PROMETEO. Por José Manuel Colubi Falcó

 

PrometeoJosédeRibera

Prometeo

José de Ribera

1591-1652

 

En todas las mitologías hallamos siempre personajes paralelos —lo mismo cabe decir de los escenarios y de los acontecimientos que en ellas se narran—, unos seres míticos cuyas funciones son esencialmente idénticas y se ejercen en cada una de aquéllas por ser básicas para el conjunto. Así, las figuras del benefactor y de su opuesto, la del artesano, también aquélla —la mujer— que es causa de los males que aquejan al hombre, la del justo —a veces en su papel de juez en el Más Allá—, la del custodio de las puertas del mundo infernal…

         Entre los griegos, el personaje benefactor del género humano es un titán, Prometeo (el que piensa primero), hermano de Epimeteo (el torpe que acoge feliz a la causante de las desgracias humanas, Pandora) y de Atlas, que sostiene sobre sus hombros la bóveda celeste (recuérdese la voz atlas). A él debemos el adjetivo prometeico, indicativo de amor al hombre, y de él se dice que es el hacedor de los hombres, cuyas figuras modela en barro, y su instructor en el trabajo de la madera, del ladrillo, de los tiros de carros y arados, de la navegación; que tiene el don de la profecía, de ahí que indique a Heracles (el Hércules romano) cómo conseguir las manzanas de oro de las Hespérides, y a su hijo Decaulión cómo salvarse del gran diluvio.

         En la Edad de Oro, hombres y dioses conviven en perfecta armonía, nadie conoce la fatiga, el hambre, la enfermedad, la vejez; mas cuando unos y otros intentan cerrar esa amistad mediante un sacrificio, Prometeo, el maestro de ceremonias, sacrifica un buey, con sus carnes y huesos hace dos montones —uno, el de éstos, bajo un vistoso disfraz— y da la elección a Zeus, quien no duda en elegir el último, dejando el otro para los humanos. El dios, encolerizado, niega el fuego, universal artífice, a los hombres, y lo guarda en los cielos, pero el Titán roba unas chispas del Sol y las entrega a éstos a escondidas en una férula. Por ello Prometeo sufre un terrible castigo: encadenado en el Cáucaso por toda la eternidad, un águila devora su hígado, que se regenera de noche. Mas la llegada de Heracles pone fin al tormento: el héroe mata al ave con su flecha y libera al titán, mientras Zeus asiente a la gesta de su hijo.

         El barro, el paraíso, Pandora, la caída y el castigo, el diluvio…

 

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