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LA TRAMPA ESLOVENA: LOS DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL SECESIONISMO CATALÁN. Por Pablo Romero Gabella, 2020

 
 
 

Estación Central desde el Hotel Beograd
(Foto: LGV Belgrado 1988)

 
 
 

SABIDO, CONOCIDO, PRESENTIDO

 
 
 

Escribió el filósofo alemán F.W.J. Schelling que «lo pasado es sabido, lo presente conocido, lo futuro es presentido». Para el mundo del separatismo catalán, comenzando por el presidente de la Generalidad de Cataluña Joaquim Torra, estos conceptos no parecen estar del todo claros. Presienten algo que creen saber y que apenas conocen. Me estoy refiriendo al modelo que han decidido seguir para lograr la tierra prometida de la independencia, y que no es otro que el modelo esloveno.

   Actualmente  Eslovenia es una pequeña república con apenas 2 millones de habitantes y que desde 2004 pertenece a la UE.  En las guías de viaje se nos la presenta como un país de montañas y valles, apacible, próspero y moderno. Una especie de principado de Zenda que no parece compartir la sangrienta historia de sus antiguos compatriotas yugoslavos de Serbia, Croacia y Bosnia. Sin embargo, Eslovenia fue la primera república de Yugoslavia en independizarse en el verano de 1991 tras una breve guerra de diez días con el Ejército yugoslavo donde murieron menos de 70 personas (44 soldados yugoeslavos y 18 milicianos eslovenos). Si la comparamos con las posteriores guerras de Croacia, Bosnia y Kosovo (1991-1999), donde murieron más de 200.000 personas y donde volvió el horror del genocidio, esta guerrita (que en su época se le llamó «Vídeo Wargame») parece insignificante. Sin embargo, lo que muchos no saben, más allá de ciertos círculos académicos, es su importancia en el desencadenamiento de la brutal destrucción de Yugoslavia. Generalmente se cita como al agente desencadenador dicha destrucción al agresivo nacionalismo serbio de Milosevic (seguido del croata), pero lo que no se conoce es que igual papel jugaría el nacionalismo esloveno. Pocos autores lo han señalado y entre ellos destaca Francisco Veiga, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, que tiene una obra fundamental: La trampa balcánica (Ed. Grijalbo, Barcelona ,2001). En este sentido la analista política Mira Milosevic ha escrito recientemente que «la propuesta eslovena de Torra es un punto sin retorno en la táctica de los separatistas…una llamada a la destrucción del Estado» («El síndrome esloveno de Quim Torra», El Mundo, 12 diciembre de 2018).

 
 
 

Joven yugoslava en el compartimento del tren
[Foto: LGV Yugoslavia 1988]

 
 
 

CARCOMA EN EL MODELO YUGOESLAVO DE TITO

 
 
 

Eslovenia era la república más homogénea étnicamente y más desarrollada económicamente de la República Federativa Socialista de Yugoslavia. Nacida en 1945 tras la victoria de los partisanos comunistas en la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia fue una mixtura entre el bloque occidental y el bloque soviético. Bajo el férreo control de su creador e indiscutible líder, el comunista croata Josef Broz Tito, fue inspiradora del grupo de los países no alineados. Su particular sistema de autogestión socialista supuso su ruptura con Moscú en 1948 y esto le hizo ser un país simpático al bloque capitalista. No obstante, era una dictadura comunista de partido único (la Liga de los Comunistas Yugoslavos) que tenía la originalidad de recoger, en su Constitución de 1974, el derecho de autodeterminación de sus repúblicas federativas: Eslovenia, Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia. En su seno existían profundas desigualdades económicas, sociales y culturales. Dicha Constitución en vez de atenuarlas las hizo más profundas. Esto se agravó tras la muerte de Tito en 1980. Desaparecido el líder que mantenía la frágil unidad, las diversas elites comunistas de las repúblicas se aprestaron a perpetuar su poder. En palabras del profesor Veiga se formó un  «caciquismo republicano» dentro de un «federalismo caótico». Las oligarquías republicanas se preocuparon más de sí mismas que de salvar el sistema federal. Se asentó el clientelismo y la corrupción. Cada república hizo leyes que estrangularon el comercio interior y con ello el boyante sector privado que era más multiétnico que el propio régimen. Las élites regionales no atendieron a razonamientos económicos: preferían la autarquía a la economía de mercado.

   En gran medida, todo lo anterior potenció la crisis económica que vivió Yugoslavia en los años 80 y que demostraba la inoperancia tanto de su economía mixta como de su régimen federal. La celebración de los Juegos Olímpicos de invierno de Sarajevo en 1984 fue un espejismo. Se llegó a una inflación anual de 10.000%. El desempleo se disparó, las huelgas se sucedieron y con ello la amenaza de bancarrota que hizo que el FMI controlara las finanzas del estado por la exorbitada deuda externa. La respuesta a la crisis económica no fue la unión, sino todo lo contrario: se recurrió a la cada vez más agresiva retórica nacionalista. Los primeros que acudieron a ella no fueron los serbios sino los eslovenos (que recordemos eran los más ricos) con su eslogan de «Yugoslavia nos roba». Esta idea suponía que los recursos de la región más industrializada iban a parar las regiones más pobres, como Serbia, con lo que lastraban su futuro. Para los nacionalistas eslovenos su futuro no era otro que su ingreso en la CEE, y por ello siempre quisieron atraerse las simpatías de los europeos occidentales.

 
 
 

Vestíbulo de la Estación Central de Belgrado
[Foto: LGV 1988]

 
 
 

EL BÁLSAMO NACIONALISTA

 
 
 

El nacionalismo esloveno fue más desarrollista que etnicista, ya que históricamente las relaciones con sus vecinos y especialmente con los serbios, siempre fueron pacíficas. No obstante se impuso un discurso elaborado por intelectuales en los medios de comunicación eslovenos que comenzaron una campaña de ridiculización continua de Yugoslavia y del legado de Tito. Yugoslavia representaba un estado opresor, dictatorial y rapaz que impedía el desarrollo de la nación eslovena que, sin embargo, nunca había formado un estado independiente. Sólo dentro de la república yugoslava disfrutó de autogobierno. Especialmente fue objeto de burlas y menosprecios el Ejército Popular yugoslavo que era la única institución verdaderamente leal con el régimen federal, aunque gran parte de sus mandos eran serbios. Esto llegaría a su cenit cuando colaboradores de la  revista satírica Mladina acabaron siendo juzgados en 1988 por injurias al ejército. Esto provocaría una reacción popular con grandes manifestaciones en apoyo de los libelistas que se llegaría a conocer como la «primavera eslovena». El ambiente les era favorable ya que en esos años algo parecía moverse en el bloque comunista con las medidas reformistas en la vecina Hungría y que anticiparían la caída de dicho bloque un año después.

   En Eslovenia el proceso secesionista parecía imparable. En el verano de 1989 el Parlamento esloveno comenzó una serie de reformas legales, una verdadera revolución jurídica, que suponían la preeminencia de las leyes eslovenas sobre las federales. Toda la clase política eslovena desde  comunistas a liberales  e incluso ecologistas apoyaron estas medidas que tuvieron como colofón la aprobación de la ley de secesión por su Parlamento el 27 de septiembre de 1989. Suponía el paso previo a la declaración unilateral de independencia.

   En un ambiente de entusiasmo patriótico, las élites buscaron su legitimidad en la apelación al «somos un solo pueblo». La solución nacionalista para el profesor Veiga  «era un vehículo muy eficaz: no exigía complejos razonamientos, podía aprovechar las acciones del contrario para realimentar sus pasiones». Casi medio siglo de comunismo estaba siendo desbancado por un nacionalismo que se alimentaba de su némesis: el nacionalismo serbio.  Los primeros historiadores españoles que se acercaron a este tema (por ejemplo, el caso de Carlos Taibo y J.C. Lechado en Los conflictos yugoslavos. Una introducción, 1994) incidieron en la importancia de la «revolución cultural» nacionalista de Milosevic a partir de 1986, cuando se fue haciendo con el control tanto de la república serbia como de la LCY. No obstante Veiga afirma que el nacionalismo esloveno «manifestó un forma menos vociferante y agresiva que el serbio, pero no menos virulento y ambos terminaron entablando un duelo devastador».

  El nacionalismo serbio de Milosevic optó, al contrario que los eslovenos, por continuar con el régimen comunista como mero instrumento de poder, vaciándolo de ideología socialista y llenándolo de ideología nacionalista. Asentado sobre burócratas y militares, Milosevic lanzaría el 28 de junio de 1989 su famoso «Discurso del campo de los mirlos» en Kosovo, hito que para muchos es el comienzo de la guerra civil que destruyó Yugoslavia. Sin embargo, no podemos olvidar que en esos mismos días los eslovenos estaban desmontando parlamentariamente el régimen federal. En el otoño de ese mismo, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín y con él comenzaría el desmoronamiento del bloque comunista.

 
 
 

El río Sava desde la muralla
[Foto: LGV Belgrado 1988]

 
 
 

LOS MUROS CAEN, TAMBIÉN LOS ESTADOS

 
 
 

En este contexto de fin de una era,  en Yugoslavia, tras la autodisolución del partido único (LCY), se celebraron elecciones pluripartidistas  en las diferentes repúblicas entre marzo y diciembre de 1990 En ellas las élites comunistas se reconvirtieron sin tapujos en nacionalistas y se pusieron manos a la obra en la senda marcada por los eslovenos:  construir sus propios estados y sus propias fuerzas armadas a partir de sus milicias territoriales que fueron creadas en 1969 en previsión de una posible invasión soviética. En el caso de Eslovenia la Territorialna Odbrana (Defensa Territorial) se armó de forma clandestina y comenzó a organizarse.  Del mismo modo el gobierno nacionalista croata de Tudjman (otro comunista reconvertido en patriota) armaba a su Guardia Nacional. Volviendo al caso que nos ocupa, el poder quedó en una alianza entre el partido vencedor de las elecciones legislativas: DEMOS (una confluencia nacionalista de variadas tendencias políticas) y el nuevo presidente electo, el comunista Milan Kukan.  Bajo el manto de la unidad nacional el 23 de diciembre de 1990 el gobierno esloveno dio un paso irreversible al celebrar un referéndum  donde el 95% de electorado apoyó la independencia.  Con ello fracasaba el proyecto de mantener unida Yugoslavia por parte del reformista  Ante Markovic, su último presidente federal y el único político no nacionalista  que defendió sinceramente la federación.  Junto a él sólo los presidentes de Bosnia y Macedonia (las repúblicas más heterogéneas étnicamente y potencialmente más conflictivas) intentaron en vano mantener la unidad. Sus llamamientos fueron inútiles porque croatas, eslovenios y serbios ya tenían otros planes. Los dos primeros ya actuaban de forma coordinada cuando en junio de 1991 sus presidentes Kukan y Tudjman decidieron sus respectivas independencias, aunque formalmente presentaron un farisaico proyecto de nueva confederación que sabían que iba a ser rechazado. Los serbios por su parte, contaban con el control de las fuerzas policiales y militares federales y se preparaban para defender a los serbios que vivían en Bosnia y, sobre todo, en Croacia.  Con ello se abrían de nuevo las viejas heridas de la Segunda Guerra mundial entre partisanos serbios y ustachas fascistas croatas.

