PINTURA DE RAFAEL LUNA CON TEXTO DE TOMÁS VALLADOLID BUENO. Calle Gandul de Alcalá de Guadaíra (acrílico sobre lienzo)

 

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Un domingo de otoño del año 1989, a mi llegada a Alcalá, tras un largo viaje desde las lindes de Jaén con Albacete, enfilé la calle Gandul con mi Ford Fiesta 1.1 de color azul cielo y con matrícula J-168-I. Llegando casi al final, en el ensanche de la calle, un poco más abajo de donde se encuentra el auto verde del cuadro, aparqué en batería. Saqué las maletas y bajé andando hacia La Plazuela. Me pregunté si al día siguiente, lunes, abrirían la pescadería, porque allí enfrente, en la casa que bifurca la dirección, en esa que está pintada de amarillo con zócalo oscuro, allí había una pescadería, y en ella una pescadera muy amable y guapetona que uno de aquellos días de trabajo me dijo: «puede, puede usted aparcar, mi alma, que a mí no me estorba; además, ya vio usted lo que pasó con la tormenta, que aquí no se inundan los coches como ahí en La Plazuela». Antes de subir al piso en el que yo vivía, un tercero del bloque situado entre la farmacia y el Bar España, entré a tomar algo en la cafetería de la esquina, no la de La Granja Mari, sino la que había pegada a la tienda de mercería donde el público era atendido por dos jóvenes hermanas. No recuerdo el nombre del local, pero sí guardo la imagen de una barra situada a la derecha de la entrada y y una planta superior donde no había nadie, tal vez en solidaridad con la planta baja: solo una persona más y yo nos encontrábamos en la cafetería. Lugar oscuro, algo tétrico, como si los divertidos espectros de un pasado más feliz hubiesen comenzado a abandonar el sitio. Así que ni encendí el cigarro, me tomé rápido la bebida, pagué y salí junto a una de aquellas lindas fantasmas que, entre risas, le decía a una de sus amigas: «Canija, ven conmigo al quiosco, que quiero comprar Marlboro». En ese momento, fui yo mismo quien se evaporó en busca de una ducha que me relajase después del viaje.

            Más tarde, ya en estado sólido, salí de casa camino de aquel pub al que llamaban El Buy, y que para muchos de nosotros era un verdadero hábitat y no solo un local de copas, música, compañía, conversación, etc. Y en una de sus paredes recuerdo que colgaba un cuadro con la firma de Rafael Luna. Pero ahora que lo pienso, no sé si lo recuerdo o lo quiero recordar o es que ahora estoy allí sentado entre el Fafi y Juan Enrique, charlando nosotros y a la vez con Rafa: tarde-noche de inocentes bromas, de cómplices miradas y de una amistad sobrevenida en el destierro del alma.

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CONTINUARÁ… Exposición de Rafael Luna en la Casa de la Provincia (Sevilla, desde el 14 de marzo hasta el 28 de abril de 2013)

 

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