Posts by Carmina.

LA CÁRCEL QUE PISÓ CERVANTES. Por Pablo Romero Gabella (2015)

 
 
 

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Don Quijote
Aurelio Teno
Córdoba
1999

 
 
 

Conferencia dada en las jornadas celebradas en el IES Cristóbal de Monroy de Alcalá de Guadaira
con motivo del IV Centenario de la publicación de la Segunda Parte de El Quijote.

(Abril-Mayo de 2015)

 
 
 

NOTA PRELIMINAR

 

El tema de esta conferencia proviene de un trabajo de fin de carrera en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, allá por el año 1996, titulado «Pecado, marginalidad y delincuencia en la Sevilla barroca. El Padre León y Sevilla (1578-1616)». Este trabajo se basaba en el estudio de la obra del jesuita jerezano Padre León, que ejerció como Confesor en la Real Cárcel de Sevilla justamente en el periodo que Cervantes estuvo allí preso.  Además el autor ha analizado diversas obras de la literatura picaresca de la época y de la obra del abogado sevillano Cristóbal de Chaves titulada «Relación de la cárcel de Sevilla», que también escribió en esta época, y que complementa, desde una visión mundana, la visión que el religioso tenía de la cárcel sevillana.

 
 
 

   Miguel de Cervantes no solo fue escritor, fue también soldado, recaudador de impuestos, pícaro, aventurero y preso, tanto en Árgel con los berberiscos, como en España. Fue, por tanto, un personaje histórico polifacético, como la época que le tocó vivir: el final del Renacimiento.

   Aquí me centraré en su etapa como preso en Sevilla. Cervantes estuvo en la cárcel 4 veces en los años 1592, 1597 y 1602. Los motivos fueron en su mayoría económicos, ya que, al parecer, sustrajo caudales públicos cuando ejercía el oficio de recaudador de impuestos del rey. Para algún erudito de la obra cervantina, Cervantes comenzó El Quijote en la cárcel de Sevilla basándose en lo que el autor escribió en el prólogo de la primera parte:

   «Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?»

   Actualmente muy pocos especialistas siguen manteniendo esta idea. Aún así, creo que algo de su experiencia carcelaria quedaría reflejado en El Quijote, lo veremos al final…

   Veamos cómo fue la Cárcel de Sevilla que pisó Cervantes, y qué personajes encontraría allí.  De seguro que esta experiencia le serviría para sus ficciones, porque la Real Cárcel de Sevilla más pareciere una ficción que una realidad.

   En la novela picaresca Guzmán de Alfarache del sevillano Mateo Alemán se describía de esta forma la cárcel de Sevilla:

   «paradero de necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos».

   La fama, la mala fama, de la Cárcel sevillana tendría eco en la mismísima Santa Teresa de Jesús, que en una carta fechada en 1576 a la Madre María Bautista definía a la cárcel como «el infierno». El propio Cervantes, más mundano, la llamaría la «Universidad de los pícaros».

   Las cárceles del Antiguo Régimen no eran como las actuales, ni en su forma ni en su fondo. En absoluto se consideraban una institución rehabilitadora en beneficio de la sociedad, como actualmente dicen las leyes. No, en aquellos tiempos la cárcel era un lugar de tránsito, de espera a los castigos que debían dictar los jueces del Rey: la muerte, el desmembramiento, el destierro, los azotes, etc…

 
 
 

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D. Quijote
[Foto: ODP Alcalá de Guadaíra 2009]

 
 
 

   El edificio de la Real Cárcel de Sevilla actualmente no existe. Sólo una placa en la sede de La Caixa en la calle Sierpes, que era el solar que ocupaba, hasta aproximadamente la plaza del Salvador. La construcción era de origen medieval (siglo XIII) y a principios del siglo XV estaba en ruinas, siendo reconstruida a costa de la noble sevillana doña Guiomar Manuel. En 1563 el alcalde Don Francisco Chacón decide remozarla y ampliarla (en base a unos terrenos aledaños propiedad de la Iglesia). Comenzaron las obras sin permiso de ésta y el alcalde acabó siendo excomulgado por el Papa. Al final se llegaría a un acuerdo y en 1569 fue reconstruida por el arquitecto Hernán Ruiz II (importante artista renacentista al cual debemos el remate de la Giralda). Sin embargo murió a los pocos meses y las obras las terminó el italiano Benvenuto Tortello.

   Su ubicación en el centro de la ciudad (al lado del Ayuntamiento, de la Real Audiencia y de la Catedral) es decir de los poderes mundanos y sagrados, tenía por objeto hacer ver el poder real y simbólico de la Corona, que castiga inmisericorde a los que subvierten las normas. Esto lo podernos observar en la puerta de entrada, donde las Armas Reales y el escudo de la ciudad están bajo la gran figura alegórica de la Justicia acompañada por las de la Fortaleza y la Templanza, virtudes ambas de todo buen gobernante.

 
 
 

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Cervantes
Gavira
Mairena del Alcor
1961
[Foto ODP, 2009]

 
 
 

   Cuando Cervantes fue uno de sus inquilinos, su número nunca bajaba de 1000 presos, la mayoría por deudas, robos y estafas. La Cárcel vivía su momento de esplendor. Nada extraño porque Sevilla era por entonces, gracias a ser el único puerto hacia las Indias, una ciudad rica y opulenta, imán de pícaros y ladrones, tales como Cervantes los describió en su conocida obra Rinconete y Cortadillo.

