ocnos? Aunque intuía en el uso hecho allí de su nombre cierta referencia a la labor artística, ¿cuál era la exacta relación de aquel personaje y su curioso quehacer con el contenido del libro? Sólo se le mencionaba en la cita de Goethe que abría la obra:

Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de ese modo Ocnos halla en su asno una manera de pasatiempo.( Goethe, “Poygnots Gemälde in der Lesche zu Delphi”)

Busqué y busqué, en cuantos libros tenía en aquella época a mi alcance, alguna noticia añadida sobre aquel misterioso trenzador de juncos, pero nada pude hallar sobre el mismo: ¿era acaso su ocupación un castigo? Incluso durante algunos años, tampoco tuve certeza acerca de si el artista griego Polignoto, que adquirió prestigio pintando escenas basadas en las obras de Homero unos cuantos siglos antes de Cristo, y al que escuetamente hacía referencia la enciclopedia, era o no la misma persona que aparecía en el título de la obra del gran Goethe. Mis pobres progresos en aquella labor estaban más que justificados por las limitaciones de una pequeña biblioteca municipal de la sierra onubense, en tiempos en los que ni siquiera se oía hablar aún de Internet; circunstancias que me dejaban poco o ningún margen de maniobra.

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Representación sepulcral de Oknos en Puerta Latina (Roma), hallada por Campana en 1832. Museo Pío Clementino.

Comenzó el curso académico. Como seguía rumiando aquel asunto, me dirigí a los nuevos profesores de Literatura y de Historia, tratando de hallar respuestas para mi curiosidad. Pero, ¡ay!, en qué pocas ocasiones encontró uno motivos, a lo largo de sus muchos años de reglados estudios, para sentir orgullo y veneración por sus profesores. A aquellos dos la palabra “maestro” les venía grande: acogieron mis preguntas con perplejidad en el rostro y me despacharon con evasivas y una media verónica para rematar la faena; según ellos el programa de sus respectivas asignaturas era lo suficientemente arduo y espeso para dedicarme a perder el tiempo con aquellas fruslerías. Salí de aquel encuentro con los mismos interrogantes sin respuesta en los bolsillos; y con algo más doloroso, la fundada sospecha de que mi amplia ignorancia de bachiller no distaba mucho de la estrecha sabiduría de aquellos hombres destinados de oficio a ser mis enseñantes.

Eché tierra sobre Ocnos; pero sólo unas cuantas paladas, las justas para permitirme en el futuro desenterrar aquel estímulo repleto de incógnitas, que no iba a permitir agostase la simple y transitoria falta de recursos de consulta, ni la necedad de los consultados. Sólo era una cuestión de medios y paciencia.

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José Ortega y Gasset (1950).

Durante mis años sevillanos de universidad, el azar, aliado con mis desordenadas y compulsivas lecturas, me llevó hasta un texto de Ortega y Gasset que iba a resucitar mi curiosidad por el asunto del trenzador de juncos cernudiano. Se trataba de un ensayo del filósofo español aparecido en el número de Agosto de 1923 de la “Revista de Occidente”, luego recopilado con otros suyos por el propio autor en “Espíritu de la letra”; tomo que habría de caer en mis manos en edición de los años sesenta de la mítica colección Austral. Cómo no devorar ávidamente un texto que llevaba por título “Oknos el soguero”. Paciencia y medios. Un texto siempre lleva a otro, y Ortega me condujo a la “Descripción de Grecia” de Pausanias, a la “Naturale Historia” de Plinio, al “Ensayo sobre el simbolismo sepulcral de los antiguos” del antropólogo y mitólogo suizo Johann Jakob Bachofen; y éstos a su vez a otros innumerables autores y escritos…

Con los mimbres de lo mucho leído a lo largo de los años sobre Ocnos, podría hacer hoy -ya que de trenzadores hablamos- un gran canasto en forma de pomposa y extensa tesis; pero como la enjundia no debe estar reñida con la amenidad, y cuanto huele a tedio me resulta una tortura como lector, mi propio gusto me aconseja bosquejar un limitado resumen. Sigamos en esto también la recomendación que el mismo Cernuda se hacía a sí mismo en su página “Biblioteca”, añadida en la tercera edición de OCNOS: Que la lectura no sea contigo, como sí lo es con tantos frecuentadores de libros, leer para morir.

