Posts from febrero 2012.

COLOQUIOS (123). Gabi Mendoza Ugalde

– Por las luces de su pueblo los conoceréis.

– Con tanta luz, hoy en día ya no se ven los pueblos.

– Claro, cuando ya ni tienen para pagar el alumbrado público casi siempre están a oscuras. ¿Por eso dirás que no se ven?

– Bueno, más o menos… Tal vez sea una cuestión de perspectiva.

– …

MANOLILLO EL TONTO Y EL CARRO ROBADO. De la serie «Herramientas de trabajo». Por Rafael Rodríguez González

«La Bodega» de la calle de La Mina un día de riada (1960)
Archivo de La Voz de Alcalá

Vaya por delante que no sé cuáles eran sus apellidos, ni la fecha de su nacimiento, tampoco la de su muerte, ni cómo llegó a ser empleado en la fábrica de anises, coñacs y otros licores que Rafael Beca Ferraro (padre del archinombrado Rafael Beca Mateos) tuvo en la sempiternamente conocida como calle de la Mina. En realidad, no sé apenas nada de Manolillo el tonto, el tonto de la Bodega.


Si al apenas le restamos el nada (¿o es al nada el apenas?), sí puedo decirles que cuando mi abuelo le compró en 1923 el negocio a Beca Ferraro —pero no el inmueble, lo que hizo años después—, Manolillo entró en el traspaso (perdón por la expresión). Sé también que siguió conservando una habitación en la casa, porque Manolillo siempre vivió en la Bodega, si descontamos los años de su niñez. De modo que continuó con sus labores: llevar garrafas aquí y allá, volver con las vacías, lavarlas, ayudar en la descarga de la leña que alimentaba la destilación, apilar los sacos de matalahúva (ligeros por muy abultados que fuesen), los de azúcar, ya estos bastante más pesados, meter los bidones de alcohol, y, en fin, cuantas faenas eran propias de un peón de briega, salvo algunas que su natural tosquedad le impedía: rellenar los barriles del vino, los del coñac y los bocoyes en que se hacía el vinagre, modular la intensidad del fuego, participar en la delicada elaboración de los licores de cacao y de menta, embotellar, poner tapones y etiquetas… Vamos, que Manolillo trabajaba, pero no era apto para todo, a diferencia de Petra, aquella famosa criada que nos dio Escobar.


También sé que decía, en el momento en que se le ponía la comida en el plato: «No eches más, no eches más». Pero cuando la que sería después mi abuela, o la criada, iba a cumplir su manifestado deseo, Manolillo cambiaba súbitamente: «¡Échalo tó, échalo tó!». Una fotografía de cuello para arriba, que cualquiera sabe dónde estará si es que aún está, pude ver de Manolillo, ya bastante mayor: gran nariz aguileña, grandes orejas, ojos de persona extrañada de posar, escaso e hirsuto pelo y, sobre todo, una expresión de inocencia abrumada y abrumadora.



Cuando la cantidad de envases a repartir, o la distancia a recorrer lo aconsejaban, Manolillo echaba mano de un carro de empuje de tres ruedas y plataforma de recia madera, instrumento de perfecto apaño para la tarea. Ruedas aquellas, que conste, pioneras en Alcalá y sus contornos en lo que se refiere a carros de empuje, y no digamos de tiro, pues eran neumáticas (con cámaras, para que algunos me entiendan).


Lo que me contó mi abuela y ahora les refiero ocurriría a finales de la década de los veinte, o, como mucho, a comienzos de los años treinta, dado que la madre de mi padre hacía referencia en su relato a la corta edad de sus cuatro vástagos: Manolo, Enrique, Guadalupe y Rafael.