   La cárcel era un edificio de tres plantas construido de sillares en su zócalo y toda la portada, siendo el resto de sus muros de ladrillo.

   Tenía dos puertas, la de entrada (conocida como la de «oro») y la que daba propiamente a los corredores de las celdas (o de «plata»). Por lo que respecta a las puertas, todas eran de hierro, ya que las primitivas de madera eran vulnerables a los golpes y a los incendios que provocaban los presos para intentar huir.

   Nada más entrar nos encontraríamos con un pasillo que nos llevaba al patio central, que era el que organizaba los calabozos y al lado, las estancias del escribano y la cárcel de mujeres. Estaba esta dependencia incomunicada de la de los hombres, excepto por una verja que daba al patio de los hombres, por donde se lanzaban piropos, coplillas y blasfemias. Tal jaleo provocaban las reclusas que (tal como describe Juan de Mal-Lara) el rey Felipe II, de visita en Sevilla en 1570, hizo detener a su cortejo a su paso por la cárcel por el griterío de las presas que le pedían misericordia.

   El patio era el centro del edificio, en torno a él se encontraban los calabozos. Contaba con una fuente, abastecida por el agua de Alcalá que llegaba a Sevilla a través de los Caños de Carmona (nombre debido a la puerta de Sevilla por donde entraba, y no por  el origen del líquido elemento).

   En el patio existían cuatro tabernas y una tienda de frutas y aceite, que estaban arrendadas por particulares al alcaide (o director de la cárcel) que no era otro que el Duque de Alcalá, Don Fernando Enríquez, que había comprado en 1589 el cargo a la Corona.

   Al fondo del patio (que daba la calle Sierpes) se encontraba la capilla.

   Alrededor del patio existían 15 calabozos comunes. Estos se arrendaban (todo costaba dinero en la cárcel como podréis comprobar) a razón de 15 reales mensuales. Esto sólo lo podían disfrutar los presos con mayores caudales, el resto (unos 400) se hacinaban en los calabozos restantes que dividían interiormente con viejas mantas sujetas por cordeles; a estas divisiones se les llamaban «ranchos». En el mismo patio los presos más peligrosos y conflictivos, los llamados «matantes», «delitos» y «malas lenguas» eran recluidos en la Cámara de Hierro, una especie de celda de aislamiento.

   Sobre la planta baja había un entresuelo, del cual sólo conocemos los nombres de los ranchos, unos nombres tan poco edificantes como «pestilencia», «miserable», «lima sorda», «Ginebra» y un aposentillo llamado «Casa Meca».

 
 
 
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D. Quijote y Rocinante contra un molino de viento
y junto a ellos Sancho y su asno

(Mairena del Alcor)
[Foto ODP, 2009]

 
 
 
   En el primer piso o Galería Vieja se hospedaban los presos distinguidos o nobles, que tenían habitaciones que daban a dos calles.

   En el segundo piso o Galería Alta o Nueva, además de calabozos para gente bien, tenía su habitación el alcaide, estancia en la cual también podían alojarse los presos nobles, podemos decir que era la zona «Vip». Sobre dicha estancia había una azotea para que el alcaide y sus invitados pudieran disfrutar de las procesiones y las fiestas de «toros y cañas» (precedente de la corridas de toros) que se celebraban en la cercana Plaza de San Francisco.

   Por último, en el segundo piso estaba la enfermería atendida por un enfermero o barbero, pero que también servía de almacén y confesionario.

   En lo que respecta a la higiene podemos decir que el hacinamiento y la multitud de recovecos hacía que imperase la suciedad y la inmundicia. Ya en el exterior, el recinto estaba rodeado de basuras y estiércol procedente de las innumerables caballerías.

   Dentro de la cárcel existía una inmensa letrina o «servidumbre», a la sazón una gran alberca profunda, donde cada 4 meses se retiraban los desechos. Es impensable imaginar el olor insalubre y nauseabundo de este inmenso retrete, que necesitaba para limpiarlo más de cien bestias.

   Cuenta el abogado Cristóbal de Chaves que esta letrina servía de refugio de los que huían de la pena de azotes, al huir «se meten en la inmundicia hasta la garganta» y atacaban a sus perseguidores tirándoles «pelladas de aquel sucio barro».

   Era frecuente que entraran en la cárcel las mujeres de los presos en la noche, como también las queridas, amantes y prostitutas. El ya mencionado abogado Chaves decía que «suelen dormir de noche en la cárcel ciento y más de mujeres».

   Cuenta el caso de un preso que enamoró a una mujer casada que pasaba todos los días por la puerta de la cárcel. Se citaban en la misma cárcel, más concretamente en su mismo «rancho», al calor del mísero catre. Ella, mujer de recursos, se hacía acompañar de criada y escudero que encubrían en su aventura al llevarla a una cercana iglesia a cambiarse de ropa y ponerse otras de inferior categoría para así entrar en la cárcel. Este curioso romance duró hasta que un funcionario de la prisión los halló en el ejercicio de su pasión.

   Además de amantes, solían entrar en la cárcel prófugos de la justicia. Uno de ellos, al ser descubierto por el confesor, el jesuita jerezano Pedro León, le dijo con gracia: «pues,  dígame padre, por su vida, ¿en qué seso cabe que se había de venir a buscar a la cárcel?»