 
 
 

Hombre del andén sentado 
[Foto: LGV Belgrado 1988]

 
 
 

DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON A…

 
 
 

El 25 de junio de 1991 Eslovenia y Croacia proclamaron su independencia tal como lo habían pactado un año antes. La respuesta del Gobierno federal fue mandar sus blindados a la frontera con Eslovenia (pasando por  Croacia). Pero iban sin una estrategia definida y sus mandos, infiltrados por oficiales serbios, mandaron al matadero a sus reclutas que hacían la mili frente a los preparados milicianos eslovenos. Las imágenes de los cuerpos calcinados de los jóvenes soldados en sus vehículos coparon las pantallas de la televisión de todo el mundo. Ahora todos conocíamos con horror una realidad que no sabíamos pero  que llevaba años larvándose. Los eslovenos «ganaron la batalla de la imagen, pues aparecieron como el heroico David enfrentado con el Goliat serbio» (J. Álvarez Junco, «El modelo esloveno», El País, 11 diciembre de 2018). La televisión eslovena, utilizando también las imágenes de los tanques soviéticos en la Praga de 1968, presentaba al mundo a los serbios como la potencia agresora y defensora de un comunismo que se hundía en Europa. Pero la realidad no era exactamente así. Antes de la intervención del ejército federal, Milosevic había pactado con Kukan la independencia eslovena, demostrando que ya no creía en la Yugoslavia de Tito y que su Yugoslavia era bien distinta: la Gran Serbia que se aprestaba a aplastar a sus seculares enemigos croatas. Por otro lado, tampoco fue públicamente conocida la consulta que hizo el alto mando del ejército federal a Moscú antes de la intervención militar. La respuesta fue que la URSS  no movería un dedo por defender a sus hermanos socialistas tal como hicieron con la RDA tras la caída del Muro. Gorbachov no estaba dispuesto a contrariar el clima de entendimiento con los EEUU e incluso les advirtió que si había una guerra las potencias occidentales podrían intervenir militarmente como habían hecho contra el Irak de Sadam Hussein meses antes (Primera Guerra del Golfo, agosto 1990-febrero 1991). El contexto internacional del final de la Guerra Fría era favorable al modelo esloveno. La guerra de los diez días fue «una guerra planeada para ser perdida», dijo un analista militar.

   Esos diez días de mini-guerra que siguen conmoviendo a los independentistas catalanes, fueron modélicos para las posteriores guerras en Croacia, Bosnia y Kosovo. Todas ellas tuvieron algo en común: la implicación de los occidentales, lo que el profesor Veiga ha conceptuado como «la trampa balcánica». Los líderes eslovenos planearon un ambiente de tensión bélica que obligó a los europeos (especialmente a sus vecinos alemanes y austríacos, sus históricos aliados) a apoyarles en su deseos independentistas para así evitar una guerra en su patio trasero. En el planteamiento del modelo esloveno destacaron como ideólogos los ministros de Defensa e Interior  Janez Jansa e Igor Baucar. El primero era un intelectual que participó en la revista satírica Mladina y que pasó del pacifismo al militarismo; el segundo fue un izquierdista radical seguidor de las Brigadas Rojas italianas. Un hecho significativo fue que la primera víctima de la guerra fuera el piloto (que casualmente era esloveno) de un helicóptero del ejército federal (desarmado) abatido por la DT eslovena cuando sobrevolaba la capital, Ljubljana. Sin embargo el relato de la agresión serbia fue el que quedó marcado con éxito en la opinión pública occidental.

 
 
 

Triángulo taurómaco
[Foto: LGV Sevilla 2003]

 
 
 

¿ESAS «CHUNGAS MOVIDAS DE CROATAS Y SERBIOS»?

 
 
 

El 7 de julio de 1991 en la isla croata de Brioni se firmaron los acuerdos, auspiciados por las potencias occidentales, entre Eslovenia y lo que quedaba de Yugoslavia y que supuso de facto el nacimiento como estado de la primera y la muerte de la segunda. A los eslovenos se les pidió que suspendieran su independencia por tres meses para seguir negociando, pero no a desistir de su objetivo final. Humillado  el ejército federal y dejado en manos de los serbios, los dirigentes eslovenos hicieron lo que quisieron y  poco después lograrían el reconocimiento oficial de algunos países occidentales encabezados por Alemania. El 15 de enero de 1992, mientras Sevilla y Barcelona se preparaban para la Expo y las Olimpiadas, Eslovenia fue reconocido como estado independiente por la CEE. El 22 de mayo se incorporó como miembro de la ONU. En medio de ese proceso, en agosto de 1991, desaparecía también la URSS. Mientras, ya se mataban salvajemente serbios y croatas a los que unirían más tarde los bosnios, y en 1999 los albano kosovares. La mecha prendida en Ljbljana y Belgrado años antes había estallado con la connivencia de un mundo que vivía el final de la Guerra Fría.[1]

   En aquellos diez días del verano de 1991 se produjo la tormenta perfecta que presentó  a los eslovenos como pacíficos y europeos frente a los salvajes y orientales serbios. Meses más tarde, Sabina cantaba aquello de «esas chungas movidas de croatas y serbios».

 
 
 

Arrastrado el toro muerto
[Foto: LGV Sevilla 2003]

 
 
 

DOBLE CODA FINAL

 
 
 

Sobre este tema existe una tesis de Carlos González Villa titulada Un nuevo estado para un nuevo orden mundial: una (re)lectura del proceso soberanista esloveno. Fue defendida en 2014 en la ya famosa Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, siendo uno de sus directores el profesor Francisco Veiga. A petición del autor fue retirada del acceso libre por internet el 15 de enero de 2015 y solo está disponible para personal autorizado.[2]

  Ese mismo año de 2015 los partidos y entidades independentistas catalanas redactaron el documento Enfo CATs: Reenfocant el procés d’independència per un resultat exitós. En dicho documento se establecía la hoja de ruta para el subsiguiente proceso de independencia. Éste reconocía que era necesario algo que ya sabemos: «generar conflicto y desconexión forzosa»[3]. Este documento intervenido por orden del Juzgado de Instrucción Central nº 3, a cargo del magistrado Pablo Llanera, el 20 de septiembre de 2017, fue incorporado al Auto de la Causa Especial 20907/2017 del 4 de diciembre de 2017.[4]

 
 
 [1] Sobre la desintegración de Yugoslavia sigue siendo imprescindible el documental de la BBC La muerte de Yugoslavia (1996). Accesible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=m_mH9cOf07I&list=PLjqHlcDc20koaGSL-_g6UIzqfUsLg6Moc

[2] https://eprints.ucm.es/29467/

[3] El País, 12 de octubre de 2017. https://elpais.com/politica/2017/10/09/actualidad/1507569660_552707.html

[4] Auto completo en:  https://e00-elmundo.uecdn.es/documentos/2017/12/04/llarena.pdf

 
 
 

GENEAOLOGÍA DEL SER PROGRESISTA ESPAÑOL. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (IV). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
el abrazo (Foto Cañas)

El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
[Foto: Cañas 2019]

 
 
 

PUNTO DE PARTIDA: EL ABRAZO PROGRESISTA

 

El martes 12 de noviembre de 2019, dos días después de las elecciones generales, la historia de la actual interinidad política española pareció dar un vuelco tras meses de estancamiento. El líder del PSOE y vencedor de las elecciones, Pedro Sánchez, y el de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, firmaban un preacuerdo para formar gobierno aunque no contaran con la mayoría suficiente de diputados. Y no fue solo un pacto firmado, sino también abrazado ya que lo rubricaron con un abrazo, un abrazo progresista. Parecía comenzar una nueva era política según se desprendía de las palabras del presidente en funciones:

   «España tendrá un Gobierno progresista porque las dos fuerzas que lo componen son progresistas: el PSOE y Unidas Podemos. Y en España se llevará a cabo una política progresista porque el Gobierno será progresista».

   Por si no quedaba claro: España será progresista.

   La importancia de llamarse progresista es el reverso beatífico de la importancia de llamar al contrario fascista [1].  Pero ¿qué es ser progresista? Parece fácil en principio. Según la RAE en su primera acepción: «de ideas y actitudes avanzadas». ¿Y qué es una actitud «avanzada»? Para muchos y muchas, esto quiere decir de ideas y actitudes de izquierda. Por tanto, ¿ser progresista es ser de izquierdas? Demasiadas preguntas quizás. Veamos la tercera acepción de este término que nos da la RAE: «dicho de un liberal español: del sector más radical de liberalismo, que se constituyó en partido político». Dicho así, ¿ser progresista es una forma de ser liberal? ¿y ser liberal es ser de izquierdas? De nuevo más preguntas. Lo mejor será que vayamos al origen del término, al origen de partido radical del liberalismo.

 
 
 

Picture 011

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias  
(1806-1878)
Vicente López Portaña
(1772-1850)
[Museo del Prado]

 
 
 

LA PRIMERA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA

 

El término progresista en la política española apareció durante otra gran interinidad: la Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840). En ese trascendental período histórico se pasó jurídicamente del absolutismo al régimen liberal y constitucional, no sin problemas y con una guerra civil por medio: la primera guerra carlista. Fue en esa época cuando se desarrolló el liberalismo en España [2], que había nacido en las Cortes de Cádiz de 1812. Hasta la Regencia de María Cristina, madre de la reina niña Isabel, el liberalismo se había mantenido más o menos unido frente a los absolutistas reaccionarios. Obviamente existían tendencias dentro de la familia liberal debido a las diferentes maneras de entender  cómo pasar de un régimen absolutista a un régimen liberal-constitucional. Esto se evidenció en el Trienio Liberal (1820-1823), efímera experiencia liberal dentro del reinado de Fernando VII. Aquí ya vemos la existencia de dos tendencias: la moderada defensora de cambios paulatinos y reformistas  y la exaltada que predicaba la ruptura con el Antiguo Régimen. Sí, habrán advertido los paralelismos con la Transición postfranquista, madre de todos los males o de todas las bonanzas actuales. La cesura entre ambas tendencias fue creciendo cuando la Regente los llamaría al poder a la muerte del «rey felón», ya que los necesitaba para ganarle la guerra a Don Carlos, su cuñado ultramontano. Primero llamó a los moderados con Martínez de la Rosa al frente que dio el primer paso con el Estatuto Real (1834), una semi-constitución o Carta Otorgada para ser más precisos. Sin embargo, la otra sensibilidad liberal, la exaltada, vio este cambio insuficiente y acusó a los moderados de «pasteleros» al negociar con nobles y eclesiásticos, los privilegiados del Antiguo Régimen, una hoja de ruta hacia la monarquía constitucional alejada de los principios del verdadero liberalismo que se basaba en la sacrosanta soberanía nacional.