Y dando ya noticia de lo hallado, la cosa comenzaría así: Siglo II de nuestra era, quinientos años después de que el pintor griego Polignoto pintara unos espléndidos murales en el Lesque de Delfos, el geógrafo y escritor Pausanias visita el lugar, admira el conjunto pictórico todavía existente sobre los muros estucados de aquel edificio público y nos lega una exhaustiva descripción de todos aquellos cuadros, que se convertirá con el paso del tiempo en única y valiosa referencia, una vez perdidos para siempre los frescos originales.

Entre esas pinturas, figuraba un grupo que en sus escritos Pausanias denomina “Descenso de Odiseo al Hades”, evocación de los muertos que aparece en el famoso canto XI de la Odisea homérica. En lo que nos concierne, el interés de esas páginas literarias se centra en este pasaje: Tras ellos hay un hombre sentado, al que la inscripción identifica como Ocnos. Está trenzando una soga y junto a él hay una burra que se va comiendo lo que acaba de ser trenzado. Dicen que este Ocnos debió ser hombre laborioso, con una mujer muy pródiga, que malgastaba de inmediato cuanto el hombre ganaba con su trabajo. Por este motivo piensan algunos que a la mujer de este Ocnos aludía Polignoto. Pero sé también que los jonios tienen un dicho que utilizan cuando ven a alguien esforzándose inútilmente: éste trenza la soga de Ocnos. Los agoreros también denominan Ocnos a un pájaro, que es la más hermosa y grande de las garzas, y a la vez la más rara de las aves.

El moralista griego Plutarco de Queronea, en su pequeño tratado sobre “La Paz del Alma”, hace también referencia a nuestro mítico personaje, al describir una pintura en la que aparece el taciturno soguero Ocnos, afanado en trenzar una soga mientras su asna se va comiendo de seguido su trabajo.

Por su parte, Plinio el Viejo, en su “Historia Natural”, se refiere a Ocnos y nos habla de un indolente, de un holgazán que expía su pecado en los infiernos, ejecutando sin descanso una labor que se sabe estéril de antemano.

Diodoro cita también a Oknos en un testimonio sobre un ceremonial egipcio: Muchas cosas que pertenecen a nuestra mitología se conservan en las costumbres egipcias, y no sólo los nombres, son verdaderas prácticas. Así en la ciudad de Acantho, al otro lado del Nilo, a ciento veinte estadios de Menfis, existía un tonel perforado al que diariamente trescientos sesenta sacerdotes transportaban agua del Nilo. No lejos de allí podía verse realizada la fábula de Oknos en un grupo en el que un hombre trenzaba una larga cuerda, mientras otros la destrenzaban por su extremo sin cesar.

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Representación sepulcral de Oknos descubierta en 1838 en el Columbario de Villa Panfilia (Roma).

Ya en el siglo XIX, el mitólogo y antropólogo J.J.Bachofen, que conoce todos estos testimonios escritos y gráficos de la antigüedad, incluye en su obra “Simbolismo sepulcral de los antiguos” un capítulo dedicado a “Oknos el soguero”, y nos habla de sus visitas al columbario de la ruinas de Villa Panfilia, ubicada ante Porta San Pancrazio, en la antigua vía Aurelia de Roma; y de las pinturas murales descubiertas allí en 1838, entre las que se hallaba una representación tardía de Ocnos, pero bajo una nueva perspectiva. Así la describe Bachofen: Un anciano barbudo se halla sentado sobre un grueso bloque de piedra en un paraje a cielo abierto, dando su espalda a un pequeño grupo de edificios; su actitud expresa el sosiego tras el cumplimiento del trabajo y exhala una solemne gravedad. El manto que recubre su cabeza cae en vuelos sobre la espalda hasta cubrir sus piernas, dejando al descubierto su pecho, los brazos y ambos pies. La mano derecha del anciano sostiene una larga soga que es roída y rumiada por un burro asentado a escasa distancia de él. Su brazo derecho descansa despreocupado sobre la rodilla. Toda la escena irradia paz. Es la calma del atardecer que a todo imbuye, al anciano, al animal, a los edificios. Parece como si el profundo silencio del sepulcro se hubiera apoderado de la imagen.