   Y a todo esto ¿qué tipo de presos pudo conocer Cervantes? Intentemos hacer una clasificación:

  • Los aristócratas: los bastoneros y porteros: Estos presos eran a la vez reclusos  y guardianes a sueldo del alcaide. Sabemos de uno de ellos, un morisco que era portero de la puerta de plata  y que además vendía de tapadillo calzas y otros tejidos, y llegó a amasar una pequeña fortuna de 1.300 escudos de plata.

  • Los confidentes o «porquerones»: Disfrutaban, como los anteriores, de mayor libertad y poder. Por diez o doce reales dejaban huir a los presos que podía pagárselo. Todo tenía un precio en la cárcel, también la libertad.

  • Los presos novatos: Eran el blanco perfecto de las mofas, robos y abusos por parte de los «presos viejos». Éstos por el módico precio de dos o tres ducados intercedían ante los bastoneros y porteros para que no sufrieran malos tratos o abusos.

  • Los presos más peligrosos, llamados «valentones», «guzmanes» o «jácaros».  Eran los jefes de las bandas de delincuentes, tipos bragados en pendencias y peleas y que se vanagloriaban en sus «hazañas» tales como asesinatos y demás crímenes. Solían llevar calzas y jubón acuchillado como los soldados de los tercios y tatuado en su mano o en el brazo un corazón. Como vemos las modas carcelarias no han cambiado tanto.

  • Los pícaros y los ingeniosos: Tal era el caso de un falsificador vizcaíno que aún dentro de la cárcel seguía falsificando firmas y suplantando a negociantes en sus negocios con Flandes e Italia. También se conoce el caso de un falso inquisidor, de falsos curas y de incluso poetas que escribían cartas de amor a los presos y que además las decoraban con dibujos, como si fueran comics. Una de estas cartas se la escribieron a un galeote llamado Juan Molina para su amada Ana, en realidad una prostituta, y se decía en ella «Las saetas de Ana son/Y de Juan el corazón». También existían una pléyade de falsos abogados que salían y entraban de la cárcel para asesorar legalmente a los detenidos. En muchas ocasiones eran estos mismos picapleitos los que llevaban a sus futuros clientes a la cárcel para así luego autonombrase sus defensores.

  • Los presos homosexuales. En Castilla la homosexualidad o «pecado nefando», al contrario que en Aragón, no era la Inquisición la que se encargaba de reprimirla sino la justicia del Rey. Estos presos eran marginados por sus compañeros y en muchas ocasiones maltratados o directamente asesinados.

  • Los galeotes, así se conocían a los condenados a servir en las galeras del Rey. En la Cárcel Real esperaban ser trasladados al puerto de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, donde radicaba la Armada o encerrados en el invierno cuando las galeras remontaban el Guadalquivir en invierno para aprovisionarse. Muchos de estos (los llamados «potrosos») para librarse de ir a las galeras se aplicaban cierta hierba en sus partes pudendas con lo cual se producían tal hinchazón que los incapacitaba para el servicio. Eso sí eran castigados con la pena de azotes o el destierro.

   Por todo ello, no era de extrañar que Cervantes en el capitulo XXII de la I Parte del Quijote, hiciera que su héroe manchego libertara a un grupo de presos. De tal forma decía el ingenioso hidalgo:

   «De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros d’éste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.»

 
 
 

Retrato atribuido a Juan de Jáuregui (c. 1600).

Retrato atribuido a Juan de Jáuregui

(1600)

 
 
 
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DON MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA EN LA REVISTA «CARMINA»

400 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE CERVANTES, 2016. Antonio Luis Albás

CONOCER MADRID ES CAPITAL 2: CERVANTES, TAUROMAQUIA Y JAMONERÍAS. Fotografía de Manuel Verpi

CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA. Por Rafael Rodríguez González (Septiembre de 2009)

EN UN LUGAR DE LA MANCHA. De la serie «RECORTES», Nº 76. Por Pablo Romero Gabella (con pintura de Rafael Luna)
 
 
 

Epílogo. PICASSO O LA MIRADA DE POLIFEMO. Vicente Núñez. Antonio Luis Albás (2018)


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PICASSO O LA MIRADA DE POLIFEMO

 

Je ne crois pas avoir employé des éléments
radicalement differents dans mes différents
manièrs.

Pablo Picasso.

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Indiferente y no obstante inmerso en los avatares de la contemplación y de la captación, su enorme ojo de cíclope hirsuto lo ha triturado todo a fuerza de reconstruirlo con materiales de cualquier procedencia, pero siempre rumiados y roídos desde todas las animalias y todas las metamorfosis. Los centauros y el yeso, el grafito y el raso eran de igual carne en sus manos de pezuña chamuscada por las proximidades de lo demoníaco. Lo cegador en él se transmutaba en la evidencia misma del mundo, al modo de fulminantes batidas que aspiraran, como quijadas de bucráneos, a revestirse del hueso esencial de lo caínico, de la venosa hebra donde Velázquez y Goya ya habían depositado la desolación de los colores yuxtapuestos a las tramas del saco, previas al asalto pictórico. Colores trepanados de sus vainas, colores como sangres vertidas en la ceremonia de un duelo cruento con la dócil piara de lo cotidiano. La belleza no existe si no es trágica como el vientre destripado de un buitre. Los mitos sólo pueden consumarse desde el pellejo sumiso y graso de los sacrificios.