   Así las cosas, en septiembre de 1835 se produjo una sublevación de los liberales exaltados por todo el país,  que contando con importantes apoyos en las clases populares urbanas, organizaron juntas revolucionarias. Estos organismos insurreccionales, que luego serían tan queridos por los progresistas, presionaron de tal modo a la Regente que ésta se vio impelida a nombrar un nuevo gobierno liderado por Juan Álvarez Mendizábal. Y es aquí donde de verdad comienza nuestra historia.

 
 
 
Juan_Álvarez_Mendizábal

Juan Álvarez Mendizábal
(1790-1853)
Grabado según dibujo de José Balaca
(1810-1869)
(Biblioteca Nacional de España)

 
 
 

MENDIZÁBAL Y EL MOVIMIENTO NACIONAL

 

Juan de Dios Álvarez Méndez (1790-1853) provenía de una familia de comerciantes gaditanos de origen judío, por esto último se cambió su apellido por el de Mendizábal para darle una patina de cristiano viejo vasco. Durante la Guerra de la Independencia y comienzos del reinado de Fernando VII se dedicó a negocios mercantiles y financieros exitosos que le llevaron a relacionarse con la élite liberal. Con la vuelta del absolutismo en 1823 se exilió en Londres, donde gracias a sus contactos mercantiles,  se hizo un floreciente businessman. Esto hizo acrecentar su compromiso político con el liberalismo y acentuó su papel como conspirador que le llevaría a financiar al bando liberal en la guerra civil portuguesa. El éxito financiero y político en Portugal le llevaría a ser llamado como Ministro de Hacienda en el gobierno de los moderados, cargo que no llegaría a ejercer de forma plena. Tras la insurrección de las juntas, fue llamado a liderar un nuevo gobierno liberal. En un principio no llegaba como líder de la tendencia exaltada, sino como el hombre de compromiso entre las familias liberales que consiguiera formar un gobierno fuerte, asentar la nueva monarquía constitucional y ganar la guerra a los carlistas.

   Una vez en el poder Mendizábal comenzó a ganarse adeptos de la tendencia defensora del movimiento o progreso frente a los sectores más conservadores que vieron en su idea de crear un gobierno fuerte  un intento de concentrar todo el poder en sus manos. Sus proyectos de desamortización eclesiástica definitivamente supusieron la división del liberalismo y su abierta apuesta por medidas rupturistas. Reabrió el pseudoparlamento del Estatuto Real y luego, a principios de 1836, lo cerró para convocar elecciones en febrero de ese año. Es entonces, en ese momento, cuando nació el calificativo de progresista.

 
 
 

ELECCIONES, PARTIDISMO Y EMPLEOMANÍA

 

   La convocatoria de elecciones hizo que las familias liberales tomaran partido, nunca mejor dicho, pasando de ser «partidos de opinión» a ser «partidos electorales». En esto los progresistas tomaron la iniciativa. Mendizábal, demostrando su experiencia como hombre de negocios, vio en la naciente prensa política un instrumento fundamental para su propaganda. Así contaría con el apoyo de El Eco del Comercio,  La Revista española o El Español como sus valedores ante el exiguo cuerpo electoral con derecho al voto según lo establecido por el Estatuto Real.  Con la cámara legislativa cerrada (Estamento de los procuradores) dictaría su famoso decreto de desamortización eclesiástica lo que haría ganarse definitivamente la animadversión de aristócratas, liberales moderados, eclesiásticos y por último, la propia Regente. Pero no había vuelta atrás, para Mendizábal era necesario un poder liberal fuerte bien financiado (de nuevo el hombre de negocios) para acabar con la guerra contra los facciosos reaccionarios que se atrincheraban en la zonas rurales de Navarra, País Vasco y Cataluña.

   A partir de enero-febrero de 1836 comenzó a aparecer abiertamente en la prensa adicta al gobierno el término “progresista” para definir a los que apoyaban al jefe del consejo de ministros. Comenzaba también una polarización de la vida diaria que la prensa reflejaba. Por ejemplo El Eco del Comercio (20 de febrero de 1836) al referir a los nombres de los 12 representares por Madrid como electores para el Estamento de Procuradores decía que:

   «Nos complacemos en ver que la mayoría de los electores tienen ideas de progreso, porque este nos anuncia que serán también progresivos los procuradores que elijan»

   Había nacido el término político progresista en España, aunque no fue aceptado como nombre oficial del partido hasta 1839 con Olózaga. En el verano de 1836 el mencionado periódico se refería a Mendizábal como «un hombre honrado que vds. suponen simboliza un partido político progresista» (29 de julio de 1836).

   La campaña de opinión se vio acompañada desde el Gobierno con el nombramiento de nuevos empleados públicos afines a sus intereses y que daría lugar a la polémica de la llamada «empleomanía» que tanto recorrido histórico tendría en el siglo XIX español. Véase para ello la novela de Galdós Miau (1888).

   Los términos «mendizabalista» y «progresista» se consideraron como sinónimos queriendo representar al verdadero liberalismo nacido en Cádiz. Quedaban excluidos los liberales moderados que se les situaba en el campo de la reacción, de los que se oponían al «progreso» o al «movimiento» hacia la verdadera monarquía constitucional basada en la soberanía nacional del pueblo español. El periódico El Español (que no fue siempre «mendizabalista») criticaría esto al manifestar que:

   «Cuando un partido llega a creer a su favor la presunción de que tiene la razón, pronto se hace dueño de la sociedad y la conduce donde quiere» (8 de febrero de 1836).

   Las elecciones organizadas por el Gobierno dieron como resultado una victoria indiscutible de sus candidatos lo que provocaría acusaciones de manipulación electoral por parte de sus contrarios. Comenzaba el partidismo. Un año después, ese mismo periódico recordaba aquellos días de la siguiente manera:

   «Dos partidos débiles, porque poderosos ya no los hay, pero firmes y enconados, sostenían poco hace encontrados principios en presencia de las urnas electorales. Mutuamente acusabánse se ineptitud e hipocresía, y tal vez en cuanto a partidarios a ninguno faltaba razón…» (22 de agosto de 1837).

 
 
 

Espartero

Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro
(1783-1879)
José Casado del Alisal
(1832-1886)
(Palacio de las Cortes)

 
 
 

REBELIÓN EN LA GRANJA Y UNA NUEVA CONSTITUCIÓN DE CONSENSO

 

El gobierno de Mendizábal se centró en aunar esfuerzos para la derrota de los carlistas y en desarrollar la desamortización eclesiástica a la que unió la supresión de las instituciones del clero regular. Estas medias chocaron con la Reina y los elementos conservadores (que aún no constituían partido alguno) pero a la vez, y es curioso, con el ala izquierda del progresismo que veía sus medidas insuficientes. Así las cosas, en mayo de 1836 la Regente, haciendo uso de sus prerrogativas reales y legales, hizo caer a Mendizábal y nombró un nuevo gobierno presidido por  Francisco Javier Istúriz, un ex liberal exaltado que había sido colaborador del cesado y que también provenía de la burguesía gaditana. Para legitimar su poder convocó elecciones en julio de 1836, que, como ya era costumbre, ganarían los gubernamentales. En estas elecciones se organizaría por  vez primera el partido liberal contrario a los progresistas: el moderado o monárquico-constitucional.

   Sin embargo, Mendizábal y los progresistas no aceptaron el estado de cosas y organizaron una nueva insurrección en agosto de 1836 que tuvo como momento estelar la sublevación de los sargentos de la Guardia Real en el Palacio de verano de La Granja, donde pasaba esos días la familia real.  La Regente volvió a llamar a los progresistas y se formó un gobierno liderado por el viejo liberal José María Calatrava y que tenía como ministro de Hacienda a Mendizábal. Aunque se siguió con la desamortización de los bienes de la Iglesia (llamados «bienes nacionales») se produjo un cambio en los progresistas. Éste consistió en un acercamiento a los moderados para estabilizar a la monarquía en unos momentos complicados en la guerra carlista. Dentro del progresismo tuvieron mayor predicamento políticos conciliadores como Agustín de Argüelles o Salustiano Olózaga. Fruto de ello sería la Constitución de 1837, una ley fundamental que pretendía un consenso liberal, a partir de la reforma de la de 1812. De esta forma lo expresaba el periódico El Español:

   «…todos los partidos (…) y toda la opinión liberal unánime y francamente acepta la Constitución como bandera común» (22-8-1837).

   En realidad, no eran tantas las diferencias con el partido moderado, ya que ambos eran partidos de notables, de burgueses y aristócratas. Ambos defendieron el sufragio censitario y rechazaban la democracia, a pesar de que los progresistas siempre apelaban al pueblo y las clases populares, pero nunca postularon el sufragio universal,  a lo sumo a la ampliación del censo de electores.

   Los progresistas constitucionales defendieron desde entonces que no representaban la agitación ni la anarquía, sino que se declaraban firmes defensores de la monarquía, la Constitución y la soberanía nacional. Como ejemplo tenemos  un manifiesto de los progresistas de Barcelona de 1839 que decía lo siguiente:

   «…el progreso se reduce al cumplimiento estricto de la ley, a las reformas que disminuyan los pagos, y  a la igualdad legal, pone freno al orgullo y sinrazón de los que aspiran a dominar por la sangre o las riquezas, cuyo toda forma lo que llamamos libertad.»

   Frente al progresista bullangero y de barricada, los de Barcelona decían que «el progresista discute con la entereza de una convicción robusta, sin apelar más que a razones y que su sistema práctico es observar religiosamente la Constitución sin intentar ni pensar nada que pueda alarmar la seguridad individual y la propiedad».

