No existe furia en las estrellas
que explotan reduciéndose a polvo
en la oscuridad del espacio infinito.
Ni emoción contenida en una amapola
que se abre lentamente en primavera,
ni dolor en la fría escarcha
de una apagada mañana de invierno.
No hay rastro de ilusión
en ninguno de los rayos de luz
que acompañan a los niños
mientras juegan y pelean en la calle,
ni venganza en las riadas que arrasan
con todo lo que encuentran a su alcance:
edificios, árboles, hombres,
sueños de un futuro que se ahoga
sumergido en el espesor de la nada.
No hay espíritu en el viento que agita la tarde,
o bajo la tierra en la que se pudren los cuerpos
descomponiéndose hasta olvidar su memoria.
No hay victoria ni derrota
en la ola que avanza y retrocede
para volver a ser parte de lo que había sido
antes de su efímera huida hacia la orilla.
Ni hay Pintor en un bello amanecer,
ni grito en la peor de las tormentas,
ni mirada en el ojo del huracán.
.
No hay perdón, porque no hay culpa.
Ni agonía, ni paz, ni redención.
Sólo hay mundo, y tiempo, y azar.
Mujeres y hombres que nacen,
que enferman, que matan y mueren,
que existen sin que el universo
repare en su invisible presencia.
.
Y algún día, tal como todo empezó,
sin furia, emoción, dolor, ilusión,
venganza, espíritu, victoria, derrota,
Pintor, grito, mirada, perdón o culpa,
sin agonía, sin paz, sin redención,
se apagará todo y quedará el Silencio.
Y entonces no existirá un porqué,
pues ya no habrá voz que se lo pregunte.
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El poeta Tomás Valladolid Torres en CARMINA