«LUMPENTERRORISMO». Por Pablo Romero Gabella (con una pintura de Carmen Palop de la serie «Con los ojos cerrados» 2012)

 

carmenpalop20141[Técnica mixta sobre papel]

 Carmen Palop

 

Uno de los hechos que más nos siguen perturbando de la matanza del 11-M es la participación decisiva en la «célula yihadista» de elementos provenientes del mundo de la delincuencia, incluso de la pequeña delincuencia. Tal como describe Fernando Reinares en su obra ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España (Barcelona, 2014). Además de terroristas con formación universitaria vemos que quienes al final realizaron la ominosa tarea fueron ladrones, traficantes de droga, y demás ralea que tenían su centro de actividad en el barrio madrileño de Lavapiés. Despectivamente se les ha llamado en los algunos medios «los moritos de Lavapiés», porque son todos de origen marroquí (concretamente de las zonas más deprimidas de Tánger o Tetuán). Jóvenes delincuentes liderados por «El Chino» que acabaron volando por los aires en un piso de Leganés, cercados por la policía. Chicos del lumpen, carne de presidio que un buen día se convirtieron en fanáticos religiosos. Un proceso donde tuvo mucha importancia una congregación religiosa y asistencial, mitad ONG, mitad cofradía: «Tabligh Jamaar» (TJ). Según el profesor Reinares «sus adeptos aspiran en última instancia instaurar y extender un dominio islámico».

Pero no solo con piedad se cambia al lumpen, es necesario y fundamental el dinero y para eso contaban con toda una red, extendida por Europa, África y Asia, de financiación de terroristas. Hombres de negocios (legales e ilegales) sustentaban la vida sin oficio de esta plebe frumentaria. Al desarticularse la célula terrorista del 11-M se les encontró más de un millón de euros en efectivo y en droga. Curiosa forma de financiar el rigorismo moral y el ascetismo. Los caminos del señor y del terror son inescrutables. Lo cierto es que los defensores del orden conservador y reaccionario de los regímenes islámicos son los que promueven esta movilización de un lumpenproletariat que nunca pensamos que fuera tan letal para nuestras sociedades.

Y es esto algo que ya estudió Carl Marx en su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte(1852). Justamente un año antes, Luis Napoleón era proclamado por las masas mediante sufragio universal «emperador» del II Imperio (1851-1871). ¿Cómo consiguió esto un tahúr cuya mayor baza era su apellido? ¿Cómo consiguió tanto el respeto popular como el de las clases conservadoras burguesas? ¿Cómo lograr corromper a la II República Social que nació de la Revolución de 1848? La respuesta es simple: convirtiéndose en «príncipe del lumpemproletariado». En 1849  Luis Napoléon fundó la «Sociedad del 10 de Diciembre», una sociedad de beneficencia dedicada a las clases más pobres. También ellos tenía su TJ, su cofradía. Pero no era más que una máscara que cubría una red «de sociedades secretas, cada una dirigida por agentes bonapartistas, y un general bonapartista a la cabeza de todas». ¿Quiénes formaban su particular ejército? Marx lo resume en  la «hez, desecho y escoria de todas las clases, la única clase en que puede apoyarse sin reservas». Y también lo concreta en un párrafo memorable de su obra:

«Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos…»

…………Un mundo que nos resulta muy familiar en la trama del 11-M, que conectó a los delincuentes de Lavapiés con los de Asturias; tipos sin escrúpulos que vendían explosivos que se utilizaban en las minas y que celebraban sus reuniones en puticlubs. Todo muy casposo y grasiento, pero terriblemente mortífero.

Volviendo a Bonaparte, gracias a sus células de la Sociedad de 10 de Diciembre paradójicamente logró presentarse ante la clase respetable como el garante del «orden, la religión, la familia y la propiedad». Un mundo de valores morales que se sustentaba en el estercolero social de la «sociedad del desorden, la prostitución y el robo».

         La historia de Napoleón III y su uso del lumpen ya no es familiar, demasiado, en el ejemplo de Hitler y el nazismo. No vamos a incidir en algo ya muy trillado: de cómo un tipo del lumpen como era el joven Hitler vive su conversión, a través de la Gran Guerra, en un fanático iluminado que tiene una misión que cumplir; en cómo organiza a gran parte del lumpen en sus «camisas pardas» o SA, y que luego cuando se presente como defensor del orden y de la sagrada nación alemana elimine en la «noche de los cuchillos largos».

 Como he dijo es bastante conocida esa historia. Veamos cómo los continuadores de las ideas de Marx en la praxis política, veían en el lumpen un elemento positivo para su acción revolucionaria. Para  ello he encontrado las referencias de dos libros que casi se escribieron al mismo tiempo, en 1960. Me refiero a Doctor Zhivago de Borís Pasternak y a Vida y destino de Vassili Grossman.

          Porque en ciertos momentos históricos el lumpen se convierte en instrumento de la revolución, como instrumentos de Alá eran los de la banda de “El Chino”. Tipos dañinos, rencorosos que acaban siendo héroes. Fijémonos en cómo describe Pasternak-Zhivago a un comunista de la primera hornada:

«En aquellos días hombres como el soldado Pamfil Palyj que sin necesidad de propaganda alguna, experimentaban un odio feroz y exacerbado por los intelectuales, los señores y los oficiales, parecían raras excepciones a los intelectuales de izquierda y eran llevados en palmas. Su falta de humanidad parecía un prodigio de conciencia de clase, su crueldad un modelo de energía proletaria y del instinto revolucionario. De esta clase era la gloria de Pamfil, que gozaba de la mayor estima entre los capitanes partisanos y los dirigentes del partido».

Algo muy similar de lo que cuenta Grossman a través de su personaje Liudmila, intelectual comunista convencida, que tras experimentar la bajada a los infiernos de la sociedad siente algo doloroso y oscuro:

………«Y aquellos a los que Liudmila con esperanza y amor había creído estar ligada por los vínculos familiares de las dificultades, las necesidades, la bondad y la desgracia era como si hubieran conspirado para no comportarse como seres humanos. Como si se hubieran puesto de acuerdo para desmentir la opinión de que el bien se puede encontrar infaliblemente en los corazones de aquellos que llevan la ropa manchada y la manos negras por el trabajo».

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