   Estas palabras las recogía el antaño «muy progresista» Eco del comercio, en su número de 30 de diciembre de 1839.  Este progresismo conciliador, liberal y defensor del orden legal, sin embargo acabó al año siguiente cuando, tras la presentación por parte del gobierno moderado de una ley municipal que consideraban “reaccionaria”, se produjo otra sublevación que supuso la llegada al poder de su nuevo líder: el general Espartero. Con ello no solo terminaba esta fase «conciliadora» sino que también terminaba la Regencia de María Cristina, pero no la interinidad política. Para el historiador Jorge Vilches esto demostraba que «el progresismo se aprovechaba de los movimientos violentos de aquella facción para ejercer más presión sobre el adversario político y la Corona, con el objetivo de alcanzar y monopolizar el poder» [3]

 
 
 

Juan-Prim-atentado-1871

Asesinato de Juan Prim y Prats la noche del 27 de diciembre de 1870
Fernando Miranda
(Dibujante e ilustrador, siglo XIX)
La ilustración española y americana
5 de enero de 1871
pag.17

 
 
 

CODA PARADÓJICA

 
 
 

El progresismo gobernó España durante la Regencia de Espartero (1840-1843) y volvió efímeramente con el mismo general en el Bienio Progresista (1854-1856) tras la «revolución de julio». Otra revolución, la «Gloriosa» de 1868, les encumbró al poder tras destronar a la reina Isabel II, a la que tanto defendieron en su minoría de edad, hasta que su líder, el general Juan Prim y Prats, fue asesinado en diciembre de 1870. A partir de ahí, el partido se dividió en facciones personalistas que fueron recogidas en el seno del Partido Liberal-Fusionista de Sagasta en la Restauración (1875-1931). El fin del turno pacífico con los conservadores de Cánovas, le llevó a su definitiva desaparición cuando cayó Alfonso XIII. Durante la II República el término «progresista» sólo lo mantuvo el Partido Republicano Progresista de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura que antes se llamó Derecha Liberal Republicana.

 

 

 

 

 

[1] Esta idea ya la hemos tratado en la revista «CARMINA»  con la entrada de «La importancia de llamarlo fascismo»: https://revistacarmina.es/?p=41095

[2]Sobre este período fundamental de nuestra historia contamos con una interesantísima monografía de Vladimiro Adame de Heu: Sobre los orígenes del liberalismo histórico consolidado en España (1835-1840), Sevilla, 1997.

[3] Jorge Vilches, Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española, Madrid, 2001, pág. 28.
 
 
 

«ESPAÑOLES ANTE TODO».  BESTEIRO Y EL PSOE. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (II). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

   El texto que sigue se publicó en un digital local [1] tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015, a los comienzos de lo que llamamos aquí interinidad política. Sin embargo, creo que, tras elecciones del 10 de noviembre de 2019, sigue siendo útil en la actual situación.

 
 
 

Julián_Besteiro

Julián Besteiro
(1870-1940)

 
 
 

En el  histórico Mensaje de Navidad de 2015, S.M. el Rey  Felipe VI comenzaba refiriéndose a la Historia «porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar nuestros aciertos y nuestros errores».  En el acertar o en el errar en el convulso panorama político, resultante de las históricas elecciones generales del 20D, nos jugamos mucho.  En estos momentos algo es evidente en todos los niveles políticos. (…) Esta evidencia de la que hablamos no es otra que la necesidad de pactos, de acuerdos que supongan la preeminencia de los intereses generales sobre los particulares (tanto territoriales como partidistas). Volviendo al Mensaje del Rey: «porque ahora lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles».

   Esta idea es especialmente importante para un partido político que la evolución electoral  lo ha hecho situarse (puede que sin quererlo) en el centro político. Me refiero al PSOE que al ser superado por su izquierda por Podemos y todos sus satélites, tiene (por mor de la matemática electoral) una posición de centralidad. La disyuntiva a la que se enfrenta el candidato socialista a la Presidencia al Gobierno, Pedro Sánchez, es también histórica (¡otra vez!): pactar con Podemos, pactar con el PP o ir a nuevas elecciones.

   El PSOE  ha vivido situaciones parecidas o incluso peores a lo largo de su ya más que centenaria historia. Una de ellas llevó a decir las siguientes palabras inspiradas por uno de sus líderes históricos:

   «Pues bien: recalquemos en la actual emergencia trágica que para nosotros, los afiliados al PSOE vale la última de estas cuatro letras tanto como las dos que la anteceden. Y aún más: si precisara sobreponer un matiz a los otros dos, nos afirmaríamos hoy españoles antes que nada, porque vemos con claridad aterradora, a la luz del incendio en que arde nuestra patria, que tan sólo por la reafirmación  y consolidación de la hispanidad podemos aspirar a instaurar algún día un régimen socialista sobre la base de una España independiente.»

   Estas líneas proceden del editorial titulado «Ni Roma ni Moscú. Españoles antes que nada» de El Socialista del 10 de marzo de 1939, y se deben a Julián Besteiro (1870-1940). Considerado una de las máximas figuras del socialismo españo. Fue catedrático de Lógica, además de presidente del PSOE, de la UGT y de las Cortes Constituyentes de la II República. (…) Fue un político más admirado por sus adversarios que por muchos de sus compañeros de partido, comenzando por Largo Caballero, el Lenin español. El monárquico ABC  «alabó su rectitud, su ecuanimidad, su palabra cálida, su ciencia y esa inclinación romántica que he hacía defender, sin dejarse llevar por la ira…, una justicia social más humana» (15 de julio de 1931).

   Palabras estas que en la España actual pueden chocarnos tanto por el elogio del contrario como por la defensa de España por parte de los socialistas. Palabras estas que muchos socialistas podrían suscribir y otros execrar por su «exaltación patriota y patriotera», en palabras del historiador Ángel Viñas.

   Sin embargo, tenemos que decir que estas palabras escritas o inspiradas por Besteiro llegaron tarde y mal; tarde porque la guerra estaba ya perdida y mal porque supusieron la legitimación del golpe de Estado que el 5 de marzo de 1939 ejecutó el coronel Casado y los mandos militares, con el apoyo de los anarquistas y de un sector del PSOE, contra el legítimo gobierno de Negrín (también del PSOE) y que sería el último de la II República. Para muchos, Besteiro acabó siendo un traidor a la República al facilitar la victoria de Franco debido a su odio contra el comunismo, al que acusaba de haber llevado a la República a la derrota por convertirla en una marioneta de la URSS. (…) Murió en la cárcel de Carmona, a los 70 años, enfermo y tras realizar duros trabajos físicos para su edad que incluían limpiar las letrinas. En su alegato ante el consejo de guerra dijo que no huyó del país (como la mayoría de los líderes republicanos) al tener «el convencimiento de que me podría presentar ante los jueces más severos con la frente alta y la conciencia tranquila».

   Nuestra historia, nuestra «Mari Clío», como decía el gran Galdós, nos ofrece, como ya hemos dicho, aciertos y errores. Uno de estos  últimos es el partidismo, que sobrepone los intereses particulares sobre los intereses de la Nación, o lo que es lo mismo, sobre el conjunto de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones. El partidismo excluyente trata  al adversario político como al enemigo que debe ser aniquilado del cuerpo social. Por tanto,  en lo posible aprendamos de todos nuestros errores y aciertos históricos. Y hagámoslo todos, gobernados y gobernantes, y antes de tomar cualquier decisión importante para la Nación,  pensemos que no lo hagamos ni tarde ni mal.

 
 
 
[1] http://www.guadairainformacion.com/opinion/3898/ante-todo-espanoles-pablo-romero-gabella.
 
 
 

LA UNIÓN NACIONAL Y EL FRACASO ENDÉMICO DEL CENTRO. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (I). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
LA UNIÓN NACIONAL

Caricatura de Basilio Paraíso (1949-1930) y Joaquín Costa (1846-1911)
[1900]

 
 
 

¿EL CENTRO HA MUERTO?

 

«¡Cuántas espinas de cuidados ha de rodearos, Señor, si habéis de mantener vuestros Estados en justicia, en paz y en abundancia!». Así advertía el historiador Ildefonso Antonio Bermejo al joven rey Alfonso XII en el comienzo del tomo primero de su Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868 (Madrid, 1875). Esto mismo se los podríamos decir a Felipe VI y a la Princesa Leonor en estos tiempos de interinidad política que vive nuestra nación. Y en esa interinidad que podríamos llamar sanchismo  podemos  ver el fin de una etapa política, la del Régimen del 78, o simplemente un accidente, en exceso cansino, en nuestra democracia nacida de la Transición. Los hechos futuros nos lo dirán y los hechos pasados podrían servirnos si no como  guía al menos como pasatiempo ilustrado para esta épocas de memes.

   Una de las más relevantes consecuencias de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 ha sido la laminación del centro político representado por el partido Ciudadanos que había sido liderado, hasta el día siguiente al desastre, por Albert Rivera. Como si de una maldición bíblica se tratara, Ciudadanos ha pasado a compartir la suerte histórica de UCD, CDS y UPyD. Todos ellos partidos de centro (hacia izquierda o hacia la derecha) de nuestra actual democracia. Su adversa suerte le ha llevado a unirse a los esqueletos del PRR y DLR que lo fueron en la Segunda República. Ciudadanos nació en la periferia política de Madrid, en Cataluña, como partido defensor de la unidad nacional y a la vez como partido regenerador. Una idea que no era nueva en España y que la encontramos a comienzos del siglo XX en el efímero experimento de la Unión Nacional.

 
 
 

LOS PROTAGONISTAS

 

El proyecto de partido, porque realmente nunca llegó a formalizarse como tal, nació de las consecuencias del Desastre del 98 que no sólo parió a una generación de escritores excelsamente pesimistas pero a la vez sublimes (algunos). También alumbró  (al igual que Ciudadanos al comienzo del siglo XXI) a unos políticos que decían ser regeneradores de un sistema, el de la Restauración, al que había que reformar antes que destruir. Este «partido apolítico», como lo llegó a definir el profesor José Luis Comellas, nació como Ciudadanos fuera de la  política madrileña. En concreto se alumbraron en las tierras aragonesas y castellanas a partir de tres personalidades regeneracionistas que llegaron a formar un verdadero triunvirato: el zamorano Santiago Alba (1872-1949) y los oscenses Basilio Paraíso (1849-1930) y Joaquín Costa (1846-1911). Al igual que los de Rivera nacieron de una burguesía intelectual y económica que se consideraba despreciada por el poder los partidos dinásticos liberal y conservador. Si miramos al hoy: los actuales (por ahora) PSOE y PP. Los triunviros decían representar a esa «masa neutra» de la que hablaría más tarde el regeneracionista conservador Antonio Maura y que no se veía reconocida ni en  los «amigos políticos» de Madrid ni en los caciques de sus terruños. Movilizar a esa España del trabajo, de los negocios y del intelecto fue el objetivo de estos próceres del regeneracionismo.

   Tal como Rivera, Alba era el más joven y provenía de la abogacía y del periodismo político de provincias ligado a los intereses agrarios. Paraíso, en su juventud republicano zorrillista, era el empresario exitoso que presidía la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza y además editor de El Heraldo de Aragón. Por último, Costa era la personalidad más arrolladora y venerada. Padre del Regeneracionismo patrio representaba al intelectual  proveniente del interior de la España que es hoy llamada vaciada o vacía.  Ligado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza de su amigo Giner de los Ríos, fue doctor y profesor de Derecho y desarrolló más tarde su trabajo como abogado y notario en Madrid. A él debemos el lema regeneracionista de «escuela y despensa». Sin embargo, las contradicciones no le eran ajenas ya que aunque liberal social (¿hoy podríamos decir socialdemócrata?) defendió la necesidad de un «cirujano de hierro» que extirpara el mal de España. Esta figura sería reivindicada posteriormente por dictadores de dispar fortuna como fueron Primo de Rivera y Franco.