Aquí no parece haber infierno, ni penitencia, ni condena; sino algo bien distinto: Ocnos el sufridor se ha convertido en el Ocnos libre nos dice el propio Bachofen.

Y, regresando a la que fue mi primera fuente, recordaremos a José Ortega y Gasset, gran admirador de aquel olvidado Bachofen que consideraba a Ocnos un símbolo natural. En aquel ensayo suyo de 1923, el filósofo español urde, siguiendo al mitólogo suizo, esta proposición: Lo que Oknos laborioso trenza, el asna lo va anulando. Representa este animal el poder destructor necesario al ritmo de la Gran Madre. Una creación lograda y perfecta detendría el proceso: es menester que colabore la potencia enemiga, la energía destructora. El trozo de soga que hay entre las manos del soguero y el belfo de la bestia es breve jornada de la existencia que se abre entre el poder de hacer y el de deshacer, ambos eviternos.

Así pues, en cuestión de interpretaciones e hipótesis sobre el enigmático Ocnos, tenemos para todos los gustos, a elegir: la prodigalidad en versión misógina, la esterilidad del esfuerzo como castigo divino impuesto al holgazán, el dualismo de la madre naturaleza, creación-destrucción, vida-muerte, principio-fin…

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Cernuda en burro durante las Misiones Pedagógicas (Burgohondo -Avila- Julio de 1932)

Pero, volvamos a Goethe, y con él a nuestro poeta español más exquisito. La cita del alemán que abre las páginas de OCNOS procedía de su ensayo “La pintura de Polignoto en el Lesque de Delfos”, un trabajo casi inaccesible, tan perdido para los lectores comunes de Goethe como los mismos frescos de Polignoto. En dicho texto, y de la mano de Pausanias, después de reproducir las descripciones que hiciera el escritor griego sobre aquel conjunto pictórico de Delfos, el genio de Weimar añade sus propios comentarios. Supongo que Cernuda consideró demasiado explícito el párrafo de esas glosas que antecede al fragmento elegido por él finalmente para abrir aquel librito suyo: Los antiguos, acertadamente, parece que consideraban como el más duro tormento el esfuerzo estéril. La roca de Sísifo, que vuelve a caer rodando de nuevo hacia abajo; los frutos escurridizos de Tántalo; conducir agua en cántaras rotas, en referencia a las Danaidas; son todos ejemplos que nos indican metas no logradas. No estamos aquí ante un castigo o penitencia en justa correspondencia a una determinada falta. No, estos desgraciados se ven cargando con el más terrible de los destinos humanos: asistir al propio fracaso en los objetivos pretendidos con una labor rigurosa y tenaz.

Año 1942: Luis Cernuda, que tenía entonces cuarenta años y vivía en Escocia, ejerciendo, a cambio de un pobre salario, como “assistant” en la Universidad de Glasgow; logra publicar en Londres aquel magro libro de poemas en prosa. La editorial responsable, “The Dolphin”, era dirigida por otro exiliado español, el catalán Joan Gili. Luego “OCNOS” tendría dos ediciones más, ambas aumentadas: una madrileña de Ínsula en 1949, y otra mexicana de la Universidad de Veracruz en 1963. Esta última vio la luz póstumamente, a las pocas semanas de morir el poeta, que se había ocupado incluso en aquellos meses previos de corregir las pruebas del libro. No hace mucho leí que aquel año, y para aquella tercera edición, Cernuda había escrito una breve nota a petición de la editorial, conservada hoy en los archivos de su familia sevillana; nota en la que mirando hacia su pasado, nos dice:

El librito creció, aunque no mucho, y la busqueda de un título ocupó a su autor, hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir como alimento a su asno. Halló cierta ironía justa en dar el nombre de Ocnos como título del libro, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público igualmente inconsciente y destructor.

El hombre que ve como el tiempo va engulléndolo todo: Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. Son las palabras del poeta, aludiendo al final de la niñez, en “El Tiempo”, una de esas breves prosas poéticas del libro. Pero también es Ocnos el hombre consagrado a su arte, que trenza juncos para los asnos: público, crítica, tribu literaria… Ahora tengo la certeza de que es ese, y no otro, el Ocnos de Cernuda.

