Tu seráfico rostro
de blancas sombras,
de ojos hablando,
adornó al fin mis sueños
de suave algodón celeste.
Mas con ciega fuga,
sin que el deseo imantara
en su insistente celo,
la brújula de mi mirada
marcaba el horizonte.
Me marché de ti
con tu indeleble rostro,
imagen de este cautivo,
y lo fijé en mi sombrío ánimo
por que mi alma triste
no encallase en tu cuerpo.
Y a fin de bien sentirlo,
desgarré mi corazón
ventrículo a ventrículo,
y con lágrimas de tu rostro
lo inundé de repetido amor.