 
 
 
Santiago_Alba (1872-1949)

Santiago Alba Bonifaz
(1872-1949)

 
 
 

LOS HECHOS

 

En 1899, aún bajo el trauma del 98, los triunviros regeneradores crearon la Liga Nacional de Productores a partir de las cámaras de comercio y de asociaciones agrarias que fueron aglutinando. A comienzos de 1900 la Liga pasaría a ser la Unión Nacional. Su objetivo político: derribar el proyecto de la reforma hacendística del gobierno conservador de Francisco Silvela. Curiosa paradoja porque Silvela era un político que se declaraba regenerador, pero desde dentro del sistema de la Restauración canovista-sagastino, y que escribió el famoso artículo «España sin pulso» dos años antes.

   La Unión Nacional planteaba liderar un movimiento ciudadano (así se llamó también el proyecto para toda España de Ciudadanos tras su éxito en Cataluña) que mediante una movilización de burgueses, intelectuales y trabajadores hiciera caer el sistema corrupto de la Restauración. Sin embargo, el Gobierno Silvela no dudó en prohibirlo y meter en cintura a los díscolos triunviros. Tal como hicieron los cartistas en la Inglaterra victoriana, la UN pretendía llevar sus reclamaciones democratizadoras al presidente del Congreso de los Diputados y al no lograrlo, publicaron un extenso manifiesto publicado por la prensa el 1 de abril de 1900. Paraíso y Alba propusieron radicalizar el movimiento a través de la resistencia pasiva  que postulaba la insumisión fiscal. «No taxs without Representation», venían a decir, tal como los revolucionarios norteamericanos de 1776 y su método sería algo parecido al que Gandhi utilizaría en su legendaria «marcha de la sal» de 1930 que hizo doblegarse al imperio británico en la India. Costa en cambio defendía una táctica gradualista y apegada a la legalidad que supondría la creación de un verdadero partido político de «centro incluyente» (Norberto Bobbio dixit) que acabara desplazando a los partidos del turno. Las divergencias ideológicas  y  personales estallaron y en septiembre de 1900 Costa se desligó del proyecto. Sin embargo, cosa harto curiosa, Paraíso y Alba acabarían aceptando las tesis de Costa al proponer que la UN se presentara a las elecciones de 1901 como partido político. De tal manera prepararon un congreso en Cádiz (guiño quizá a la cuna del liberalismo hispano) donde esto se formalizara. Alba llegaría a escribir una especie de manifiesto fundacional que publicaría El Liberal el 18 de octubre de 1900. No obstante, las luchas internas y las contradicciones de un movimiento tan heterogéneo (¿les suena?) hicieron imposible su proyecto político. Todo quedó en el papel.

   Tras lo efímero del experimento, Alba y Paraíso llegaron a ser diputados en 1901, pero de la mano del político liberal gaditano Segismundo Moret. Paraíso ya plenamente inserto en el sistema turnista llegaría a ser nombrado más tarde senador vitalicio. Alba comenzaría una dilatada carrera política como líder de la «izquierda liberal», siendo ministro en diferentes carteras en los últimos gobiernos de Alfonso XIII.  Durante la Segunda República, dentro del PRR de Lerroux, llegaría a ser presidente de las Cortes entre 1933 y 1936. Por su parte Costa agrandaría su leyenda como santón del regeneracionismo, acercándose al republicanismo, y publicando su famoso libro Oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarlo (1901).

 
 
 

LAS PALABRAS

 

¿Qué quedó de todo ello? Quedaron las palabras.  Palabras en las que estos hombres confiaron, tal como hizo ingenuamente más tarde Manuel Azaña , y en las cuales depositaban sus esperanzas para poner «España en marcha» (lema de Ciudadanos en la elecciones del 10-N). Rescatemos dichas palabras de los dos manifiestos principales de lo que fue la U.N.

   En el «Manifiesto del 1 de abril de 1900» (utilizo la edición de ese día de El Liberal) exponían los triunviros que ellos representaban a la España viva que se levantaba cada mañana para trabajar. La España que creaba empresas y daba trabajo a pesar de un gobierno corrupto:

   «Mientras nosotros trabajamos para nosotros y para el Estado, el Estado no ha trabajado más que para sí».

   Por ello era necesario reconciliar el «Poder público y el país». Lo que es lo mismo que fundir la España real y la oficial. Era por tanto la hora de hacer una «nueva política» que frente a la «vieja política» (Ortega y Gasset dixit) acabara con las corruptelas de caciques y  políticos de Madrid que:

   «Cierran a las masas el acceso a las urnas y hacen que el voto público no sea sincero ni verdadero en ninguna parte».

   Era necesario acabar con la «vieja política» del turno que gobernaba «contra el país» y que lo sumía en un «estado de atraso, de inferioridad, incultura, desgobierno, vasallaje y opresión feudal». La «nueva política», y aquí se veía claramente la influencia de las ideas costistas, debía sustentarse en:

   «Tres bases poderosas (…): la escuela, la despensa, la justicia; hemos pedido luz, pan, libertad: la libertad que nos quitan los caciques, con el brazo complaciente de la Administración y de la Justicia; el pan que la Administración nos sustrae o que no nos ayuda a producir, la luz que nos interceptan o de que no nos proveen las escuelas.»

   Cambiemos hoy «caciques» por «nacionalistas» y veremos mejor las similitudes.

   Por todo ello, pedían o más bien exigían al Gobierno el fin de la pasividad de años, de siglos, y que promoviera las infraestructuras (destacando la política hidráulica) y la escuela pública por todo el país como elementos cohesionadores. Así pensaban que España se convertiría en «miembro vivo de la comunidad europea». ¿Les vuelve a sonar la copla?

   Y al final una advertencia, tal como hizo por aquellos años Maeztu, si no se hace esta «revolución» desde arriba, las masas la acabarían haciendo por la fuerza desde abajo. Y para ello terminaban citando al historiador y político francés Thiers (liquidador a sangre y fuego de la Comuna de París en 1871) sobre la situación de Francia de antes de la revolución de 1789.

   En la «Declaración de principios» escrita por Santiago Alba de 18 de octubre de 1900,  publicada en El Liberal, se establecían los principios por los cuales debería regirse el nuevo partido. Éste tenía el imperativo de una realidad que los vetustos partidos turnistas se negaban a ver:

   «Toda España siente ya el vacío de nuevas manifestaciones de la opinión pública».

   La U.N. representa a esas «fuerzas sanas» que deben «imponer las grandes reformas que demanda la opinión pública». Y para llevar a cabo tales reformas era necesario utilizar una acción gradualista, pedagógica, moderada y legal tal como predicaba Costa:

   «Es preciso hacer una labor prudente, modesta y perseverante (…) Se impone el procedimiento inglés: solicitar seis u ocho reformas concretas e imponerlas, y después pedir otras tantas.»

   Alba reconocía que con el actual gobierno de Silvela (que caería 5 días después ocupando su lugar el sempiterno Sagasta) era imposible llegar a un entendimiento:

   «Al actual ministerio nada le podemos pedir, ni nada queremos de él.»

   Pero si se formara otro distinto que «…no esté incapacitado y que ofrezca garantías sólidas y públicas, se le podrá prestar concurso, se le podrá dar de buena fe nuestra labor a la gestión del Gobierno, sin perder jamás su independencia la Unión Nacional».

   Léanse las anteriores líneas en clave de la actual interinidad y se comprenderán oportunidades que podrían haber sido pero que no fueron…

   Por todo ello, Alba y los suyos defendían su «política nueva, sumando la tradición y el progreso.». Esto suponía desterrar experimentos revolucionarios ya que «La crítica negativa de los revolucionarios retóricos no conduce a nada práctico».

   En conclusión, proponían un partido que hoy llamaríamos de centro y alejado de peligrosas excursiones al radicalismo:

   «Hay que ejecutar el programa de la Unión Nacional o ayudar a quienes los ejecuten, sumando a la obra de la regeneración el concurso de todos. Será esto menos gallardo y menos populachero; pero es lo único posible y patriótico.»

   Cambiemos hoy «populachero» por «populista» y «revolucionarios retóricos» por «progresistas». Preguntémonos:

   ¿Estamos bajo su férula?

 
 
 

Basilio_Paraíso (1849-1930)
Basilio Paraíso
(1849-1930)

 
 
 

«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Cementerio de los personajes ilustres
(Kerepesi Temetö)
Budapest
2000
Foto: LGV

 
 
 

64 páginas 64. Ésta es la extensión de El teniente Gustl, pieza de aparente minimalismo de Arthur Schnitzler (1862-1931), médico y escritor vienés, ejemplo del intelectual judío finisecular del Imperio. Contemporáneo de Sigmund Freud (que lo admiraba), Mahler o Zweig, pero también del antisemitismo que se cernía sobre Austria y sobre Viena en particular gracias a personajes como Karl Lueger, alcalde de la capital imperial. Esta pequeña joya escrita en 1900  (editada primorosamente, como es usual, por Acantilado en 2006 con traducción de  Juan Villoro) es un monólogo interior (uno de los primeros de la literatura) que bulle en la mente de un joven oficial imperial durante el ocaso de un día primaveral y el orto del siguiente. Parte de una velada musical en un teatro de la capital y termina en un café, cómo no, pasando por una noche de duermevela en el parque del Práter, el mismo lugar que luego haría famoso El tercer  hombre[1]

   Tal como hemos visto en otras entradas de Noticias de un Imperio, en la literatura del final del imperio austro-húngaro ocupa un lugar muy destacado el ejército y dentro de este, los jóvenes oficiales. En las obras ya reseñadas de Lernet-Holenia [2], Marai [3] y Roth [4],  los protagonistas son jóvenes oficiales que educados en la tradición del imperio son testigos y a la vez actores de su desaparición. El ejército austro-húngaro es, junto al viejo emperador, el elemento cohesionador del imperio. Para William M. Johnston (en su imprescindible obra El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1918), Oviedo, 2009) los militares daban «lustre a la vida social» y proporcionaban la dosis de «patriotismo» imperial necesaria para los soldados de diferentes pueblos y nacionalidades. No obstante y así lo vemos al comienzo de esta obra, los militares austríacos se aferran a un código del honor anacrónico, son arrogantes con los civiles y rechazan la modernidad. Todas esas características las asume nuestro teniente Gustl, desprecia a los burgueses y a los judíos, así como a los socialistas (aunque los austromarxistas fueron paradójicamente defensores del Imperio). Esta forma del ver el mundo, anclada en los esquemas aristocráticos del Antiguo Régimen es el factor que hace que se produzca el hecho principal de la novela, que por supuesto no vamos a desvelar y donde jugará un papel destacado un panadero. Estas ideas, sin embargo, no son solo propias del Imperio austro-húngaro en los inicios del siglo XX, era una cultura común en toda Europa. Esto lo estudió Arno J. Mayer en su obra La persistencia del Antiguo Régimen (1981). Un mundo de valores que hoy nos resultan algo absurdos e incomprensibles y que también están recogidos en la novela de Ford Madox Ford titulada El buen soldado (1913), donde de nuevo, en un lugar central encontramos la figura del oficial. Gustl es un tipo que, como ya hemos dicho, es arrogante, pagado de sí mismo, conquistador de damas y damiselas además de refractario a judíos y socialistas. Schnitzler crea un personaje arquetípico: proviene de una buena familia de provincias y tras pasar un periodo de servicio en Galitzia es trasladado a Viena, al servicio de Dios y del Káiser. Su historia es la historia de muchos que más tarde acabarían sirviendo en las filas de la Werhmacht al  mando de otro austríaco de provincias: Adolf Hitler.