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Cuando la propia insulsez de los acontecimientos irrelevantes se interpone a las inapelables urgencias del arte, las uñas se afilan y reflexionan desde su arañazo innato, hasta que ahondan en las llamas satánicas de los cipreses y los girasoles, o hasta vaciarse íntegras como artesas en el azul diabólico de las maternidades y los arlequines de papel y de trapo. Todas las linealidades se han disuelto ya en un hervor circular y hermético. Hierve el mundo en una maceración macabra, y pintar consistiría entonces en una faena devastadora desde la suculenta caldera de las salsas y los barnices, trinchando y trufando a destajo la materia con una maestría de taxidermia. Delicada, hendidamente, con el bisturí cerebral e infalible de la caligrafía picassiana.

 

La realidad es constitutivamente amorfa porque jamás podrá ser convenida o negociada, pero la mirada pictórica sí organiza el caos y cataloga la fealdad en el orden nuevo de belleza intrínsecas. Les demoiselles d´Avignon (1907), y sus múltiples variantes en los bocetos precursores, son el resultado de una jerarquía implacable de la mirada aterrada y dispersa en los episodios rutinarios de la retina convencional, que se constituye desde los rechazos y los tanteos, que se preforma desde la inquietud que la hace evidente, anticipándose al arte negro y a las, en el momento, exigencias estimativas del Petit Palais y de la Galería Seligman.

 

Pero, de otra parte, una renovación radical del dibujo y las masas necesariamente se entrecruzaría con las estimaciones del deterioro mágico acaecido en las piezas de las artes arcaicas, mordidas como monedas por el transcurso de los siglos en una secreta y votiva alianza con la naturaleza, que las vomita luego rehechas en toda su terrible endeblez de esqueléticos amuletos, semejantes a la caterva inagotable del Cerro de los Santos. Son, pues, dos miradas de una sola ojeada, dos procesos convergentes que unifican la teoría animista de Jung sobre los azules del artista y la rasa visión pragmática de Geltrude Stein sobre el mirar picassiano: “sólo lo visto es conocimiento”.

 

Hasta tal punto ese brutal proceso de constante síntesis evolutiva se hace perverso que el Guernica no es más que una interiorización panorámica de todas las obsesiones de Picasso, un autorretrato estilístico donde las voracidades y las fauces del artista exhiben y atacan en la secuencia de un desplome total cualquier alternativa transcendente de realidad ya definitivamente a espadas del color y la carne. El destino paralelo de las minotauromaquias y las damas torturadas por la deformación de sus órganos descoyuntados, sacude de polifemia sádica el universo femenino del genio malacitano, que al fin se acepta a sí mismo como caverna de la ceguera y como calidoscopio de la lucidez.

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V.N. Fundación Pablo Ruiz Picasso;
Casa Natal, 30 de Abril de 1991, Málaga.

PEPE ORDÓÑEZ, EDITOR DE «ESCAPARATE». De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2005

 
 
 
Pepe

Pepe Ordóñez
[Foto: ODP Alcalá 2005]

 
 
 

José Antonio Mallado, Javier Jiménez Rodríguez, Vicente Romero Muñoz, Vicente Romero Gutiérrez, José Luis Pérez Moreno, Antonio García Mora, José Manuel Benítez Díaz, Joaquín González Moreno, Rafael Rodríguez González, Mª del Águila Boge, José Rubio Álvarez, Antonio Claret García Martínez, José Antonio Sánchez Araújo, Isabel Asensio, Javier Caraballo, Juan Pérez Mercader, Ignacio Díaz Pérez, Luis Caro, Francisco Mantecón Campos, Mónica Gata, Antonio Bulnes Al-guadaíra, Luis Romera, Pepe Recacha, Javier Hermida, Pablo Romero Gabella, Ramón Núñez Vaces, Marcos Fernández Gómez, Francisco López Pérez, Juan Portillo y muchos más son sujetos u objetos de textos que desde hace más de diez años aparecen editados en las páginas de papel satinado de Escaparate: historiadores, poetas, escritores, pintores, científicos, diletantes, humanistas, archiveros, periodistas, heterónimos, pseudónimos, políticos, ecologistas, cronistas, etc., alcalareños, o vinculados de alguna u otra manera con este pueblo derramado (o desparramado, desde hace unos años) entre estos cerros vetustos y, a veces, duros, donde la hermosura al menos de las ideas, los sueños y los deseos consigue hacerse visible en la revista que Pepe Ordóñez dirige, compone, distribuye y gestiona, moviéndose de aquí para allá como sea, o a pie o motorizado; aunque lo feo vaya dominando, a impulsos de recalificación urbanística y de enmiendas a las normas públicas, por encargo de los oligarcas de la promoción inmobiliaria, verdaderos titulares del poder en este inmenso poblado de la periferia sevillana, en que algunos han convertido lo que era una hermosa villa y que, tal vez, algún día sólo nos sea posible encontrarla en los contenidos de las escasas publicaciones alcalareñas que, como Escaparate, se proponen la titánica tarea de impedir el olvido.

