SOBRE LAS COPAS DE LOS PINOS EL AZUL DEL CIELO POCO ANTES DE ANOCHECER. Fotografías de Lauro Gandul Verdún (2009).
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(Colección particular).
(Colección particular)
A.L.A. abre el acto con un epílogo
(al fondo los músicos de «Crónica de París»
Alberto Gutiérrez y Xopi (de izquierda a derecha)
(De izquierda a derecha) Alberto Gutiérrez, Xopi,
Manuel Núñez Barral, Lauro Gandul Verdún
y Antonio Luis Albás y de Langa
El sombrero del ilusionista estaba vacío.
The Crack-Up
(F. Scott Fitzgerald)
Todo se agrietó.
La cera de las alas siempre termina derritiéndose.
Más que la caída, y su dolor, se hace insoportable este runrún de derrota y ruina, casi apocalíptico, que nos llega, como un susurro interminable, en cualquier sitio y a todas horas; esta cantinela que extienden quienes hace muy poco vitoreaban los altos vuelos de tantos Ícaros. Ahora, como Pedro, niegan conocerles, y disimulan vociferando negros vaticinios para un futuro sin esplendores.
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Desmañados ante ese porvenir pedestre, vagan sin norte, arrastrando los pies, millones de Ícaros en busca, no de otras alas, sino de unos simples zapatos con los que poder seguir su camino.
Porque nos enseñaron que este mundo no pertenece a quienes vuelan bajo.
Porque les creímos cuando nos dijeron que la sencillez, la humildad y el fracaso carecen de dignidad.
Porque alimentaron nuestro hedonismo más grosero.
Porque nos hablaron de la fugacidad de la vida, no al modo de un Séneca o un Montaigne, sino exhibiendo en la otra mano la mercancía que debíamos adquirir.
Porque nos hicieron necesario lo innecesario, inoculándonos en las venas el placentero veneno del consumo más feroz y desmedido.
Porque nos mostraron como gozar de su tecnología, las bondades del último grito en teléfono móvil, lo imprescindible de una pantalla plana para la caja -no tan tonta- de las manipulaciones; y nos hicieron ver las ventajas de desechar los modelos adquiridos el año anterior, ya obsoletos e ineficaces para despertar la envidia del vecino, ese otro sanísimo placer.
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Porque nos hicieron creer que podríamos saciar siempre la sed en inagotables manantiales, y que el ahorro ha sido siempre una palabra malsonante que sólo encaja en los chistes de catalanes: para qué hormiga pudiendo ser cigarra.
Porque impusieron la idea del esfuerzo como cosa de necios, encumbrando la sabrosa receta de los logros fáciles y rápidos.
Porque el flautista de Hamelín no quiere hombres, sino ejércitos de ratones que sigan su música, una única música.
Porque la libertad obliga a algo tan, tan molesto: cuestionar la uniformidad que nos impone el pensamiento único, poner en tela de juicio lo políticamente correcto, reflexionar como individuos y tomar decisiones por nuestra cuenta y riesgo…
Porque en el camino renunciamos a ser libres para abrazar la fe de los prosélitos.
Porque elevaron a los altares, como modernos héroes a imitar, a nuestros millonarios deportistas más televisivos, a los cocineros que escriben libros sobre la reconstrucción de la tortilla, a los concursantes del último “reality show”…
Porque hace demasiado tiempo que unos cuantos montaron este burdel, y casi todos aceptamos, dócilmente, ser sus putas.
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