AHÍ ESTÁ EL DETALLE. Por Rafael Rodríguez González


callealcalareñaM. Verpi

Calle de Alcalá
Foto: Manuel Verpi

2013

 

Es que ya no quedan asas, ni rebabas, ni salientes, ni prominencias de ningún tipo con que coger esto. Nada, no hay por dónde.

         Lo peor no es que exista el Gurtel, ni el caso Nóos (que es Síis), ni los ERE, ni lo de Blanco ni lo de tantos «negros» y lo de cientos y cientos más y los que no saldrán; no, lo peor es que desde tantos puntales se colabora al máximo con el entramado político-económico-constitucional que hace que la corrupción sea inevitable a todos los niveles, sea del volumen que sea, tanto la corrupción como el nivel. Este sistema ni quiere ni puede evitarlo. El Estado es la fábrica que forja la corrupción. Que es totalizadora, que es omnipotente y omnipresente. Ineludible.

         Dejemos al margen, hasta cierto punto, el trinconeo a tutiplén, el saqueo sistemático, los sobreseimientos, el atrápameaesejuezcabrón y otras heroicidades. ¿Es que no es corrupción elevada al cubo la legislación que favorece al que no trabaja sobre el que lo hace o necesita hacerlo pero no puede? ¿No es corrupción que se eliminen servicios fundamentales o se lleguen a deteriorar con igual o peor resultado? ¿No es corrupción que todo lo que se viene restando (desde 1985) al sistema de pensiones vaya a engrosar los capitales de especuladores y banqueros (que es lo mismo), además de a las grandes empresas, cuando la única deuda sagrada que hay que pagar es la que se tiene con los productores? ¿Es o no corrupción que los sucesivos gobiernos «democráticos» se hayan plegado, gustosa y enfervorizadamente, a los dictados de los amos europeos y mundiales en todos los ámbitos, especialmente en la industria, la agricultura y la ganadería, además de en la producción de armamento? La eliminación, y antes la venta fraudulenta, de sectores industriales enteros, fueran estatales o no, ¿es o no es corrupción? ¿Lo es o no la legislación que permite —más bien alienta— el alegre y triunfal éxodo de empresas que se han lucrado del trabajo de decenas de miles de trabajadores españoles?

         ¿No es corrupción que en una, o dos o tres reuniones, totalmente restringidas y bloqueadas, se tomen decisiones que afectan —siempre para mal—a millones de personas, sin que éstas tengan la más mínima posibilidad de pronunciarse? ¿En nombre de qué y con qué derecho? ¿Con el de los votos cosechados, acaso? ¿Acaso los votos emitidos llevan una letra pequeña que permiten ignorar y vulnerar lo, más que prometido, asegurado? ¿No es corrupción que los magnates y sus matones «ordenen» el mundo para su exclusiva conveniencia? ¿Es o no es corrupción que las empresas de la energía manden sobre lo que no es suyo, determinando por sí mismas, además, cuánto tienen que ganar por un elemento esencial que es de toda la Humanidad? ¿Es o no corrupción que los llamados medios de comunicación se usen más que nada para aborregar conciencias e inocular la emponzoñadora infracultura a todas horas? (Los ejemplos no cabrían en quince tomos o en mil vídeos).

         ¿No es corrupción que la población de España (ojalá fuera sólo ella) reciba en cada noticia, en cada información, en cada programa «tertulia», sea de extrema derecha sea de una supuesta «progresía», un cúmulo cada vez más grueso de medias verdades y mentiras enteras?

       «¡Es que eso que señalas es el sistema establecido, la legalidad, el orden fijado!», podrá decirme alguien. Efectivamente. Ahí está el detalle.

 

2 comments.

  1. Rafael, celebro tu claridad de exposición, por ahí empieza la catarsis que estamos alcanzando, espero. Y lo peor es que todas estas extorsiones están causadas por aquellos que se dan golpes de pecho y en las procesiones golpean sus varas de plata contra los adoquines. Cuando yo salí de España creía que los españoles eran los más limpios en conducta. La limpia era yo.

  2. María del Águila, me enorgullece tu comentario, incluso por el solo hecho de hacerlo. Por lo demás, tenemos claro que lo de limpios en conducta se ha tornado -¡desde hace tanto!- en “limpios de vergüenza”. ¡Qué asco, paisana!

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