   Pepe Ordóñez es una persona que sabe escuchar, que es la mejor manera de aprender; que sabe ver, que sabe esperar y nadie nunca le va a ganar en perseverancia y pugna por conseguir una foto, un texto, un nombre, para sus ediciones, sin subvención municipal, sin adulaciones, sin protocolos banales, con la enorme dignidad del autodidacta. Si se le pregunta quién fue la persona primera en su vida que le ayudó a entrar en los ámbitos del periodismo alcalareño responde sin dudarlo que su padre, José Ordóñez Romero, hijo de un alguacil conocido como El Manco, nacido en 1917, que sirvió como funcionario durante más de cuatro décadas en el departamento de Intervención del Ayuntamiento de Alcalá, transcriptor al Libro de Actas de los acuerdos municipales, por su bella caligrafía que, además, para poder mantener a cinco hijos se pluriempleó como representante de las máquinas de escribir de la Hispano-Olivetti, como agente de la casa de seguros Mutua General de Seguros, o como delegado de la firma de la mantequilla asturiana La Vaquita que le remitía por correo paquetes de mantequilla sin sal que llegaban a la callejuela del Carmen, ¡sin derretirse!, desde Oviedo. Pero, además, José Ordóñez Romero era corresponsal en Alcalá de los diarios ABC y El Correo de Andalucía, y de las emisoras La Voz del Guadalquivir y Radio Sevilla. Pepe Ordóñez no olvidará nunca a su padre trabajando en su casa con un bolígrafo largo de dos tintas, en rojo y azul, que le servía para distinguir los titulares del resto del artículo que, o bien mandaba por correo a los periódicos, o bien leía por teléfono a cobro revertido. También daba la crónica en directo telefónicamente para las radios. En su casa había una biblioteca con muchos libros sobre temas de Alcalá y sobre todo diccionarios y enciclopedias ilustradas. Él ayudaba a su padre cuando era niño si tenía que pasar alguna cosa a máquina o buscarle algún libro. El padre le hacía partícipe de todo; así, recuerda cuando lo llevó al hotel de Oromana a fines de los sesenta, con siete u ocho años, porque la selección española de fútbol estaba allí alojada y le presentó a todos los jugadores, que le estrechaban la mano a aquel pequeño ayudante de corresponsal, que aprovechaba para pedir autógrafos a los futbolistas y que, también, pudo conocer a un joven periodista deportivo llamado José María García, que se había desplazado a Sevilla para cubrir el partido España-Rusia y que se hospedaba con los deportistas en el hotel alcalareño.

   El padre muere en 1978 y la madre en 1985. Con 23 años, sin sus padres, recuerda que le costó trabajo, que sufrió, a la hora de tener que tomar decisiones sobre qué formas seguir, qué caminos, para ganarse la vida que fueran compatibles con lo que a él le tiraba con tanta fuerza: ser periodista; y aunque Pepe Ordóñez quería serlo, tuvo que trabajar en lo que caía, de camarero en bares, como en el café Roberto o en el bar del Instituto, el que llevaba María. Unos años antes, y en el contexto de los valores del movimiento católico obrero que regían en los Salesianos de entonces, se vinculó a una asociación pionera en la Alcalá de la transición más pura, que era conocida, sin el calificativo previo de asociación, como el CUPO (Cultura Popular), donde germinaron análisis de la realidad social y económica desde el punto de vista marxista y de la cultura, en general, de izquierdas. Recuerda Pepe Ordóñez aquella experiencia como su iniciación en la incipiente democracia española, escuchando mucho, repitamos sus palabras, que es la mejor manera de aprender, y trabando amistades, echándose amigos para toda la vida, porque el CUPO, aunque fuera el lugar por donde pasaron todos los partidos de la transición, para dar su programa mediático, fue para Pepe Ordóñez, sobre todo, el lugar donde conoció a José Luis García, el Cuqui; al Villa , Rafael Villa Fuentes; al Pato, Carlos Burgos Gil; a Juan Carlos Ortiz García Donas, a Francisco Pérez Moreno, antes conocido como el Quico y hoy como Paquito, a Paco García Cordero o a Javier Hermida. Pepe Ordóñez pertenece a una fértil y pública generación de alcalareños.

   A principios de los ochenta, con 17 o 18 años gestiona él solo su primer encargo para obtener la publicidad suficiente para una emisión de radio. Durante los años que siguen va a trabajar como publicista en los primeros canales de radio y televisión locales, y en Alcalá Semanal, periódico fundado en 1984. A fines de esta década se queda sin trabajo en Alcalá y aprovecha su cartera de clientes para ofertar publicidad en Sevilla a través de distintos medios como Los 40 principales, Cadena Dial o Antena 3.

   En 1990 sale el primer Escaparate, con cuatro páginas y todas de publicidad. No pasó demasiado tiempo para que empezara a introducir otras con textos ya vinculados a la Semana Santa, ya a la feria, o a la Navidad, cuando iban llegando esas fechas, con lo que aumentó su número. También añade una agenda cultural y una guía de teléfonos para que no fueran páginas de usar y tirar, para que se quedara unos días más en las casas. Los anunciantes le pedían más contenidos y, en un principio, era él mismo quien los redactaba. Hasta que llegó el momento de pensar en hacer una revista al estilo de las de feria de Alcalá, reanudando y combinando la labor de Fernando de los Ríos Guzmán y la de Curro Cariño, para lo que se documentó en números de las antiguas revistas de feria, sobre todo los de 1919 y 1923, y las de los años sesenta y setenta, añadiendo su propio estilo y dando nombre a secciones que se han convertido en fijas y que las toma, en realidad, de las tradicionales que se seguían en aquellas revistas. Desde el año 96 a este 2005 no ha faltado en Alcalá Escaparate, un auténtico fenómeno editorial, que Pepe Ordóñez nos ha servido en una contribución impagable a la memoria de nuestro pueblo.