La contextualización de OCNOS también nos reafirma en ese particular uso o visión cernudiana del mito. Resulta muy reveladora la lectura de otros textos y poemas, como los del poemario “Como quien espera el Alba”, datados entre 1941 y 1944, es decir, en las mismas fechas en las que fue concebido OCNOS. Ahí están los versos de “A un Poeta Futuro”, y los de “Aplauso Humano”, en cuya última estrofa podemos leer:

Mas tus labios hablaron, y su verdad fue al aire.

Sigue con la frente tranquila entre los hombres,

Y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,

Formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo.

En 1918 ya dedicó todo un libro Rafael Cansinos Assens al “Divino Fracaso”, un sentir sobre el que escribiría también tantas páginas memorables el rumano Emil M. Cioran.

“Ganar perdiendo” es el expresivo título de un texto cernudiano de 1946, en el que el poeta se dice a sí mismo: Hay quienes al llegar encuentran nacido su público y quienes deben aguardar que su público nazca, siendo de estos últimos tú (…)

En la primera versión original del 19 de Enero de 1935 de “Palabras para una Lectura”, escribió también Cernuda: ¿Qué puede el poeta por sí? Nunca como ahora la sociedad ha reducido la vida a tan estrechos límites; vulgaridad y monotonía son nuestro alimento cotidiano. Y también: ¿Quién no recuerda la vida trágica de los grandes poetas? El mismo don lírico que en ellos habita parece impulsarles a la destrucción, para llegar a no sé qué indescifrable libertad, lejos de nuestro sol, de nuestros árboles, de nuestros cuerpos, de nuestro mar, tan terrenos pero tan inmortales.

Y cómo dejar de citar a “Marsias”, otro de sus textos; ideado por Cernuda como introducción a un posible segundo libro de poemas en prosa, que iba a incluir esas páginas que, luego finalmente, acabarían aumentando las sucesivas ediciones de su primer OCNOS. Se alude en este texto al mito de la contienda musical entre el dios Apolo y el mortal Marsias, que resulto despellejado vivo como venganza del dios a causa de la milagrosa melodía que extraía de su zampoña. Una música que el público-jurado de aquella lid no quiso o no supo valorar: Entonces en la mente de Marsias se insinuó aguda y dolorosa la duda de su propio merito. Mas pronto le ahogó con furor creciente un instinto de rebelión contra el fallo. No: eran injustos porque no entendían, y porque eran serviles.

Con razones fundadas o sin ellas, Luis Cernuda sentía haber sido, como Marsias, despellejado vivo en varias ocasiones a lo largo de su vida. Comienzan para él esas afrentas sufridas con la mala o tibia acogida cosechada por su primer libro de poemas, “Perfil del Aire”; tira de piel arrancada que no cicatriza, dolor que no se olvida y que reaparece en uno de sus últimos poemas de ajuste de cuentas: “A sus paisanos”. Un poeta resentido, al decir de muchos. Aunque mejor poeta resentido que poeta destruido.

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Oscar Wilde en San Pedro de Roma (1897), tres años antes de morir, tras haber pasado por la cárcel de Reading. Una foto muy difícil de localizar, de las escasas existentes del Wilde ex-presidiario.

Me pregunto a veces si Cernuda habría logrado superar acusación y prisiones semejantes a las padecidas por Oscar Wilde. A Umbral, en su columna del periódico, le gustaba recordarnos de tarde en tarde cómo aquel preso C.3.3. de la cárcel de Reading acabaría con su finas manos tumefactas de tanto trenzar y destrenzar cuerda de esparto -¿otro Ocnos?- durante el cumplimiento de su condena; aquellos dos años de trabajos forzados en presidio que dejaron al irlandés, además de los físicos, otros destrozos menos visibles, más profundos y de mayor envergadura.