   En sus meditaciones Gustl reconoce que de todas las experiencias vitales echaba en falta una: la guerra. El relato escrito en 1900, nos revela ese ambiente de preguerra que aún no pasaba de mero deseo, de ensoñación entre romántica y salvaje que muchos europeos vivían. La guerra como solución al aburrimiento de la rutina diaria. Gustl es uno de aquellos «sonámbulos» que en palabras del historiador Christopher Clark se dejaron llevar por sus estados y monarcas a las trincheras de la Gran Guerra (Sonámbulos. Cómo fue Europa a la guerra de 1914, 2014). Esa idea de exaltación de las virtudes terapéuticas de la guerra, que tan bien nos la narró Joseph Roth en las páginas finales de La marcha de Radetzky [5], iba de la mano de esa moral aristocrática y aparentemente guerrera a la cual nos referimos antes (el ensayo de Arno J. Mayer tenía el esclarecedor subtítulo de Europa hacia la Gran Guerra).

   La guerra era una especie de gran duelo colectivo donde enjugar honores mancillados. En ella, como en el duelo (Gustl, como no podía ser de otra forma también es un duelista), la muerte es una opción y si uno no es capaz de aguantar la vergüenza, no queda otra que el suicidio. Guerra, duelo, honor, suicidio…. todo nos conduce a la muerte, otro gran tema de la novelita de Schnitzler, un autor que podríamos considerarlo parte del grupo de escritores impresionistas tal como lo incluye en su obra Johnston. Esta corriente impresionista de intelectuales fue así definida por el Arnold Hausser, famoso teórico del arte  nacido como súbdito del imperio en 1892 y muerto como ciudadano de la república socialista de Hungría en 1978. Schnitzler era uno de aquellos intelectuales que de alguna manera disfrutaron siendo notarios del «apocalipsis feliz» de un mundo. No eran creadores de algo nuevo, no ofrecían soluciones, al igual que sus contemporáneos de nuestra Generación del 98. Para ellos la vida era evanescencia, flujo de sensaciones, esteticismo y decadencia. En esta obra que reseñamos todo esto se encuentra a través de los pensamientos inmediatos, no tanto reflexiones, del teniente Gustl. Todo es ahora, no existe ni tanto el ayer ni el mañana, todo ocurre en el momento. Un mundo de impresiones donde no hay nada totalmente verdadero pero tampoco falso.  En palabras del autor «cada instante implica morir un poco y a la vez volver a nacer».

 
 
 

La muerte se lo lleva
Kerepesi Temetö
Budapest 
2000

(Foto: LGV)

 
 
 

   Volvemos a la muerte, ya que es el culmen de ese mundo de impresiones. La muerte «libera» a los vivos de sus represiones y miedos, tal como le ocurría al joven Gustl. El elemento psicológico es la gran novedad técnica de nuestro relato y  por esto lo hacía tan cercano a Freud, pero también a toda una corriente de pensamiento que podemos llamar austríaca, donde la muerte tiene un lugar especial. Para los austríacos la muerte era un motivo de creatividad y es conocida su querencia por todo lo que la rodea: funerales, cementerios, ceremonias, etc… Baste recordar el episodio sobre el cementerio de Viena que nos cuenta Claudio Magris en su odiséica obra El Danubio (1986) o esos «hermosos cadáveres» de la familia imperial en La Cripta de los Capuchinos. La muerte es el fin del hastío y por eso tiene un gran poder, tal como lo dejó por escrito Hugo Hofmannsthal, un escritor marcado especialmente por ella.  Es relativamente conocida la carta que Mozart escribió a su padre sobre este tema cuatro años antes de morir:

   «Al ser la muerte, pensándolo con detenimiento, el verdadero objetivo de nuestra existencia, en los últimos años he establecido con ella – la mejor y más fiel amiga de la humanidad- una relación tan estrecha que ahora su imagen, lejos de aterrorizarme, me tranquiliza y consuela».

   Los muertos «permanecen entre los vivos», escribió Schnitzer. Ya hemos visto esto en las obras ya comentadas de Alexander Lernet-Holenia [6], donde el mundo de los  muertos tiene tanta o más importancia que el de los vivos. Por esto, un vez muerto el Imperio siguió para muchos aún vivo y sobre todo en la literatura y el arte hasta nuestros días.

   Y por último, nuestro protagonista vive la unión del Eros y el Thanatos. El erotismo y el sexo van unidos a la muerte, integrantes todos de los paraísos artificiales que pontificó para la modernidad el poeta Charles Baudelaire. El sexo y la muerte nos alejan del mundo, como así lo vivía el joven teniente Gustl que mezclaba en sus pensamientos sus conquistas eróticas y la fantasía de su muerte. Un mundo de morbosidad que fue tan querido al modernismo literario español, comenzando por Juan Ramón Jiménez. Algo tiene esta corta novela de loor a la muerte y a sus cercanías, pero también de loor a la carne, la carne mortal, liberadora y a la vez esclavizadora.

   Loor a la Carne,
Que al arder mitiga los cruentos martirios de la Vida humana.

 
 
 

Juan Ramón Jiménez
(1881-1958)

 
 
 
[1] https://revistacarmina.es/?p=40583

[2] https://revistacarmina.es/?p=39376

[3] https://revistacarmina.es/?p=39553

[4] https://revistacarmina.es/?p=40095

[5] https://revistacarmina.es/?p=40854

[6] https://revistacarmina.es/?p=39541
 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

 
 
 

OCASO. Manuel Machado (1874-1947)

 
 
 
7

Atardecer en Punta Candor núm. 7
[Foto: Olga Duarte Piña (Rota 2009)]
PINCHE EN LA FOTO PARA ESCUCHAR LA LECTURA DEL POEMA EN LA VOZ DE LAURO GANDUL VERDÚN
 
 
 

ERA un suspiro lánguido y sonoro
La voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,

para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar en nada!…

 
 
 
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POEMA AL MAR DE LAURO GANDUL VERDÚN POR XOPI

 
 
 

ANTÍFONA. Manuel Machado (1874-1947)

 
 
 
elorigendelmundoGUSTAVOCOURBET1866

El origen del mundo
Gustavo Courbet
(1819-1877)
 
 
 

   VEN, reina de los besos, flor de la orgía,
amante sin amores, sonrisa loca…
Ven, que yo sé la pena de tu alegría
y el rezo de amarguras que hay en tu boca.

   Yo no te ofrezco amores que tú no quieres:
conozco tu secreto, virgen impura;
amor es enemigo de los placeres
en que los dos ahogamos nuestra amargura.

   Amarnos… ¡ Ya no es tiempo de que me ames !
A ti y a mí nos llevan olas sin leyes.
¡ Somos a un mismo tiempo santos e infames,
somos a un mismo tiempo pobres y reyes !

   ¡ Bah ! Yo sé que los mismos que nos adoran,
en el fondo nos guardan igual desprecio.
Y justas son las voces que nos desdoran…
Lo que vendemos ambos no tiene precio.

   Así los dos, tú amores, yo poesía,
damos por oro a un mundo que despreciamos…
¡ Tú, tu cuerpo de diosa; yo, el alma mía !…
Ven y reiremos juntos  mientras lloramos.

   Joven  quiere en nosotros Naturaleza
hacer, entre poemas y bacanales,
el imperial regalo de la belleza,
luz a la oscura senda de los mortales.

   ¡ Ah ! Levanta la frente, flor siempre viva,
que das encanto, aroma, placer, colores…
Diles con esa fresca boca lasciva…
¡ que no son de este mundo nuestros amores !

   Igual camino en suerte nos ha cabido.
Un ansia igual nos lleva, que no se agota,
hasta que se confundan en el olvido
tu hermosura podrida, mi lira rota.

   Crucemos nuestra calle de la amargura,
levantadas las frentes, juntas las manos…
¡ Ven tú conmigo, reina de la hermosura;
Hetairas y poetas somos hermanos !
 
 
 

«14 DE JULIO» O EL SECRETO ESTÁ EN LA MASA. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
MARIONETAS 17 (LISBOA)

Museu da marioneta de Lisboa
[Foto: LGV 2018]

 
 
 

«Este relato no es ficción ni libro de Historia. Tampoco tiene un protagonista concreto, pues fueron innumerables los hombres y mujeres envueltos en los sucesos…» Así podemos entender el sentido del libro de Éric Vuillard 14 de julio (2016). Sin embargo estas palabras pertenecen al comienzo el libro de Arturo Pérez-Reverte Un día de cólera (2007). Los sucesos son los del 2 de mayo de 1808 en Madrid, pero bien pudiera servirnos para los del 14 de julio de 1789 en París. Dos «momentos estelares», donde el tiempo «se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide» en palabras de Stefan Zweig, el maestro de un tipo de literatura que a principios del siglo XXI Vuillard y Pérez-Reverte retoman con innegable éxito. Ambos escritores narran dos hechos que marcaron el inicio de la contemporaneidad en Europa en su doble sentido, el revolucionario y el contrarrevolucionario y que tienen como protagonista a la multitud, a esa masa rebelde que categorizaría Ortega y Gasset.

