¿SE ACABÓ LA PAZ SOCIAL? Por Pablo Romero Gabella

 

Dionisio RidruejoDionisio Ridruejo

1912-1975

 

En las pegatinas que lucían miembros del SAT, durante las jornadas de la acción sobre los supermercados en agosto de 2012, se podía leer el título de este artículo pero sin la interrogación.  ¿De veras se ha terminado la paz social en nuestra nación? Creo sinceramente que no, porque es falso que haya existido una paz social. En sociedades libres  y democráticas, tales como la de España actual, el conflicto y las tensiones son consustanciales a ellas. Es lo que Dionisio Ridruejo llamó dialéctica de la democracia.  Creer lo contario es, en todo caso, una muestra de inocencia o deliberada ignorancia. No existe, como creían los socialistas utópicos del siglo XIX, como el conde de Saint-Simon ninguna sociedad de productores y sin fricciones. La fricción o, si lo prefieren, el conflicto, es algo propio de las sociedades libres, eso sí, ateniéndonos a una reglas de juego, a unas normas aceptadas socialmente que hagan posible la convivencia.

En 1962 en su obra Escrito en España, Ridruejo escribió que en democracia unos y otros deben fiarse más «en la razón que en la fuerza, lo cual sólo será posible cuando el diálogo se produce alcanzando sucesivamente síntesis provisionales o puntos de encuentro y compromiso». Reaccionarios y progresistas (y no necesariamente identificables a lo que llamamos derecha e izquierda) deben llegar a un consenso si no quieren acabar destrozándose mutuamente. El consenso es aún más necesario en épocas de crisis como las actuales, y las soluciones unilaterales por muy benéficas que parezcan solo nos llevan a la mutua incomprensión y a la ruptura de la convivencia.

Cuarenta años antes de Ridruejo, Ortega y Gasset en España invertebrada decía que «no es necesario ni importante que las partes de un todo social coincidan en sus deseos y sus ideas: lo necesario e importante es que conozca cada una, y en cierto modo viva la de las otras». Este mutuo reconocimiento nos hace ver  que la realidad social actual es mucho más compleja que una lucha entre ricos y pobres. Y es que España, a pesar de lo  que algunos piensan, no es la España de los años 30. Sí, es cierto, vivimos una crisis económica y social de la cual no sabemos cómo saldremos y cuándo, pero podemos intuir qué métodos o soluciones no debemos tomar. Me refiero a las soluciones unilaterales cargadas de alientos mesiánicos. Volviendo a los socialistas utópicos, tenemos el caso de Charles Fourier que durante once años,  durante dos horas al día, esperaba en su apartamento la llegada de un mesías capitalista que le financiara la construcción de la sociedad futura perfecta a partir de sus falansterios, donde reinaría la igualdad y dónde nadie pasara penalidades y todo el mundo fuera feliz. Obviamente ningún capitalista apareció y el bienintencionado Fourier murió sin ver su utopía realizada. En nuestros días esta historia nos hace sonreír con ironía, ¿se imaginan que  los banqueros se ofrecieran a ello? Sinceramente no veo a ningún señor Botín o ningún consejero de las Cajas haciendo esto. Pero tampoco confiaría en ningún revolucionario filantrópico, por mucho que sus intenciones  me parecieran altruistas.

Y es que creo más bien en  acuerdos provisionales, en negociaciones continuas faltas de épica pero mucho más prácticas. Y es que creo que España necesita justamente ahora eso;  quizás esto no les diga nada a muchos pero creo que sería para todos lo deseable y lo más práctico en una crisis que se espera larga y dura y que nos pondrá a prueba como nación. Y es que, como decía una letra (ya olvidada) de una canción de Víctor Manuel  «aquí cabemos todos o no cabe ni Dios».

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