 

[La voz de Alcalá, 1 al 14 de julio de 2005, año XIV, nº 180]

 
 
 

DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXX). UN CUATRO DE FEBRERO DE 2018 (Serie 3). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXIX). UN CUATRO DE FEBRERO DE 2018 (Serie 2). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXVIII). UN CUATRO DE FEBRERO DE 2018 (Serie 1). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Del Tercer Hombre 4 (1949)

Estatua de Ludwig van Beethoven con nieve
Plaza Beethoven en Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

A Antonio Ortiz, latina lingua magister

 

«La guerra ha terminado, pero escarbando en las ruinas del esplendor imperial de Viena, el veterano Bernie Gunther hace un descubrimiento histórico…» Así  publicitaba la editorial la novela Réquiem alemán (1991) del recientemente fallecido escritor británico Philip Kerr. Ésta es la tercera de las trece entregas de una serie protagonizada por el policía y detective alemán Bernardh Günther y que se desarrollan principalmente en la Alemania del III Reich. Sin embargo, en esta novela la acción se divide entre el Berlín y la Viena de 1947, cuando comenzaba la Guerra Fría que nacía de la devastación de la II Guerra Mundial.

 
 
 

Requiem alemán de Philip Kerr
Réquiem alemán
Philip Kerr
1991
 
 
 

   Bernie Günther es un tipo que se caracteriza por «un estilo de vida masculino y solitario», según él mismo. Reproduce todos los clichés del detective de serie negra que tan bien caricaturizó, el ahora reprobado, Woody Allen en La maldición del escorpión de jade (2001). Pero no nos interesa tanto el personaje como el escenario en el que desarrollarán sus aventuras de macho alfa (venido a menos, eso sí): la Viena de postguerra que ya hemos visitado en Noticias de un Imperio (núm 8: «Siempre nos quedará Viena»). Kerr en ningún momento elude la atmósfera de la Viena de postguerra creada por Greene, al contrario, es una continuación de esos paisajes deprimentes que ya son parte de nuestro imaginario cultural. Ruinas, mercado negro, espías, cafés, hoteluchos, antiguos nazis, prostitutas de toda laya, aristócratas, el Cementerio Central, soviéticos, americanos, etc… Todo eso está también en este Requiem alemán. Esos tópicos los vemos en lo que dice un militar americano: «estamos en una ciudad podrida….francamente, miro por la ventana y veo tantas cosas que valgan la pena en esta ciudad como veo el azul del cielo cuando meo en el Danubio…Viena me decepciona, Günther, y eso hace que me sienta mal.» Decepción es la palabra que dice todo el que llegaba a aquella Viena. Cuando la visitó el novelista americano John Dos Passos, a finales de 1945, dijo que «Viena es una vieja reina de la comedia musical que agoniza en un asilo de pobres…»

   ¿Por qué esa insistencia en la decepción, en la decadencia? Porque el mito habsbúrgico estaba naciendo o renaciendo al contraponer el idealizado pasado imperial de Viena (y de Austria) con el pasado real del horror nazi y el presente de una postguerra que había convertido a Europa en un «continente salvaje». A partir de 1945 Austria se convierte en una «tierra de nadie» que no entraría en ninguno de los bloques; declarada por los Aliados como «víctima del III Reich» (Declaración de Moscú del 30 de octubre de 1943) y como tal exonerada de pagar indemnizaciones de guerra (Conferencia de Postdam de julio-agosto de 1945); pero a la vez ocupada y  troceada (en julio de 1945) en zonas de influencia como Alemania hasta que consiga su independencia mediante el Tratado del Estado Austríaco de 27 de julio de 1955.

 
 
 

Del Tercer Hombre 3 (1949)

El tercer hombre
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   Los austríacos vivían en una situación irreal ya que aunque no estaban sometidos tan férreamente como sus vecinos alemanes (y compatriotas desde 1938 a 1945) vivieron los horrores de la llegada de las tropas soviéticas con su corolario de saqueos y violaciones masivas, a pesar de que los vieneses los acogieron como «liberadores». Luego llegaría el problema de los refugiados de etnia alemana que huían del este y que fueron expulsados en su mayoría por las nuevas autoridades austríacas que querían demostrar que no eran alemanes  y sí anti-nazis.

   Sin embargo fueron austríacos el 10% de los dirigentes nazis, y el 50% fueron partícipes de crímenes de guerra, destacando como comandantes de los campos de concentración y exterminio. Un ejemplo esclarecedor fue  el alto cargo de las SS Karl Kaltembruner, jefe de la RSHA (mando conjunto de la policía) tras la muerte del infausto Heydrich. Y sin olvidar que el propio Hitler también era austríaco.

