EL PERRO. Por José Manuel Colubi Falcó


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Diógenes buscando hombres honestos

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

1751-1829

 

Diógenes, apodado Perro, es el más famoso de la secta de los cínicos o perrunos, de aquellos filósofos que predican con la palabra y el ejemplo una existencia acorde con la naturaleza, semejante a la que vive el perro —de ahí su nombre, cínicos, derivado de kyon, perro—, sin necesidades, que no hacen sino atar al hombre y mermar o anular su más preciado don: la libertad.

         La libertad preside su vida y, según él, se alcanza mediante la virtud, en la que distingue la voluntad y su realización por la acción. En la misma ve una función doble, en cuanto que afecta al interior y al exterior; por la primera, el hombre llega a la apátheia, apatía, liberación de los impulsos y pasiones; por la segunda, a la autarquía, autosuficiencia frente a tantas necesidades que se le crean o lo esclavizan. Todo ello lo conseguirá mediante el ejercicio o ascesis. Es la libertad absoluta, a la que no afecta ni siquiera la Fortuna. Ocioso es decir que no admite el Estado y que, consecuente con sus ideas, se siente cosmopolita, ciudadano del mundo.

         Irónico, pugnaz, sobrio, Diógenes es héroe de infinitas leyendas. Sin Estado, sin casa, sin patria, mendigo, vagabundo, con un vivir de cada día, cuando Alejandro Magno le visita, él, tumbado delante del tonel que le sirve de vivienda, dice al rey: «Apártate, que me tapas el sol»; si ve a un niño beber formando un cuenco con sus manos, arroja de la mochila su escudilla y exclama: «Un niño me ha ganado en sobriedad»; puesto a la venta como esclavo, llama la atención del vocero y le dice: «Di: “¿quién quiere comprar un amo?”, no: “¿quién quiere comprar un esclavo?”»; y añade: «Véndeme a éste, que necesita un amo». Así fue, para bien de los hijos del comprador, cuyo preceptor sería. Cuando se le pregunta qué animal muerde más perniciosamente, responde: «De los salvajes, el calumniador; de los domésticos, el adulador»; si se le dice que muchos se burlan de él, no se siente burlado —así la burla es ineficaz—, como tampoco molesto porque los hombres socorran a los mendigos y no a los filósofos: «Porque ser mendigos bien lo esperan, pero no hacerse filósofos».Y la más célebre: a mediodía, en una plaza concurrida, con un candil en la mano busca un hombre: hay gente, pero no hombres, porque no son libres.

 

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