El silencio interminable de la muerte debe ser un alivio para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, dejó escrito nuestro poeta en los “Birds in the Night” de su último poemario. Extremadamente sensible, solitario, dolorido Luis… Pedro Salinas le puso el apodo de “Licenciado Vidriera”, diagnosticando con ello a su antiguo alumno la extraña locura que sufriera el protagonista de una de las novelas ejemplares de Cervantes, ese personaje que se creía todo él de vidrio, de pies a cabeza, y que reverenciaba la ciencia de la poesía, pero consideraba al mismo tiempo que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número; como declararía también Cernuda respecto a sus contemporáneos, salvando de la quema sólo a Lorca, Aleixandre y Altolaguirre. Esta ocurrencia de Salinas llegaría hasta el aludido, sintiéndose éste herido profundamente, más si cabe por venir de quien venía aquel mote: el antiguo profesor de sus años de universidad y ¿amigo? (Rf. “Malentendu” -Desolación de la Quimera-).

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Max Aub en su biblioteca, Mexico.

Otro escritor español, Max Aub, que compartió exilio en México con el autor de OCNOS y estuvo entre los pocos asistentes a su entierro en Coyoacán, nos dejó, en su muy recomendable libro “Cuerpos Presentes”, una hermosísima página con una semblanza del Luis Cernuda que él había conocido y tratado. Escrita el 6 de Noviembre de 1963, un día después de su muerte, constituye un retrato que el poso de años de lectura de la obra y vicisitudes del poeta me hace juzgar, aunque no enteramente fiel, sí al menos no muy errado. He aquí al hombre cuyo reflejo se propuso Aub atrapar en unas cuantas palabras:

Fue siempre un hombre distante que parecía no querer marcharse con nada que pudiera dejar rastro. Atildado, elegante, frío. (…) Amaba apasionadamente lo que odiaba: su soledad primero. Vivió atrincherado, rodeado de enemigos, imaginarios, (…) Al perder la fe en Dios perdió la que pudo tener en los hombres. Jamás la recobró; lo que siempre tuvo presente, hechura de él mismo, fue la fe en la hermosura. Hasta el día en que, como de España, dictaminó: “ha muerto”, para darle más vida. (…) Su desprecio era real. Señorito elegantísimo, señor de la verdad: arbitrario; tan buen poeta como el mejor de su tiempo.

Tímido, solitario, tuvo que escribir cuanto no dijo; la palabra viva sólo muerta le salía. Condenado a “gozar y a sufrir en silencio la amarga y divina embriaguez, incomunicable e inefable…”, dijo ese mal como nadie de su tiempo, porque para él nunca hubo diferencia entre la vida y la muerte. ¡Qué solos se quedan los vivos!, pudo haber escrito. (…)

Cernuda, lejano y solo –como dijo o quiso decir alguna vez. “Por todas partes el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre”, es decir por todas partes Luis Cernuda mismo fue el estorbo peor para su destino de hombre. Desdichado y solo por las orillas del tiempo, viéndose marchitar mientras se renovaba de hermosura.

Siempre soñó tener una casa y no pudo o no quiso tenerla, extraño entre extraños murió en casa de una amiga –mas no en la suya-; en tierra extranjera, extranjero. (después de todo, el tiempo que te queda es poco y, quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida. Emerge el recuerdo de los versos casi idénticos de Antonio Machado).

La palabra que más empleó al hablar de sí fue “pudor”.
Fue entre nosotros, el único poeta romántico.

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Ramón Gaya en París, 1966.

El mal interpretado Luis Cernuda, decía de él mi admirado pintor y escritor Ramón Gaya. Otro hombre difícil, al juzgar de muchos. También exiliado durante algunos años en México; Gaya fue leal amigo del poeta desde la época de aquellas mesiánicas Misiones Pedagógicas de la Segunda República, ese tour que llevó en viejas tartanas por muchos pueblos, hasta entonces sólo conocedores de la indolencia de Dios y los hombres, la utopía en forma de museo itinerante con enormes réplicas -obra del artista murciano y otros dos pintores- de unos cuantos cuadros del Museo del Prado. Trataban de llevar la luz de la cultura a aquellos preteridos lugareños, a quienes Cernuda y el autor de las copias se encargaban de comentar y explicar las pinturas. ¿Cómo encajar esa estampa con la leyenda del hombre desabrido por vocación, del huraño y distante poeta de algunos?