Manolillo salió aquel día a repartir a tres o cuatro tabernas, a las diez y media o las once de la mañana. Cuando llegó a la última, situada en lo que por aquel entonces se dio en llamar Barrio Nuevo (denominación más exacta no cabía), nuestro laborioso paisano descargó las vasijas y depositó las vacías en el carro. Volvió a la taberna porque le llamó el dueño, Joselito «Pringá», un hombre generoso y afable, que siempre obsequiaba a Manolillo con algún tabaco y a veces con una copilla de aguardiente, elixir que el mandadero de la Bodega jamás probaba en ésta, pero que, como también el vino, no rechazaba en sus obligadas visitas a los establecimientos expendedores de tan espiritosos y frecuentados líquidos.


Como siempre, los presentes le entretuvieron con preguntas que eran bromas y con bromas sin preguntas. Pero cuando Manolillo salió de nuevo a la calle se encontró con que el carro no estaba. A Manolillo no es que se le cayera el mundo encima, sino que el mundo empezó a darle vueltas, y vueltas, y más vueltas, hasta que Manolillo se cayó del mundo y hubieron de recogerlo del suelo.


Cuando volvió en sí a punto estuvo de desplomarse otra vez, pero el tabernero le animó como pudo y se las apañó para que Manolillo volviese a la Bodega y contara lo que había pasado: que le habían robado el carro, ni más ni menos.


Mi abuelo no montó en cólera, ni le recriminó a Manolillo el descuido. A fin de cuentas, lo perdido eran el carro y las vasijas vacantes, nada más. Y reñirle… ¿cómo y para qué? Pero Manolillo se afectó a más no poder. Ya no decía aquello de «¡échalo tó, échalo tó!», sino que apenas comía. Andaba triste, ensimismado, siempre reinando en el carro robado. Había que repetirle varias veces a qué establecimiento o casa particular tenía que suministrar las garrafas o las botellas. Una vez, tal era la confusión en que se hallaba el tonto de la Bodega, llevó a casa de los Ibarra una garrafa de media arroba de anís seco, mientras que lo que correspondía a tan distinguida y encaramada casa —siete botellas de anís dulce y otras tantas de coñac, la ración de una semana— lo había arrimado a la taberna de Pascualito, en la Plazuela.

Y allá que iba cargando con sus errores.

Manolillo, durante los casi treinta días que duró el entuerto, ni siquiera se dirigía, cariñosa e inocentemente, a los hijos de los dueños. «¡Manolillo, que te llamas como yo, sinvergonzón!»; «¡Enriquillo, qué bueno eres, chiquillo!»; «¡Guadalupita, mira que eres bonita!»; «Rafaelillo, ¡qué rubio tienes el flequillo!». Mi abuela se reía con las simplicidades de Manolillo, al que le salían espontáneas tan secas rimas. ¡Qué triste estaba Manolillo! ¡Qué se acordaba del carro! ¡Qué disgusto haberlo perdido, posiblemente para siempre!.

Molino de La Aceña
Alcalá de Guadaíra
2012

Una mañana llegó a la Bodega una pareja de guardias municipales. Era para decirle a mi abuelo que el carro de su propiedad estaba en las proximidades del molino de la Aceña. No dieron más detalles: ni del estado del vehículo ni de cómo había llegado a tan distante paraje; mucho menos de quién o quiénes habían sido los escamoteadores. Simplemente lo habían visto allí y allí lo habían dejado. Como vemos, de aquélla a esta época no es que haya habido mucha diferencia en el comportamiento de los municipales. Llegado mi abuelo con un su amigo conduciendo un carro de tiro hasta cerca del citado molino, devolvieron el carro a la Bodega. Salvo que las ruedas estaban casi vacías, y que los envases habían desaparecido, ninguna alteración se echó a ver en el plaustro.


En cuanto el vehículo estuvo nuevamente con él, Manolillo volvió a ser el mismo. Ahora ya bromeaba con los niños, y comía tan abundantemente como siempre, y silbaba, fuerte y monótonamente, cuando conducía el carro, sobre todo cuesta abajo.