   Éric Vuillard [1] es un escritor que nació en el año revolucionario de 1968 y que llevaba una existencia profesional discreta en Rennes hasta que consiguió el Premio Goncourt de 2017 por El orden del día, otra «miniatura histórica» que narraba el ascenso del nazismo. Esto ha llevado a Tusquets a publicar en español la obra que comentamos y que fue publicada en Francia en 2016. Vuillard nos cuenta en 185 páginas el febril día en que comenzó la Revolución Francesa para todo estudiante. Una fecha marcada y subrayada en los manuales escolares y de la cual poco se conocía en detalle. Vuillard realiza una recreación literaria de ese día utilizando material histórico (aunque es una pena que no cite sus fuentes más allá de nombrar a Michelet). En su empeño no duda en utilizar un lenguaje actual que lo hace accesible a todo tipo de lectores y que ya ensayó Pérez-Reverte en su Cabo Trafalgar (2004). Adonde las fuentes no llegan el autor recurre a «morder la nada y caer en la gran cuba donde ya nadie tiene nombre» (pág. 91)

   Los protagonistas del libro son aquellos sin nombre que asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del Antiguo Régimen. Aún así es de destacar que en el libro aparecen multitud de nombres de personas, que no personajes, los cuales el autor ha ido recolectando de las fuentes históricas. Todos ellos forman una masa popular que pierde, en cierta manera, su individualidad en pos de una meta común: la destrucción. Destrucción de un edificio real pero a la vez símbolo del despotismo. Elias Canetti en Masa y poder (1960) señaló como una de las propiedades de la masa la necesidad de una meta, un objetivo que «está fuera de cada uno y que coincide en todos, sumerge las metas privadas, desiguales que serían la muerte de la masa». Aunque amalgama de nombres propios, apellidos o apodos, la multitud parisina se mueve como un solo cuerpo que busca armas y focaliza todo su esfuerzo en tomar la Bastilla. Para Vuillard «no hay modo de contener a una multitud, una multitud no parlamenta, no discute, a la multitud no le gusta esperar» ( pág. 64). Y precisa que el movimiento popular del 14 de julio fue una «intifada de pequeños comerciantes, de los artesanos parisinos, de los niños pobres» ( pág. 51). La pobreza es para Vuillard el motor de su relato ya que comienza con el sangriento motín del 23 de abril de 1789, cuando una multitud popular asalta las casas y negocios de potentados al grito de ¡Mueran los ricos! En esos momentos Francia vivía una de sus mayores épocas de carestía. Recordemos que el historiador Labrousse señaló que el día en el cual el pan alcanzó su mayor precio fue el 14 de julio. Paralelamente el Estado absolutista vive una bancarrota total que obliga al rey a convocar a los Estados Generales en mayo de 1789. En gran medida, para el autor, esta bancarrota es estructural a un Estado que tiene su summun en la corte de Versalles, a la cual Vuillard dedica una de las mejores páginas de su libro y que uno no puede sustraerse a visualizarlas, como hizo Sofía Coppola en su María Antonieta (2006).

   De puntillas pasa Vuillard sobre cómo se pasó de los Estados Generales del Antiguo Régimen, organizados feudalmente en tres brazos, a la Asamblea Nacional Constituyente ciudadana. El comienzo de la revolución liberal y burguesa (es la que al final triunfará) no tiene para el autor la importancia de la otra revolución, la popular, la de la calle que el 14 de julio se lanza enfebrecida a la búsqueda de armas. Leyendo estas páginas vivimos las dos pulsiones que el gran historiador Georges Lefebvre consideraba consustanciales a la mentalidad revolucionaria: la esperanza y el miedo. Lo último viene dado por los rumores de que las tropas del rey estaban dispuestas a entrar a sangre y fuego en París para ahogar la naciente revolución, lo primero viene dado por el sueño de algo nuevo. Ese algo nuevo aún poco definido en la mentalidad popular, viene dado por la epifanía revolucionaria de la palabra. En esos días de un caluroso julio parisino «todo el mundo se acuesta tarde. Se habla y se habla. Nunca se había hablado tanto» ( pág. 48). De los pocos personajes históricos que se citan (junto a Necker, el ministro de Hacienda, y María Antonieta, la reina) un joven Camile Desmoulins (nada sabemos en aquel de día de Dantón o Robespierre, luego indiscutibles tribunos de la plebe) arenga a la multitud con palabras enardecidas. Porque «la palabra dicha no deja traza, pero obra estragos en los corazones» (p. 116) Y nada es más sensible al corazón que la esperanza, la misma que hace que el 14 de julio sea para el autor el nacimiento de la Revolución. En las siguientes líneas podemos resumirlo:

   «Durante la noche del 13 al 14 de julio, que es, yo creo, la noche de las noches, la Natividad, la más terrible noche de Navidad, el Acontecimiento, la chusma, como suele decirse, los más pobres, en suma, aquellos a los que la Historia dejó hasta ese momento pudrirse en el arroyo, armados con fusiles, espetones, picas, hacen que les abran las puertas de las casas y que les sirvan comida y bebida. En lo sucesivo, la caridad no bastará» (pág. 61)

   Desde ese momento se tendrán que tener en cuenta  esos miserables que inmortalizara Víctor Hugo y cuyo espíritu flota en todo el 14 de julio. Son los salvajes de la civilización. En palabras hugianas, son aquellos hombres «que en los días genésicos del caos revolucionario, harapientos, feroces, con las mazas levantadas, la pica alta, se arrastraban sobre el viejo París trastornado, ¿qué querían? Querían el fin de las opresiones, el fin de las tiranías, el fin de la guerra, trabajo para el hombre, instrucción para el niño, dulzura social para la mujer, libertad, igualdad, fraternidad, el pan para todos, la idea para todos, la conversión del mundo en Edén, el progreso…»

   Frente a ellos los burgueses y aristócratas, los civilizados de la barbarie, temerosos intentan controlar a la multitud formando una milicia para mantener el orden y a la vez, la halagan con palabras hueras. La revolución de los juristas en Versalles no es la del pueblo en la calle que asalta la Bastilla ajeno a las llamadas a la conciliación. Recordemos: la multitud no parlamenta, actúa. Estos burgueses no veían lo mismo que vería Víctor Hugo, no creían que el progreso llegaría desde la plebe. En este sentido historiadores de finales del siglo XX, ejemplificados en Furet y Richet, definieron esta explosión de violencia popular como la del «viejo milenarismo, la ansiosa espera de la venganza de los pobres, de la felicidad de los humillados». Sin embargo, tal como dejó por escrito Engels en una carta de 1889, este cuarto Estado le hizo el trabajo sucio a la burguesía en su derrota del feudalismo en 1789 y más adelante en 1792 cuando acabó con la monarquía. Tal como ocurriría más adelante con la Comuna de 1871, se acusó de los desmanes a los extranjeros, a pandillas de vagabundos que fueron llegando a París de todas partes de Francia y que extendieron el caos y el terror. Sin embargo, ¿quién era genuinamente parisino? La ciudad acogía diariamente a legiones de inmigrantes que buscaban salir de la miseria y que amalgamados en la escasez fueron la carne de cañón de las jornadas revolucionarias. Además eran en su mayoría jóvenes ya que «Francia era entonces un país joven, asombrosamente joven. Los revolucionarios fueron gente muy joven, comisarios de veinte años, generales con veinticinco. Jamás ha vuelto a verse tal cosa» ( pág. 58).

   La multitud es tratada por Vuillard con el humanismo de la multitud de retazos de vida rescatados de los documentos, inflamados por la imaginación cuando faltan aquellos. Leer sus nombres, sus oficios y su vestimenta a través de los atestados judiciales de sus cadáveres, nos recuerda que ellos eran nosotros. La jauría revolucionaria humanizada tal como Dickens hizo en su Historia de dos ciudades (1859): «Padres y madres que habían tomado parte activa en los asesinatos jugaban con sus niños y los cubrían de besos, y en aquella situación terrible, ante semejante porvenir, los enamorados se amaban esperanzados». El historiador Michelle Vovelle en La mentalidad revolucionaria (1985) destacaría «la importancia de la cesura revolucionaria en las estructuras más íntimas de la vida de las gentes que vivieron esta aventura».

   Sin embargo la aventura de la Revolución no es eterna como nos demostró Anatole France en Los dioses tienen sed (1912), la que es quizá la mejor novela sobre la Revolución francesa. «Porque bien hay que vivir, hay que asumir la vida, uno no puede estar siempre rebelándose; se requiere un poco de paz para engendrar hijos, trabajar, amarse y vivir» (pág. 63).

   Las últimas páginas de 14 de julio tienen la actualidad de una Europa en crisis, y más en concreto de la Francia de la furia amarilla enchalecada que no sabemos a donde realmente va. Lo cierto es que todos nosotros, como todos aquellos de 1789 coincidimos en algo: «el hombre desaparece como apareció en la Historia, simple silueta» (pág. 110).

 
 
 

MARIONETAS 18 (LISBOA)

 
 
 

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[1] Entrevista al autor en el suplemento cultural Babelia de El País: https://elpais.com/cultura/2018/03/05/babelia/1520253550_353014.html
 
 
 

LA SAGA DE LOS TROTTA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 13 – 1ª Parte). Por José Miguel Ridao

 
 
 

De nuevo traemos a nuestra sección la colaboración de un amigo y a la vez cofrade impenitente de nuestra «hermandad de la Kapuzinerkirche» (quizá la única a la que podría pertenecer José Miguel). En esta ocasión se comenzará una serie de artículos sobre la saga familiar que fue creada por Joseph Roth, un autor fundamental de Noticias de un Imperio y del cual hablamos en el número 10. La familia Trotta son los protagonistas en dos obras de Roth que ya hemos citado: La marcha de Radetzky (1932) y La cripta de los capuchinos (1938). Forman parte de esas sagas tan propias de la literatura de finales del siglo XIX y principios del XX, tales como los  Bruddenbrook de Mann, los Rougnon-Macquart de Zola, los Maia de Queirós y si nos ponemos patrios los Rius de Ignacio Augustí.  José Miguel Ridao nos llevará a trote de su fluida pluma (o teclado para quitar yerro decimonónico) por los avatares de una familia…o para ser más exactos de la familia que resume el orto y ocaso del Imperio austro-húngaro.

(Pablo Romero Gabella)

 
 
 
Batalla de Solferino. Carlo Bossoli

Batalla de Solferino
Carlo Bossoli
(1815-1884)

 
 
 

«Er war Slowenne». Con esta frase aparentemente anodina Joseph Roth propone toda una declaración de intenciones al inicio de su gran novela La marcha Radetzky. Se refiere al teniente Joseph Trotta, que salvó la vida del joven emperador Francisco José en la batalla de Solferino en el año 1859. Este Trotta es el primero de una saga cuyas vidas se dibujan en esta obra con trazos tan precisos como difuminado resulta el imperio austrohúngaro que las abarca. Su abuelo sí fue realmente un esloveno pegado a la tierra y a la lengua vernácula, pero ya su padre obtuvo un puesto de guardia fronterizo en los confines meridionales del poderoso y a la vez crepuscular imperio. Cuando acude, ya condecorado con la orden de María Teresa por el afortunado lance de Solferino, a visitarle en Laxenburg, el padre le habla «en el rudo alemán de los eslavos del ejército», mientras que el teniente Trotta «esperaba que salieran de los labios del padre las primeras palabras en esloveno, como algo muy lejano e íntimo, como una tierra perdida». Joseph Trotta, el flamante barón de Sipolje, ya fue educado en la lengua oficial del imperio, y apenas entendía algunas palabras eslovenas, pero sentía que esta lengua estaba enraizada en su ser, mucho más que el alemán que hacía de amalgama entre las diversas etnias que conformaban el puzle imperial.