   El proceso de desnazificación de Austria, que estuvo en manos de los tribunales austríacos bajo supervisión aliada, no fue tan exhaustivo como algunos pidieron en consonancia con el nivel de colaboracionismo con los nazis. Se dictaron 43 sentencias de muerte por ahorcamiento y cuatro cadenas perpetuas. Sobre todo las penas fueron de carácter económico y afectaron a más de 40.000 austríacos. Cerca de 100.000 funcionarios perdieron su puesto de trabajo. Por la ley de amnistía del 21 de abril de 1948 se indultaron al 92% del medio millón de afiliados al NSDAP austríaco. Muchos de ellos engrosarían una nada despreciable extrema derecha durante la postguerra fría que supuso el origen del pujante populismo xenófobo que comparte el poder con los conservadores en la Austria actual. En la novela uno de los personajes más malvados es un ex nazi que se refugiaba en los viñedos que rodeaban la ciudad de Viena.

   El asunto del Holocausto era especialmente hiriente ya que la mayoría de la influente comunidad judía austríaca fue exterminada o huyó de su país, y muy pocos se atrevieron a volver. El antisemitismo no era algo que viniera de fuera, era muy potente ya en la Austria imperial con personajes como el alcalde de Viena Karl Lueger (1897-1910). En uno de los pasajes del libro se dice que los nazis «contaron con quinientos años de odio a los judíos para sentirse en casa». Por tanto, había mucho que ocultar o al menos maquillar y qué mejor que reivindicar el espíritu cosmopolita e integrador del imperio austro-húngaro. La novela de Kerr está llena de alusiones a esto, por ejemplo citemos las palabras de unos de sus protagonistas, el cínico comandante de la NKVD (luego KGB) Poroshin: «la gente es igual que la arquitectura….son todo fachada, todo lo interesante que hay en ellos parece estar en la superficie».

 
 
 
THE THIRD MAN, Alida Valli, Joseph Cotten, 1949

Alida Valli como Anna Schmidt, Joseph Cotten como Holly Martins y
la sombra de El tercer hombre, Orson Welles como Harry Lime
(1949)
[Fuente de la foto: La Crítica (Revista de reflexión cinematográfica)]

 
 
 

   El símil de la arquitectura es muy fructífero en toda la novela al contraponer la majestuosa arquitectura imperial con la triste realidad. Al retratar la famosa Ringstrasse, obra basal del modelo imperial, Kerr señala que sus edificios estaban «construidos en un tiempo de abrumador optimismo imperial, eran demasiados opulentos, para la realidad geográfica de la nueva Austria. Con sus 6 millones de habitantes, Austria era poco más que la colilla de una enorme puro.» El contraste entre el imperio y la postguerra es algo que también comparten Greene y Kerr, que pone en boca de uno de sus personajes que «aquí el mercado negro ha existido desde el tiempo de los Habsburgo. Entonces no se trataba de cigarrillos, claro, sino de favores, de influencias. Los contactos personales siguen pesando mucho.»

   La reivindicación de lo austríaco suponía el rechazo a todo lo alemán. Bernie, el protagonista, viviría este rechazo al ser alemán en Viena cuando comience su trabajo de sucio sabueso. Él era uno de los «piefkes», «preussen» o «nazipresussen», que eran los términos que utilizaban los austríacos para descalificar a los fueron sus compatriotas. Un súbdito del imperio-austrohúngaro llamado Samuel Wilder dijo que «los austríacos son gente brillante: lograron hacer creer al mundo que Hitler era alemán y Beethoven austríaco.» Palabras de insuperable ironía del que todo el mundo conoce como Billy Wilder.

   No obstante, Bernie tampoco tenía muy buena imagen de los austríacos, y de los vieneses en particular, a los que consideraba unos estirados y superficiales o «adabeis», si utilizamos el término que usaban los propios vieneses. Muestra de ello lo tenemos en los típicos comentarios de Bernie como que «había menos posibilidades de que un austríaco medio se quedara sin lápida de que no fuera a su cafetería preferida» o que «el vienés es bastante fácil ¿sabes? Sólo tienes que hablar como si mascaras algo y añadir ss al final de todo lo que digas». Bernie Günther no se sentía especialmente acogido en una ciudad con fama de acogedora  en sus cafés y restaurantes (como los que Zweig retrata en sus relatos). Nuestro antihéroe sentía una clase de acogimiento «que experimentarías una vez embalsamado, sellado dentro de un ataúd forrado de plomo y pulcramente depositado en uno de esos mausoleos de mármol que hay en el Cementerio Central».

 
 
 

Del Tercer Hombre 2 (1949)

El tercer hombre, Orson Welles
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   En esa Viena imposible de los años previos a la Guerra Fría, con 80.000 hogares destruidos, 35.000 personas viviendo al raso y sin servicios básicos y cuando los condes tenían que descargar sacos de patatas de camiones rusos, la posibilidad de la vuelta del imperio o de algo parecido increíblemente podía ser una posibilidad. Esto para Bernie no era más que la muestra de que «los vieneses adoran los títulos pomposos y la adulación». Más adelante afirma que «la mención de la realeza siempre parecía hacer que los vieneses se mostraron doblemente respetuosos».

   Quienes mejor lo comprendieron fueron los soviéticos, los nuevos señores imperiales, que al ocupar el Distrito I de Viena y con ello el casco antiguo, convirtieron al palacio imperial de Hofburg en lugar de sus recepciones y saraos proletario-imperiales, donde trataron con cierta consideración a los restos de la familia imperial que quedaban por allí. Bajo un enorme cuadro de Stalin algo parecido al boato imperial volvía a una paupérrima Viena. Esta idea se demuestra en las palabras de uno de los líderes comunistas austríacos: «hay que dar su auténtico valor al glorioso pasado austríaco…La Marcha de Radetzky debe convertirse en un himno nacional cantado en las escuelas.»