Hasta meses después del robo no se supo quién fue el autor: un muchacho que acababa de perder a su madre la noche anterior al suceso que tanto transtornó a Manolillo. El joven, apenas de diecisiete años, huérfano de padre desde algunos antes, era tan pobre que sólo tenía el día para pasar hambre y la noche para no dormir de hambre que tenía. Le pasaba como a un hombre que conocí, que cuando chavalillo se quedaba insomne mirando las tablas del techo del soberao, imaginando que las manchas producidas por las filtraciones de agua eran bistecs, cosa ésta que había visto en algún sitio alguna vez y que sólo masticó ya de mayor (era de los que a los cuarenta aún tenían «tripas por estrenar»).


Aquel muchacho robó el carro para llevar a enterrar a su madre durante la noche, lo que hizo cerca del lugar en que hallaron el vehículo (allí predomina la tierra blanda). Según decían, su carácter le impedía implorar ayuda, ni admitir lástima ni caridad. También podría ser, se me ocurre a mí, que a lo largo de sus pocos años no hubiera detectado la existencia de cosas tan raras.


Por supuesto que Manolillo nunca fue informado de que su carro había servido para transportar a una persona muerta: nadie sabía cómo podría haber reaccionado el tonto de la Bodega ante tan fúnebre revelación.


Por su parte, el hijo de la transportada siguió paseando su hambre durante el día. (Por la noche la acurrucaba junto a su orgullo).

LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera

Luis Cernuda en la calle del Aire
Sevilla
1928

La foto está tomada por Juan Guerrero Ruiz, en una visita que hizo a Sevilla. Guerrero publicaba poemas de Cernuda en sus revistas literarias. El poeta vivió en una casa de la calle del Aire desde 1918 hasta julio de 1928. Tras la muerte de su madre, vende la casa y se muda unos meses a una pensión, antes de abandonar definitivamente Sevilla en septiembre de ese mismo año.

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

LA ENCUADERNACIÓN DE LOS MANUSCRITOS*. Por José Manuel Colubi Falcó

A don José García Madroñal

Ars ligatoria es el arte ligatorio, arte de ligar cuadernos y protegerlos con cubiertas para formar lo que hoy entendemos por libro. O sea, el arte de encuadernar, que nace cuando se hace necesario, es decir, cuando el volumen o rollo es paulatinamente desplazado por el codex, códice, que, frente al carácter unitario del primero, está compuesto de varios cuadernos faltos de unión. Con precedentes en Marcial XIV, 84 y en las tablillas de Herculano, el arte de la encuadernación evoluciona con el tiempo y se bifurca en dos tipos principales: el bizantino y el occidental.

En la encuadernación de estilo bizantino, «a la griega», las tapas son de madera, de la misma dimensión que los cuadernos –o sea, sin ceja- , están protegidas por piel, tela u otro material y a menudo ofrecen como recuerdo histórico una ranura propia de los tiempos en que dos «planchas» iguales de papiro se yuxtaponían y pegaban para servir de cubierta. Estas tapas protegen el cuerpo del manuscrito, formado por varios cuadernos cosidos con un bramante o dos, es decir, a una hilada o dos, y son fijadas mediante hilos cuyos cabos se incrustan en la parte interior o exterior de las mismas. A continuación, sobre el lomo y parte de las tapas se aplica una tela encolada, que las une también y además disimula parcialmente las desigualdades derivadas del cosido y, a su vez, se le practica otro de refuerzo en los extremos del lomo.

Dispuesto así el libro, en los cortes –las tres caras formadas por dos bordes no cosidos e igualados mediante algún instrumento afilado a modo de guillotina- puede haber algún adorno, por lo regular el título en el inferior. El acabado consiste en el revestimiento de la cubierta mediante piel de cabra, aplicación de cierres para tener el libro cerrado –al principio muy rudimentarios: correas que lo ceñían- en los diversos cortes, y de clavos metálicos –los bullones- que, evitando el contacto con la superficie en que se halla –el libro se colocaba horizontalmente-, protegen la cubierta, y la decoración. Ésta distingue los códices de lujo, con labor de orfebrería, de los corrientes, decorados mediante la técnica del gofrado, estampado en relieve o en hueco, con formas geométricas: rombos o rectángulos concéntricos.