   A través de tres generaciones de la familia Trotta, Roth consigue recrear con maestría el devenir del imperio. Francisco José I sobrevive a todos: «El emperador era viejo. Era el emperador más viejo del mundo […] El campo ya estaba vacío y solamente quedaba el emperador, como una última espiga de plata olvidada». Entre tanto, las vidas del abuelo, héroe de Solferino, su hijo Franz, alto funcionario del imperio, y el nieto Carl Joseph, de nuevo oficial, constituyen una alegoría del nacimiento, esplendor y decadencia de una corona bicéfala que heredó el testigo del sacro imperio romano-germánico y supuso el último coletazo del antiguo régimen. Un día de finales de junio de 1914, cuando Carl Joseph asistía a una fiesta de verano organizada en su regimiento en Galitzia, en los remotos confines del imperio, «nadie advirtió la llegada a galope tendido de un ordenanza que se lanzaba hacia la plazuela y detenía el caballo de un fuerte tirón». Su carta contenía un breve mensaje en grandes letras: «Rumores heredero trono asesinado en Sarajevo». Aún vivía el viejo emperador, pero la lenta agonía del imperio había llegado a su fin.

 
 
 
Asesinato del Archiduque Francisco Fernando y la duquesa Sofía. Ilustración de Le petit journal

Asesinato del Archiduque Francisco Fernando y la duquesa Sofía
(Ilustración de Le petit journal)

 
 
 

   La novela rezuma melancolía y añoranza por el paso del tiempo. Cuando Roth publica La marcha Radetzky el viejo imperio no era más que un montón de cenizas, y una Prusia poderosa y amenazante, convertida en un nuevo Reich, estaba destinada a convertirse a su vez en cenizas, estas realmente horripilantes. Justo en medio de esta última vorágine escribe Stefan Zweig El mundo de ayer poco antes de suicidarse, y Robert Musil, en El hombre sin atributos, no cuenta nada pero a la vez lo cuenta todo de forma magistral, desgranando en casi dos mil páginas la esencia de una época. Roth fallece en París en mayo de 1939 presa del delírium tremens. Su familia tuvo menos suerte, sacrificada en los campos de concentración nazis. La nostalgia del imperio perdido tornó en pesadilla. Los acordes de la Marcha Radetzky siguen resonando en Europa como testigo de una época, si no gloriosa, sí grandiosa. El imperio austrohúngaro fue breve en el tiempo, apenas abarcó la vida de tres generaciones de hombres de origen esloveno y de apellido Trotta, pero ese imperio ha quedado petrificado en los años y en la memoria.

 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella
 
 
 

«DOCTOR GLAS» O LAS NOCHES MÁS BLANCAS. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 3 – 2ª Parte). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
edwardHopper-Vidanocturna

Vida nocturna
Edward Hopper
(1882-1967)

 
 
 

En la primera entrega de este artículo nos referimos a las complejidades del protagonista de la novela de Söderberg Doctor Glass (1905), ahora  toca seguir repasando mis apuntes sobre este libro.

   Otro de los asientos que tengo en mi libreta tiene una relación directa con ese «deseo doliente» al que nos referimos. Se trata del sexo, del amor y de la mujer. En lo que respecta a las mujeres, Glas admite que siempre «ha tenido que escoger entre el hambre y la carne podrida». También reconoce que placer y felicidad no van siempre unidos, al contrario; esto es debido a que los hombres buscan el placer «contra su interés, contra sus convicciones y su fe, contra su felicidad». Para él el sexo no era algo prioritario, es más, se indignaba con que «nuestro deseo debe saciarse mediante un órgano que usamos varias veces al día para evacuar impurezas…» Sin embargo la aparición de la mujer del clérigo le  remueve su interior. Eso le lleva  a su lado más «romántico» cuando llegara a decir que «quiero verla, y oír su voz. Quiero tenerla conmigo». Esto le hace recordar un amor de verano de su juventud, o más bien y seamos precisos, su amor de verano. Aquel que tuvo en una Noche de San Juan, en ese eterno día boreal, que es el tiempo de la famosa obra La señorita Julia (1888) de Strindberg. El recuerdo de esa noche, donde se mezclan señores y campesinos y es posible hasta el amor, le provoca una angustia que tiene su lado onírico cuando dice que «un sueño me ha descubierto deseos que yo no quería desear, que no quería reconocer». Releo mis apuntes: los sueños. Freud, lugar común en su época, aparece en varias de sus digresiones. Sobre su «amada» dice: «sabemos tan poco unos de otros. Abrazamos una sombra y amamos un sueño. Además ¿qué se yo de ella?».

   En sus noches blancas, cuando se pone a escribir en su diario, el doctor llega a confesar que «ya no puedo mantener la separación entre el sueño y la vida. La vida se me va volviendo sueño y tal vez nunca ha sido otra cosa». De Freud a Calderón y con ello otro tema que tengo apuntado: la necesidad de la ficción y por tanto la necesidad del arte. Necesitamos la ficción, y una de las más potentes es la de la belleza (a través de la mujer) que es el origen del arte, de la literatura y de la música. Arte y literatura conforman nuestras propias geografías personales y sentimentales. Y es que dice nuestro protagonista «no tengo ojos propios». Vemos, en gran medida, gracias a los artistas: «Ay, que verían mis pobres ojos en el mundo, de no ser por esos cientos o miles de maestros y amigos escogidos entre quienes han escrito y pensado y mirado por los demás.» Desde Homero nuestras vidas ya no son lo mismo, como tampoco desde que conocemos a Cervantes, Flaubert, Stendhal o Baroja, por decir los que me vienen a la mente. El escritor holandés Cees Nooteboom ha escrito que «compadezco a los que no leen; sólo tenemos una vida y la literatura te ayuda a entenderla antes de irte para siempre».

   Esta reflexión nos lleva al papel que juegan los poetas y artistas. Citando a Strindberg (esa sombra literaria que lo cubre) se pregunta si son los poetas los que marcan las leyes de su época. El papel del artista y del intelectual estaba en esos momentos, principios del siglo XX, en un momento cenital. En la novela se cita varias veces el caso Dreyfus, momento inaugural, con el  «Yo acuso» de Zola, del intelectual como faro que guía a las conciencias. Aquí juega un papel esencial otro personaje de la novela: su amigo Markel, el periodista. Éste le dice que su oficio consiste, entre otras cosas, en proteger «al ganado de las dosis de verdad demasiado fuertes». La verdad, otra de mis anotaciones. ¿Es necesaria la verdad? Glas nos responde: «con la verdad ocurre como con el sol. Su valía para nosotros depende de que nos encontremos a la distancia conveniente». La verdad te quema si te acercas, pero como el Sol, la necesitamos para vivir.

   Necesitamos la verdad y las ficciones, pero ¿y la moral y las leyes? Para Glas la ley es «absurda y ninguna persona decente permite que la ley rija sus acciones». Entramos en la parte más «social» de la novela donde advertimos ese fondo decadentista de principios de siglo XX. Para Söderberg moral y leyes son la misma cosa, un instrumento sin valor por sí mismo y  solo expresa «la opinión que tienen las otras gentes lo que es justo». Frente a esa «mores», a esas costumbres, se enfrenta el individuo que se encuentra «en constante estado de guerra» ( lo que llamaba Baroja «la lucha por la vida»). Para el autor la moral no debe ser «divinizada», sino «utilizada». Resabios nietzscheanos aparecen ahora con claridad y un regusto a Crimen y castigo (1866) que impregna la parte central de la novela. Esta crítica de la moral imperante (frente a una ética personal) le sirve para criticar a la religión, entendida como moral, representada por el personaje del clérigo Gregorius. Pintado como un ser repugnante que mató la fe en Dios en su mujer. Un personaje que podríamos visualizar todos en el del clérigo de la película Fanny y Alexander (1982) de Bergman. Söderberg, utilizando a Glas, critica a la educación religiosa y sus efectos perniciosos en la mujer del clérigo. Ésta le confiesa que «siempre me habían enseñado que la voluntad de Dios consiste siempre en lo más opuesto a nuestra propia voluntad». Las sombras de Anita Ozores y Don Fermín van más allá de Vetusta.

   Reviso mis últimas anotaciones. Queda la parte más polémica y problemática, y que sin embargo hace de esta novela de una actualidad hiriente. Me refiero a cuando trata de la eugenesia y la eutanasia. Söderberg recoge el espíritu de su época entre los intelectuales. En consonancia sus provocadoras visiones de la moral propone incomodarnos. Incluso hoy en día lo logra.En cuanto a la eugenesia el protagonista, que se vale de su experiencia como médico, dice sin contemplaciones que «cada idiota del asilo cuesta más de mantener en un año de lo que gana en un año un obrero joven y sano».  Otra terrible confesión del doctor es que «cuánto material humano inútil y desesperadamente estropeado habré contribuido a conservar ejerciendo mi oficio». Unas afirmaciones, por desgracia, bastante comunes años más tarde en la Alemania nazi y no olvidemos, en otras partes de aquella Europa del Nuevo Orden. Un orden contra el que el autor, paradójicamente, se rebelaría en el final de su vida en la Dinamarca ocupada por los nazis. En lo que respecta a la eutanasia el doctor Glas es un firme partidario del «derecho a morir» y profetiza que:

   «Tendrá que llegar, y llegará, el día en que el derecho a morir se considerará mucho más importante e inalienable que el derecho a introducir una papeleta en una urna electoral. Y cuando haya madurado aquel día, todo enfermo incurable –y también todo «criminal»-tendrá derecho a la ayuda del médico, si desea la liberación.»

   Palabras que hoy dividen a nuestras sociedades autosatisfechas pero a la vez aburridas y en busca de un sentido como era la que vivió Söderberg. ¿Hay compasión en toda esta negrura? La compasión solo la podríamos encontrar en las contradicciones que vive nuestro personaje. Y así dice «cada vez que veo un jorobado, por simpatía me siento también un poco jorobado». Glas temía a los remordimientos. Remordimientos que le asaltan en sus noche blancas cuando escribe en su diario «si alguien huele a muerte cuando está vivo hay que matarle». Como pueden observar es una novela que no deja indiferentes a los lectores del hoy y seguramente del mañana.

 
 
 
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LOS «OTROS». De la serie «RECORTES», Nº 72. Por Pablo Romero Gabella (con pintura de Rafael Luna)

AMAZ[ON]ING. De la serie «RECORTES», Nº 79. Por Pablo Romero Gabell

«DOCTOR GLAS» O LAS NOCHES MÁS BLANCAS. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 3 – 1ª Parte). Por Pablo Romero Gabella