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En la misiones pedagógicas (en Cuéllar, Segovia, en 1932) con un niño en brazos y una copia de un cuadro de Murillo detrás, que el poeta estaría comentando a los lugareños.

Conocí a Cernuda en un jardín, pero en realidad él siempre parecía estar en un jardín. En la calle o en el salón no se le comprende, escribió su amigo, el pintor, en 1955. Cernuda, “el mal interpretado”, que decía Gaya.

Siempre hubo malas y buenas interpretaciones. Entre estas últimas, la del enorme poeta Vicente Núñez, que también hizo de su vida una consagración a la poesía, la grandísima ramera que todo te roba. Núñez escribió unas páginas en el número ideado por “Cántico” como homenaje a Cernuda; y a éste, desde México, el trabajo de Vicente -“Sobre tres temas cernudianos”- le pareció el mejor de los que figuraban en aquella revista, agradeciendo a su autor lo bien escrito con sucesivas cartas. Así, en la primera de ellas, don Luis escribe al entonces joven poeta de Aguilar de la Frontera reconociendo sentirse interesado y sorprendido por su ensayo, y añade:

Leer a un poeta y aceptar sus palabras con el sentido que ellas tienen, y no otro que pretendamos darle, parece cosa sencilla; pero hace tiempo que sé es la cosa más difícil.

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Vicente Núñez (Monturque, 2000).
Foto: Olga Duarte Piña.

En el primero de aquellos “Tres temas cernudianos” de Vicente Núñez, el titulado “La Soledad Cerrada”, el poeta cordobés manifiesta sobre Luis Cernuda esta terrible convicción: Soledad pavorosa, única en la poesía española, a la que entrega el poeta el naufragio de su vida, su desdén íntimo que busca los otros desdenes de la tierra.

Núñez, flecha certera. ¡Qué pocas palabras bastan para condensar un ejemplo irrepetible! He ahí al autor de OCNOS.

Cernuda el estilita, clamando desde una columna, desde esa exigente e insondable soledad, su empozada sensación de disonancia con la realidad, su íntimo “Soliloquio del Farero”.

Luis Cernuda Bidón, exiliado sin billete de regreso, profesor sin vocación, poeta que no puede, y no quiere, cesar en su empeño de hacer versos; que se mira cada mañana en el espejo y ve siempre la dolorosa felicidad del resignado, la imagen del hombre consagrado a trenzar y trenzar, hasta el final de sus días, juncos que terminan en boca de la grey de los asnos.

Cernuda que nos mira, con los ojos sin tiempo de Ocnos, desde unos frescos sólo descritos, inexistentes fuera de las palabras de Pausanias, perdidos, concebidos una vez en forma de pintura por un griego llamado Polignoto.

Luis Cernuda, el soguero, siempre trenzando, trenzando, trenzando poemas; con la fe inmarcesible de quien sabe y sueña a un lector sensible, futuro; de quien cree en la simiente que germinará un día desde la tierra oscura.

Cernuda, el poeta que no transige; desde el volumen que guarda sus versos, aún sigue reclamando al mundo: Escúchame y comprende.

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

12 comments.

  1. “Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa” (Luis Cernuda)
    Gracias Enrique.

  2. Enrique:

    Gracias a ti.

    ¡Qué hermoso poema “Las Ruinas”! Hace años, me gustaba recorrer Itálica al atardecer, durante la hora previa al cierre, con “La realidad y el Deseo” de Cernuda bajo el brazo, repitiendo para mí los versos de “Las Ruinas”, que casi sabía de memoria: “Oh Dios. Tú que nos has hecho / Para morir, ¿por qué nos infusdiste / la sed de eternidad, que hace al poeta ?”

  3. Bello, inteligente, pedagógico…

    Qué envidia…

    Q.-

  4. Gracias Quiñonero.

    La envidia es mía, maestro.

    ¿Alcanzará uno alguna vez a escribir páginas tan artesanales y de semejante finura a las de tu “Retrato de un Artista en el Destierro” ?

    http://unatemporadaenelinfierno.net/?page_id=2

  5. Ir de nuevo al jardín cerrrado
    que tras los arcos de la tapia,
    entre magnolios y limoneros, guarda
    el encanto de las aguas.