   No obstante los soviéticos se cuidaron mucho de neutralizar cuando llegaron a la capital, a principios de abril de 1945, a una incipiente Resistencia austríaca liderada por una pléyade de aristócratas que con sus brazaletes rojos y blancos situaron su cuartel general en el palacio de Auersper­g, propiedad de la princesa Agathe Croy. La improvisada milicia de resistentes tocados con el tradicional sombrero de Estiria, símbolo del orgullo patrio, estaba liderada por Willy , el primo de la princesa,  que además era el príncipe de Thurn und Taxis. Curiosa historia la de su familia que consiguió carta de nobleza por parte del emperador en el siglo XVII por ser los encargados del servicio postal del Sacro Imperio. Se llegó incluso a formar un fantasmagórico gobierno provisional formado por aristócratas y «dachausers» o antiguos miembros de la élite republicana austríaca anterior al «Anchluss» y que tomaban el nombre por haber visitado el campo de Dachau.  Los soviéticos, a pesar de su querencia por lo imperial, directamente los ignoraron y se llevaron a unos cuantos a visitar Siberia. Luego, a final de abril de 1945, nombrarían un gobierno títere liderado por el viejo político socialdemócrata (y pangermanista) Karl Renner. La llegada de los aliados occidentales, en julio de 1945, impulsaría unas elecciones en noviembre de ese año que dieron la victoria a los cristianodemócratas de Leopold Figl, que se mantendría en el poder hasta 1949. En gran medida esta victoria se debió al voto femenino (representaba el 64% del censo) que mostró su rechazo a los comunistas (tercera fuerza tras los socialdemócratas) por las violaciones masivas de los libertadores soldados del Ejército Rojo. Aún así en 1947, año en el cual se desarrolla la novela, los comunistas lanzaron una campaña de descrédito del gobierno aprovechando el problema del abastecimiento de alimentos entre la población civil. Adiós al sueño imperial, hola a la Guerra Fría.

 
 
 

Del Tercer Hombre 5 (1949)

Estatuas en lo alto del Parlamento nevado
Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

   Sin embargo, ese sueño imperial se mantuvo en personajes como el barón Leopold Popper Von Podhragy y sobre todo en el pretendiente al trono imperial Otto de Habsburgo, que tras su estancia durante la guerra en los EEUU intentando convencer a Roosevelt para que apoyase su causa (como también harían de manera igualmente infructuosa los nacionalistas vascos para conseguir su propio Estado) pasó a Londres en 1944 y de ahí al Tirol. Allí intentó agitar una germinal resistencia austríaca y provocó tal embrollo que los británicos le pidieron educadamente que abandonara el país. Más tarde, el propio gobierno austríaco volvería a implantar la ley que prohibía la estancia de cualquier miembro de la real e imperial familia dentro de su territorio nacional. Y aquí terminó el espejismo habsbúrgico y comenzó la, hasta hoy, concatenación de gobiernos conservadores del ÖVP y socialistas del SPÖ.

   La novela que aquí traemos tiene en su final un escenario ya conocido por nosotros: la Cripta de los Capuchinos («Kapuzinerkirche»). Allí Bernie nos relata que reposan los restos de más de cien Habsburgo «con sus famosas mandíbulas aunque la guía que había tenido la precaución de llevar conmigo decía que los corazones se conservaban en unas urnas situadas debajo de la Catedral de San Estebán». En su visión cáustica y cirrótica del pasado de Viena, nos describe un templo demasiado simplón, cuasi calvinista, para tan magnos residentes (12 emperadores y 18 emperatrices) donde parecía que el «tesorero de la Orden se había escapado con el dinero de los canteros». Sobre la mismísima tumba del emperador Francisco José se desarrolla el diálogo central de la novela entre nuestro escéptico Bernie Günther, ex policía y ex SS, y el comandante soviético Poroshin. Toda una declaración de intenciones sobre lo que el autor nos quería decir sobre aquella Viena aristocrática e imperial, que horadada como un queso gruyer, vivía de sus rentas mientras su pasado se pudría bajo tierra.

 
 
 
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EL ESTANDARTE O EL IMPERIO CONTRAATACA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 1). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [1ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [2ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 3). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

EL BARON BAGGE O EL VÉRTIGO DE SER LOS OTROS. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 6). Por Pablo Romero Gabella

EL ÚLTIMO ENCUENTRO O EL CREPÚSCULO DE LOS ADIOSES. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 7). Por Pablo Romero Gabella

SIEMPRE NOS QUEDARÁ VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 8). Por Pablo Romero Gabella

GEORG TRAKL: LA DECADENCIA DE UN IMPERIO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 9). Por José Miguel Ridao

«FUGA SIN FIN» O EL JUDÍO ERRANTE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 10). Por Pablo Romero Gabella

EL VALS INFINITO. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 11). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXVII). UN TRES DE FEBRERO DE 2018 (Serie 4). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXVI). UN TRES DE FEBRERO DE 2018 (Serie 3). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (XXV). UN TRES DE FEBRERO DE 2018 (Serie 2). Por Lauro Gandul Verdún

 
 
 

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