VICENTE NÚÑEZ XII: A Santa Teresa. Antonio Luis Albás, (2014)

 

 En el IV aniversario de mi hermano Rafael María, con recuerdo y cariño.

EN el doméstico

y habitual empleo de los claustros,

turno inicial que –como el del sereno

que apresta asilo y leña y verifica

en su interior el tramo adjudicado-

ni se habitúa aún ni aún quebranta

la regla inaugural de las tinieblas,

tu luz, la lamparilla del primer recorrido,

avanza ajena al foso de mis daños.

Esas tareas, noche que se deja

cerrar y adormilar, ronda y llaveros,

madre perenne en el embozo oscuro

de cada celda allí distribuida,

¿qué valen para mí que, desde inmensas

cerrazones, usurpo

el casi libertino mandil de tus servicios,

el reglamento de esa luz tan tenue

y erguidamente insomne,

siempre prudencia, cerradura y vela

que, a fuerza de vigilias, nos perturban

como la antorcha exangüe de una diosa?

Madre que así te veo,

madre en quien me compruebo

igual que el parricida que, en la luna fulmínea

de su puñal, descubre

su limitado celo y su vileza:

los que en un salto hicimos

conquista y gloria vamos

al inseguro ayer, inverso

el pie por un tenor distinto

de majestad abyecta y ya perdidos.

Claustro, recinto, tapias coronadas

de ruindad partícipe de yedras,

adarajas mortíferas,

silbos y guiños cómplices,

¿quién me sorprenderá desprevenido

que, encalando, rindiera doblemente

muro y ladrón a una en el acecho?

¿Quién sino tú, señora,

la parpadeante rosa de tu paso?

El viento, un día, transformó su curso

y, a mitad de camino, dejó el mío,

con su cesar, por siempre detenido.

No hubo confín ni ajuste ni demencia:

un abrazo en alto sin saber adónde

y una labor a medias entre extraños.

Con las duras faenas,

bajo un sol implacable,

la carne entre sus ropas se reveló contraria.

En el tesón diario que, nocturno,

otro cíngulo ajusta a tu fragancia,

hábito de una pieza que se ciñe

como un olor de flores misturadas,

no hay otra carne que la de esos cuerpos

talares, triunfalmente

sumisos a incambiable desnudez, que no alteran

los desencadenados disfraces de la tumba.

Pero yo, que, desnudo

y a los desnudos hecho;

que, cual ellos, disperso

lejos también de mi amor, si lo tuviere,

a lo mucho y a lo poco

me expone el cuerpo cada día.

E igual que las riadas,

que agregan a su móvil caudal los elementos

y de un nivel a otro

y de uno a otro límite

regresan más henchidas y conformes,

tu colmas la clausura,

lo indesbordable, el frente

de duras correrías

irreductible casi a los cilicios.

¿Debo dejarte ahí mi libertad, vasija

a turno tan incierto,

humilde chirimbolo con las alas caídas,

y aguardar el disanto, el fasto, el centenario,

la colación en fechas de profesas y votos

bajo el ampo nupcial de las novicias?

En esa ligereza ocultaría,

ágil señora, por la tuya, el alma.

Mas cesante en el tiempo, entre licencias

el industrioso corazón antiguo,

¿a qué remesa lo destinaría

como la herrumbre inútil de un recuerdo?

No faltará quien halle y aproveche

su material, sus mermas, su demora.

Pues quienes las tuvieron a través de los días

uno cualquiera fueron

a manos del sepulcro.

Y cuando regresaron, como Julieta, nunca

prevalecer supieron.

Un solo abrazo a ambos

vino a unirlos por siempre:

inmóvil libertad a la que aspiro,

tú que, flotante, velas.

 

 

 

2 comments.

  1. Me he quedado un buen rato pensando en aquél día… te abrazo…

  2. Gracias A., esta mañana iré con mi mumy al Oratorio. Besos. Ya te llamo.

    A.L.

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