OTELO, ¿EL MORISCO? Por Pablo Romero Gabella

 
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[Foto: LGV Arcila, Marruecos 2007]

 

Existe una fina línea que no todo el mundo ve y que une realidad con ficción. A ese nexo llamamos arte, en este caso unimos historia y literatura. Y lo que aquí expongo es lo siguiente: ¿y si el personaje de Otelo fuera de origen español? ¿Otelo un morisco, un español?

   Empecemos por responder a una primera pregunta: ¿Qué era ser un morisco? Por moriscos se conocían a los musulmanes que se convirtieron al catolicismo, o más bien fueron convertidos, en la España de los siglos XVI-XVII. Todo comenzó en Granada en 1492 tras su conquista por los Reyes Católicos. Aunque en las Capitulaciones firmadas  entre el último rey nazarí Boabdil y sus católicas majestades, a finales de 1491, se establecía que tras las conquista de Granada se respetarían las propiedades y religión islámicas, en 1501 se obligó legalmente a ser cristianizados los musulmanes que habitaran el Reino de Castilla. En 1526 lo serían los de la Corona de Aragón. Los que quedaron, dedicados principalmente a la agricultura, sufrieron una presión constante de las autoridades (sobre todo de la Inquisición) que derivó en una manifiesta discriminación, impidiéndoles, por ejemplo, ejercer profesiones ni tener cargos en el ejército ni en la administración. A la acción del poder se unieron la de sus mismos convecinos cristianos como dejó constancia Cervantes en El coloquio de los perros. Todo ello provocaría la sangrienta sublevación de las Alpujarras granadinas en 1568. Esta rebelión morisca degeneró en una guerra feroz donde se mató sin compasión a hombres, mujeres y niños. Felipe II pensaba que los moriscos eran la quinta columna de su principal enemigo: el imperio turco otomano, que había aprovechado el conflicto de las Alpujarras para conquistar la isla de Chipre, a pesar de que fueron derrotados en Lepanto en 1570. Un año después la guerra de las Alpujarras también terminó con la victoria cristiana.

   No obstante, el problema continuó ya que la convivencia entre cristianos viejos y moriscos estaba rota; el rechazo, la incomprensión y la exclusión aumentaron. A los moriscos ya no se les consideraba ni españoles ni cristianos, más bien traidores al servicio del Gran Turco. A aquellos españoles se «les heló el corazón», tal como lo diría siglos más tarde el poeta Antonio Machado. Muchos moriscos eligieron el exilio, la mayoría al Norte de África y otros al imperio turco. Miles de personas cruzaron el Mediterráneo de oeste a este, justamente al contrario de lo que hoy ocurre. Este proceso de exclusión culminaría, como en 1492 ocurrió con los judíos, con su definitiva expulsión por real orden de Felipe III en 1609. Salieron de España unos 300.000 moriscos (representaban el 4% de la población española) con destino principal al  mundo musulmán, aunque otros se decidieron por el sur de Francia, la costa del Livorno italiano, Venecia e Inglaterra.

   Es interesante destacar que las relaciones entre el mundo musulmán y la Inglaterra isabelina (la época de Shakespeare) fueron más intensas de lo que podríamos pensar. Por ejemplo, se firmaron importantes acuerdos comerciales entre la «Reina virgen» y el rey de Marruecos, e incluso, su embajador en Londres, Ahmad al-Mansur, llegó a proponer a la reina Isabel, en 1600, el proyecto de una alianza militar contra el enemigo común: España. Dicho plan consistía en arrebatar a España sus colonias americanas y recuperar Al-Andalus para el Islam. Sin embargo todo quedó en el aire y al poco tiempo Isabel I decretó la expulsión (anticipándose 8 años a Felipe III) de los «negars and black-mores», muchos de los cuales eran moriscos que llegaron de España buscando asilo en la anglicana Inglaterra. Como en España, se les consideraba una minoría étnico-religiosa cuanto menos incómoda, cuanto más peligrosa e indeseable para sus propósitos de forjar una monarquía fuerte basada en la unidad religiosa. Esta política sería reafirmada por su sucesor Jacobo I (o Yago) cuando firmó el Tratado de Londres con España en 1604.

   Lo morisco fascinaba y a la vez repelía a los ingleses de la época de Shakespeare. Fue en ese contexto, entre 1602 y 1604, cuando el «bardo de Avon» escribiría su obra Otelo. Utilizó como inspiración un relato del escritor italiano del siglo XVI, y discípulo de Bocaccio, de nombre Giraldo Cinthio. Dicho relato se titulaba Il capitano Moro o Il Moro de Venecia.

   Pero en opinión de algunos especialistas (*), Shakespeare también se dejó influir por la corriente de simpatía y admiración que existía entre la clase culta inglesa sobre la obra de un morisco español. La historia lo conoce como León el Africano (su nombre originario era Hassan Ben Muhammad).  A dicho personaje histórico dedicó una magnífica novela histórica, de título homónimo, el escritor libanés Amin Maaluf en 1986. La familia de John Leo Africanus (así era conocido en Inglaterra) era originaria de Granada y se exilió en tiempos los Reyes Católicos en el Norte de África. Al poco tiempo nuestro protagonista fue hecho prisionero, en 1517, por unos corsarios cristianos. Llevado a Roma, acabo siendo el protegido del Papa León X. En la corte papal escribió varias obras de diversas temáticas (destacando la de viajes) que le hicieron famoso en toda la Europa culta. A la muerte de su protector huyó de nuevo al Norte de África donde se convertiría de nuevo al Islam. Su obra fue ampliamente conocida en los círculos literarios que frecuentaba Shakespeare junto a John Webster o Ben Johnson. Todos ellos eran conocedores de la obra de León el Africano a través de las traducciones de John Pory. Todo lo expuesto ha llevado a decir a algún especialista que fue este personaje morisco quién fue la inspiración principal para que Shakespeare construyera su Otelo. Sin embargo, advertimos diferencias. Uno es un intelectual (León) otro es un guerrero (Otelo). Pero ambos les unía ser hombres de frontera, que era en aquel tiempo ese Mediterráneo que magníficamente historió Fernand Braudel en su obra capital El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe (México, 1953). También compartían ser servidores de altas instancias de poder (Roma y Venecia) y a la vez, a pesar de sus valías, fueron rechazados por el mero hecho de ser moriscos. ¿Se inspiró Shakespeare en nuestro morisco granadino para su inmortal Otelo? No lo sabemos a ciencia cierta, pero en absoluto parece descabellado  que estas palabras puestas por Maaluf en boca de su León el Africano pudiera haberlas dicho otro moro, el Moro de Venecia:

«Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de seda y a veces de las injurias de la lana, del oro, de los príncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios.

   »Por boca mía oirás el árabe, el turco, el castellano, el beréber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano.»

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(*) Jesús López Peláez, «Othello y los moriscos: hacia una nueva lectura de Othello de William Shakespeare», XIV Congreso Internacional de Estudios Moriscos, Túnez, 20-23 mayo de 2009 (consultable en internet).

 

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