(*) Véase para más detalle, la Introducción a la codicología, de Elisa Ruiz García, que ha sido nuestra fuente de información.

COLOQUIOS (122). Gabi Mendoza Ugalde

– Con la reforma laboral, la vía principal para despedir a un trabajador pasa a ser el llamado despido objetivo: por razones económicas, organizativas, técnicas o de producción. Es un despido por el que se pagan 20 días de salario por año trabajado, con un máximo de 12 mensualidades

–  Enhorabuena, no todas las semanas se reciben tan gratas noticias.

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PREMEMORA 1998-2012 (DETALLES). Zsolt Tibor, en Sevilla 2012

PREMEMORA. Zsolt Tibor (Exposición en Sevilla del 19 de Enero al 10 de Febrero de 2012)

LA DEUDA: UN CLÁSICO. De la serie «RECORTES», Nº 1 (*). Pablo Romero Gabella

«Desde el comienzo de la República [romana] hasta su final, y luego también durante el imperio, fueron factores constantes la carga de la deuda y la distribución de las tierras. En los primeros siglos, la lucha por la deuda fue una lucha para evitar la esclavitud por deudas y aunque fue eliminada por la legislación en 326 a.C., se mantuvieron en vigor algunos tipos sutiles a lo largo de toda la historia romana posterior. También existió una preocupación constante por los tantos por ciento de interés  y hubo de vez en cuando crisis de deudas que exigieron una injerencia gubernamental seria. No cre[o] que la historia tenga leyes inflexibles a las que los pueblos estén sometidos como los astros a la ley de gravedad, sino que aquella fluctúa, avanza o retrocede y a veces gira sobre si misma de manera tautológica».

[M.I. Finley, El nacimiento de la política, Barcelona, 1986, págs. 147-148/M. Vargas Llosa, «Las ideas y el caos», El País, 29 enero 2012]

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(*) Nos escribe Pablo Romero Gabella:
«…me he atrevido a enviaros un texto. He pensado que, si os interesa, os puedo seguir enviando más (…).  Se titulan Recortes, título apropiado para esta época que nos toca vivir. Son ensamblajes de textos actuales y no actuales, de periodicos, de ensayos y de novelas.  Bueno ahí va el primero:  La deuda: un clásico

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«RECORTES», Nº 2  ¡QUÉ IDEA, «MA QUALE IDEA»!
«RECORTES», Nº 3 DOS RATAS EN «EAST COOKER»
«RECORTES», Nº 4 E.R.E. (EXPEDIENTE DE REGENERACIÓN ÉTICA)
«RECORTES», Nº 5 EL EMBARGO PERPETUO
«RECORTES», Nº 6 ¡NO ME CUENTES HISTORIA!
«RECORTES», Nº 7 HIKIKOMORI: EL IMPERIO DEL SINSENTIDO
«RECORTES», Nº 8 FENOMENOLOGÍA Y ASESINATO

JUAN “EL CHACHE” VESTIDO DE TORERO. Pintura de Enrique Maqueda

Juan “El Chache” vestido de torero
(Óleo sobre lienzo)
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Pintura de Enrique Maqueda en «CARMINA», cuadros de su exposición de retratos en la Casa de la Cultura de Alcalá de Guadaíra (3 a 10 de febrero de 2012):
MANUEL, GUARDACOCHES DE “EL PARAÍSO”
TRINIDAD POZA
ABUELA MARÍA
DON PAULINO, EL MÉDICO

COLOQUIOS (121). Gabi Mendoza Ugalde

– No tuvo el libro en las manos ni en la pantalla del ordenador.

– ¿Cómo dio la conferencia?

– Era un libro en blanco, que se sabía de memoria, y, además, prevaricaba frecuentemente.

– …

PABLO NERUDA. Pido silencio

Pablo Neruda

(1904-1973)