1914
Felizmente me puedo enorgullecer de tener hijos (cinco varones), y cuando crees haber terminado tu tarea, siempre ocupan tu pensamiento. Ayer hablaba por teléfono con uno de ellos y sentí una profunda tristeza, porque me daba la sensación de que la obediencia que me mostraba me hacía pensar en si es que yo había sido, alguna vez, un tiranuelo…
Yo he sido un padre amante y tierno, pero de carácter. Involuntariamente inspiro respeto, lo sé, y esto me aflige porque yo soy demasiado sociable y cuando alguien se me dirige con acatamiento y solemnidad, me entra la duda de saber si es que lo hace con naturalidad o impelido por mis características.
Me gustaría muchísimo que siempre me recordaran por mis ratos buenos y mi talante irresistible de payaso.
Nunca por mi personalidad acusado o por el culto que, silenciosamente, profesan a mi labor intelectual.
Cuando me tratan con cariño, yo quisiera que siguiera siendo como cuando nos revolcábamos en el campo, sudorosos entre risas, forcejeos y arrebatos de cariño. Esto viene a cuento porque, por ley de vida, se van alejando y cuando llaman a la puerta con el gesto del amor, me encantaría que lo siguieran haciendo con la inconsciencia de aquel manojo de cinco pensamientos, que tantos días embellecieron mi pasado más difícil y humanamente lleno de apuros.
No siempre comían chocolate o los pastelillos del domingo…
¡Hace tiempo que me rondaba la idea…!