    Oir de nuevo en el silencio vivo
    de trinos y de hojas
    el susurro tibio del aire donde
    las almas viejas flotan.

    Ver otra vez el cielo hondo a lo lejos
    la torre esbelta tal flor de luz sobre
    las palmas: las cosas todas siempre bellas.

    Sentir otra vez como entonces la espina
    aguda del deseo, mientras la juventud pasada vuelve
    sueño de un dios sin tiempo.

    El poeta sevillano…. de la calle del Aire.

    Maravillosa página sobre el gran poeta del exilio.

  6. J.Moreno (¿Abate Marchena?):

    Gracias por tu generosa lectura.

    Y, sí, “Jardín Antiguo” (incluido en -Las Nubes- cernudianas), ¡qué poema tan redondo!

    El feliz ayer que nos hizo sentir “un dios sin tiempo”. ET IN ARCADIA EGO.

    En OCNOS, concebido en la misma época del poemario “Las Nubes”, Cernuda aborda el mismo tema, en el homónimo poema en prosa “Jardín Antiguo”, con el que Don Luis viene a complementar aquellos versos:
    “Se atravesaba primero un largo corredor oscuro. Al fondo, a través de un arco aparecía la luz del jardín, una luz cuyo dorado resplandor teñían de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta, al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, serena, misteriosa.
    Luego estaba la escalera, junto a cuyos peldaños había dos altos magnolios, escondiendo entre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía de pedestal una columna. Al pie de la escalera comenzaban las terrazas del jardín.
    Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos, a través de una cancela y unos escalones, se sucedían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuente el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el aire luminoso.
    En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua fingía como unos pasos que se alejaran.
    Era el cielo de un azul límpido y puro, glorioso de luz y de calor. Entre las copas de las palmeras, más allá de las azoteas y galerías blancas que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se erguía esbelta como el cáliz de una flor.

    Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en el jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción, el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
    Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada.”

    ESTO SÍ QUE ES UNA MARAVILLOSA PÁGINA.

  7. J.Moreno: Olvidé un detalle. No sé si sabes dónde se encuentra el “Jardín Antiguo” recuperado en la memoria y desde la lejanía de Glasgow por Cernuda. Si algunas vez visitas Sevilla, no dejes de visitar, a ser posible en esas horas en las que no hay demasiados turistas, ese pequeño edén, el locus amoenus del que nos hablaba Don Luis: los jardines del Alcázar hispalense.

  8. Con perdón. Yo también tomo nota. Es una visita que me debo. Querido Enrique.

  9. hola,olga
    me llamo antonio jesús luna.

    me pongo en contacto con vosotros
    porque en el numero cero de la revista boronía,
    que saldrá en septiembre en córdoba,
    vamos a publicar una entrevista inédita a vicente núñez.

    la entrevista la hizo hace algunos años
    jesús ferrero
    y necesitaríamos fotografías para ilustrarla.
    buscando en la red
    me he tropezado con vuestro blog
    (que no conocía,
    entono un mea culpa por ello)
    y he visto estas cuatro imágenes del poeta.

    sería posible utilizarlas para ilustrar el texto?

    un saludo

  10. Antonio J. Luna,

    Me alegra inmensamente cuando me llega la noticia de que continúa la difusión, imprescindible, de la obra y de la figura del gran poeta español.

    Que, además, se me pida permiso para publicar las cuatro fotos que aparecen en este artículo de Enrique Martín Ferrera, es para mí un honor.

    Por supuesto que os lo concedo, sólo dos condiciones fáciles de cumplir: Que se indique, además de mi nombre completo, el lugar y el año de las fotos (Monturque, 2000).

    Y otra más, por favor, háganme saber cuando la revista esté en la calle cómo conseguirla para nuestra biblioteca.

    Gracias y suerte con la empresa literaria.

    Olga.

  11. ¡¡¡Qué preciosidad de página!!! Muchas gracias a Alguien y a Enrique.

    Who can trace the canyoned paths
    cattle have carved out of time
    wandering from meadowlands to feasts
    Layer after layer of autumn leaves
    are swept away
    Something forgets us perfectly
    (For EJP, L. Cohen, en Flowers for Hitler, 1964)

  12. […] LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009) Share […]

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